www.plazapublica.com.gt / 04 02 19
Nayib Bukele arrasó en El Salvador con más
del 53% de los votos. No necesita segunda vuelta para ser elegido presidente.
La otra cara de la moneda es el FMLN: pierde más de un millón de votos tras una
década en el gobierno. Thelma Aldana, precandidata a la presidencia de
Guatemala, busca la sintonía con el nuevo gobernante salvadoreño, a quien
acompañó en su celebración.
Hacer historia es un cliché cuando
hablamos de elegir presidente. Cada elección es histórica. Cada cita con las
urnas, más histórica que la anterior. A fuerza de repetir la idea, terminamos
por perder la perspectiva. Y, sin embargo, cuando Nayib Armando Bukele Ortez
puso un pie en la abarrotadísima plaza Francisco Morazán de San Salvador tras
arrasar en las elecciones de El Salvador celebradas el domingo 3 de febrero,
estaba haciendo historia.
«Hemos pasado la página de la postguerra»
anunció, ya presidente electo, desde el hotel Sheraton este empresario de
origen palestino que convirtió las redes sociales en una seña de identidad.
Pasaban las nueve de la noche y sus rivales, Carlos Calleja (Arena) y Hugo
Martínez (FMLN) ya habían reconocido su derrota. Lo primero que hizo: sacarse
una selfie ante sus seguidores.
Quebrar el bipartidismo por primera vez en
30 años es hacer historia. Más aún si ese modelo viene como herencia de 12 años
de sangrienta guerra civil (1980-1992) con 75,000 víctimas mortales.
Los resultados del domingo son un
terremoto. Gana, el color con el que se vistió Bukele para concurrir a los
comicios, se lleva cerca de 1,4 millón de votos, más del 53% de los sufragios.
Por detrás quedan los derechistas de Arena, en coalición con PCN y PDC, que
obtienen algo más de 830 mil papeletas, lo que supone el 31%. Tras ellos, a
mucha distancia, la ex guerrilla del FMLN: menos de 380 mil votos y sin
alcanzar el 15% del total.
Bukele, en solitario, ha obtenido más
votos que todos sus rivales juntos. Lo ha hecho en unas elecciones con una
abstención del 49 %, una de las más altas desde el fin de la guerra.
«Ganamos en todos los departamentos del país.
Dijimos que haríamos historia y la hicimos», dijo, en su primer baño de masas
después de confirmarse que será presidente del país más pequeño y más violento
de Centroamérica y sin necesidad de pasar por una segunda vuelta.
No ha llegado la medianoche y Bukele tiene
razones para estar satisfecho. Se acaba de cargar, de un plumazo, el sistema
bipartidista que ha dominado El Salvador desde 1992, cuando se firmaron los
Acuerdos de Paz. El conflicto impuso dos bandos, Ejército y guerrilla. Al fin
de la confrontación armada, estos dos bandos se trasladaron, con todos sus
matices, apoyos y escisiones, a dos movimientos políticos, Arena y FMLN.
Derecha e izquierda. Los primeros 20 años de postconflicto (hablar de paz en un
país como El Salvador sería muy osado) fueron de dominio arenero. Los
siguientes diez, efemelenistas. Y así parecía que iba a ser por siempre, hasta
la llegada de Bukele, miembro del partido de la antigua guerrilla hasta octubre
de 2017. Al final, ellos han sido los paganos del hartazgo hacia el sistema
político.
Los argentinos, durante el corralito de
2001, gritaron “que se vayan todos”. En El Salvador no hay corralito, pero sí
unas terribles tasas de violencia y pobreza, así como una generalizada falta
absoluta de fe en el sistema político.
El año pasado murieron asesinadas 3,340
personas. Esto quiere decir que nueve salvadoreños sufrieron una muerte
violenta cada día. A su vez, más del 30% de la población vive en condiciones de
pobreza. Es decir, que uno de cada tres salvadoreños es pobre. Razones más que
suficientes para un «que se vayan todos» que, en este caso, ha sido
capitalizado por Nayib Bukele.
