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Enya Greatest Hits Full Album 2018 - The Very Best Of Enya
Enya Greatest Hits Full Album 2018 - The Very Best Of Enya
https://youtu.be/lKSOAKFaVrg
Categoría: Entretenimiento
Canción: Oíche Chiúin (Silent Night)
Artista: Enya
Álbum: Only Time (Remix)
Con licencia cedida a YouTube por WMG (en nombre de Warner Music UK); SOLAR Music Rights Management, UMPG Publishing, EMI Music Publishing, LatinAutor, BMI - Broadcast Music Inc., UNIAO BRASILEIRA DE EDITORAS DE MUSICA - UBEM, CMRRA, LatinAutor - SonyATV y 12 sociedades de derechos musicales.
Grandeza
y escándalo
www.religiondigital.org 20.08.2019
En Occidente y en este momento, Europa es
el ejemplo más elocuente de la grandeza de un continente y de una cultura. Y es
también, al mismo tiempo, el escándalo más insoportable de una miseria que
irrita y avergüenza a quienes hemos nacido y vivimos en este continente.
La grandeza de Europa es indiscutible. En
Europa nació, varios siglos antes de Cristo, y tal como se sistematizó desde
Homero y los “presocráticos”, el pensamiento-base de la cultura de Occidente.
En Roma, desde el Código de las XII Tablas, se empezaron a sentar las bases del
derecho.
En los límites entre Oriente y Occidente, entre
el Egipto de los faraones y el imperio de Babilonia, nació Israel. Y con él y
en él, nació el cristianismo, que se expandió por todo el Imperio y ha marcado
la cultura de Occidente durante veinte siglos.
Pero un mundo que, al globalizarse y
pretender superar los límites de la modernidad, se ha desbocado, se nos ha ido
de las manos, hasta rebasar nuestras propias limitaciones. No sabemos
exactamente dónde estamos. Y menos aún podemos saber a dónde nos lleva todo
esto. O a dónde podrá llevar a las generaciones futuras.
¿Por qué vivimos en este “límite sin
límites”, del que no sabemos en qué acabará?
Europa ha fundido –y confundido– su
asombrosa grandeza con su más repugnante miseria. Una fusión y una confusión
que tienen sus raíces muy lejos y que, de diversas maneras y medios distintos,
han llegado hasta nosotros. Este “límite sin límites”, en el que vivimos y del
que ignoramos a dónde nos lleva, es el resultado inevitable de un saber que ha
sido infinitamente más “especulativo” que “práctico”. Europa ha elaborado
teorías asombrosas que han desembocado en prácticas aterradoras. Porque el
divorcio –y hasta el enfrentamiento– entre “el saber” y “la experiencia” nos
han conducido a donde no podíamos imaginar.
He dicho que esto viene de lejos. Ya el
profesor E. R. Dodds, poco después de la segunda guerra mundial, en la
universidad de Berkeley, dijo (en una conferencia) que “la ciencia griega no
había conseguido desarrollar el método experimental”. Mucha especulación, que
nadie sabía a dónde nos podía llevar. Y el mismo Dodds dio la respuesta: “En
este punto el análisis marxista ha atinado con una respuesta más hábil: no se
desarrolló el experimento porque no existió una tecnología seria; no existió
una tecnología seria porque la mano de obra era barata; la mano de obra era
barata porque abundaban los esclavos”. Y concluye el mismo profesor de Oxford:
“La concepción medieval del mundo depende de la institución de la esclavitud”.
O sea, dicho a las claras y sin rodeos: Europa
ha sido tan grande porque ha podido construir un pensamiento, que se ha
cimentado y basado sobre el sufrimiento de los débiles.
En efecto, Europa hizo un saber, para los
intelectuales. Hizo un derecho, para los poderosos. Hizo una religión, para los
privilegiados. Así, y por eso, justificó
el colonialismo, en África y América. Como justificó también la marginación
de la mujer, el uso y abuso de los esclavos, la justificación de las
desigualdades sociales, las guerras de religión, la tortura y la muerte de
herejes, infieles y extranjeros, y hasta puso las bases que justificaron el
capitalismo, mucho antes que Marx, en los escolásticos tardíos, Antonino de
Florencia y Bernardo de Siena, que permitieron “el beneficio del capital en
cualquiera de sus formas” (Sum. Moralis II, VI, 15. Cf. W. Sombart).
Ahora bien, si todo esto ha servido para
hacer de Europa la fuente de servicios detestables, sin duda lo peor de todo ha
sido permitir y fomentar que el Evangelio de Jesús se haya convertido en una
“religión”, que deja en paz las conciencias de quienes mejor viven; y ha sido
apreciada mientras el “hecho religioso” tradicional fue aceptado y valorado.
Pero ahora nos damos cuenta de que la
misma Europa, que aceptó y fomentó el Evangelio como una “religión”, esa misma
Europa (con los países más industrializados) valora cada día menos la religión
de clérigos privilegiados. Y hace eso a costa de marginar cada día más la
“Humanización de Dios”, que, en Jesús, se humanizó, para hacernos más humanos,
más honrados, más honestos. Precisamente cuando vemos que esta Europa, que
valoró el Evangelio, ya sólo valora vivir cada día con más seguridad y
comodidad, aunque eso se consiga a costa de la vida y la dignidad de los más
desamparados.
Por todo el mundo hay personas con nombres
italianos, ingleses, españoles…. Son hijos y nietos de emigrantes de Europa,
que se fueron a vivir mejor en América. Los emigrantes, que ahora vienen a
Europa o intentan entrar en Estados Unidos, encuentran murallas, concertinas,
rechazo y desprecio, para poder trabajar de manteros que huyen de la policía,
los que no se quedan para siempre en el cementerio de los pobres, que es el
Mediterráneo.
El papa Francisco, después de cinco años
de pontificado, no ha visitado todavía ninguno de los países importantes de
Europa. Porque, para este papa, los últimos son los primeros. Como dice el
Evangelio, lo primero que hizo Jesús fue irse a la pobre Galilea. En la
importante Jerusalén, lo que Jesús encontró fue el juicio, la condena y la
muerte. De la lejana Argentina y con su lenguaje porteño, nos vino a la
poderosa Europa el Evangelio que tanto necesitamos.
Mi machete es la palabra
Premio
Cervantes Chico Iberoamericano de literatura infantil
El
11 de julio, el Ayuntamiento de Alcalá de Henares y la Organización de Estados
Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) reconocieron
con el Premio Cervantes Chico Iberoamericano la labor de la escritora
nicaragüense María López Vigil. Desde 1992 el Premio Cervantes Chico ha
distinguido a un escritor o escritora de lengua castellana cuya trayectoria
creadora haya destacado en el campo de la literatura infantil y juvenil. En la
23 edición de 2019 se incorporó una nueva categoría: reconocer a un autor o
autora de Iberoamérica. En este caso, María López Vigil, reconocida como
precursora de la literatura infantil en Nicaragua.
María López Vigil
www.envio.org.ni
/ agosto 2019
Quien tiene como oficio el escribir fue
primero una persona lectora. Es casi una ley. Mi padre fue periodista y su
cuarto de trabajo estaba abarrotado de libros. Yo sentía que estaban vivos,
esperándome. A mi madre, que no pasó de la primaria, siempre la vi leyendo.
Todos mis hermanos leían por el placer de leer.
