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/ 060819
Caníbal es todo aquel que devora a individuos de su misma especie. Para hacerlo, necesita dominar a la presa, tornarla indefensa, entonces tratar de devorarla. Ese es el rostro alarmante de las redes digitales, tan útiles para facilitar nuestra intercomunicación. Al igual que los vehículos –aviones, autos, motos– que resultan útiles para movilizarnos más rápidamente y, sin embargo, son utilizados para llevar a cabo actos terroristas como el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, las redes digitales tienen su lado sombrío.
Si no sabemos usarlas adecuadamente,
devoran nuestro tiempo, nuestro humor, nuestra civilidad. De ahí mi resistencia
a llamarlas redes sociales. La sociabilidad no siempre supera a la hostilidad.
Incluso devoran nuestro sueño, pues hay quienes ya no logran desconectar el
Smartphone a la hora de dormir. Devoran también nuestra capacidad de
discernimiento, en la medida en que nos tribalizan y nos confinan a una única
visión del mundo, sin apertura a lo contradictorio ni tolerancia para quien
adopta otra óptica.
La medicina ya está atenta a una nueva
enfermedad: la nomofobia. El término
surgió en Inglaterra, derivado de no-mobile, esto es, privado del aparato de
comunicación móvil. En síntesis, es el miedo a quedarse sin celular. Es la
enfermedad adictiva más reciente, que estudian actualmente los terapeutas.
Hay quien permanece horas en las redes,
naufragando más que navegando. El rostro caníbal del celular devora también
nuestro protagonismo. Es el celular el que, mediante sus múltiples herramientas
y aplicaciones, decide el rumbo de nuestras vidas. El diluvio de informaciones
que cae una y otra vez sobre cada uno de nosotros, casi todas
descontextualizadas, nos conduce ineluctablemente al territorio de la
posverdad. Tocan nuestra emoción y, vertiginosas, neutralizan vuestra razón. No
hay dudas de que la mayoría de nosotros es incapaz de ofender gratuitamente a
un desconocido en la panadería de la esquina. Pero en las redes muchos endosan
difamaciones, acusaciones sin fundamento y calumnias: ¡Las famosas fake news!
Hace más de 70 años, mi cofrade Dominique
Duberle escribió a propósito de la cibernética: «Podemos soñar con un tiempo en
el que una máquina de gobernar supla la hoy evidente insuficiencia de las
mentes y los instrumentos habituales de la política» (Le Monde, 28 de diciembre
de 1948).
El Leviatán cibernético previsto por el
fraile dominico francés hoy tiene un nombre: Google, Facebook, WhatsApp, etc.
Esas corporaciones devoran todos nuestros datos para que los algoritmos los
transmitan a las herramientas incapaces de vernos como ciudadanos. Para ellas,
somos meros consumidores. Es la era del Big Data.
Las redes digitales devoran incluso la
realidad en la que nos encontramos insertados. Nos desplazan hacia la
virtualidad y activan en nosotros sentimientos nocivos de odio y venganza. El
príncipe encantado se transforma en monstruo. Los valores humanitarios se
destejen, la ética se disuelve, la buena educación se descarta. Lo que importa
ahora, con esta arma electrónica en las manos, es trabar la batalla del «bien»
contra el «mal». Eliminar con un clic a los enemigos virtuales después de
crucificarlos con injurias que se multiplican mediante el hipervínculo, el
video, la imagen, el sitio web, la etiqueta, o simplemente una palabra o una
frase.
He ahí lo que pretende cada emisor: lograr
que lo que posteó se haga viral. El adjetivo se deriva de virus, un sustantivo
empleado en la biología que proviene del latín y significa «veneno» o «toxina».
¡Se crea así la pandemia virtual! Es necesario leer rápido este correo o zapp,
porque aguardan por mí otros tantos. Y de ser el caso, responder con un texto
conciso, aunque vulnere todas las reglas de la gramática y la sintaxis. Según
la investigadora Maryanne Wolf, accedemos diariamente como promedio a 34
gigabytes de información, lo que equivale a un libro de cien mil palabras. Sin
tiempo suficiente para la absorción y la reflexión.
Corremos el riesgo de dar un paso atrás en
el proceso civilizatorio. A menos que las familias y las escuelas adopten algo
similar a lo que acompañó el advenimiento del automóvil, cuando se percibió la
necesidad de crear autoescuelas para educar a los conductores. El celular está
exigiendo también una pedagogía adecuada para su buen uso.