Mario Enrique De León
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La conquista moderna del agua inició en el
siglo décimonono junto con la expansión capitalista de las naciones europeas,
en sus carreras por controlar los recursos, establecer nuevos mercados y
explotar las fuerzas productivas disponibles por todo el mundo. Este proceso
histórico configuró un nuevo sistema mundo constituido por un centro (las
naciones poderosas del norte) y un polo periférico (las naciones expoliadas del
sur).
En el proceso, los imperios europeos,
principalmente Francia e Inglaterra, llevaron a sus colonias su sentido de
progreso y nuevos estándares de salud e higiene que trastocarían el uso,
percepciones y la relación con el agua. Junto con ello incorporarían nuevas
tecnologías que terminarían por edificar mega obras que administrarían y
canalizarían los grandes fluidos de aguas continentales. Esas obras de la
ingeniería permitieron la producción agrícola e industrial a escalas antes no
imaginadas. Más tarde se sumarían los norteamericanos con la conquista del
Oeste y el istmo más angosto de Centroamérica.
Sin embargo, los costos sociales y
ambientales fueron muy altos. Se aniquilaron formas ancestrales y comunitarias
de administrar el agua, se alteraron las relaciones entre las ciudades y los
mundos rurales, como además poblaciones enteras fueron forzadas a desplazarse
en busca de agua o escapándoles a las inundaciones. En ese orden, la democracia
sobre el agua transitó de muchos para unos pocos. En sentido ambiental se
desdibujaron paisajes terrestres y acuáticos, se alteraron ecosistemas y otros,
paradójicamente, se contaminaron o quedaron hechos desiertos. Panamá ingresó a
este proceso histórico -con truenos y relámpagos- con la construcción del Canal
de Panamá. Ambas alteraciones, sociales y ambientales, que generó la
construcción de la vía acuática, las registra ampliamente la historiografía y
la literatura panameña.
El agua que, anterior a la modernidad
capitalista, era considerada por los pueblos del mundo como regalo de la
naturaleza o de los dioses, y en sentido más místico como sinónimo de vida y
fertilidad, pasó a ser un recurso, una mercancía con valor de uso y de cambio
en los mercados controlados, o dicho mejor descontrolados, por la mano
invisible de Adam Smith. Dada esta mercantilización, el agua, pasó de ser de
todos a ser de quienes puedan comprarla y tener acceso a ella.
Por nuestros días y desde la inauguración
del Canal de Panamá, para partir desde un punto sin ser exhaustivo, el agua
dulce del territorio más angosto del istmo panameño ha estado subordinada a los
intereses del complejo económico transitista. Aunque, en contraposición, la Ley
Orgánica de la Autoridad del Canal de Panamá (ACP) establezca como prioridad el
uso de ésta para consumo de la población sobre las actividades de peajes. Sin
embargo, por ese sentido instrumental y mercantil de los últimos dos siglos de
la modernidad capitalista sobre los elementos de la naturaleza y la respuesta
tecnocrática con que la ACP aborda el problema de escasez del agua, ha
reiniciado los conflictos con las comunidades y campesinos ubicados al norte de
Coclé, Panamá Oeste y Costa Abajo de Colón.
Las comunidades afectadas, como en otrora,
intentan afirmar la vida y demandan un gobierno e instituciones obedientes, que
reflejen la voluntad de los afectados, sobre una base científica para las tomas
de decisiones. Mientras, los tecnócratas, prometen embalses, inundaciones y
extorsiones, sobre una salida tecnológica al problema y una ciencia
instrumental en función de la acumulación de capital de algunos intereses
privados. Son dos abordajes distintos en contraposición.
El conflicto está servido en la mesa y
rodeado de palabras encantadoras y vacías como: consulta, competitividad,
reasentamiento e interés nacional. Según las Ciencias Sociales los conflictos
no se eliminan ni se resuelven, sólo pueden ser transformados. ¿Tendrán las
partes y la nación entera respuestas integrales y voluntad política para
transformar la conquista moderna del agua por otra que contemple la afirmación
de la vida, de los ecosistemas biológicos y las distintas formas de
organización societal y los patrimonios culturales que ellas impliquen?
Investigador asociado del Centro de
Estudios Latinoamericanos, (CELA), “Justo Arosemena”. Becado IDEN-SENACYT.
Maestrando en Ciencias Sociales. Correo: mariodeleon.ilg@gmail.com