Su figura es controversial y está llena de
incógnitas. Publicista y empresario de 37 años, lleva en política desde 2012,
pero logró mantener su imagen de político «sin ideología». Fue alcalde de Nuevo
Cuscatlán y luego de San Salvador, en ambas ocasiones por el FMLN. A pesar de
ello, cultivó su imagen de tipo independiente, buen gestor al margen de los
corsés que imponen estructuras envejecidas que cargan con el peso del país que
ellos construyeron. Quizás por esa animadversión que generó como recién
llegado, algunos medios hasta lo calificaron de antisistema. Aunque puede que
el término no se adecúe tanto a Bukele. Un tipo que desde los 18 años gestiona
las empresas familiares no parece ser alguien llamado socavar el sistema. Sin
embargo, sí que ha sido un díscolo con la clase política. Y vivimos en un
tiempo en el que las apariencias lo son todo.
Presentarse sin ideología también ha
supuesto un triunfo: pudo asaltar el caladero de votos de izquierdas del FMLN
mientras se llevaba algunos sufragios areneros «porque no da tanto miedo».
Cuando la campaña versa sobre sentimientos
y se difuminan las ideologías es más fácil romper los compartimentos estancos. Quizás
esto explique que presentarse con Gana, la escisión de Arena fundada en 2010,
no le haya lastrado. Hace cinco años, el candidato de la formación era el
expresidente Antonio Saca, que hoy cumple diez años de cárcel por uno de los
casos de corrupción más sonados del país. En aquel momento, la coalición en la
que concurría Gana apenas sobrepasó los 300 mil votos. Ahora esa misma plancha
arrasa con Bukele al frente clamando «que devuelvan lo robado».
También es verdad que esta fue la tercera
opción barajada por el exalcalde tras ser expulsado del FMLN. Fundó Nuevas
Ideas, pero el Tribunal Supremo Electoral dijo que no le daba tiempo a
presentarse. Se alió con Cambio Democrático y la Corte de Constitucionalidad
obligó a cancelar el partido. Dos decisiones que le permitieron presentarse
como víctima del establishment y justificar su última jugada: asociarse con
Gana y fagocitar la candidatura hasta tal punto que los integrantes del partido
ni siquiera estaban presentes en la celebración del Sheraton. Habrá que ver
cuáles son los pagos a futuro.
Ahora, sin embargo, tocará gobernar. Y cómo
gestionará Bukele el impresionante capital político acumulado es una incógnita.
Especialmente, si tenemos en cuenta que la campaña se desarrolló en términos
mediáticos y superficiales, más centrada en la ocurrencia que en la propuesta.
Algunos de los proyectos del futuro presidente: una agencia anticorrupción
similar a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (Cicig),
un tren que recorra el oriente del país, un nuevo aeropuerto.
Como el debate no ha tocado asuntos
fundamentales como la seguridad (la falta de ella) o las graves carencias que
sufre buena parte de la población, Bukele ha podido permitirse el lujo de
convertir su campaña en una enumeración de las cosas que el resto ha hecho mal.
Gobernar es otra cosa, aunque él presume de gestión: sus partidarios critican
duramente al FMLN y Arena, pero también hablan de los buenos resultados de
Bukele como alcalde en San Salvador. Claro que no es lo mismo llevar las
riendas de una ciudad como San Salvador que cargarse un país a las espaldas.
«Guatemala y El Salvador tenemos problemas
comunes. Si algo queremos los guatemaltecos y los salvadoreños es luchar contra
la corrupción y contra la impunidad. Hemos visto que tiene un nexo muy grande
con la pobreza y con el hambre que tienen nuestros pueblos». Quien habla es
Thelma Aldana, la ex fiscal general de Guatemala y actual precandidata a
presidenta por el movimiento Semilla, que ha llegado al hotel Sheraton de San
Salvador, acompañada de su principal asesor político José Carlos Marroquín.
