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Desde antes de que estallara la rebelión
de abril de 2018, el FSLN había venido operando según la irónica frase de
Bertolt Brecht: “Este pueblo no nos conviene, disolvámoslo y elijamos otro.”
Ortega hablaba –y todavía habla– a un pueblo que asume antiimperialista, aunque
su gobierno en parte se sostenga de forma indirecta gracias a las remesas que
nicaragüenses generan en el corazón de ese imperio tan temido, siempre más
seguro y con mejor paga que el cielo por Ortega prometido.
Roberto Rivas le construyó una Asamblea
Nacional a la medida de sus ambiciones, con una distribución de escaños que
reflejaba el pueblo que Ortega querría tener y no el abstencionismo que lo
había repudiado en las elecciones de 2016.
Durante trece años, Rosario Murillo ha
hablado a un pueblo sandinista que imagina ubérrimo, mientras reparte
improperios y sobrenombres al pueblo que disolvió y quisiera convertir, con el
poder de la palabra, en minúsculos, hongos, bacterias, puchitos, pelagatos,
pedazos de odio… y decenas de otros insultos de una retahíla que ha dado la
vuelta al mundo como muestra del trato que el pueblo real recibe de su
vicepresidente.
Ortega y Murillo han intentado disolver al
pueblo real y crear un pueblo imaginario que los respalda y escucha con arrobo.
Este es uno de los rasgos más temibles del totalitarismo: la negación del
pueblo de carne y hueso –el “vulgo errante, municipal y espeso”, que decía
Darío– para poner en su lugar un pueblo ideal que se ajuste a los sueños de los
tiranos, una masa estática, perfumada y gelatinosa. Ahí radica el pánico a las
marchas cívicas cuya masividad dio un estruendoso mentís a la propaganda
gubernamental del pueblo idealizado.
Esto ocurre cuando los regímenes
totalitarios suelen estar gobernados por ególatras que orientan sus decisiones
por el principio del placer: la satisfacción de los deseos de forma inmediata y
con independencia de las constricciones del entorno. Las personas adultas, y la
política, operan según el principio de realidad, donde la satisfacción –la
victoria política, la imposición de los intereses grupales– ya no se obtiene
por los caminos más cortos, sino atendiendo a las condiciones impuestas por el
mundo exterior. Y entonces es preciso
escuchar y negociar.
La frase de Brecht fue proferida por un
déspota que se atiene al principio del placer: disuelve la realidad y construye
el pueblo que le da placer. Esa ha sido la política del orteguismo: disolver la
realidad y elegir lo complaciente, machacar al pueblo de la realidad y soñar
con un pueblo sometido, repudiar a las contrapartes que el entorno les impone y
crear las instituciones de sus sueños. Y los sueños, sueños son.
El gobierno de Ortega y Murillo no ha
cesado de impulsar instituciones que cubran de sombras la rebelión y se le
sometan. Tras las masacres de abril a octubre de 2018, el gobierno rechazó el
monitoreo del atropello a los derechos humanos de comisiones independientes
nacionales e internacionales. Creó su propia comisión de la verdad, con su
verdad a la carta, exhumando una serie de personalidades que en su mayoría
abandonaron la vida pública hace décadas y que ahora le pagaron viejas y nuevas
deudas de servicios médicos en Cuba y otras prebendas poniendo al servicio del
crimen el poco prestigio que les quedaba.
Pintas en Managua contra el gobierno
de Daniel Ortega. Carlos Herrera | CONFIDENCIAL.
La segunda versión de la Alianza Cívica
tuvo una sobrerrepresentación del empresariado, que el orteguismo alentó
aprovechando el traslape entre sus intereses y los de un sector del gran
capital: estabilidad al menor costo y en el menor plazo posible. Ortega nunca
quedó satisfecho con la pleitesía que algunos de sus miembros le rindieron a la
delegación gubernamental y a sus abusos, pese a que los miembros más
complacientes llegaron al extremo de reconocer legalidad a juicios amañados e
incluso a secuestros que no respetaron el mínimo protocolo de una detención
policial. Eso fue lo que hicieron indirectamente cuando explicaron a los
periodistas que las liberaciones de presos políticos iban a avanzar con cautela
porque la ley exigía la revisión de cada caso particular y la determinación de
cuáles procedimientos eran pertinentes.
