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“EE.UU. es un Estado canalla y el asesinato de Soleimani lo confirma”


Entrevista a Noam Chomsky

La decisión de Trump de asesinar a uno de los más importantes y respetados líderes militares de Irán, el general Qasem Soleimani, ha añadido otro nombre más a la lista de personas asesinadas por EE.UU. —al cual muchos ven como el mayor Estado canalla del mundo.

El asesinato ha disparado las hostilidades entre Teherán y Washington y ha creado una situación aún más explosiva en un Oriente Medio políticamente volátil. Como era de esperar, Irán ha prometido tomar represalias en sus propios términos por el asesinato de su general, a la vez que también ha anunciado que se retirará del acuerdo nuclear iraní. El Parlamento iraquí, por su parte, ha votado expulsar todas las tropas de EE.UU., pero Trump ha respondido con amenazas de sanciones si se obliga a EE.UU. a sacar sus tropas del país.

Como el intelectual de renombre mundial Noam Chomsky señala en esta exclusiva entrevista para Truthout que el primer objetivo de la política exterior estadounidense en Oriente Medio ha sido controlar los recursos energéticos de la región. Aquí Chomsky —profesor universitario emérito en el Instituto de Tecnología de Massachusetts y laureado profesor de lingüística en la Universidad de Arizona que ha publicado más de 120 libros sobre lingüística, asuntos internacionales, política exterior de EE.UU., estudios sobre medios de comunicación, política y filosofía— ofrece su análisis sobre el temerario acto de Trump y sus posibles efectos.

El asesinato estadounidense del comandante de la Fuerza Quds iraní ha reafirmado la antigua obsesión de Washington con Teherán y su régimen clerical, que data de finales de los 70. ¿De qué trata el conflicto entre EE UU e Irán? ¿y constituye el asesinato de Soleimani un acto de guerra?

Noam Chomsky: ¿Acto de guerra? Quizá podemos establecerlo como terrorismo internacional temerario. Parece que la decisión de Trump, por capricho, conmocionó a altos responsables del Pentágono que le dieron opciones, con base pragmática. Si queremos mirar más allá, podríamos preguntar cómo reaccionaríamos en circunstancias comparables.

Supongamos que Irán asesinara al segundo responsable más alto de EE.UU., su general más importante, en el aeropuerto internacional de Ciudad de México, junto al comandante de una gran parte del ejército de una nación aliada apoyado por EE.UU. ¿Sería eso un acto de guerra? Que lo decidan otros. Para nosotros basta con reconocer que la analogía es bastante justa y que los pretextos expuestos por Washington caen tan rápido al ser examinados, que sería embarazoso abordarlos.

Soleimani era muy respetado —no sólo en Irán, donde era una especie de figura de culto. Esto lo reconocen expertos estadounidenses sobre Irán. Uno de los expertos más prominentes, Vali Nasr (en absoluto una “paloma”, y que detesta a Soleimani) dice que los iraquíes, incluyendo los kurdos de Iraq, “no ven en él la figura nefasta que ve Occidente, sino que le ven a través del prisma de derrotar al Dáesh”. No han olvidado que cuando el enorme y fuertemente armado ejército iraquí, entrenado por EE.UU., se desplomó rápidamente, y la capital kurda de Erbil, después Bagdad y todo Iraq estaban a punto de caer en las manos del ISIS [también conocido como Dáesh], fueron Soleimani y las milicias chiíes iraquíes que organizó, las que salvaron el país. No es un tema pequeño.

Respecto a de qué trata el conflicto, los motivos de fondo no están ocultos. Controlar los extensos recursos energéticos de Oriente Medio ha sido desde hace mucho tiempo un principio fundamental de la política exterior de EE.UU.: controlar, no necesariamente usar. Irán ha sido central para este objetivo durante el período post-II Guerra Mundial, y su escapada de la órbita de EE.UU. en 1979 ha sido, en consonancia, intolerable.