Aprendí a leer a los cinco años. Y muy pronto descubrí que los libros son ventanas desde las que conocería un mundo más grande que el mío. Son aviones y barcos para viajar. Son el camino para entrar en la cabeza y el corazón de quienes los escriben, aunque ya no estén en este mundo... Mi pasión lectora se desarrolló muy pronto. Fui apasionada de los cuentos clásicos que todos los niños leen. Después, de las aventuras de Julio Verne y de los asesinatos de Agatha Christie. Y después... y más después... Hoy leo con pasión libros de divulgación científica.
LO QUE ESPERO DE LO QUE ESCRIBO
Siempre he sentido que escribir es una forma de salir de mí. Pero nunca he escrito para mí, como desahogo. Apenas un diario de adolescente que pronto abandoné. Tampoco me pienso a mí misma como alguien con “vocación” de escritora. Y, sin embargo, me he pasado toda la vida escribiendo, comunicándome por escrito.
Fue la vida la que hizo el trabajo. Y empezó a hacerlo cuando cometí la locura, y el error, de ser monja. Desde los 18 años me encargaron de escribir, mes a mes, toda o casi toda la revista –“Jesús Maestro”, se llamaba- que recibían las alumnas de las decenas de colegios que tenían las religiosas teresianas en España y América Latina. Así que tuve a miles y miles de lectoras niñas y adolescentes durante una década. Escribía de todo: cuentos, críticas de cine, sobre animales, países y escritores... De todo. Yo no firmaba nada, pero aquello fue una calistenia decisiva. En aquellos años también me pusieron a estudiar Periodismo, que es el oficio de escribir la realidad.
Desde entonces y todo el resto de mi vida no he hecho otra cosa que escribir y hablar. Y no sabría hacer nada más que trabajar con palabras. Fue la palabra, las palabras que escuchaba cuando llegué a Nicaragua, hace ahora más de treinta años, lo que más me fascinó de este país. El habla nicaragüense es brillante. Creo que me enamoré de Nicaragua por cómo habla la gente. Y con ese dicho tan nica y tan certero me defino desde hace mucho: Mi machete es la palabra.
Con ese machete he hecho mucho y distinto. He escrito con distintos sombreros. Análisis de la realidad política y social. Fotonovelas. Reflexión teológica en series radiales, la más famosa “Un tal Jesús”, con mi hermano José Ignacio. Otras series radiales de historia latinoamericana. Literatura testimonial, la más importante “Piezas para un retrato de Monseñor Romero”. Y literatura infantil.
En todos los géneros, la narrativa y los diálogos son las aguas en las que mejor sé nadar. En todos los géneros espero que lo que escribo haga pensar, llorar y reír, dudar, aprender. Espero, sobre todo, que quien lea lo que escribo se emocione y se lo lleve dentro, que se entusiasme y lo recuerde.
¿POR QUÉ ESTE SUBDESARROLLO...?
Cuando llegué a Nicaragua, la literatura infantil era prácticamente inexistente. Aun durante la Revolución, cuando tantas cosas novedosas florecieron, la literatura infantil no despertó de su letargo. También en este campo éramos un país subdesarrollado.
Habiendo tanta madera literaria en Nicaragua, tantos buenos escritores, me llamaba mucho la atención que no hubiera más plumas dedicadas a escribir para los niños, siendo éste un país donde son mayoría niñas y niños. Me preguntaba por qué. ¿Será que escribir para niños se considera un arte menor, una artesanía, o aún menos que eso? ¿Será que el ego de los escritores prefiere panegíricos de colegas y aplausos de adultos? ¿O será que la infancia de muchos escritores no fue feliz y se han desconectado de esa etapa de sus vidas? ¿O sería, simplemente, que ninguna editorial promovía la literatura infantil...?
“UN GÜEGÜE ME CONTÓ”
Llevaba ya siete años aquí cuando nació “Un güegüe me contó”, mi primer libro. ASDI, la agencia de cooperación de Suecia, promovió en 1988 un concurso con el título “Los niños queremos cuentos”. Ah, la solidaridad sueca tenía mis mismas preguntas y con gran sensibilidad captó que lo que leían los niños nicaragüenses eran cuentos de otras realidades y otras culturas, que aquí no había literatura infantil y que debía haberla.
El concurso se me presentó como una
oportunidad. Mi cómplice fue mi hermano Nivio. Él ya trabajaba como ilustrador
de libros infantiles en España y además es arqueólogo, apasionado por los temas
mesoamericanos. Nivio fue el “güegüe” que me “contó” lo que debía convertir en
un cuento. Con el texto que escribí para ese concurso, al que Nivio añadió dos
de las preciosas ilustraciones que después tendría el libro, ganamos el primer
premio. El libro fue impreso en Suecia con el patrocinio de la Biblioteca Real
de Estocolmo y con el sello de lo que fue durante algunos años ANLIJ
(Asociación Nicaragüense de Literatura Infantil y Juvenil). Los suecos pensaron
en grande e imprimieron también en grande: nada menos que 18 mil ejemplares
llegaron a Nicaragua en 1990, cuando niñas y niños lo conocieron.
EL BRILLO Y EL DESPARPAJO DE LA LENGUA
NICA
A sus veinte años de vida, en 2009, la Fundación Libros para Niños hizo una segunda edición, porque el libro se había agotado. A lo largo de treinta años he tenido la inmensa satisfacción de encontrarme con muchos jóvenes, ya padres y madres, ya profesionales, a quienes llamo “los niños y niñas güegüe”. Me fascina escucharles la emoción, las risas y el entusiasmo que la lectura de este libro les regaló.
Entre otras sorpresas, les regaló ver por primera vez escritas palabras que empleaban en la calle, dichos de sus abuelas, el habla nica, con todo su brillo y su desparpajo. Era una auténtica novedad leer jodido en letra impresa, era alegre ver escrita la exclamación del joven Mingoxico: ¡Hijueputa calendario!, era una revolución leer la sentencia de desapego de la anciana que agoniza en su petate exclamando: ¡Muerta yo, hagan sopa de mi culo!
Mano a mano con Nivio logramos una obra de mucha armonía entre texto e ilustraciones, una de las claves de la buena literatura infantil. Esa conjunción está en la base del interés con que el libro fue acogido por chiquitos y por grandes también. Siempre he pensado que un test para saber si es bueno un texto de literatura infantil es que debe gustarle también al lector adulto.
Muy pronto “Un güegüe me contó” se convirtió en el clásico de la literatura infantil en nuestro país. Hoy se le considera el libro que inauguró este género literario en Nicaragua.
Por este primer libro, Sergio Andricaín y Antonio Orlando Rodríguez, que trabajaban en el Ministerio de Cultura de Costa Rica en la creación, promoción e investigación de la literatura infantil en América Latina, especialistas internacionales de este género literario, me invitaron a participar en febrero de 1994 en San Salvador en las Jornadas Internacionales “Literatura infantil para la paz”, auspiciadas por la UNESCO y la UNICEF.
Allí tuve ocasión de leer un breve texto en la mesa redonda titulada “La literatura infantil a las puertas del siglo 21”, junto a otros autores del continente, autores muy fogueados y ya con muchos libros.
