Por: Paco Moreno
Durante los setecientos ochenta años que duró
el dominio musulmán en partes de lo que los romanos llamaron Hispania, los
poemas escritos en la lengua culta (la del Profeta) solían incluir estrofas en
el habla popular de los sometidos. Estas estrofas derivadas del latín vulgar y
escritas mediante el alfabeto árabe, conocidas como jarchas, son las primeras
manifestaciones que nos han llegado de la convivencia o fusión de ambos
idiomas.
A medida que los cristianos del Norte fueron
apoderándose de los reinos musulmanes, iban imponiendo las bases de los
actuales idiomas romances de la Península (castellano, gallego-portugués y
catalán-valenciano-balear) muy contaminados por el habla de los andalusíes. Los
lingüistas calculan que sobreviven actualmente más de cuatro mil palabras
castellanas derivadas del árabe, tanto en nombres comunes como en topónimos.
Antes eran más. Si leemos libros antiguos como La Celestina o El Quijote
descubriremos algunas que ahora han caído en desuso.
Algunos de los arabismos más comunes son: algarabía, ojalá, aduana, alcalde, aceite,
azúcar, fideo, jarra, limón, sandía, zanahoria, algodón, marfil, alcohol, dado,
aldea, almohada, etcétera. Los topónimos árabes en la Península Ibérica son
numerosísimos. Todas las poblaciones llamadas Medina, Alcalá, Alcántara o Alcázar; todos los ríos cuyos nombres empiezan por Guad (Guadalquivir, Guadiana, Guadalete, Guadalhorce, etcétera), Tarifa, Algarbe, Gibraltar, etcétera,
etcétera.
Las jarchas mencionadas demuestran que el
pueblo que invadió Al Ándalus a partir del 711 también se contaminó del habla
de los invadidos.
Está claro que nuestro idioma procede de una
especie de patois, lunfardo o papiamento que hablaba el pueblo inculto de la
España medieval. Los pocos que sabían leer se expresaban en árabe o en latín.
Si en el mundo hispanohablante no dispusiéramos
de libros, centros de enseñanza y medios de comunicación, al idioma castellano
le habrían nacido en los últimos quinientos años tantos hijos como le nacieron
al latín desde la caída del Imperio Romano. Igual que no nos entendemos
franceses, italianos y españoles tampoco nos entenderíamos mexicanos,
argentinos y españoles.
Hoy vamos camino a crear una nueva escritura de
emoticones y abreviaturas, eliminación de tildes, signos de puntuación y hasta
de ortografía. La lluvia de anglicismos es imparable. No hay en nuestro país
negocio que se precie que no proclame nombre y actividad en inglés.
No hay abogado cuyas tarjetas de visita no
digan attorney-at-law debajo de su nombre; a la mayoría de las nuevas barriadas
les ponen nombres en inglés; palabras como man, OK, bye, marketing, stand,
casting, shower, bullying, teen-ager, fashion, pretty, full, look, delivery,
lipstick, hub, causeway, counter, mall, plywood, switch, clutch, flat y cientos
más son comunes en nuestro país y muchos que las pronuncian no saben su
equivalente en castellano y hay que decirlas en inglés para que las entiendan.
Los anglófonos también han copiado palabras
nuestras, como plaza, guerrilla, cargo, mosquito, cafetería, rodeo, aligator,
marina, armadillo, canasta, armada y cientos más.
Gran parte de los 60 millones de hispanos que
viven en los Estados Unidos hablan lo que se ha dado en llamar espanglish:
palabras inglesas adaptadas al castellano como taipiar (escribir a máquina),
janguear (salir a divertirse), estar redi (estar listo), marqueta (mercado),
rufo (techo), grosería (abarrotería), bil (factura) y muchas más.
El idioma inglés va a ser, si no lo es ya, la
lengua franca que tendremos que aprender todos los habitantes del planeta
Tierra para poder entendernos, pero no será la lengua de Shakespeare ni de
Faulkner; será un pidgin basado en el inglés clásico, pero con numerosos
añadidos de otros idiomas, entre ellos el nuestro. Algo parecido a la mezcla
que en la Edad Media fue el origen del castellano, pero a nivel mundial.
Amo tanto nuestro idioma que me he negado a
contestar los mensajes que recibo escritos con ese galimatías que está de moda.
Sin embargo, me temo que es inútil porque de este desorden que sufrimos
hoy surgirá más tarde o más temprano un idioma nuevo con nuevas normas, como
surgió el castellano del desorden mozárabe y los que defendemos la pureza del
idioma perderemos la batalla.