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Tanto se hablaba de Chile. Que era el milagro,
el modelo a seguir, el ejemplo mundial, el crecimiento en democracia. En fin,
no faltaron los adjetivos para mostrar al país del cobre como la bonanza del
tercer mundo. Y lo hacían ver hasta la majadería que los chilenos y buena parte
de latinoamericanos se creyeron este cuento.
En efecto, se había integrado a la OCDE como
país casi desarrollado. Ya no era una nación en vías de desarrollo, eso era
para otros países de la región, pero nunca para Chile. Todas esas alabanzas se
coronaron con la frase del desprestigiado presidente chileno, el
neopinochetista Sebastián Piñera (tiene un 13% de aprobación) al catalogarlo
como un “oasis” en nuestra convulsionada América Latina.
Llamaba al coro mundial de inversionistas y
saqueadores a invertir en Chile, como el modelo de estabilidad mundial. Pero
como la vida nos da sorpresas y nos enseña siempre que más vale ser humilde que
arrogante, toda esta maravilla se vino abajo una semana después de tildar a
este modelo neoliberal implantado en dictadura a sangre y fuego como exitoso.
Al final la crisis le explotó en la cara y no
tenía más argumentos que la represión y muerte. Todo se tradujo al declararle
la guerra al pueblo chileno y tildarlo de “enemigo poderoso e implacable”.
El “modelo chileno” como lo calificaron los
economistas a nivel mundial, ya venía dando alertas de la debacle que se cernía
sobre este país. Todas las alertas estaban a mano y no pueden desconocer o a
estas alturas repetir con ingenuidad de que no se habían dado cuenta.
Todos lo sabían, pero no lo querían reconocer.
Ya hace más de dos años que la Cámara Chilena de la Construcción había
advertido que los precios de las viviendas y departamentos habían alcanzado su máximo
precio, lo cual hacían inalcanzables para las futuras familias.
Avisaba que había que regular pronto el mercado
inmobiliario para que después no se hiciera insoportable el precio desmedido. Nadie
quiso hacer nada, aunque las advertencias estaban a mano. Todos los agentes
relacionados con el rubro lo sabían.
Los trabajadores y obreros de la construcción
repetían hasta el cansancio que todos los productos más esenciales y básicos
que componían su vida diaria iban subiendo sin ninguna regulación y su sueldo
cada mes le alcanzaba para menos. Los sueldos se congelaban año tras año,
mientras las constructoras e inmobiliarias sumaban utilidades muchas veces
obscenas que terminaban por violentar la conciencia de los trabajadores.
Dentro de esos productos de primera necesidad
estaba la locomoción colectiva y para paliar esta merma en su economía familiar
cada vez se hacían evasiones. Las estadísticas del gobierno señalaban que
cuando empezó el Transantiago hasta este año casi un tercio de los santiaguinos
no pagaba su pasaje. ¿No era esto también una advertencia para las autoridades?
¿No lo vieron o no lo querían ver?
Todas las respuestas ante lo afirmado era más
represión, más control de la policía y nunca se vieron las causas del problema.
Era una crisis social en ciernes. Ante la evasión de los pasajes del
Transantiago pusieron controladores y carabineros y más multas. Algo que, por
supuesto no iban a pagar ya que, si no había dinero para cargar las tarjetas
BIP, menos iba a ver dinero para pagar las multas.
A nivel de jóvenes que habían egresado de
alguna Universidad con CAE (Carga Anual Equivalente, es un índice que se
utiliza en Chile para comparar las alternativas de créditos ofrecidos por
distintas entidades financieras bajo las mismas condiciones), estos al estar
endeudados no podían entrar al sistema financiero o no se podían bancarizar.
Cada año ingresaban cerca de un millón de ellos
buscando trabajo, pero al estar endeudados por años debían buscar alternativas
en el mercado informal o pedir prestadas las tarjetas de crédito a su círculo
cercano. No podían comprar una casa o departamento o no podían comprar en el
retail. Estas cifras de cesantes ilustrados y no ilustrados crecían año a año,
pero los “economistas y los expertos” no se daban cuenta o mejor dicho no
querían darse cuenta.
A nivel familiar las mujeres postergaban su
maternidad y hasta renunciaban a ella por la carestía que significa tener hijos
en este ‘paraíso neoliberal’ llamado Chile. Cada año disminuía el número de
hijos por familia. En el año 1960 el promedio era 6,7 hijos y el año 2018 fue
de 1,3 hijos por familia.
Es decir, ni siquiera existía la tasa de
reemplazo de los padres. Esto significaba que el país envejecía y se estancaba,
pero dale con los “expertos” que Chile es una economía sana, robusta y exitosa.
Todos estos indicadores nos decían que íbamos derecho al despeñadero, pero hay
que volver a repetir, no lo sabían o no lo querían saber.
Las pensiones cada vez se hacían más miserables.
Los adultos mayores tenían jubilaciones en promedio de $110 mil y cada año
ingresaban más adultos al sistema informal de préstamos para salir de su
miseria. Cerca de dos millones de chilenos salieron a marchar hace años por el
término de las AFP en concentraciones familiares, multitudinarias, llenas de
alegría y esperanza.
Marchas pacíficas por supuesto, tal como les
gusta a la derecha y a la clase dirigente de las tendencias políticas de centro
(derecha disimulada) ¿Que sucedió después de este clamor popular? Nada. Se
rieron de todos y siguieron defendiendo lo indefendible. Las famosas
Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) fueron las verdaderas saqueadoras
de los sueños y esperanzas de los chilenos y por cierto las creadoras de la
miseria de los adultos mayores.
Si después hasta el Estado tuvo que lanzarles
un salvavidas al crear la pensión solidaria, es decir lo que no pudieron hacer
la “eficiencia” de la empresa privada lo suplió el Estado. Estado del que tanto
reniegan los “economistas y expertos”. Toda esta alerta se había conocido, pero
seguían con su porfía de salvar a las tristemente célebres AFP.
Todos, desde la Concertación (coalición de
partidos de izquierda y centro-izquierda) hasta la derecha, todos se
mimetizaron y se camuflaron en el tejido del engaño. Por supuesto que se daban
cuenta y no hicieron nada y no han hecho nada hasta ahora.
Como todo en la historia existe un punto de
inflexión, tuvieron que ser los jóvenes los que mostraron el camino nuevamente.
Con la evasión masiva como protesta por el alza de los pasajes del metro,
demostraron que no eran 30 pesos, eran 30 años de contubernio entre la derecha
y la Concertación.
Eran 30 años de saqueos de los recursos
naturales, eran 30 años de represión y muerte, tanto a los chilenos como a los
indígenas mapuche. Eran 30 años de rabia contenida.
Al final tal como los exploradores, los beduinos
o los viajeros necesitaban encontrar un lugar en el desierto donde recobrar sus
fuerzas y beber agua, empezaban a perder la conciencia y deliraban. Asimismo se
encontraron los chilenos, con este espejismo que ha durado largos 30 años.
(¿Y los datos macroeconómicos? ¿A
quién va la ganancia del cobre? ¿Y los regalos de tierras a las
transnacionales? ¿Y la constitución pinochetista? ¿Y la represión constante a
mapuches? Faltan datos para ilustrar esos 30 años de rabia)