La “obsesión” se puede rastrear hasta 1953, cuando Gran Bretaña —el señor de Irán desde que se descubrió allí petróleo— fue incapaz de impedir que el gobierno asumiera sus propios recursos e instó a la superpotencia global para gestionar la operación. No hay espacio para repasar el curso de la obsesión desde entonces en detalle, pero algunos hitos son instructivos.

Gran Bretaña recurrió a Washington de forma bastante reacia. Hacerlo significaba someter más de su antiguo imperio a EE.UU. y disminuir aún más hasta el papel de “socio menor” en la gestión global, como Exteriores reconoció con consternación. El gobierno de Eisenhower tomó el relevo. Organizó un golpe militar que derribó el régimen parlamentario y reinstaló al shah, restaurando la concesión de petróleo a sus manos legítimas, con EE.UU. asumiendo el 40% de la anterior concesión británica.

Es interesante que Washington tuviera que obligar a grandes empresas estadounidenses a que aceptaran este regalo; ellas preferían mantenerse en el más barato petróleo saudí (que EE.UU. había tomado de Gran Bretaña en una mini guerra durante la II Guerra Mundial). Pero bajo coerción gubernamental, se les obligó a aceptar: uno de esos inusuales pero instructivos incidentes que revelan cómo el gobierno a veces persigue intereses imperiales a largo plazo por encima de las objeciones del poderoso sector empresarial que, en general, lo controla e incluso provee de personal —con resonancia considerable en las relaciones EE.UU.-Irán en años recientes.

El shah procedió a constituir una dura tiranía. Fue regularmente citado por Amnistía Internacional como uno de los principales practicantes de la tortura, siempre con fuerte apoyo estadounidense a medida que Irán se convertía en uno de los pilares del poder de EE.UU. en la región, junto con la dictadura familiar saudí e Israel. Técnicamente, Irán e Israel estaban en guerra. En realidad, tenían relaciones extremadamente cercanas, que salieron a la luz públicamente tras el derrocamiento del shah en 1979.

Las relaciones tácitas entre Israel y Arabia Saudí están saliendo a la luz mucho más claramente ahora dentro del marco de la alianza reaccionaria que el gobierno de Trump está forjando como base para el poder estadounidense en la región: las dictaduras del Golfo, la dictadura militar egipcia e Israel, vinculados con la India de Modi, el Brasil de Bolsonaro y otros elementos similares. Una rara apariencia de una estrategia coherente en este gobierno caótico.

El gobierno de Carter apoyó con fuerza al shah hasta el último momento. Altos responsables estadounidenses —[Henry] Kissinger, [Dick] Cheney, [Donald] Rumsfeld— instaron a universidades estadounidenses (principalmente la mía, el MIT, por encima de la protesta de los estudiantes, pero con connivencia del personal académico) para ayudar en los programas nucleares del shah, incluso después de que dejara claro que estaba buscando armas nucleares. Cuando el levantamiento popular derrocó al shah, aparentemente el gobierno de Carter estaba dividido sobre si respaldar el consejo del embajador israelí de facto, Uri Lubrani, quien aconsejó que “Teherán puede ser tomado por una fuerza relativamente pequeña, determinada, despiadada, cruel. Quiero decir que los hombres que liderarían esta fuerza tendrán que ser orientados emocionalmente a la posibilidad de que tendrían que matar a 10,000 personas”. No funcionó, y pronto el ayatolá Jomeini tomó el poder sobre una enorme ola de entusiasmo popular, estableciendo la brutal autocracia clerical que todavía impera, aplastando las protestas populares.
Poco después, Sadam Hussein invadió Irán con fuerte apoyo estadounidense, sin que le afectase su recurso a armas químicas que causaron enormes bajas iraníes; sus monstruosos ataques de guerra química contra los kurdos iraquíes fueron negados por Reagan, quien quiso culpar a Irán y bloqueó la condena por parte del Congreso.

Finalmente, EE.UU. más o menos se impuso, mandando fuerzas navales para asegurar el control de Sadam del Golfo. Después de que el crucero portamisiles estadounidense Vincennes derribara un avión civil iraní en un corredor comercial claramente señalizado, matando a 290 pasajeros y volviendo a puerto entre grandes aclamaciones y premios por servicio excepcional, Jomeini capituló, reconociendo que Irán no podía luchar contra EE.UU. El presidente Bush entonces invitó a científicos nucleares iraquíes a Washington para formación avanzada en producción de armas nucleares —una amenaza muy seria contra Irán.