La entrevista con Plaza Pública se
interrumpe por los gritos y aplausos que llegan de la sala contigua. Es la
llegada de Nayib Bukele ante la prensa y un grupo de fieles, que celebran la
victoria. La presencia de Aldana junto al presidente electo salvadoreño (aunque
no hubo foto conjunta) tiene su simbología. Ella ganó su prestigio luchando
contra la corrupción en Guatemala y trabajando codo con codo con la Cicig. Él,
por su parte, dice querer imitar el modelo e impulsar una institución similar
para El Salvador, una CICIES que por ahora solo suena a canto de sirena. ¿La
propone por convicción o porque sabe que encontrará la suficiente oposición
para que nunca se lleve a cabo? Habrá que ver hasta qué punto el triunfo de
Bukele tiene su impacto en Guatemala y la candidatura de Aldana se ve
reforzada.
Aunque solo sea por su ubicación
geográfica, Guatemala se va a encontrar en medio de dos procesos de transformación
claves para la región. Por el norte, en México, el que protagoniza el gobierno
de Andrés Manuel López Obrador, que tomó posesión el pasado 1 de diciembre. Por
el sur, El Salvador, que próximamente quedará en manos de Bukele. Ambos
mandatarios comparten algunos hitos: los dos ganaron prestigio al frente de la
alcaldía de su capital; los dos fundaron su propio movimiento tras romper con
las cúpulas de los partidos que les llevaron a esas alcaldías; los dos llegaron
a la presidencia del Gobierno prometiendo un cambio radical respecto al modelo
político anterior. Claro que, López Obrador ofrecía certezas en torno al equipo
que iba a rodearle y los programas que implementaría, su homólogo salvadoreño
es toda una incógnita.
¿Se contagiará Guatemala de dos procesos
que, indudablemente, van a influir la región a corto plazo?
Los
que cambiaron su voto
Para entender por qué miles de
salvadoreños fiaron su suerte para los próximos cinco años a Nayib Bukele, hay
que hablar con gente como Catia Guzmán Cardona, profesora de música y residente
en la colonia Ciudad Futura, en Cuscatancingo, una zona de clase media-baja en
el extrarradio de San Salvador. Son las 10 de la mañana del domingo 3 de febrero,
y acaba de votar junto a sus sobrinas, Ruth y Sofía Cardona.
«Quiero que gane Nayib Bukele para que
haya un cambio. Yo pensaba que con el doctor (Salvador) Sánchez Cerén, que
venía de la Comandancia General, iba a producirse. Pero no hubo absolutamente
nada. Seguimos igual». La mujer se acerca al medio siglo de vida, luce collarín
por una enfermedad y habla por los codos. Pareciera que hubiese llegado al
centro de votación con una batería de respuestas en
busca de un periodista que quiera entrevistarla. Guzmán Cardona pone voz a los
cientos de miles de salvadoreños que, tras una década de gobierno, han dado la
espalda a la antigua guerrilla.
«¡Que se quede fuera de la segunda
vuelta!», afirma. Luego reflexiona. «Arena tampoco lo merece», dice. Se reivindica
como progresista y no cree que esté votando a la derecha a pesar de que Gana,
la formación con la que se presenta Bukele, es una escisión de Arena.
Ni unos ni otros. Todos son lo mismo. Bukele
no es lo mismo, porque no forma parte de los unos ni de los otros. Ese es el
gran triunfo de Bukele.
Guzmán Cardona dice que dio al FMLN todas
las oportunidades posibles. Que creyó, militó, confió, aguantó y, finalmente,
cambió su votó. El voto que siempre había depositado hasta los comicios de
marzo de 2018, cuando optó por el CD en medio del principio de la desbandada.
No fue fácil la transición para Guzmán Carmona, hermana de Manrique Ernesto,
alias “Jesús”, muerto en algún lugar de Chalatenango, en algún momento de
aquella guerra que desangró el país durante 12 años. «Nunca supimos dónde
cayó», dice la mujer. Así que ni un lugar para llorarlo tuvo.