Recién terminada la guerra civil en El Salvador, quise superar el énfasis que en lo metodológico y en lo didáctico querían las autoridades salvadoreñas de entonces que se centrara el evento, y puse un acento de compromiso político en mis palabras…
DOS VALORES EN LOS CUENTOS: SOLIDARIDAD E
IDENTIDAD CULTURAL
Y esto dije: Estamos hablando de niños y de libros. Y en América Latina la mayoría de los niños son pobres. Y la mayoría de los pobres son niños. Esta es una conclusión global, y estremecedora, por cierto, de los últimos informes de la UNICEF... La mayoría de estos pobres que son niños y de estos niños que son pobres comen salteado, van a la escuela también salteado, casi no juegan porque trabajan mucho o en campos cada día más empobrecidos o en calles de ciudades cada vez más violentas. La mayoría no lee. Porque no saben leer. O porque si saben no tienen el lugar o el tiempo para leer. O el pisto para comprar un libro…
No quiero hacer un listado de los valores que deben estar presentes en nuestra literatura infantil. Señalo dos que considero los más estratégicos. El valor de la solidaridad. Y el del aprecio por la propia identidad cultural... La literatura infantil debe enseñar a competir y a compartir. A competir limpiamente. Y a compartir solidariamente. La competencia hace la vida menos aburrida. La solidaridad también. Es un valor tan contracorriente que la hace más desafiante, más llena de color. Ser solidario es una aventura incierta y llena de peligros, en la que hay que enfrentar monstruos poderosísimos, sortear abismos y retar al destino. Una aventura para la que se necesita valentía, fantasía y decisión. Elementos, por cierto, esenciales y clásicos en un buen cuento infantil.
El aprecio a la propia identidad cultural es otro valor que debemos sembrar. Se alzan ya muchas voces en defensa de la biodiversidad... En América Latina debemos alzar también nuestra voz en defensa de la biodiversidad cultural. Está también en grave peligro. Los dueños de la información, los fabricantes de imágenes y mensajes nos quieren cortar a todos con la misma tijera. Quieren que todos juguemos los mismos juegos y compremos los mismos chunches. Que todos vistamos igual, cantemos igual y comamos igual. Para que todos pensemos igual... Con nuestros libros, nuestras historias y nuestros cuentos debemos levantar parapetos ante esta avalancha que atenta contra nuestra biodiversidad cultural...
“EL GÜEGÜENSE”
La acogida emocional tan sorprendente que recibió “Un güegüe me contó” me animó a seguir escribiendo, a pesar de las escasísimas posibilidades editoriales que había en Nicaragua en los años 90 para publicar cualquier cosa, menos aún literatura infantil. A pesar de todo, cinco años después, parí otro libro.
El texto no es “mío”. El texto base de mi segundo libro fue “El Güegüense o Macho Ratón”, una joya literaria del siglo 17, la obra de teatro bailado o de baile teatralizado más antigua que conservamos en América Latina. De autor anónimo, fue escrita en Nicaragua y fue representada, teatro y bailes, en los pueblos de la zona del Pacífico que, durante la Colonia, se llamó la Manquesa. Hoy se sigue representando en las fiestas de San Sebastián en Diriamba. En noviembre de 2005 la UNESCO declaró el Güegüense Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
Al describir los valores del Güegüense, la UNESCO lo caracteriza como un “drama satírico”. Considera esta obra como “una de las más significativas expresiones latinoamericanas de la época de la Colonia”. Dice que el texto es una “enérgica expresión de protesta contra el sistema colonial”. Y en el personaje del Güegüense aprecia su capacidad para “socavar la autoridad española”, señalando que en Nicaragua “hacerse el güegüense” sigue significando actualmente “ser capaz de ese hábil desafío de socavar el poder y la autoridad”.
ENTENDER “EL GÜEGÜENSE” ERA UNA TAREA RELEVANTE
Antes de la piropeada que la UNESCO le regaló al Güegüense, ya había leído y releído el texto original. Pero, ¿lo entendía bien? La arcaica estructura teatral de la trama y el texto -pleno de humor, pero con giros y palabras del mangue (nahua-castellano)-, no facilita que niñas y niños, también adultos, descubran su transgresora y revolucionaria esencia.
Me pareció que entender mejor el Güegüense, texto y personaje, era una tarea relevante. Soñé entonces con hacer una recreación del clásico modernizando más la estructura y algo el lenguaje. Tremendo desafío. Lo aceptamos.
Titulamos el libro “Historia del muy bandido, igualado, rebelde, astuto, pícaro y siempre bailador Güegüense”, reuniendo ya desde ahí los valores que hay en este personaje y en su enfrentamiento con el poder. Empleo el plural porque en la producción de esta obra, de nuevo Nivio fue mi asesor, revisando una y otra vez el texto y sugiriendo cómo sacarle más y más brillo.
Las ilustraciones que hizo él de las palabras son una obra maestra de color y movimiento, de humor y de creatividad. Nuevamente, logramos una obra en que texto e imagen se integran maravillosamente.
Por esas cosas de la vida, que es lo que sucede mientras uno la planifica, el libro se publicó primero en alemán. Fue presentado en la Feria del Libro de Frankfurt en 1992, en ocasión de los 500 años de la Conquista de América. En Nicaragua lo publicó Anamá Ediciones en 1994.
EL GÜEGÜENSE TIENE MUCHO QUE ENSEÑARNOS
En 2007, después del reconocimiento que al Güegüense le otorgó la UNESCO, la Fundación Libros para Niños hizo una segunda edición. Se presentó en un hermoso acto en los atrios de la Basílica de San Sebastián en Diriamba. Saludaron el libro Ernesto Cardenal, Carlos Mejía Godoy y Juan Bautista Arrién, representante de la UNESCO en Nicaragua. Esa tarde hablé del sentido de este extraordinario personaje literario que es el Güegüense.
Más de tres siglos nos separan de este texto. ¡Trescientos años! Este es un texto viejo viejísimo, viejisísimo y valioso valiosísimo. Es un tesoro. No sólo de Diriamba, no sólo de Los Pueblos, no sólo del Pacífico. No sólo de Nicaragua. Ya es un tesoro de toda la bolita del mundo, de toda la Humanidad.
Hay algunos que dicen que ser Güegüense es ser matrero y marrullero. Dicen que este viejo maravilloso que sobrevive soñando y jugando con las palabras es sólo un mañoso del que debemos avergonzarnos. No, no y no. Este viejo ingenioso, vagabundo y buhonero, inteligente, pícaro y burlón, fachento y hablantín, igualado y alegre alegrísimo, bandido, pícaro y astuto, rebelde y valiente, pencón, tiene, por ser así, muchas cosas positivas que enseñarnos, que decirnos, que recordarnos.
“CREAN EN EL PODER DE LA PALABRA”
Nivio y yo hicimos este libro para ustedes, que están creciendo. Lo escribimos y lo ilustramos para que conozcan un tuquito de nuestra historia, para que sepan cómo pensaban nuestros antepasados. Y para que aprendan cómo enfrentaron a los poderosos de entonces. Recuerden: no sabemos para dónde vamos si no sabemos de dónde venimos.
Lo escribimos y lo ilustramos para que aprendan a resistir al poder abusivo riéndose del poder. Tal como se rio el Güegüense del gordo y malencarado gobernador Tastuanes. Recuerden: la risa le molesta mucho al poder. Y por eso tenemos que reírnos de los poderosos arrogantes y abusadores.
Lo escribimos y lo ilustramos para que
aprendan a soñar con otra Nicaragua, la que tenemos pendiente de construir
entre todos. Aprendamos del Güegüense, que dormía en un petate revolcado y
soñaba que vivía en un palacio. Que llevaba cuatro chunches viejos en su motete
y lo ofrecía lleno de maravillas. Recuerden siempre que leer nos enseña a
soñar. Y sólo imaginando y soñando seremos capaces de cambiar Nicaragua.