Sin embargo, no fue suficiente. La Alianza
Cívica real no logró el nivel de sumisión que Ortega esperaba de una
contraparte hasta cierto punto ajustada a su autarquía. Ni siquiera la OEA, que
también le dio en Luis Ángel Rosadilla al interlocutor idóneo, logró
convertirse en una OEA placentera. Y tampoco la Unión Europea: la semana pasada
Ortega lanzó diatribas sobre el Josep Borrell real de 2019, Ministro de Asuntos
Exteriores de España, por haber dejado de ser el Borrell ideal de los años 80.
La más reciente zancada por ese peligroso
sendero de sustituciones de lo real por lo placentero ideal fue la creación de
un consejo empresarial ad hoc: debido a que el COSEP real no les conviene,
había que disolverlo y elegir otro. Así fue como nació Aprodesni: Asociación de
Promoción al Desarrollo y Sostenibilidad de Nicaragua. Cinco cámaras y 360
firmas ahí se congregan, propiedad de unos empresarios que, si en verdad lo
fueran, no precisarían adherirse a la ubre sandinista para sobrevivir en tiempo
de vacas flacas. Sus cabecillas –si es que aplica la expresión- son Leonardo
Zacarías Corea (representante de la constructora Corasco, contraparte
privilegiada del Ministerio de transporte e infraestructura bajo el sandinismo)
y Juan López Caldera (vende pollos del Mercado Oriental). Su papel será
presentarse como el lomo sumiso del capital, rechazando paros generales y
escenificando la farsa de un apoyo empresarial al orteguismo, como ya lo
hicieron en mayo del presente año, aunque entonces pasaran muy desapercibidos
por no haber sido presentados en sociedad vestidos de Ong, que es la figura
jurídica que les concedió el mismo gobierno enfrascado en disolver a las Ong
que no le convienen. Aprodesni está destinado a ser el príncipe azul que el
Cosep dejó de ser, harto de darle besos a un sapo que en lugar de convertirse
en bella princesa se transmutó en ogro avaro y cruel.
El orteguismo avanza disolviendo
realidades y construyendo sueños placenteros. A medida que ensancha la brecha
entre el país real y el de sus aspiraciones rosachicha,
la polarización se agiganta y merman sus capacidades de gobernar un país y una
diplomacia internacional que decidió ignorar y repudiar, aferrándose al
principio del placer. El control que añora, con un leve barniz de normalidad,
no puede ser consumado porque también para reprimir se precisa un conocimiento
detallado, a fin de no errar en las proporciones ni en el cuándo, cómo y dónde.
Las persecuciones de globos y colegiales son palos de ciego que asestan
policías desvelados, asoleados y confundidos por órdenes oscilantes y una
política de intolerancia absoluta, y esa total carencia de sentido del humor
que caracteriza al poder que se tambalea.
Estudiantes
durante el cuarto día de protestas en contra Daniel Ortega. EFE | Jorge Torres.
La rebelión de abril, cuya chispa inicial
fue el incendio en una remota reserva y luego una reforma a la seguridad social
cuya impopularidad saltaba a la vista, demostró que el orteguismo no conoce al
pueblo. Dejando a un lado el principio de realidad, no supo hasta dónde
apretar. El respaldo que la Conferencia Episcopal dio a la rebelión –recordemos
que monseñor Abelardo Mata inauguró el diálogo diciendo que estábamos ante una
“revolución cívica”– sacó a la luz que haber amaestrado al cardenal Obando y
Bravo, haciéndolo perejil de todos los actos del gobierno a los que se dejó
arrastrar, no era más que una lamentable táctica para elegir a un jerarca
retirado y desconocer a los obispos inconvenientes e imposibles de disolver.
Esta estrategia –llamémosla así, con
derroche de generosidad– de disolver lo real y elegir lo placentero, ha ido
empujando hacia posiciones más antisandinistas a personajes que hasta hace
pocos meses –incluso después de la rebelión de abril– no eran más que
opositores tibios e incluso simpatizantes oportunistas. Los consejos que dice
haber dado el magistrado Rafael Solís antes de poner su renuncia no fueron la
voz de la decencia ni la conciencia, sino un desoído llamado del principio de
realidad. Tal vez el último.
Negando la patria rebelde y soñándola
sumisa y doblegada, el FSLN está construyendo castillos en el aire en los que
piensa habitar y llegar al 2021 para elegir a otro pueblo. Hasta que el pueblo
real y la presión internacional real, cuyas existencias niega por principio, se
le impongan como condiciones objetivas del principio de realidad.