No es una excepción Guzmán Cardona en esta
colonia de extrarradio. No ha llegado el mediodía, pero, si de lo que aquí se
percibe dependiese, podríamos ir cerrando las urnas y entregando el triunfo a
Bukele.
«Arena y el Frente nos gobernaron durante
años. Nayib hizo las cosas bien cuando fue el alcalde», dice Benjamín López,
electricista de 36 años. Si alguien pregunta cuáles son los problemas
fundamentales para los habitantes de esta colonia, encuentra irremediablemente
dos respuestas: «seguridad y trabajo». López explica cómo ambas ideas tienen
mucho que ver. En su caso es la ausencia del Estado, el control territorial de
las pandillas, lo que le hace perder trabajo. Según relata, quien manda en esta
colonia es la Mara Salvatrucha. Él, por vivir aquí, ya está marcado. Así que,
si recibe una oferta de empleo en una colonia bajo control del Barrio 18, se ve
obligado a rechazarla. Lo contrario podría significar la muerte, explica,
abriendo bien los ojos.
Ese es el gran problema de López. En su
opinión, los pandilleros no son la principal amenaza para la seguridad del
barrio. Dice que los nacidos en la colonia son respetados. Y el verdadero
riesgo se produce cuando irrumpe la policía y trata de agarrar a balazos a
algunos de los jóvenes. Ahí sí, una bala perdida puede ser el final de todo.
Sin seguridad y sin trabajo, la gente
tiende a abandonar su casa y lanzarse al «sueño americano». De esto tratan las
caravanas que, desde octubre de 2018, sacaron de la clandestinidad al éxodo
centroamericano.
López lo intentó mucho tiempo atrás, antes
de las largas marchas de los hambrientos y de que Donald Trump llegase a la
Casa Blanca prometiendo un muro para que tipos como él no pudieran alcanzar los
Estados Unidos. Pagó cinco mil dólares a un coyote y llegó hasta McAllen, en
Texas. Ahí lo agarraron. Detenido, firma rápida y vuelta para El Salvador,
deportado. Hubo un segundo intento, también frustrado. Con el traficante de
personas acordó que podría probar una tercera ocasión, pero ya estaba agotado y
se dedicó a las chispas. Si quisiese marcharse ahora tendría que desembolsar
casi el doble: cinco años después, los coyotes cobran entre ocho mil y diez mil
dólares por el mismo recorrido.
Bukele debería pensar en los benjamines
López de Cuscatancingo y de cualquier otra colonia. Son ellos los que le han
dado el triunfo.
El
golpe al bipartidismo es más duro en el rostro del FMLN
Si Nayib Bukele es el gran triunfador, la
otra cara de la moneda es el FMLN. Su eterno rival, Arena, se ha dejado 300 mil
votos, pero todavía no ha sufrido el golpe de una fuerza que surja de la
derecha y conecte mejor con los nuevos tiempos del país. Tiene la mayoría
en la asamblea legislativa con 37 diputados de 84 y, si juega bien sus cartas,
puede ejercer de primer partido de la oposición ante la incógnita del nuevo
presidente. Aunque siempre existe la posibilidad de que sus dirigentes no
entiendan el mensaje de los electores, se atrincheren y dejen correr el tiempo
mientras se prepara una operación similar a la de Bukele, pero en el espectro
derecho.
La antigua guerrilla, por su parte, está
un momento crítico. Hace casi un año, apenas logró medio millón de votos, que
se tradujeron en 23 legisladores. Y eso ya fue considerado un hundimiento. Con
este nuevo golpe, dirigentes y simpatizantes tienen los retos de entender por
qué esta fuga masiva de apoyos y evitar el peor de los escenarios posibles: que
Bukele y su movimiento terminen por sustituir a esa agrupación en un nuevo
modelo de bipartidismo del que quedarían excluidos.
