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/ 270419
Una de las cosas que se ven con más
claridad, cuando hay elecciones, es “el miedo a la libertad”.
Todos decimos que queremos ser libres. Y por eso pedimos y exigimos que se nos
respete la libertad. Pero no nos damos cuenta que pensamos y decimos esas cosas
tan maravillosas, sobre la libertad, precisamente cuando, en lo más profundo de
nuestro ser y de nuestra vida, más miedo nos da –y hasta más pánico nos causa–
que nos propongan como proyecto y programa, para nuestra existencia entera, precisamente
la libertad sin limitación alguna.
Hay demasiada gente en la vida a la que un
buen dictador le quita de encima la carga insoportable de la libertad. Un
buen dictador, que manda, impone y se impone, por eso mismo, es el gobernante
que mucha gente anhela. Y si no, ¿por qué ahora en Europa hay tantos
países en los que está creciendo la derecha más totalitaria? ¿No tuvimos
bastante con Hitler, Mussolini, Stalin y sus compinches del siglo XX,
para quedar satisfechos del “autoritarismo totalitario” que sembraron de muerte
y exterminio hasta el último rincón de la Europa que, desde la Ilustración,
venía soñando en la libertad?
Pero, ¡por favor!, que nadie se imagine
que, al decir estas cosas, estoy haciendo una apología de la democracia, sea
del color que sea. Quien se quede en eso, no ha tocado fondo. Ni se ha enterado
de lo que quiero decir. Porque el problema de la libertad es mucho más
profundo.
Por eso ahora hablo, no como “político”,
ni como “religioso”, y menos aún como “clérigo” o como “hombre de Iglesia”. No.
Nada de eso. Hablo desde el Evangelio, con sus páginas
ardientes en mis manos y su ideal inalcanzable en lo más profundo de mis
convicciones. Cuando el Evangelio relata el llamamiento que Jesús les hizo a
sus primeros discípulos, lo que se pone en cuestión y se plantea, para que
aquellos hombres lo afronten y lo resuelvan, es sólo una palabra:
“Sígueme”.
Jesús no les propone un programa de vida, ni un objetivo,
ni un ideal, ni cosa alguna, fuere la que fuere. Lo que Jesús presenta es el
problema de la “seguridad” en la vida. Como escribió genialmente Dietrich
Bonhoeffer: “en realidad, se trata de la absoluta seguridad y la
firmeza en la vida, siguiendo el proyecto de vida que vivió Jesús”.
La libertad no reside en las ideas y los
discursos. La libertad está en los hechos. Cuando la libertad
reside en un valor supremo, que relativiza todo lo demás, los dictadores de
pacotilla y discurso pierden toda su autoridad, su poder y el valor de sus
promesas. De forma que quienes les siguen son los ejemplares más perfectos del
miedo a la libertad.
Tocamos así el centro de la política.
Pero, sobre todo, el centro mismo, no de la religión, sino del Evangelio. Es
el centro que nunca tocamos. Porque es demasiado el miedo que le
tenemos a la libertad. Tenía razón Eric Fromm. Y mucho antes
que él, el “proyecto de vida” que es el Evangelio.