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La Región Administrativa Especial de Hong
Kong (RAEHK) protagonizó el verano político en China. Aunque en septiembre,
tras meses de importantes y persistentes movilizaciones, la situación dio un
giro hacia una mayor calma relativa, las perspectivas siguen siendo sombrías y
complejas. Si bien las autoridades locales y centrales apuestan por abrir vías
de diálogo con los sectores opositores, estos denuncian el carácter cosmético
de una propuesta que solo aspiraría a dividir y diluir la movilización. El apelo
a una mayor implicación internacional es rechazado de plano por Beijing y al
igual que el recurso a la exhibición de banderas de la vieja potencia imperial
(así como de Estados Unidos) suscita perplejidad y amplio rechazo en China.
El
origen
Un hongkonés buscado en Taiwán por el
presunto asesinato de su novia en Taipei huyó de la justicia por dos razones:
una, los crímenes extraterritoriales no son punibles según la ley de la RAEHK;
dos, no existe un acuerdo formal de extradición entre Hong Kong y Taiwán pues
las actuales ordenanzas sobre delincuentes fugitivos y la de asistencia
judicial recíproca en asuntos penales no se extiende a Taiwán. Esta
circunstancia justificaría, con toda lógica, el impulso de una normativa que
facilitaría la entrega desde y hacia Taiwán y, por extensión, hacia y desde
China continental. El problema radica en la diferente configuración de los
sistemas judiciales ya que el del continente se considera menos imparcial y
también menos garantista.
Pese a la racionalidad del problema a
afrontar, el conflicto se desbordó al servir de catalizador de otras tensiones
que llevan tiempo anidando en la ex colonia británica. Dicha suma derivó en la
participación en masa de miles de hongkoneses poniendo contra las cuerdas al
gobierno local y en causa las políticas del gobierno central para la región, en
especial la pervivencia de la propia autonomía y la subsistencia última y
efectiva del principio “un país, dos sistemas”.
Las
demandas democráticas
Por tanto, si bien el proyecto de ley de
extradición estaba en el origen de la protesta, pronto derivó hacia una
plataforma reivindicativa más amplia, apuntando a la democratización y la
defensa de la autonomía local como ejes principales de una movilización que
aglutinó ya no solo a estudiantes sino también a otros colectivos,
habitualmente ausentes, en una expresión masiva de descontento. Si las primeras
manifestaciones a mediados de junio abogaban por la retirada del proyecto, tres
meses después, tras el anuncio de su abandono, las “cinco demandas” (además del
desistimiento, una investigación independiente, amnistía, no tipificación de
las protestas como disturbios y democratización) pasaron a primer plano.
Ninguna de ellas parece fácil de aceptar, al menos en su formulación inicial,
por parte de las autoridades locales.
El hilo de tensión establecido entre las
demandas de los colectivos más implicados y las posiciones oficiales augura un
largo pulso en el que la progresiva desmovilización de unos y la radicalización
de otros puede hacer colapsar la protesta.
La
política continental hacia Hong Kong y la “sexta demanda”
Deng Xiaoping ideó la fórmula “un país,
dos sistemas”, entre otros, para acentuar la previsibilidad de la política
china tras décadas de convulsiones internas. Fue concebida para resolver el
problema de Taiwán, pero se aplicó primeramente en Hong Kong y, dos años más
tarde, en Macau, convirtiéndose en una expresión de pragmatismo y buena fe que
podría permitir alcanzar el objetivo histórico de la reunificación por medios
pacíficos y de forma no traumática.
El impulso de Deng primó en las décadas
siguientes. Más recientemente, los cambios introducidos en la política china
por el presidente Xi Jinping también han afectado a Hong Kong. En 2013, el
Consejo de Estado dio a conocer un libro blanco sobre la RAEHK en el cual,
entre otros, apelaba a reforzar la conciencia patriótica de los hongkoneses y
muy especialmente de los jueces, lo que fue interpretado por algunos como un
cuestionamiento de las previsiones establecidas en los artículos 85 y 88 de la
Ley Básica de la RAEHK que abundan en la preservación de la independencia del
sistema judicial local.
El fiasco de la reforma electoral en 2014
con el rechazo a la creación de un “comité de nominaciones” de los candidatos a
Jefe Ejecutivo, mostró los límites de unas reformas que ya avizoraban un
horizonte de liquidación, el de 2047, cuando finaliza formalmente el compromiso
de vigencia de los “dos sistemas”. En 2017, una ley de himnos tipificaba como
delito cualquier falta de respeto a la Marcha de los Voluntarios. Y el
posterior secuestro de libreros en un intento por censurar y controlar la
industria editorial de la RAEHK reafirmaba una tendencia hacia prácticas más
autoritarias que hacían peligrar el más favorable clima de Hong Kong en este aspecto.
