www.alainet.org / 16/08/2019
Solo me cabe certificarlo, Brasil es
gobernado por un individuo ignorante y vulgar. Nada de la complejidad de la
vida y de las problemáticas que enfrenta el mundo y su país es del interés del
actual presidente del país. Cada vez queda más claro que Bolsonaro todavía no
supera su etapa anal, pues son ya varios los episodios en que utiliza recursos
escatológicos para referirse a los problemas de la nación. Hace una semana,
cuando fue indagado sobre la posible relación contradictoria entre crecimiento
y medioambiente, el gobernante no encontró nada mejor que decir que para cuidar
del medioambiente “hay que hacer caca un día sí y otro día no” (sic). Días
después señaló que la “caca petrificada de indígenas consigue parar el
licenciamiento de obras”. En su última manifestación en Piauí inaugurando una
escuela insistió en su escatología: “Vamos a acabar con la caca en Brasil”,
refiriéndose a los comunistas.
El psicoanalista y académico de la
Universidad de Sao Paulo, Christian Dunker, entrega una explicación instigante
para este fenómeno: “El discurso moral, cuando se exprime psicoanalíticamente,
frecuentemente termina en la mierda, en la bosta, exactamente lo que el
presidente está practicando”.
Si Bolsonaro solo se dedicara a proferir
sus necedades y abrir su cloaca verbal hasta podría ser un personaje
inconveniente e irrelevante. El problema es que su gobierno se encuentra
desmontando todas las políticas públicas que aseguraban un nivel mínimo de
convivencia y aspiraciones de desarrollo entre la población. Y en todos los
ámbitos.
Solo por mencionar el impacto de sus políticas
sobre la acelerada desforestación del territorio amazónico, los datos
recopilados en este primer semestre por organismos especializados como el
Instituto de Pesquisa Espaciales (INPE) han demostrado que dicho proceso ha
aumentado casi en un 90% en el presente año. Además de desconocer los datos
entregados por el INPE, el ejecutivo no encontró nada mejor para impugnar las
conclusiones de esta institución que remover a su director.
La postura radical de Bolsonaro contra los
temas medioambientales lo ubica como un líder de la ultraderecha en esta
cuestión, desconociendo tratados internacionales y provocando el corte de
financiamiento en proyectos para esa región de países como Alemania o Noruega,
que hasta ahora apoyaban el Fondo Amazonia. Su desafecto con los países
europeos que dejaron de apoyar este Fondo, también se ha extendido hacia
Alberto Fernández y Cristina Kirchner, que se perfilan como favoritos para
ganar las próximas elecciones en Argentina, diciendo que “Bandidos de izquierda
empezaron a volver al poder”.
A pesar de que se han escrito millares de
páginas sobre este tema, no deja de resonar la pregunta sobre las razones que
llevaron al electorado brasileño a elegir un candidato tan escaso de cualidades
para ejercer un cargo de esa magnitud. Como entregar los destinos de la nación
a un personaje tan nefasto y perverso. Puede ser el malestar acumulado contra
los gobiernos del PT, la corrupción desatada en la última década, la creciente
criminalidad y la inseguridad cotidiana, la manipulación efectuada en las redes
sociales, la expectativa de cambios fuera de la estructura política
tradicional, el hartazgo generalizado, la apatía republicana y un largo
etcétera.
¿Y qué pasó con la valorización de la
democracia, conquistada con tanto esfuerzo después de 21 años de dictadura? ¿Cómo
la ciudadanía le dio carta blanca a este grupo de apologistas de la tortura y
el asesinato, reaccionarios delirantes, económicamente ultraliberales y
fundamentalistas religiosos? ¿Cómo se puede soportar el retroceso cultural y
social que quiere imponer ese grupo de descalificados, paranoicos y
terraplanistas que niegan el cambio climático y la globalización?
Hace un par de años Yascha Mounk y Roberto
Foa pusieron las alarmas sobre lo que denominaron como el proceso de
“desconsolidación” democrática que comenzaba a campear por el mundo. Este
desapego o desinterés por las formas de regímenes democráticos se puede
atribuir al hecho de que las personas han aumentado sus expectativas sobre este
sistema de gobierno, expectativas que no se cumplirían actualmente.
En efecto, lo que la democracia
proporcionaría en términos de estabilidad, inclusión, mejoras en la calidad de
vida de las personas ya no se está consumando. En función de ello, los
ciudadanos han ido perdiendo su aprecio y apoyo por la democracia. Para estos
autores, los gobiernos de baja calidad colocan en riesgo la democracia y van
minando su legitimidad. Especialmente propicios para la inclinación hacia
gobiernos autoritarios son aquellos escenarios en los que está ausente un
sistema de seguridad pública y la falta de confianza en que las formas
democráticas puedan resolver los problemas de inseguridad y acceso a los
servicios básicos de las personas.
Parece que Brasil todavía no ha tomado
plena conciencia sobre los riesgos que representa la inauguración de este ciclo
perverso en que la ultraderecha de la mano de las fuerzas armadas ha ido
asumiendo el control sobre la nación. Ello sin duda plantea un peligroso
precedente para que otras derechas en otros países aspiren a contar con el
concurso de los militares para imponer una dictadura definitiva e irreversible.
Hasta ahora las democracias de la región
han mantenido una relación ambigua con el autoritarismo y su versión fascista,
aunque si el autoritarismo sigue tomando la iniciativa en plantearse como
alternativa frente al malestar y la inseguridad que experimentan los
ciudadanos, no pasará mucho tiempo para que fantasma del fascismo se apodere de
nuestros países y nos lleve de regreso a un periodo de tinieblas.
En otro artículo señalábamos que para
Umberto Eco siempre existirá la amenaza de restauración de un ur-fascismo o
fascismo eterno. El ur-fascismo crece y busca el consenso explotando y
exacerbando el miedo a la diferencia, a los otros. El primer llamamiento de un
movimiento fascista, o prematuramente fascista, es contra los intrusos. El
ur-fascismo es, pues, racista por definición. Pero él también se nutre del
culto a la tradición y el rechazo a lo moderno, en la misoginia y la homofobia,
en el odio a los extranjeros, en el desprecio a los pobres. Por eso, el
fascismo escatológico de Bolsonaro no se distingue fundamentalmente de estas
claves apuntadas por Eco. Al contrario, este tipo de fascismo libera la
excrecencia que llevamos dentro, se nutre de los despojos corporales, se
complace en exponer los residuos del espíritu humano, los códigos nauseabundos
de nuestras vísceras y nuestros prejuicios. El fascismo es escatológico por
antonomasia y quizás la gran apuesta de futuro consiste en desterrarlo definitivamente
de la convivencia humana a través del simple imperio de la democracia, la
tolerancia y la fraternidad.
-Fernando de la Cuadra es doctor en
Ciencias Sociales. Editor del Blog Socialismo y Democracia.