Por: Guillermo Castro H.
“No hay proa que taje una nube de ideas.
Una idea enérgica, flameada
a tiempo ante el mundo,
para, como la bandera
mística del juicio final,
a un escuadrón de
acorazados”
José Martí, 1891[1]
La historia dirá algún día que a comienzos de junio del 2022 hubo tres reuniones de las que entonces llamaban “Cumbres” en la ciudad de Los Ángeles, allá en California. Una fue la cumbre (así, en minúscula) organizada por el gobierno anfitrión, que puso a la puerta el bien conocido cartel de “nos reservamos el derecho de admisión”, ante el cual varios presidentes latinoamericanos se reservaron el derecho a no asistir y otros ejercieron el de disentir.
Esa cumbre iba a tratar una agenda centrada en problemas de interés
prioritario para el anfitrión, en particular la creciente migración de hispanos
pobres a su territorio. No estaba previsto que allí se trataran los intereses
de nuestra América en sus relaciones con la otra América, ni el papel de la OEA
en el manejo de esas relaciones. Y sin embargo ese vino a ser el tema principal,
que terminó en el hecho insólito (hasta ahora) en nuestra historia, de que
quien hablara por nuestra América terminara invitando al anfitrión a una
próxima reunión de la Comunidad Económica de Latinoamérica y el Caribe, y a
terminar de deshacerse (palabras más, palabras menos) de su ministerio de
colonias, empezando por el ujier.
Así las cosas, se siente uno tentado a pensar que lo realmente
decisivo en Los Ángeles fueron la Cumbre de nuestra América que tuvo lugar en
su seno y fuera, en las calles, la de los pueblos de Latinoamérica, que la
respaldó y avaló. Sobre esto habrá aún necesidad de razonar con prudencia y
luces largas en los próximos años, que serán decisivos tanto en las relaciones
interamericanas como en el desarrollo de la gigantesca transición en curso en
la organización del sistema mundial.
Así, por ejemplo, un punto de partida para esa reflexión puede ser lo
que la cumbre nos diga de la capacidad del convocante para llevar a la práctica
la aspiración de su país a ser la cabeza de un mundo unipolar, que él mismo
proclamó poco antes del evento. No sólo se trata de que no esté en capacidad de
convocar a todos los gobiernos de la región, y opte en cambio por ampararse
tras una lamentable muralla de prejuicios y opiniones no solicitadas. Además,
se trata de que esa incapacidad esté tan íntimamente asociada a la creciente
gravedad de sus problemas internos, que confirman el progreso del mal que
advertía José Martí en 1889 al señalar cómo en aquella sociedad lo que iba
“cambiando en lo real” era “la esencia del gobierno
norteamericano”, con lo cual
bajo los nombres viejos de republicanos y demócratas, sin más novedad
que la de los accidentes de lugar y carácter, la república se hace cesárea e
invasora, y sus métodos de gobierno vuelven, con el espíritu de clases de las
monarquías, a las formas monárquicas.[2]
Y en efecto, a lo interno del país anfitrión la cumbre fue valorada
sobre todo como un problema de política interior. Así, en ese campo tuvo
especial atención el hecho de que si bien el antecesor del convocante ya no
está en la presidencia- aunque quizás retorne en 2024, o quizás no -, la actual
administración ha mantenido a lo más reaccionarios de Miami y Texas a cargo de
las relaciones con nuestra América, los cuales hacen y harán todo lo posible
por enrarecerlas en función de sus propios intereses de política interior.
Y quien no puede imponer orden en casa, difícilmente podría hacerlo fuera de
ella.
La cumbre nos ha revelado también el tamaño de los dirigentes que han
venido madurando entre nosotros, como los presidentes de México, Argentina y
Honduras. Desde los tiempos de Raúl Roa en las Naciones Unidas en 1961 y de la
derrota del Área de Libre Comercio de las Américas en Mar del Plata, en 2005,
bajo el liderazgo de Néstor Kirchner y Hugo Chávez, no se había visto un revés
tan notable del anfitrión, que vio reducirse al nivel que merecían la
relevancia y los propósitos de su cumbre.
De todo esto se desprende un importante tema de reflexión ante los
azares de nuestro tiempo. La victoria obtenida por nuestra América en su
Cumbre, ¿tuvo un valor táctico o uno estratégico? Para quienes conocen la
historia de la derrota del fascismo por la Unión Soviética entre 1941 y 1945,
la Cumbre de nuestra América obtuvo una importante victoria táctica de gran
potencial estratégico, pues cabe compararla con la derrota de la primera ofensiva
alemana en la batalla de Moscú, que a su vez abrió paso a las victorias de
Stalingrado y del Arco de Kursk, como parte del proceso que finalmente
conduciría a la Operación Bagratión y la caída de Berlín.
Está en nosotros la capacidad de ese razonar, ejercido por Bolívar en
su tiempo, como por Martí en el nacimiento del nuestro, cuando nos decía ya en
1894 que.
En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder, - mero fortín de la Roma americana; - y si libres – y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora – serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio – por desdicha feudal ya, y repartido en secciones hostiles – hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo.
Y a eso añadía una reflexión de vasto alcance. “Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son sólo dos islas las que vamos a libertar”, nos dijo, para añadir enseguida:
¡Cuan pequeño todo, cuán pequeños los comadrazgos de aldea, y los
alfilerazos de la vanidad femenil, y la nula intriga de acusar de demagogia, y
de lisonja a la muchedumbre, esta obra de previsión continental, ante la
verdadera grandeza de asegurar, con la dicha de los hombres laboriosos en la
independencia de su pueblo, la amistad entre las secciones adversas de un
continente, y evitar, con la vida libre de las Antillas prósperas, el conflicto
innecesario entre un pueblo tiranizador de América y el mundo coaligado contra
su ambición.[3]
A tal grandeza aspiramos en nuestra América, del mismo modo que desdeñamos la nula intriga de acusar de demagogia populista a la empresa de servicio humano a la que nos debemos. Y la Cumbre de nuestra América nos pone otra vez en movimiento.
Alto Boquete, Panamá, 15 de junio de 2022
1] “Nuestra América”. El Partido Liberal,
México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales,
La Habana, 1975. VI: 15.
[2] José Martí: “La campaña electoral en los Estados Unidos”, La Nación, Buenos Aires, 28 de febrero de 1889. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XII: 135.