Lo escribimos y lo ilustramos para que crean en la fuerza y el poder de la palabra. En el poder y la fuerza que tienen ustedes en su palabra. El Güegüense sabía muy bien que no basta rezar. Y no rezó para ganarle al gobernador abusivo. Pensó él mismo en cómo hacer, cómo darle la vuelta a Tastuanes. El Güegüense confió en su palabra para salir del apuro. ¡Y salió! Triunfó y ganó. Podía haber fracasado. Y lo más importante no es que ganó, sino que luchó.
Hoy celebramos, más que todo, su rebeldía. Confíen en su palabra, resistan a los poderosos con la risa, burlándose de ellos. Y confíen en el poder de la palabra. Piensen en todo esto cuando lean este libro. Y desde ahora, cuando escuchen que alguien dice ¡es un güegüense!, sepan que no es una ofensa, sino un piropo.
“LA BALANZA DE DON NICOLÁS SANDOVAL”
Con estos dos primeros libros, buceaba en lo autóctono, buscando que niños y niñas conocieran algo de su pasado, sintieran el orgullo de ser nicaragüenses y valoraran el habla nicaragüense, tan brillante y rica en humor y sabiduría. Me interesaba promover biodiversidad literaria en el terreno de la literatura infantil y salvar de la extinción raíces culturales y orales tan valiosas.
A partir de esos dos primeros libros seguí avanzando en otros temas. En 1999 nació, primero en teatro y después como libro, publicado por Ediciones Anamá, de nuevo con el patrocinio de la Agencia Sueca para el Desarrollo, y de nuevo con la brillante asesoría de mi hermano Nivio, “La balanza de Don Nicolás Sandoval”.
Este Nicolás es un sabio que en uno de sus geniales experimentos inventa, una balanza mágica. Su magia es descubrir el valor de cualquier persona por lo que pesa. Y al pesarla en la balanza, Don Nicolás certifica equidades: entre niñas y niños, entre niños chelitos y niños negros y murrucos, entre niñas pobres y niñas ricas y culitos rosados y entre tiernos y adultos.
MI ENCUENTRO CON “LIBROS PARA NIÑOS”
En 2005 y en 2010 escribí dos historias de amores chiquitos. Creo que en la identidad infantil también está siempre presente el amor. Niñas y niños también se enamoran y se alegran y sufren por esos primeros amores. “Los dientes de Joaquín” y “La lechera y el carbonero” han gustado mucho también a mayores enamorados.
Para entonces, ya me había encontrado con Eduardo Báez, un hombre enamorado de la lectura y extraordinariamente consciente de la importancia de la literatura infantil para transformar Nicaragua. En 2003, ya habíamos hecho camino juntos. Ese año publicamos en Envío una charla suya con ideas en las que coincidíamos.
Cada vez que leemos una obra literaria, nos dijo Eduardo, nuestra mente crea imágenes mentales, se dan en nuestros circuitos cerebrales conexiones nuevas, fundamentales para desarrollar habilidades mentales que son vitales. Para poder ser seres humanos, ciudadanos creativos, con capacidad de imaginarnos que nuestras vidas y que la vida en nuestras comunidades y en nuestro país puede ser diferente, es fundamental la lectura.
DESPERTAR EL AMOR POR LA LECTURA ENTRE LOS
MÁS POBRES
Yo trabajé durante años en educación de adultos -recordó Eduardo-. Participé primero en 1980 en la Cruzada Nacional de Alfabetización como coordinador departamental en Managua. Después, durante seis años en el programa de educación de adultos del Ministerio de Educación. En 1993 me encontré con Libros para Niños, una organización no gubernamental que nacía. Me pidieron una consultoría de seis meses y me quedé hasta el día de hoy.
Pronto me di cuenta que seguía trabajando alrededor del mismo problema. Nada más que en los 80, en la educación de adultos, había trabajado con el resultado final del problema: el adulto analfabeta. Y en la Fundación trabajaba con el origen del problema: la falta de lectura. Pro-moviendo el amor a la lectura contribuíamos a cerrar con ese amor una de las llaves que produce el analfabetismo.
En Libros para Niños buscamos crear espacios en que niños y niñas tengan un encuentro agradable, libre, no formal, no académico, con el mundo de los libros y de la lectura.... Nos dedicamos a la promoción de la lectura y a la formación de lectores. Pero preferimos decir que lo que buscamos es despertar el amor por los libros y la lectura. Porque creemos que ese amor es el punto de partida más efectivo para convertirnos en verdaderos lectores, en lectores permanentes y autónomos a lo largo de toda nuestra vida...
Trabajamos en este campo porque consideramos fundamental que nuestra población, especialmente la más pobre, que es la mayoritaria en Nicaragua, acceda a la cultura escrita. Es esa población infantil, que no tiene libros en sus casas, que no puede comprarlos, la que priorizamos con la mejor literatura.
“CINCO NOCHES ARRECHAS”
Desde 2005 todo lo que he escrito ha sido con el sello de Libros para Niños, la editorial que me abrió las puertas y me permitió seguir escribiendo, siempre con Nivio ilustrando las palabras.
Desde antes de los dos libros de amores chiquitos yo venía pensando en un libro que contara, una vez más, pero de forma novedosa, las leyendas de miedo más populares de la tradición nicaragüense. Hasta título tenía ya el libro: “Ocho noches arrechas” se iba a llamar. Pero por esas cosas de la vida el libro tuvo una larga interrupción y sólo pude escribir cinco cuentos de sustos.
Estuve pensándolo con mi hermano Nivio.
Apagaba la luz para leerle el texto buscando efectos de miedo ... y sin su luz
verde no avanzaba. Sus ilustraciones son sencillamente geniales y espantosas.
El Cura sin Cabeza aparecía en León Viejo a unos escolares. El Cadejo seguía los pasos de un niño que robó a otro niño en la Colonia Centroamérica de Managua. La Cegua era contratada por mujeres de Totogalpa para darle una lección a Bernardón, un zángano mujerero. La Carreta Nagua tronando huesos le salía a tres borrachitos en Chinandega. Y el Caballo de Arrechavala cabalgaba por León tirándose un descomunal pedo...
¿POR QUÉ NOS GUSTA TANTO PASAR MIEDO?
Presenté “Cinco noches arrechas” en una noche de Managua de 2008, con el respaldo de la cooperación de Noruega y de Finlandia. Estos días -dije esa noche alegre- me han preguntado si considero que estos cuentos espantosos y estos dibujos horrorosos son adecuados para niños... Pues sí, yo creo que este libro les va a gustar mucho a niños y a niñas. Y también a los mayores... De niña siempre me gustó escuchar cuentos de miedo y leer cuentos de miedo. Y ya chavala, pasé a ser adicta de las novelas de misterio... Por el placer de sentir miedo.
Dejo para todos, estas preguntas... ¿Qué necesidad instintiva satisface el sentir miedo al leer historias de miedo? ¿Por qué les gustan tanto a los niños los relatos sobre espantos, lobos y brujas? ¿Será porque nos rebelamos contra una vida demasiado segura? ¿Será que los seres humanos necesitamos cierta dosis de peligro para sentirnos vivos? ¿Será que siempre requerimos de algo terrible que enfrentar para probarnos a nosotros mismos? ¿O será que sentir miedo leyendo un libro eso nos prepara para enfrentar los muchos miedos de la vida real...?
