www.religiondigital.org / 06.01.2020
En los últimos días y con motivo de las
elecciones para designar al presidente del gobierno en España, estamos
asistiendo a la demostración más patente de lo que es (y cómo funciona) una
religiosidad falsificada.
Es un hecho tan patente, que sería necesario
estar ciegos para no darse cuenta del lamentable espectáculo al que estamos
asistiendo. Y es que, como bien ha dicho el profesor de la Universidad de
Dortmund, Thomas Ruster, “la experiencia religiosa de todos nosotros ya no es
de fiar, porque nos remite a la falsa religión” (El Dios falsificado,
Salamanca, Sígueme, 2011, 228).
¿Por qué digo esto? Porque es chocante (e
indignante) que los partidos políticos y las instituciones religiosas, que
socialmente son considerados como los más religiosos –y en algunos casos, hasta
religiosos por vocación y profesión– esos precisamente son los que dicen y
hacen las cosas más irreligiosas que, en estos días precisamente, estamos
viendo, oyendo y palpando.
Y si no, ¿cómo se explica que quienes más
defienden la enseñanza de la religión en la escuela y en los planes de estudio,
ésos precisamente son los que más insultan a quienes se oponen a lo que ellos
dicen, los que más ofenden a sus adversarios, los que siembran más odio y
resentimiento? De lo que resulta que quienes más propugnan el cristianismo,
ésos son lo que demuestran comportamientos tan anticristianos, que, en
problemas que interesan o preocupan mucho a la gente, defienden y difunden lo
que más daña esa pobre gente. ¿No es eso un “religión falsificada”? Un cristianismo,
que siembra y propaga la división y el odio, eso podrá ser un “buen
fariseísmo”. Pero, de cristiano, ahí no hay nada. Eso justamente es lo que más
rechazó Jesús, como enseña insistentemente el Evangelio.
Y si de los políticos, pasamos a los obispos,
la situación (en buena parte de España, al menos), da pena. Y escandaliza. Hay
obispos que nos piden que recemos. ¿Cuándo? ¿Para qué? En pocas palabras:
porque ven amenazados sus privilegios y beneficios económicos. Los mismos
obispos que no han pedido oraciones cuando nos hemos enterado de los abusos que
se han cometido en el trato que se les ha dado a los niños, a las mujeres, a
los inmigrantes y a tanta gente que sufre indefensa. Los mismos obispos que han
hablado públicamente contra el papa Francisco. Los obispos que han ofendido a
los homosexuales y se han callado ante los corruptos.
El citado profesor Ruster, refiriéndose a lo
que sucedió en la Alemania nazi de la última guerra mundial, dejó escrito esto:
“El holocausto se produjo dentro de una cultura conformada por el cristianismo.
No solo los campos de concentración estaban ubicados cerca de los museos,
auditorios y bibliotecas…, sino que la mayoría de aquellos facinerosos habían
recibido durante años clases de religión cristiana, asistían con frecuencia al
culto divino y escuchaban sermones e instrucciones morales. Existió un
cristianismo que hizo posible Auschwitz, o al menos no lo impidió” (o. c., 32).
Por eso “hay que preguntarse ya en qué difieren la “providencia” de Hitler y su
“Todopoderoso”, por una parte, y Dios por otra”.
Si nos atenemos a los preocupantes números, en
el gobierno y el desgobierno, hay que preguntarse: ¿a dónde va España en este
momento? Y a la Iglesia, ¿qué futuro lo espera?