Los conflictos siguieron sin respiro, en años más recientes centrándose en los programas nucleares de Irán. Estos conflictos terminaron (en teoría) con el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) en 2015, un acuerdo entre Irán y los cinco miembros permanentes de la ONU, más Alemania, en el cual Irán aceptaba restringir considerablemente sus programas nucleares —ninguno de ellos programas de armas— a cambio de concesiones occidentales. La Agencia Internacional de la Energía Atómica, que lleva a cabo inspecciones exhaustivas, informa que Irán cumplió completamente con el acuerdo. La inteligencia estadounidense está de acuerdo. El tema suscita mucho debate, a diferencia de otra pregunta: ¿Ha observado EEUU el acuerdo? Aparentemente no. El PAIC declara que todos los participantes se comprometen a no impedir de ninguna manera la reintegración de Irán a la economía global, particularmente al sistema financiero global, que realmente controla EE.UU. A EE.UU. no se le permite interferir “en áreas de comercio, tecnología, financia y energía” y otros.

Aunque no se investiga estos temas, parece que Washington ha estado interfiriendo de manera constante.

El presidente Trump afirma que su efectiva demolición del PAIC es un esfuerzo para negociar una mejora. Es un objetivo que vale la pena, fácil de realizar. Cualquier preocupación sobre amenazas nucleares iraníes puede superarse mediante el establecimiento de una zona libre de armas nucleares (ZLAN) en Oriente Medio, con inspecciones exhaustivas como las implementadas con éxito bajo el PAIC.

Esto es bastante sencillo. El apoyo regional es abrumador. Los Estados árabes iniciaron la propuesta hace mucho, y siguen reclamándola, con el fuerte apoyo de Irán y los antiguos países no alineados (G-77, ahora 132 países). Europa está de acuerdo. De hecho, sólo hay una barrera: EE.UU., que de manera regular veta la propuesta cuando surge en las reuniones de evaluación de los países del Tratado de No Proliferación, la vez más reciente por parte de Obama en 2015. EE.UU. no permitirá la inspección del enorme arsenal nuclear israelí, ni siquiera admitirá su existencia, aunque no hay duda sobre él. El motivo es sencillo: bajo el derecho estadounidense (la Enmienda Symington), admitir su existencia requeriría finalizar toda ayuda a Israel.

Así que el método sencillo para acabar con la presunta preocupación sobre una amenaza iraní queda descartado y el mundo debe afrontar lúgubres perspectivas.

Ya que apenas se puede mencionar estos temas en EE.UU., quizás valga la pena reiterar otro asunto prohibido: EE.UU. y Reino Unido tienen una especial responsabilidad para trabajar para establecer una ZLAN en Oriente Medio. Están formalmente comprometidos a hacerlo bajo el Artículo 14 de la Resolución 687 del Consejo de Seguridad de la ONU, que invocaron en su esfuerzo de preparar cierta base legal débil para su invasión de Iraq, afirmando que Iraq había violado la resolución con programas de armas nucleares. Iraq no lo había hecho, como pronto fueron obligados a admitir. Pero EE.UU. sigue violando la resolución hasta ahora para proteger a su cliente israelí y para permitir a Washington violar el derecho estadounidense.

Hechos interesantes que, desgraciadamente, aparentemente son demasiado incendiarios como para ver la luz del día.

No tiene sentido repasar los años que siguieron en las manos del hombre “enviado por dios para salvar a Israel de Irán” [en referencia a Trump], en palabras de la figura seria del Gobierno, el secretario de Estado Mike Pompeo.

Volviendo a la pregunta original, hay mucho que contemplar respecto a de qué trata el conflicto. En una frase, en primer lugar. poder imperial, sin importar las consecuencias.