Sea lo que sea, aunque hay madres y padres
escrupulosos que consideran que este libro no es adecuado, la experiencia me
demostró que es el libro que más piden niñas y niños de todas las edades cuando
he ido a escuelas y a rincones de cuentos a leerles lo que he escrito. Siempre
es el libro más pedido, el más aplaudido, el que es más leído y más prestado en
los puestos de lectura y rincones de cuentos de Libros para Niños. Comprobado,
pues: también a ellos y a ellas les encanta pasar miedo...
LOS PENÚLTIMOS “HIJOS DE PAPEL”
El último proyecto que hice con Eduardo Báez, antes de que un aneurisma lo matara, fueron cinco libritos pequeños: “Mi mamá me quiere”, “Mi papá me quiere”, “Mi abuelita me quiere”, “Yo quiero a mi escuela” y “Yo me quiero”. Buscaban explicar a niñas y niños qué es “eso que llaman amor”... Llegaron gratuitamente a las escuelas, patrocinados por Save the Children. Eduardo ya no los vio.
En 2014, con Nivio nos dimos a la tarea de
revivir y darle actualidad y presencia al “Rabinal Achí o Baile del Tun”, un
texto declarado también por la UNESCO, a la par de nuestro Güegüense,
Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
El valor de este texto es inmenso: es el único sobreviviente de las representaciones ceremoniales anteriores a la llegada de los europeos a las tierras del Mayab. Es el único testimonio escrito que nos queda de la cosmovisión maya anterior a la Colonia. Es un texto que revela una cosmovisión incontaminada de extranjerismos, pero resulta incomprensible y hermético para un lector actual.
En versión libre de texto y palabras, y poniéndole un toque de sensibilidad femenina a este drama guerrero, trajimos a nuestro hoy este relato de héroes, cantado hace seis siglos en lengua rabinaleb en las tierras de los Kichés, convertido en teatro popular hace cinco siglos y rescatado hace siglo y medio por un europeo enamorado del esplendor de la cultura maya, quien lo tradujo y lo dio a conocer al mundo. Lo presentamos en Ciudad de Guatemala en 2015.
Una deuda con la rica tradición de la Costa Caribe nicaragüense tuvimos la oportunidad de pagar ese año convirtiendo e ilustrando cuatro leyendas mískitas: “Por qué hablan así los dantos”, “Por qué nadan así los patos”, “Por qué son enemigas la tortuga y la culebra” y “¿Por qué son así los sapos?”
“LA GUÍA DEL PIPIÁN”
Si con “Un güegüe me contó” había llevado treinta años atrás a niñas y niños a conocer algo de su pasado, contándoles algo de la prehistoria de Nicaragua, en 2016 me sentía tan desalentada por cómo iban las cosas en nuestro país que quise dejarles un testamento... llevándolos a imaginar algo de un mejor futuro, un futuro diferente al presente que tanto me dolía.
Para eso los trasladé, con Guayo y Nayita,
a un campo de pipianes mágicos... para seguir allí “la guía del pipián”. Allí
escucharían a los dos más afamados habitantes del pipianal, Tío Coyote y Tío
Conejo, evocando ambos a Darío con nuevos sueños: “Si la patria es pequeña...
uno verde la sueña... uno sabia la sueña... uno alegre la sueña”.
En “La guía del pipián” hay un realismo desalentado, también esperanzado: la guía del pipián es tan supermágica que le habla a los niños para decirles su secreto: “En el piso estoy... pero floreando”.
No imaginaba yo cuando presenté en la UCA este texto la rebelión azul y blanco que ocurriría menos de dos años después, el despertar de tanta gente, alzada del piso y floreando. No esperaba tanto valor y dignidad en tanta juventud... Nunca me imaginé que tantos llenarían el país reclamando un futuro mejor.
Todavía en 2017, un último parto: “El chavalo relámpago”, estampas de la vida infantil de esta gloria nacional que es el pelotero Dennis Martínez. Escuchar durante algunas horas cómo fue su niñez me dio la medida de la calidad humana de este hombre, que jugó un juego perfecto en las Grandes Ligas y otro juego perfecto en su vida personal.
UN PREMIO PARA NICARAGUA, SU LENGUA Y SU
GENTE
Mis libros de literatura infantil, como todos los demás, son mis hijos de papel. Recuerdo con emoción cuándo y por qué amor fueron engendrados, recuerdo los dolores de su parto, la alegría al verlos nacer. Los conozco, heredaron mi ADN y en ellos me reconozco. Los he visto caminar y crecer y llegar más lejos de lo que nunca imaginé cuando los escribí. Tan lejos como que han llegado a merecer el Cervantes Chico, y a que en ellos Nicaragua, su lengua y su gente, sean reconocidas con este premio.
REDACTORA JEFA DE “ENVÍO”.
Miseria, acoso policial y pesticidas: así malvive la mano de obra de la gran despensa estadounidense
Michael Greenberg
El valle de San
Joaquín, en California, se extiende desde Stockton, en el norte, hasta Arvin,
en el sur. Mide 377 kilómetros de longitud y 209 de anchura. Si uno se dirige a
él en coche desde el área de la bahía de San Francisco,
en menos de una hora la temperatura pasa de 14 a 36 grados, y todavía subirá
más. Las emisoras de radio son predominantemente de lengua española. Emiten
rancheras, boleros, corridos, baladas de amor desdeñado y el característico
sonido norteño, percutiente y vigoroso.
El valle es llano
y está cubierto permanentemente por una nube de polvo, niebla tóxica, humo y
pesticidas. La neblina, producto del tráfico del área metropolitana de la bahía
de San Francisco, llega arrastrada por el viento; los pesticidas proceden de
los miles de toneladas de sustancias químicas que se vierten cada año en la
tierra, y el humo lo desprenden los incendios que arden en el norte y quedan
atrapados en el valle, aplastado por el calor. La nube no se mueve de su sitio
debido a la presencia de Sierra Nevada, al este; las cadenas costeras, al
oeste, y la sierra de Tehachapi, al sur, a la que el escritor de Fresno, Mark
Arax, llama “nuestra Línea Mason-Dixon”, porque marca la separación física y
psicológica entre el valle y la cultura cosmopolita del sur de California y Los
Ángeles. La ciudad de Bakersfield y la zona circundante, situadas en el límite
meridional del valle, tienen el aire de peor calidad de Estados Unidos.
Medido en cosecha
anual, San Joaquín es una de las franjas de tierra agrícola más valiosas del
país, dominada por grandes productores al mando de una
mano de obra formada por trabajadores emigrantes. Las condiciones no han
cambiado demasiado desde que Carey McWilliams describiera el ambiente en su
libro de 1939 Factories in the Field (Fábricas en el campo).
Arax lo equipara
con un país centroamericano. “Es la zona más pobre de California”, me explica.
“Casi no hay clase media. Para encontrar su equivalente en Estados Unidos tendría
que ir a la región de los Apalaches o a las tierras fronterizas de Texas”.
Pasas, uvas de
mesa, pistachos, tomates, frutas con hueso, fresas, ajo y col son algunos de
los cultivos del valle. En conjunto, los ingresos proporcionados por las
cosechas del valle y del resto de California aportan unos ingresos que
ascienden a 47.000 millones de dólares anuales, más del doble que los de Iowa,
el segundo mayor Estado agrícola de Estados Unidos. La mayoría de estas rentas
benefician a unos pocos centenares de familias, algunas de las cuales son
propietarias de nada menos que 50.000 y hasta 100.000 hectáreas de tierra.
