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La esperanza cristiana en tiempos de tribulación.


Por: Rev. Manning Maxie Suárez +

Los residentes de la república de Panamá, así como de todo el mundo hoy día, sienten miedo y desesperanza ante el avance constante y palpable del Coronavirus Covid-19, un virus que ya tiene más de 200 mil contagiados y más de 10 mil muertos en el mundo.  El temor y el pánico se reflejan en el rostro de nuestra gente en todos los lugares de las ciudades de la república desgraciadamente.  Vivimos momentos sumamente difíciles y angustiante, jamás pensamos que una situación que originalmente se diera en una ciudad llamada Wuhan en la China continental a finales del año 2019 y que se encuentra a miles de kilómetros de distancia, nos iba a impactar en nuestras vidas y actividades cotidianas cuatro meses después.

Ante una situación donde los reportes diarios que se dan, por los medios oficiales de comunicación, por parte del gobierno nacional los mismos nos presentan cifras en aumentos tanto de contagiados como de personas que han fallecidos ha causa de la pandemia.  Contagiados cerca de nuestras comunidades donde residimos y de fallecidos que por ser un país pequeño nos impactan pues de alguna manera u otra son personas conocidas.  No hay otra palabra, es una fatalidad que no todos estamos preparados para asumirla y vamos a necesitar más que una ayuda económica como actualmente se percibe.  La psiquis del que vive en nuestro país está poniendo al límite a todos los que a diario somos impactados por estos hechos.

Jesús de Nazareth, quien vivió y caminó, hace más de dos mil veinte años, dentro de un pueblo destruido por el imperio romano, dividido en sus intereses políticos y religiosos, gobernado sin piedad por Herodes Antipas el corrupto como lo señala el profeta Juan el bautista, vió como el pueblo judío se encontraba en total abandono, sin guía y sin esperanza.  Llegó a compararlo con un rebaño sin pastor. Un pueblo donde sus autoridades tanto políticas como religiosas no les interesaban el sufrimiento, la opresión y la desesperanza que vivían a diario solo les importaba la riqueza mal habida.  Por ello, a Jesús de Nazareth, no le quedaba otro camino que presentarse él mismo como la esperanza de los desesperados, la salud de los enfermos, la esperanza de los pobres, enseñando con amor una doctrina liberante para un pueblo oprimido por el sistema socio político, económico y religioso de su tiempo.

Estamos, sin duda alguna, en tiempos escatológicos.  Es decir, en los “últimos tiempos”, el “final de los tiempos” señalan algunos teólogos y filósofos cristianos, situación esta, que desborda el conocimiento del mundo y al hombre.  Obligándonos a todos los ciudadanos de esta “Casa Común”, a replantear todo lo que conocemos especialmente el significado de nuestra propia historia y sistema de vida.   Hoy lo que vemos, es a un Papa Francisco, recorriendo las calles de Italia rezando para interceder ante Dios por la salud de su pueblo y del mundo, imágenes que ha impactado en todos los medios de comunicación.  O, por otro lado, dando la bendición “Urbi et Orbi” que es la bendición papal dirigida a la ciudad de Roma y al mundo entero.  Lo mismo hacen los otros líderes religiosos de todo el mundo y de todas las religiones.

Hoy, creemos que la mayoría de nuestro pueblo, suplica una intervención directa de Dios en el acontecer diario en la vida de todos sus ciudadanos.  Pidiendo la sanación de las consecuencias que nos trae esta pandemia mundial a través del contagio del Covid-19 como de otras enfermedades igual de peligrosas.  Pero también, este pueblo le solicita al Dios misericordioso, su intervención directa para que el corazón de todos los hombres y mujeres sin excepción alguna, de esta como de otras sociedades del mundo, sean transformados por su amor, de manera que todos seamos más íntegros en nuestra manera de pensar hacía los demás y como coadministradores de los recursos del mundo que Dios ha creado.

San Pablo de Tarso, apóstol del primer siglo después de Cristo, señala en una de sus cartas más famosa, que es la primera carta a los Corintios escrita aproximadamente en el año 54 d.C., decía el mismo que: “Tres cosas hay que son permanentes: la fe, la esperanza y el amor; pero la más importante de las tres es el amor. (v.13) No tengo que ser un profeta para señalar lo que voy a decir, pero vivimos épocas donde se encuentran muchas personas con poca fe y mucho menos personas que creen en el amor al estilo de Jesús como estilo de vida.  Solo nos queda la esperanza.  Ahora si comenzamos a promover y consolidar estas tres cosas, no hay duda que juntos podremos contrarrestar la desesperanza de nuestros pueblos por la situación de la pandemia a nivel mundial.

Jesús dijo en un momento de su vida, casualmente viendo el sufrimiento de su pueblo: “28 »Vengan a mí los que estén cansados y agobiados, que yo los haré descansar. 29 Acepten mi enseñanza [a] y aprendan de mí que soy paciente y humilde. Conmigo encontrarán descanso. 30 Mi enseñanza es agradable y mi carga es fácil de llevar» (Mt. 11,28-30). Estoy seguro que si confiamos en sus palabras el milagro de sanación y redención de nuestro pueblo será una realidad.

Sacerdote.