El término “Estado canalla” (ampliamente usado por el Departamento de Estado de EE.UU.) se refiere a la búsqueda de los intereses del Estado sin considerar los estándares de comportamiento internacional y los principios básicos del derecho internacional. Dada esa definición, ¿no es EE.UU. un ejemplo estelar de un Estado canalla? 

Noam Chomsky: Los responsables del Departamento de Estado no son los únicos que usan el término “Estado canalla”. También ha sido usado por prominentes politólogos estadounidenses —en referencia al Departamento de Estado-. No el de Trump, el de Clinton.
Durante la era de las atrocidades terroristas asesinas de Reagan en Centroamérica y la invasión de Iraq por Bush, reconocieron que para gran parte del mundo, EE.UU. estaba “convirtiéndose en la superpotencia canalla”, considerada “la única gran amenaza exterior para sus sociedades”, y que, “a los ojos de gran parte del mundo, de hecho, el principal Estado canalla hoy es Estados Unidos” (el profesor de Ciencias Políticas y asesor gubernamental Samuel Huntington; el presidente de la Asociación Estadounidense de Ciencias Políticas Robert Jervis. Ambos en la principal publicación del establishment, Foreign Affairs, 1999, 2001).

Después de que Bush tomara el relevo, se abandonaron las calificaciones. Se afirmó como hecho que EE.UU. “ha asumido muchos de los mismos rasgos de las ‘naciones canallas’ contra las que ha batallado”. Otros, fuera del pensamiento dominante en EE.UU., podrían pensar en palabras diferentes para el peor crimen del milenio, un ejemplo de libro de agresión sin pretexto creíble, el “supremo delito internacional” de Nuremberg.

Y otros, a veces expresan sus opiniones. Gallup lleva a cabo encuestas periódicas de opinión internacional. En 2013 (los años de Obama), preguntó por primera vez qué país es la mayor amenaza para la paz mundial. Ganó EE.UU.; ninguno más se acercó siquiera. Muy por detrás, en segundo lugar, estaba Pakistán, presumiblemente inflado por el voto indio. Irán —la mayor amenaza a la paz mundial en el discurso estadounidense— apenas fue mencionado. También fue la última vez que se hizo la pregunta, aunque no era necesario preocuparse mucho. Parece que no se ha informado de ello en EE.UU.
Podríamos reflexionar un poco más sobre estas cuestiones. Se supone que debemos venerar la Constitución de EE.UU., especialmente los conservadores. Por lo tanto, debemos venerar el artículo VI, que declara que los tratados válidos serán “la ley suprema de la tierra” y las autoridades deben estar obligados por ellos.
En los años de la posguerra, de lejos el tratado de este tipo más importante es la Carta de Naciones Unidas, instituida bajo iniciativa estadounidense. Prohíbe “la amenaza o uso de la fuerza” en los asuntos internacionales; específicamente, la cantinela común de que “todas las opciones están abiertas” respecto a Irán. Y todos los casos de recurso a la fuerza a menos que sea explícitamente autorizado por el Consejo de Seguridad o en defensa contra ataque armado (una noción interpretada de forma estrecha) hasta que el Consejo de Seguridad, que debe ser inmediatamente notificado, pueda actuar para acabar con el ataque.

Podríamos considerar qué aspecto tendría el mundo si la Constitución de EE.UU. se considerara aplicable a EE.UU., pero pongamos esa interesante cuestión a un lado, no, sin embargo, sin mencionar que hay una respetada profesión, llamada “juristas internacionales y profesores de Derecho”, que pueden explicar de forma culta que las palabras no significan lo que significan.

Iraq ha tenido problemas desde la invasión estadounidense de 2003 para mantener una situación equilibrada tanto con Washington como con Teherán. Sin embargo, el Parlamento iraquí ha votado, tras el asesinato de Soleimani, expulsar a todas las tropas estadounidenses. ¿Es probable que esto ocurra? Y, si ocurre, ¿qué impacto tendría en las futuras relaciones EE.UU.-Irán-Iraq, incluida la lucha contra el ISIS?

Noam Chomsky: No sabemos si ocurrirá. Incluso si el gobierno iraquí ordena a EE.UU. que se vaya, ¿lo hará? No es obvio y, como siempre, la opinión pública en EE.UU., si está organizada y comprometida, puede ayudar a proporcionar una respuesta.