En la vertiente
oeste del valle, las plantaciones son tan grandes que los capataces vigilan a
los trabajadores sobrevolando en avión los campos. Los ordenadores controlan el
flujo del agua, que se conduce hasta las plantas a través de un intrincado
sistema de tuberías y válvulas. “Son prisiones y plantaciones, nada más”,
denuncia Paul Chávez, hijo de César Chávez, uno de los cofundadores del
sindicato Trabajadores Agrícolas Unidos (UFW por sus siglas en inglés). “En
ellas no es posible ni siquiera recibir educación. Según un sondeo oficial del
Estado de California, en los poblados en los que viven los peones los maestros
titulados no llegan al 30%”.
Hoy en día, al
menos el 80% son mexicanos sin papeles, en su mayoría indígenas de los Estados
de Oaxaca, Sinaloa y Guerrero —las regiones más pobres del país— que hablan muy
poco o nada de español, y mucho menos inglés. La mayor parte lleva como mínimo
una década trabajando las fincas, han formado familias en el valle y viven
aterrorizados por la migra, como se conoce al Servicio
de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE por sus siglas en
inglés), y la deportación inmediata o el encarcelamiento, que los apartaría de
sus hijos.
A finales de junio
visité una plantación de tomates en el condado de Fresno, cerca de la pequeña
ciudad de Mendota. La hacienda es propiedad de Gargiulo, uno de los mayores
productores de tomates del país. Aparcados junto a los márgenes de las parcelas
listas para la recolección había docenas de coches destartalados. Los grupos de
indígenas mixtecos dependían del único peón que hablaba español con fluidez
para comunicarse con el jefe de la cuadrilla y el representante sindical de UFW
que me había introducido clandestinamente en la finca. En temporada alta, estos
campos emplean a 400 recolectores. El día de mi visita había unos 250
trabajando. Casi la mitad eran mujeres, algunas de ellas visiblemente
embarazadas.
A causa del calor,
la jornada laboral va desde las cinco de la madrugada hasta las diez de la
mañana, cuando las temperaturas alcanzan los 45 grados. El sol caía a plomo,
pero todos iban cubiertos de pies a cabeza con varias capas de ropa: gorras de
béisbol medio rotas sujetas en su sitio con capuchas y bufandas caseras,
jerséis encima de jerséis, dos pares de pantalones, calcetines gruesos y botas.
Solo los ojos, las mejillas y los dedos quedaban al descubierto. El objetivo
era protegerse de los pesticidas. Entre los trabajadores del valle se registran
altas tasas de cáncer. Los productos químicos han endurecido tanto la tierra
que cuando la coges con la mano forma terrones como piedras, secos y
descoloridos. Con el calor, los plaguicidas suben con fuerza desde el suelo. Al
cabo de una hora notas cómo te queman en la boca.
El tomate se
recoge encorvado. No hay trabajo más penoso y agotador. A pesar de ello, los
oaxaqueños se entregan a él a una velocidad vertiginosa. Cobran a razón de 73
centavos por cada cubo de 19 litros que consigan llenar. Los peones lo
prefieren a la alternativa de los menos de 10 euros por hora del salario mínimo
en California. Los más jóvenes llenan dos recipientes a un tiempo. Arrancan de
la planta los enormes tomates verdes, les quitan el tallo de un tirón y los
dejan caer en el cubo. Luego salen corriendo hasta el remolque de carga
enganchado a un tractor a unos 45 o 55 metros de distancia al fondo de la
parcela. A continuación, vuelven rápidamente a la fila, llamándose y gritándose
unos a otros como soldados para mantener el ánimo y el ritmo. En cinco horas,
un recolector habilidoso puede ganar entre 66 y 75 euros.
La época del tomate dura
cuatro meses, desde junio hasta octubre, transcurridos los cuales los braceros
se trasladan a la vertiente este del valle para cosechar cítricos o podar vides
y frutales. Con suerte, un peón diligente puede encontrar trabajo ocho o nueve
meses al año y ganar entre 18.000 y 20.000 euros antes de impuestos. En 2010,
los obreros indocumentados pagaron alrededor de 10.600 millones de euros en
cuotas a la Seguridad Social, un dinero que fue a engrosar las pensiones de
jubilación de los estadounidenses, una prestación que estos trabajadores nunca
cobrarán.
En respuesta al
argumento de que los inmigrantes dejan sin trabajo a los estadounidenses al
hacer que bajen los salarios, UFW creó una página web que ofrecía a los
nacionales y a los residentes legales trabajo en el campo en cualquier lugar
del país a través de los servicios de ocupación estatales. Era 2010, durante la Gran Recesión. La página
recibió alrededor de cuatro millones de visitas. Unas 12.000 personas
rellenaron las solicitudes de empleo. De ellas, en total se presentaron
efectivamente a trabajar 12 nacionales o residentes legales. Ni uno solo aguantó más de un día.
Según un reportaje
publicado en Los Angeles Times, Silverado, un contratista de mano de
obra agrícola de Napa, “nunca ha visto a un blanco nativo estadounidense
aceptar un empleo del nivel más bajo, ni siquiera después de que la empresa
aumentase el salario por hora cuatro dólares por encima del mínimo”. Un
vinicultor de Stockton no logró atraer a los parados ofreciendo cerca de 18
euros a la hora.
La cosecha de
frutas y verduras es trabajo de una sola generación. Los peones con los que he
hablado ni querían ni permitirían que sus hijos los sucediesen en el campo. El
calor y el coste para la salud, unidos al poder feudal de los productores,
hacen que prefieran trabajar en un hotel con aire acondicionado o en una planta
de envasado, donde pueden estar derechos y a salvo de los pesticidas por un
salario igualmente bajo.
Esto significa que
se necesita una provisión continua de emigrantes mexicanos sin recursos
dispuestos a hacer el trabajo. Pero los emigrantes no llegan. Desde 2005, el
número de mexicanos que se marchan de Estados Unidos supera al de los que
llegan. La explicación no reside solo en la política de mano dura en la
frontera. En 2000, cuando esta era mucho más permeable que ahora, 1,6 millones
de mexicanos fueron detenidos intentando entrar en Estados Unidos. En 2016
fueron 192.696. El economista Ed Taylor, de la Universidad de California en
Davis, calcula que el número de posibles emigrantes procedentes del México
rural se reduce cada año en 150.000. Este hecho se explica en parte por la
mejora de la situación económica en el norte y el centro de México, que ha
atenuado el atractivo del trabajo a cambio del salario mínimo en Estados Unidos,
y en parte por el coste y el peligro de aventurarse a cruzar la frontera. Si se
consigue entrar en territorio estadounidense, lo que tiene que pagar al
traficante puede endeudar de por vida a un obrero que reciba la retribución más
baja.
Miguel Martínez, trabajador del campo
californiano emigrado desde el Estado mexicano de Oaxaca, en los humildes
apartamentos que habitan. Brian Frank
Hemos visto
familias separadas en la frontera. Son imágenes de una atrocidad primitiva. Sin
embargo, las crueldades cometidas con los emigrantes ilegales de las filas
inferiores del ejército de trabajadores que ya viven en Estados Unidos, han
recibido mucha menos atención. Incluso en California, miles de obreros viven
rodeados por un cordón de terror a pesar de la legislación del Estado que
protege a los sin papeles. Hay californianos que sostienen que las “leyes
santuario” no han hecho sino empeorar las cosas al convertir el Servicio de
Inmigración y Control de Aduanas de EE UU en una fuerza paramilitar itinerante reforzada
por un presupuesto cada vez mayor y alentada por el presidente.