El intervencionismo central en asuntos
sensibles se completó con importantes apoyos económicos: desde un trato fiscal
preferencial a proyectos de gran envergadura como la creación del área de la
Gran Bahía Guangdong-Hong Kong-Macao. A pesar del auge de Shanghái o Shenzhen,
los intereses generales de las elites locales estaban preservados y Hong Kong
permanecería firmemente anclado en la economía continental.
No obstante, la pasión y la iniciativa
exhibida por las autoridades centrales a la hora de promover ciertas reformas
no se ha extendido a otros ámbitos. En 2020, cuando China previsiblemente
anuncie que ha erradicado la pobreza en el país, se dará la paradoja de que en
Hong Kong, con una renta per cápita cinco veces superior, uno de cada cinco ciudadanos
seguirá viviendo por debajo del umbral de la pobreza. La desatención a las
problemáticas sociales (ingresos, vivienda, educación, etc.), evidentes en el
agravamiento de una desigualdad galopante, debería formar parte inexcusable de
la autocrítica oficial. Y llama la atención que no figure como “sexta demanda”
de la plataforma de los colectivos movilizados.
El problema territorial chino
Hong Kong es expresión de la complejidad
del sistema político-territorial chino, articulado sobre la base de municipalidades
dependientes directamente del gobierno central, provincias, regiones autónomas,
etc. Conocidas son las tensiones nacionalistas en Tibet o Xinjiang,
fundamentalmente. En Macau también surgen algunos movimientos políticos de
signo desafiante como New Hope, si bien intrascendentes en la actualidad.
Pero
el mayor reto en este sentido es Taiwán.
Los efectos de la más reciente crisis de
Hong Kong en Taiwán son notorios. En noviembre pasado, el soberanista
Minjindang cosechó una fuerte derrota en las elecciones locales, ganadas por el
Kuomintang, partidario de la unificación, aunque no implementada sobre la base
de “un país, dos sistemas”. En enero, Xi Jinping recordó el Mensaje a los
compatriotas de Taiwán que Deng pronunció en 1979, revalidando la invariabilidad
del camino trazado; en suma, habrá reunificación cueste lo que cueste, incluso
por la fuerza llegado el caso. La sensación de inseguridad suscitada resucitó
la popularidad de la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen. Los sucesos de Hong
Kong aportaron más valor a ese repunte, de forma que hoy encabeza las encuestas
de cara a las elecciones presidenciales y legislativas de enero de 2020.
Mientras Xi reclama más velocidad en la senda de la reunificación, con el
horizonte de 2049 como frontera simbólica, la impaciencia se puede volver en su
contra.
Las tensiones con los Estados Unidos
La crisis política que atraviesa la RAEHK
se ha convertido en otro factor más de tensión en las relaciones
sino-estadounidenses. Así se ha puesto de manifiesto en las declaraciones de
líderes, pronunciamientos oficiales, iniciativas legislativas, etc. promovidas
desde la Casa Blanca. Los cabezas visibles de la protesta hongkonesa fueron
acogidos en Washington (y Berlín) con los brazos abiertos, provocando la
condena de las autoridades en Beijing.
Hong Kong se reafirmó así como una pieza
más de la pugna estratégica (económica, comercial, financiera, tecnológica,
militar, etc.) que enfrenta a la primera y la segunda economía del mundo. Por
la democracia, Washington parece dispuesto a “poner toda la carne en el asador”
cuando se trata de China, su rival, pero no cuando se trata de países amigos
(Arabia Saudita, por citar alguno) con peores registros democráticos incluso.
En este contexto, China denunció la activa
interferencia exterior manifestada en la implicación directa de personas y
entidades en el fomento de graves desórdenes que en cualquier país habrían
desatado una ola fuerte represión (basta comparar con la Francia de los
chalecos amarillos). China, no obstante, fue capaz de mantener la sangre fría y
evitar un desenlace trágico que la desprestigiaría en todo el mundo y serviría
de pretexto para una campaña de demonización y boicot que pondría en serio
peligro su actual estrategia exterior.
Xi Jinping y “el arte de la lucha”
En un discurso en la Escuela Central del
Partido a primeros de septiembre, Xi apeló a los dirigentes chinos a “saber
dominar bien el arte de la lucha” al haber entrado el país en un periodo
repleto de riesgos y en el cual se debe estar preparado para afrontar
acontecimientos inesperados. Hong Kong estaba en la mente de todos los
presentes. En el exterior, no faltó quien rápidamente interpretó esa
aseveración como una declaración de antagonismo radical con todos aquellos que
intenten impedir su emergencia en el panorama internacional. Sin embargo,
cabría considerar que, por el contrario, la expresión alude en lo esencial a la
necesidad de “tener cintura” para encajar y gestionar los acontecimientos
inesperados con flexibilidad, sin caer en confrontaciones totales y abiertas.
Se diría que, por fortuna, la manera en
que China ha encarado la crisis de Hong Kong otorga más credibilidad a esta
última visión.
Xulio Ríos es director del Observatorio de
la Política China