La caída de la formación izquierdista era
algo que las encuestas habían vaticinado. Sin embargo, en la casa parecía que
no terminaban de creérselo. Su capacidad de movilización, algo fuera de toda
duda, les permitió llenar la avenida Juan Pablo II en el acto de cierre de campaña.
Y la exhibición de músculo había dado oxígeno, al menos de puertas adentro, a
la idea de “remontada”. Era un espejismo. Al final, los números hablaron: la
histórica guerrilla queda como tercer partido y se deja más de un millón de
votos después de dos gobiernos consecutivos con serios señalamientos de
corrupción.
Así se entiende el ambiente de funeral que
reinaba en La Casona, la sede central del partido, en la que comparecieron Hugo
Martínez y Karina Sosa, la fórmula presidencial de los efemelenistas. La
derrota duele, porque llega después de una década en el gobierno. Y duele más
porque deja en difícil situación a un movimiento que, históricamente, fue
referencia de la izquierda para toda América Latina pero que ha llegado a un
punto en el que no logra convencer ni a aquellos que lo apoyaron hace apenas
cinco años.
Cuando llega un golpe de estas
características, la palabra “reflexión” es un concepto imprescindible para
cualquier partido. El propio FMLN prometió repensarse tras el batacazo de marzo
de 2018. Con los resultados en la mano, o el mea culpa no fue suficiente, o
llegó tarde o los ciudadanos no estaban por la labor de perdonar tan fácil.
El gran triunfo de Bukele respecto a sus
antiguos compañeros es haber instalado en el debate público la idea de que
todos son iguales. Según este discurso, tanto Arena como el Frente son
permeables, del mismo modo, a la corrupción. Además, sus dirigentes viven en
una burbuja, ajenos a los problemas de las mayorías. Como consecuencia de este
aislamiento, ambas formaciones aplican las mismas políticas.
Este discurso castiga más a la izquierda.
Sus votantes son, en general, más susceptibles a la decepción. A juicio del
economista César Villalona, esto tiene un efecto: «un proyecto que no es de
izquierda progresista como el de Nayib Bukele termina siendo utilizado para la
liquidación del FMLN». En su opinión, el futuro de El Salvador puede ser una
pugna entre lo que considera «dos proyectos de derechas», como son el
movimiento de Bukele y Arena.
Nuevamente, nos encontramos con la idea de
la percepción. El FMLN ha fiado buena parte de su capital a reivindicarse como
la única izquierda. Pero los electores le castigan, precisamente, por
considerar que traicionaron los principios por los que lleva décadas luchando.
Si no fuese así, si considerasen que las ideas abstractas defendidas por los
izquierdistas eran el problema, no estaríamos hablando del gran triunfo de
Bukele sino de un retorno de Arena.
Si uno quiere salir del pozo tiene, en
primer lugar, que entender cómo entró en él.
Para Villalona, cercano a posiciones
efemelenistas, las tensiones internas y decisiones equivocadas como las medidas
de ajuste, explican su debacle. Rechaza que el Frente haya practicado las
mismas políticas neoliberales que Arena, pero en cuestiones electorales los
datos no importan tanto como la percepción.
Tampoco se puede dar por muerto a un
proyecto como el del FMLN. Aunque solo sea por su núcleo duro de activismo y su
bagaje histórico. Claro que, conociendo el gusto de la izquierda por las
conspiraciones, las rupturas y las acusaciones de traición, siempre se puede
esperar un ‘todos contra todos’, que termine por hundir más al partido. Y lo
que es todavía peor: terminar por acusar a quienes no te votaron de haber votado
mal, lo que acaba por profundizar en el abismo entre partido y ciudadanos a los
que pretende representar.
La foto fija salvadoreña es la siguiente:
euforia en los seguidores de Bukele, desconcierto en los areneros y desolación
en el Frente. Lo que nadie puede
predecir es qué ocurrirá a partir de ahora. El país ha cambiado y las reglas
que funcionaban hasta antes de ayer no aplican para el nuevo ciclo
presidencial.