En todas mis
visitas al valle de San Joaquín se respiraba el miedo a la migra. Algunos trabajadores no se atrevían a salir de
casa para ir al campo o incluso a comprar comida debido a la omnipresencia del
ICE tanto en vehículos identificados como sin identificación. En Radio
Campesina, una red de emisoras del valle en español, propiedad de la Fundación César
Chávez, se recibían llamadas de personas que avisaban a
los oyentes de dónde se había detectado la presencia de agentes del servicio,
como un supermercado, un colegio o un puesto de control surgido de improviso en
una carretera. “Contamos a nuestros oyentes lo que pasa por ahí, qué esperar y
qué evitar”, me contaba el director de la emisora de Radio Campesina en
Bakersfield. “Hacemos advertencias sutiles, informamos a la gente, pero tenemos
que asegurarnos de que son llamadas espontáneas. De lo contrario, podrían acusarnos
de obstrucción”.
La policía federal
parece dispuesta a deportar a tantos emigrantes indocumentados como pueda y a
hacer la vida imposible a los demás hasta que abandonen el país por propia
iniciativa. Los agentes del ICE rastrean el valle en busca de mexicanos que han
entrado en el sistema legal debido a la comisión de pequeñas infracciones
acompañadas de multas o citaciones o, en el peor de los casos, por conducir
bajo los efectos del alcohol sin haber causado víctimas. Al marido de una mujer
con la que hablé lo deportaron después de 22 años viviendo en California por no
pagar una multa por exceso de velocidad.
En la sede central
de UFW, en el centro de Fresno, me reúno con un grupo de 12 personas que dan
asesoramiento legal gratuito a los emigrantes. Vienen de las principales
ciudades de los valles de San Joaquín y Salinas. Todas me dicen que están
desbordadas por la afluencia prácticamente inacabable de trabajadores
aterrorizados que temen por su futuro. “Nuestra principal tarea consiste en
informar a la gente sobre cómo tratar con el ICE”, explica Fátima Hernández,
una asesora de las oficinas de UFW en Bakersfield. “Cómo evitar que los
detengan y los deporten”. Las instrucciones son simples y estrictas: no
responder a ninguna pregunta, no firmar nada, no mostrar ningún documento, no
dejar que ningún agente entre en su casa si no desliza bajo la puerta una orden
judicial con el nombre de la persona afectada. Instan a los emigrantes a que
hagan fotos y graben vídeos, y a que apunten el número de la placa policial y
el modelo del coche. “Estén preparados para probar exactamente lo que sucedió”.
Su principal protección es la Quinta Enmienda, que reconoce el derecho de
permanecer en silencio incluso a quienes no sean ciudadanos estadounidenses.
Da la impresión de
que el clima de miedo que recorre el valle “como una descarga eléctrica” afecta
a Hernández y a sus compañeros. Los emigrantes detenidos en la zona van a parar
a Mesa Verde, una cárcel privada situada en Bakersfield en la que les es
prácticamente imposible contratar a un representante legal debido a que son
pobres y no cuentan con ningún apoyo. Allí es donde los asesores voluntarios
entran en escena. Según Hernández, son “una gota en el océano”. Desde la
prisión, los detenidos “asisten” a la audiencia a través de un vídeo
transmitido a una sala situada en Sacramento, a 460 kilómetros de distancia. El
fallo se dicta en cuestión de minutos. La acumulación de trabajo es ingente. El
tribunal tiene una lista interminable de casos y se abre paso a través de ella
sin inmutarse.
Hernández asesora
a padres para que preparen a sus hijos para lo peor. Uno de los temas de
conversación es qué pasa si hoy tus padres no vuelven a casa. Antes los
inmigrantes se sentían inseguros, pero tenían cierta sensación de que se
necesitaba su trabajo, de que eran valorados, aunque solo fuese por su
disposición a realizar las tareas que nadie más quería. Sus hijos podrían
estudiar y vivir la mayor parte del tiempo sin el temor de que sus padres
desapareciesen, incluso con la agresiva política de deportación de Obama.
Actualmente, ni
siquiera los residentes en situación de legalidad temporal solicitan los
cupones para alimentos, ni la prestación de desempleo, ni los servicios de
desarrollo para la infancia, ni se presentan al programa integral de ayuda a
los niños de rentas bajas y a sus familias. Recientemente, el gobierno de Trump anunció un cambio
en la normativa que impide a los emigrantes y a los residentes permanentes
optar a la nacionalidad si han recibido o solicitado asistencia social. Las
personas que se quedan sin trabajo, como ocurre inevitablemente con los
trabajadores del campo durante parte del año, prefieren pasar hambre antes que
arriesgarse a que el gobierno los ponga en la lista negra.
La paranoia ha
impregnado todos los aspectos de la vida. La actividad social, como por ejemplo
la asistencia a reuniones ciudadanas y otros actos públicos, prácticamente ha
desaparecido. “Las personas dan otro nombre o piden que se les oculte la cara
si es que acceden a dar su testimonio o a compartir su historia en los medios
de comunicación”, cuenta Eriberto Fernández, un organizador cuyos padres siguen
trabajando en la vendimia en el condado de Kern. “Algunos no quieren ni que los
vean en nuestra página de Facebook”. Cuando era pequeño, sus padres lo llevaban
al campo porque no tenían a nadie que lo cuidase mientras estaban trabajando.
“A los siete u ocho años empecé a trabajar con ellos después del colegio. El
nuestro es un caso típico”. Ahora Fernández se dedica a registrar a los latinos
para que voten, con escaso éxito. “Nos dicen que la última vez que votaron las
cosas empeoraron, así que no van a volver a hacerlo”. En el condado de
Monterrey, la participación de los latinos en las primarias del 5 de junio de
2018 fue más baja que nunca. El pesimismo es grande en la primera, segunda y
tercera generación de esta comunidad, cuyos miembros son ciudadanos estadounidenses.
Algunos se sienten
resentidos con los inmigrantes ilegales, o los miran por encima del hombro o,
sencillamente, no quieren saber nada de ellos. Una minoría significativa —entre
el 25% y el 30%, según la mayoría de los cálculos— está a favor de las leyes
republicanas sobre las armas y son contrarios al aborto.
En Delano conocí a
una joven de 18 años llamada Rufina García. Lleva viviendo en Estados Unidos
desde que tenía un año y medio. Sus padres eran mixtecos, y la trajeron con
ellos desde el pueblo de Putla, en Oaxaca. Los dos trabajaban en el campo. Se
trasladaban de un lado a otro según las cosechas, recogiendo cerezas, uvas,
mandarinas y naranjas. A lo largo de sus 16 años y medio en Estados Unidos
tuvieron otros cinco hijos, todos nacidos en el valle de San Joaquín.
Durante varios meses
estuvieron notando que los agentes del ICE merodeaban a su alrededor, siguiendo
la pista de sus movimientos. Se presentaban en el aparcamiento del edificio
donde vivían, o en el colegio de los niños, o los seguían en coche para hacerles
saber que los habían señalado y estaban siendo vigilados. Ni Rufina ni sus
padres se explicaban la razón. La migra solía seguir a
personas con antecedentes policiales. “Mi hermano se hizo experto en
detectarlos mientras mi padre iba conduciendo”, recuerda mi interlocutora. “Los
coches sin identificación se pueden reconocer por el número de matrícula. Mi
padre estaba muy nervioso. Sabía lo que podían hacernos. Podían quitarnos todo.
No hacía más que preguntarme por qué a nosotros”.
