www.religiondigital.org / 27.10.2019
Por las noticias, que nos van llegando
sobre el Sínodo de la Amazonía, aunque se sabe que se han tomado decisiones
positivas sobre el diaconado permanente de la mujer, también es cierto que las
mujeres no han podido ni votar al tomar las decisiones que les afectan. Por eso
digo sinceramente y con todo respeto, pero también con profundo dolor, afirmo
que las noticias que nos llegan del Sínodo son malas noticias. ¿Por qué?
Porque, por más buena y positiva que sea
la esperanza de una futura “sinodalidad” constitutiva de la futura Iglesia, así
como le esperanza en la ordenación presbiteral de hombres casados, mientras la
Iglesia no reconozca y ponga en práctica la igualdad, en dignidad y derechos,
de mujeres y hombres, esta Iglesia nuestra dejará y abandonará a más de la
mitad de la población mundial marginada, humillada y despreciada, carente de
los mismos derechos y de la misma dignidad que se les reconocen a los hombres.
Pero no es esto lo más negativo y doloroso
en este asunto. Lo peor y lo más grave de todo es que la Iglesia, al proceder
de esta manera, en realidad lo que hace es deshumanizarse a sí misma, al no
reconocer ni aceptar la plenitud de la condición humana, en la misma plenitud y
con la misma dignidad y derechos en las mujeres que en los hombres.
Una institución que hace esto, por eso
mismo se queda fuera de los contenidos más elementales de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos. Y si esta Iglesia que tenemos, con todas sus
ortodoxias y fidelidades dogmáticas, no acepta los Derechos Fundamentales de
los seres humanos, de todos por igual, ¿con qué autoridad y credibilidad va a
predicar por el mundo un Evangelio que enseña a gritos que “los últimos tienen
que ser los primeros” (Mt 20, 16; 19, 30 par) y que, en su comunidad de
seguidores, el que “quiera ser grande y situarse sobre los demás, tendrá que
hacerse esclavo (“doûlos”) de todos (Mt 20, 26-27 par).
No olvidemos que no es lo mismo la
“diferencia” que la “desigualdad”. La diferencia es un “hecho”, mientras que la
igualdad es un “derecho”.
La
mujer y el hombre son diferentes. Eso es un hecho. Pero la mujer y el hombre no
son desiguales. Esto es un derecho. Ahora bien, lo más terrible y violento,
que ha hecho la Iglesia, ha sido permitir que las mujeres se vean abandonadas
“al libre juego de la ley del más fuerte”, marginando el tema determinante del
Evangelio, que no puede quedar reducido a una “creencia religiosa”, sino que,
además de eso, tal creencia se acepta y se toma en serio cuando se traduce en
un “derecho fundamental”, es decir, cuando la creencia que nos presenta Jesús
de Nazaret, relativa a la igualdad de todos, se traduce en “la ley del más
débil” (Luigi Ferrajoli). Mientras esta ley no se traduzca en un derecho y un
deber, que jurídicamente obliga a todos los seres humanos por igual, seguiremos
siendo infieles al Evangelio y a la humanidad.
Es verdad que, en el judaísmo y en las
cartas de Pablo y posteriores a Pablo (Ef, Col, Pastorales), se describen
situaciones de inferioridad de las mujeres en la sociedad y en el imperio. Pero
no olvidemos que el documento y el hecho determinante para la Iglesia es el
Evangelio, del que he dicho cómo hay que plantear y resolver este asunto.
Además, las costumbres y las normas del Derecho Romano no pueden ser, en ningún
caso, los criterios que decidan los derechos y deberes de los cristianos de
todos los tiempos.
Y termino. La presencia de la mujer en la
sociedad y en la convivencia de los humanos es y será más decisiva cada día. Si
la Iglesia no toma en serio la solución al problema de la desigualdad entre
mujeres y hombres, el futuro que espera a las generaciones futuras será cada
día más problemático y oscuro. Pero no para las mujeres, sino para la Iglesia.