Grandeza
y escándalo
www.religiondigital.org 20.08.2019
En Occidente y en este momento, Europa es
el ejemplo más elocuente de la grandeza de un continente y de una cultura. Y es
también, al mismo tiempo, el escándalo más insoportable de una miseria que
irrita y avergüenza a quienes hemos nacido y vivimos en este continente.
La grandeza de Europa es indiscutible. En
Europa nació, varios siglos antes de Cristo, y tal como se sistematizó desde
Homero y los “presocráticos”, el pensamiento-base de la cultura de Occidente.
En Roma, desde el Código de las XII Tablas, se empezaron a sentar las bases del
derecho.
En los límites entre Oriente y Occidente, entre
el Egipto de los faraones y el imperio de Babilonia, nació Israel. Y con él y
en él, nació el cristianismo, que se expandió por todo el Imperio y ha marcado
la cultura de Occidente durante veinte siglos.
Pero un mundo que, al globalizarse y
pretender superar los límites de la modernidad, se ha desbocado, se nos ha ido
de las manos, hasta rebasar nuestras propias limitaciones. No sabemos
exactamente dónde estamos. Y menos aún podemos saber a dónde nos lleva todo
esto. O a dónde podrá llevar a las generaciones futuras.
¿Por qué vivimos en este “límite sin
límites”, del que no sabemos en qué acabará?
Europa ha fundido –y confundido– su
asombrosa grandeza con su más repugnante miseria. Una fusión y una confusión
que tienen sus raíces muy lejos y que, de diversas maneras y medios distintos,
han llegado hasta nosotros. Este “límite sin límites”, en el que vivimos y del
que ignoramos a dónde nos lleva, es el resultado inevitable de un saber que ha
sido infinitamente más “especulativo” que “práctico”. Europa ha elaborado
teorías asombrosas que han desembocado en prácticas aterradoras. Porque el
divorcio –y hasta el enfrentamiento– entre “el saber” y “la experiencia” nos
han conducido a donde no podíamos imaginar.
He dicho que esto viene de lejos. Ya el
profesor E. R. Dodds, poco después de la segunda guerra mundial, en la
universidad de Berkeley, dijo (en una conferencia) que “la ciencia griega no
había conseguido desarrollar el método experimental”. Mucha especulación, que
nadie sabía a dónde nos podía llevar. Y el mismo Dodds dio la respuesta: “En
este punto el análisis marxista ha atinado con una respuesta más hábil: no se
desarrolló el experimento porque no existió una tecnología seria; no existió
una tecnología seria porque la mano de obra era barata; la mano de obra era
barata porque abundaban los esclavos”. Y concluye el mismo profesor de Oxford:
“La concepción medieval del mundo depende de la institución de la esclavitud”.
O sea, dicho a las claras y sin rodeos: Europa
ha sido tan grande porque ha podido construir un pensamiento, que se ha
cimentado y basado sobre el sufrimiento de los débiles.
En efecto, Europa hizo un saber, para los
intelectuales. Hizo un derecho, para los poderosos. Hizo una religión, para los
privilegiados. Así, y por eso, justificó
el colonialismo, en África y América. Como justificó también la marginación
de la mujer, el uso y abuso de los esclavos, la justificación de las
desigualdades sociales, las guerras de religión, la tortura y la muerte de
herejes, infieles y extranjeros, y hasta puso las bases que justificaron el
capitalismo, mucho antes que Marx, en los escolásticos tardíos, Antonino de
Florencia y Bernardo de Siena, que permitieron “el beneficio del capital en
cualquiera de sus formas” (Sum. Moralis II, VI, 15. Cf. W. Sombart).
Ahora bien, si todo esto ha servido para
hacer de Europa la fuente de servicios detestables, sin duda lo peor de todo ha
sido permitir y fomentar que el Evangelio de Jesús se haya convertido en una
“religión”, que deja en paz las conciencias de quienes mejor viven; y ha sido
apreciada mientras el “hecho religioso” tradicional fue aceptado y valorado.
Pero ahora nos damos cuenta de que la
misma Europa, que aceptó y fomentó el Evangelio como una “religión”, esa misma
Europa (con los países más industrializados) valora cada día menos la religión
de clérigos privilegiados. Y hace eso a costa de marginar cada día más la
“Humanización de Dios”, que, en Jesús, se humanizó, para hacernos más humanos,
más honrados, más honestos. Precisamente cuando vemos que esta Europa, que
valoró el Evangelio, ya sólo valora vivir cada día con más seguridad y
comodidad, aunque eso se consiga a costa de la vida y la dignidad de los más
desamparados.
Por todo el mundo hay personas con nombres
italianos, ingleses, españoles…. Son hijos y nietos de emigrantes de Europa,
que se fueron a vivir mejor en América. Los emigrantes, que ahora vienen a
Europa o intentan entrar en Estados Unidos, encuentran murallas, concertinas,
rechazo y desprecio, para poder trabajar de manteros que huyen de la policía,
los que no se quedan para siempre en el cementerio de los pobres, que es el
Mediterráneo.
El papa Francisco, después de cinco años
de pontificado, no ha visitado todavía ninguno de los países importantes de
Europa. Porque, para este papa, los últimos son los primeros. Como dice el
Evangelio, lo primero que hizo Jesús fue irse a la pobre Galilea. En la
importante Jerusalén, lo que Jesús encontró fue el juicio, la condena y la
muerte. De la lejana Argentina y con su lenguaje porteño, nos vino a la
poderosa Europa el Evangelio que tanto necesitamos.