Respecto a Daesh, Trump le acaba de dar nueva vida, igual que cuando le dio una carta de “sal gratis de la cárcel”, cuando traicionó a los kurdos sirios, dejándoles a merced de sus acérrimos enemigos Turquía y Asad después de que ellos hubieran cumplido su función de llevar a cabo la guerra contra ISIS (con 11.000 bajas, comparadas con media docena de estadounidenses). ISIS se organizó al principio con fugas de la cárcel y ahora es libre de hacerlo de nuevo.

A ISIS también se le ha dado un regalo de bienvenida en Iraq. El eminente historiador de Medio Oriente Ervand Abrahamian observa:
“El asesinato de Soleimani … en realidad ha proporcionado al ISIS una maravillosa oportunidad de recuperarse. Habrá seguramente una reaparición del ISIS en Mosul, en el norte de Iraq. Y eso, paradójicamente, ayudará a Irán, porque el gobierno iraquí no tendrá más elección que depender cada vez más de Irán [que lideró la defensa de Iraq contra la embestida del ISIS, bajo mando de Soleimani] para poder contener al ISIS … Trump ha salido del norte de Iraq, de la zona donde estaba ISIS, segando la hierba bajo los pies de los kurdos, y ahora ha declarado la guerra contra las milicias pro-iraníes. Y el Ejército iraquí no ha sido en el pasado capaz de tratar con el ISIS.

Así que lo obvio ahora es, ¿cómo va a afrontar el Gobierno iraquí el renacimiento del ISIS? … No tendrán más elección que en realidad depender cada vez más de Irán. Así que Trump en realidad ha debilitado su propia política, si quiere eliminar la influencia iraní en Iraq”. Como hizo W. Bush cuando invadió Iraq.

No deberíamos olvidar, sin embargo, que el enorme poder se puede recuperar del atontamiento y el fracaso —si la población interna lo permite.

Putin parece haber superado tácticamente a EE.UU. no sólo en Siria, sino en cualquier sitio en el frente de Oriente Medio. ¿Qué busca Moscú en Oriente Medio, y cuál es tu explicación para a la a menudo infantil diplomacia mostrada por Estados Unidos en la región y de hecho en todo el mundo?
Noam Chomsky: Un objetivo, sustancialmente conseguido, era ganar control de Siria. Rusia entró en el conflicto en 2015, después de que las armas avanzadas suministradas por la CIA a los ejércitos principalmente yihadistas hubieran detenido a las fuerzas de Asad. Los aviones rusos cambiaron la situación, y sin preocuparse por el increíble número de víctimas civiles, la coalición apoyada por Rusia ha tomado el control de la mayor parte del país. Rusia es ahora el árbitro externo.

En los demás sitios, incluso entre los aliados de Washington en el Golfo, Putin se ha presentado, aparentemente con cierto éxito, como el actor externo digno de confianza. La diplomacia (si esa es la palabra correcta) de elefante en cacharrería de Trump está ganando pocos amigos fuera de Israel, al cual está prodigando regalos, y los demás miembros de la alianza reaccionaria que está tomando forma.

Cualquier idea de “poder suave” (soft power) ha sido más bien abandonada. Pero las reservas estadounidenses de poder duro son enormes. Ningún otro país puede imponer duras sanciones a voluntad y obligar a terceras partes a respetarlas, bajo coste de expulsión del sistema financiero internacional. Y, por supuesto, nadie más tiene cientos de bases militares por todo el mundo o algo como el poder militar avanzado y la capacidad de recurrir a la fuerza a voluntad y con impunidad que tiene Washington. La idea de imponer sanciones contra EE.UU., o cualquier cosa más allá de la crítica tibia, roza lo grotesco.

Y así es probable que siga, incluso cuando “a los ojos de gran parte del mundo, de hecho, el principal Estado canalla hoy es Estados Unidos”, considerablemente más que hace 20 años, cuando se pronunciaron estas palabras, a menos y hasta que la población obligue al poder del Estado a seguir un camino diferente.