A las seis de la
mañana del 13 de marzo, sus padres llevaron a la hermana de Rufina al instituto
Robert F. Kennedy para el entrenamiento de atletismo de primera hora. Mientras
se alejaban en coche, los agentes que los habían seguido desde que salieron de
casa encendieron las luces de emergencia para indicarles que se desviaran hacia
el arcén. Santos, padre de Rufina, obedeció, pero cuando los policías se
acercaron al vehículo, sintió pánico y pisó el acelerador. Los agentes se
lanzaron tras él a toda velocidad. Santos chocó con un poste de la luz. Él y
Marcelina, madre de Rufina, murieron.
Al final, resultó
que los policías habían confundido a Santos con su hermano Celestino, al que
pretendían deportar por una denuncia de conducción bajo los efectos del alcohol
de 2013. La denuncia no iba acompañada de cargos por conducción temeraria, y se
había resuelto satisfactoriamente en los tribunales. Las muertes movilizaron a
los trabajadores agrícolas del valle, que no vieron el suceso como un mero
accidente, sino como el resultado natural de las experiencias que todos ellos
vivían, de una manera u otra, bajo la vigilancia de la migra. Centenares de personas asistieron al funeral.
Las cámaras y los equipos de televisión se lanzaron en picado sobre la
ceremonia. Arturo Rodríguez, el paternal presidente del UFW, hizo acto de
presencia, y el funeral adoptó un aire de tímida manifestación.
Poco después del
funeral, los agentes del ICE hicieron un despliegue de múltiples vehículos para
rodear a Celestino en su casa y llevárselo como si fuese un peligroso criminal.
El mexicano fue deportado de inmediato, dejando atrás a su esposa y a sus
cuatro hijos, dos de los cuales son ciudadanos estadounidenses. Firmó bajo
coerción sus documentos de deportación, lo que supone ser expulsado de Estados
Unidos sin audiencia y sin posibilidad de volver nunca más. Su sobrina piensa
que el Servicio de Inmigración y Aduanas montó el espectáculo de su arresto
porque Celestino había concedido entrevistas a la prensa para hablar del
accidente y el coste que había tenido para la familia. “Nos daba ayuda
emocional”, recuerda. “Para mi padre, él era como un hijo. Mi padre lo crio”.
Ahora Rufina —una
de los denominados dreamers, en situación ilegal y con
el programa Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA por sus
siglas en inglés) en un limbo judicial— tiene que cuidar de sí misma, de sus
cinco hermanos, el menor de los cuales tiene ocho años, y de William, su hijito
de un mes. Su mirada era opaca e irremediablemente triste. Me dio la sensación
de que vivía en dos mundos: uno en el que conversábamos tranquilamente, y el
otro un mundo de pesadilla del que, aparentemente, era incapaz de escapar o le
resultaba imposible entender.
Quería que viese
el santuario dedicado a sus padres junto a la carretera, cerca del lugar donde
murieron. Por el camino pasamos por Forty Acres, la polvorienta parcela en la
que estaba la gasolinera en la que, en 1968, César Chávez protagonizó una
huelga de hambre durante 45 días para llamar la atención sobre la huelga contra
Giumarra Brothers, el mayor productor de uva de mesa del valle. Robert Kennedy
fue a verlo el día que abandonó el ayuno, lo cual convirtió a Chávez en un
personaje famoso y dio a conocer a todo el país las tribulaciones de los
trabajadores del campo. En 1970, tras la victoria de los huelguistas con la
ayuda de un boicoteo nacional a la uva, había en torno a 70.000 vendimiadores
sindicados.
El santuario
dedicado a los padres de Rufina se encuentra en una sofocante carretera de dos
carriles, cerca del desvío que lleva a la cárcel de North Kern. A través del
calor podíamos ver la prisión, rodeada por brillantes espirales de concertina.
“Establecimiento penitenciario. No recoger autoestopistas”, dice una señal a
uno de los lados de la carretera. En el lado opuesto hay otra cárcel, esta para
mujeres. Las grabaciones de las cámaras de seguridad de ambas prisiones, en las
que se ve a los agentes del ICE conduciendo a toda velocidad por la calzada
vacía detrás de Santos y Marcelina, indican que mintieron cuando declararon a
la policía de Delano que no los habían perseguido, pero no fueron procesados.
Una mujer que se dirigía a su trabajo en la cárcel se paró y sostuvo la mano de
Marcelina a través de la ventanilla del coche volcado mientras moría. Los
agentes aparcaron a unos 400 metros y no ofrecieron su ayuda. A los 40 minutos
llegó una ambulancia.
El santuario narra
la historia de la vida de los padres de Rufina. Hay flores, una lata de té frío
Arizona, un florero rosa, un crucifijo y una imagen de la Virgen de Guadalupe,
una botella de salsa picante, un viejo faro de coche, una maceta con tierra
negra y una lata de cerveza Tecate. Rufina me llama la atención sobre una vela
que alguien ha puesto desde su última visita. Parecía que le servía de
consuelo. La joven cree en la presencia invisible de los muertos. Me explicó
que las cáscaras de huevo que había por el suelo las habían esparcido personas
que temían que les pasase lo mismo que a los padres de ella. Con voz seria,
como para asegurarse de que no hubiese malentendidos, añadió: “Dijeron que
había sido culpa de mis padres por asustarse y salir huyendo. Pero no lo fue.
Lo único que hacían era ir a trabajar”. Un portavoz del ICE responsabilizó de
las muertes a la legislación californiana que protege a los emigrantes ilegales
y “ha obligado al servicio a salir de las cárceles y a nuestros agentes a
llevar a cabo su misión en las calles, lo cual ha aumentado los riesgos para
las fuerzas de seguridad y para la ciudadanía. Asimismo, aumenta la
probabilidad de que el servicio se tropiece con extranjeros ilegales que hasta
entonces no teníamos en nuestro radar”.
La campaña de mano
dura del ICE es tan solo uno de los aspectos de un plan para deportar a todos
los mexicanos indocumentados que ocupan las categorías inferiores del mercado
laboral y acabar por completo con las nuevas llegadas desde el sur de la
frontera. En el Congreso hay en marcha una iniciativa para sustituir a estos
obreros por un amplio programa de “trabajadores invitados”.
Con la legislación
actual, pensada para hacer frente a situaciones de emergencia debido a la
escasez de mano de obra, los trabajadores invitados salen caros. Los
empresarios tienen que pagarles el viaje de ida y vuelta a su país de origen y
proporcionarles alojamiento mientras dure el contrato, que no puede ser
superior a un año. La normativa está diseñada para disuadir a las empresas de
la idea de hacerse con un sobrante de mano de obra por el procedimiento de
importar un número ilimitado de mexicanos y bajar los salarios de los que ya
viven en Estados Unidos, como hicieron los productores entre 1942 y 1964,
mientras duró el Programa Bracero, en respuesta a la falta de trabajadores
agrícolas durante la Segunda Guerra Mundial.
En las condiciones
actuales, la escasez de mano de obra ha alcanzado unas proporciones
desconocidas al menos en los últimos 90 años. En consecuencia, los productores
han arrancado los cultivos que necesitan más trabajo manual, como las vides de
uva de mesa, y han plantado almendros, para los que no hace falta tanto. Los
precios de la vivienda, sobre todo en la zona costera del valle, hacen aún más
difícil atraer y conservar a los trabajadores. En los últimos años, millones de
dólares en cosechas no recogidas se han enterrado o se han dejado pudrir en el
campo.
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