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Rita Segato es una antropóloga argentina que trabaja en el campo del feminismo y que ha producido material esclarecedor sobre la ideología del macho y la mentalidad de los violadores. Esto último como resultado de un extenso trabajo de investigación que realizó en la Penitenciaría de Brasilia.
En 2017 se jubiló como profesora en la Universidad de Brasilia y como investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones de Brasil. Está en Córdoba invitada por el Centro de Intercambio y Servicios para el Cono Sur Argentina (Ciscsa), para participar del Seminario-Taller “Mujeres y Ciudad: (In) Justicias Territoriales”, que se desarrolló marzo 2017 en la Ciudad Universitaria.
–¿Cómo es la ideología del macho?
–Aquello que hace pensar al hombre que, si él no puede
demostrar su virilidad, no es persona. Está tan comprometida la
humanidad del sujeto masculino por su virilidad, que no se ve pudiendo ser
persona digna de respeto, si no tiene el atributo de algún tipo de potencia.
–¿Cuáles son esas potencias masculinas?
–No sólo la sexual, que es la menos importante, también
la potencia bélica, de fuerza física, económica, intelectual, moral, política.
Todo esto está siendo concentrado por un grupo muy pequeño de personas y hoy el
hombre es una víctima también del mandato de masculinidad.
–¿Cómo se relaciona esto con la violencia hacia las mujeres y el aumento de feminicidios?
–¿Cómo se relaciona esto con la violencia hacia las mujeres y el aumento de feminicidios?
–En el brote de violencia que
tenemos (en Argentina, el mes de abril ha sido tremendo) la primera víctima son
los propios hombres, pero no lo saben porque no consiguen verse o colocarse
como víctima, porque sería su muerte viril. Lo que llamo mandato de masculinidad, es el mandato de
tener que demostrarse hombre y no poder hacerlo por no tener los medios.
El paquete de potencias que les permite mostrarse viriles ante la sociedad
lleva a la desesperación a los hombres, que son victimizados por ese mandato y
por la situación de falta absoluta de poder y de autoridad a que los somete la
golpiza económica que están sufriendo, una golpiza de no poder ser por no poder
tener.
–¿Dónde se restaura la potencia?
-En la violencia contra las mujeres. Es un
problema de toda la sociedad, no sólo de las mujeres. No hay espacios donde se
pueda pensar cómo se podría restaurar de otra manera la autoridad, la potencia,
la moralidad, la soberanía de las personas –muy fundamentalmente la de los
hombres– frente a la golpiza económica. La situación es tan inestable, tan
azarosa, que hay que ser alguien con gran riqueza, con grandes medios para no
percibir esa precariedad de la existencia. Y la precariedad de la existencia lleva a la violencia.
–Una forma masculina de restaurar esa potencia es la violencia contra las mujeres, pero hay otras, se ve en las canchas de fútbol
–Una forma masculina de restaurar esa potencia es la violencia contra las mujeres, pero hay otras, se ve en las canchas de fútbol
–Sí, el hecho de tirar por la
borda a un hombre en un estadio, es violencia de género en el sentido de
violencia viril y no pasó sólo en Argentina, en Perú hubo un caso igual. Cuando
se ve esa regularidad de los síntomas, es que hay un mal instalado en la
sociedad. Lo llamo violencia de género porque tiene que ver con el mandato de
masculinidad, que es un mandato de violencia.
–¿Cómo es la ideología feminista?
–Es aprender a respetar lo que nos enseñaron a no respetar.
O sea, aprender a ver en la otra mujer un sujeto moral sin que tenga que
demostrar que lo es. Nosotras, cada día que salimos a la vida, a la calle, que
salimos a circular bajo la mirada del otro, tenemos que hacer un esfuerzo
cotidiano por demostrarnos ante el mundo como sujetos morales. Nuestra
moralidad es siempre, siempre, sospechada.
–¿Cuál es la sospecha?
–¿Cuál es la sospecha?
–La sospecha es que somos sujetos inmorales.
Nosotras lo hacemos de forma automática: cuando nos miramos al espejo y
pensamos si nos ponemos una blusa ajustada o suelta, a eso lo hacemos de manera
indolora e incolora porque no nos damos cuenta de todos los cálculos que
realizamos todos los días sobre cómo nos vamos presentar bajo la mirada del
otro, para que el otro nos vea como sujetos morales. En cambio, el hombre lo
hace para ser visto como sujeto potente y esa es una gran diferencia.
–¿Qué es ser una mujer?
–Ser una mujer común y normal, es ser una mujer que es
consciente de todo lo que la constriñe, porque esos automatismos no son
conscientes. Las feministas tienen una visión política de este constreñimiento
y quieren deshacerlo, quieren liberar a las más jóvenes. Muchas de las fotos de
víctimas de violación y femicidio representan la feminidad y esto es percibido
como un desacato por el sujeto que necesita probar su potencia. Por eso digo,
después de años de entrevistar a violadores en la Penitenciaría de Brasilia,
que el violador es un
moralizador: es alguien que percibe en la joven libre un desacato a su
obligación de mostrar capacidad y control. Ahí está el nudo de la cosa.
Ese nudo debe ser deshecho y esto tiene que suceder en la sociedad, con el
trabajo de hablar, de conversar, de entender lo que nos está pasando. No puede
ser solamente trabajado en el campo jurídico y mucho menos con jueces que no
tienen la menor noción.
El cerebro violador
Conclusiones de Rita Segato
luego de trabajar con violadores en Brasil.
- La violación es un acto de moralización: el
violador siente y afirma que está castigando a la mujer por algún
comportamiento que él entiende como un desvío, un desacato a una ley
patriarcal.
- El violador no está solo, está en un proceso de diálogo con sus modelos de masculinidad, está demostrando algo a alguien que es otro hombre y al mundo a través de ese alguien.
- El problema no es un violador como un ser anómalo. En él irrumpen determinados valores que están en toda la sociedad.
- El violador es el sujeto más vulnerable, más castrado de todos, el que se rinde a un mandato de masculinidad que le exige un gesto extremo, un gesto aniquilador de otro ser para sentirse hombre.
Espacio público opresor
Rita Segato entiende que “la
calle es entrar en el espacio de la mirada del otro sobre mí, es ofrecerse a la
mirada pública. Desde que somos chicas hay una incomodidad en ese espacio, el
hombre se ve presionado a violar con la mirada, con piropos incómodos”.
“A las mujeres nos oprimen en el espacio público, siempre fue y es así. Lo que pasa ahora con este brote de femicidios, es que eso se ha transformado en un peligro de muerte. Es un proceso que fue creciendo gradualmente, las condiciones fueron dadas para esa escalada que transformó una incomodidad de la vida de las mujeres en peligro de muerte”, explica.
Propone que “hay que reducir el caldo de cultivo, revisar lo cotidiano, se tiene que combatir con un diálogo abierto en la sociedad, en todos los espacios, no solamente en las escuelas”.