Gonzalo Rocha
www.jornada.com.mx | 220219
De entrada, creo que hay que congratularse
de que Cuarón haya hecho en Roma algo que debiera ser una norma, tan simple,
pero que desgraciadamente en la industria del entretenimiento de nuestro país
es una excepción: el que un indígena represente el papel de un personaje
indígena, tal como lo hace Yalitza Aparicio con la trabajadora del hogar “Cleo”.
De hecho, por tratarse del film de un
director previamente reconocido y mutipremiado por Hollywood con todo lo que
esto implica, el mérito de Roma en esa, llamémosle “reivindicación”
cinematográfica, pareciera no tener precedente.
La historia del cine mexicano (y ni se
diga la televisión) están plagadas de ejemplos donde los indígenas quedan
proscritos de representar los papeles principales aunque les sean naturales,
ahí tenemos a Dolores del Río como María Candelaria (Emilio Fernández 1943)
junto a Pedro Armendáriz como “Lorenzo Rafail”, o a María Félix en el papel de
Maclovia (Emilio Fernández 1948), o un mestizo Pedro Infante actuando en el
papel de Tizoc (Ismael Rodríguez 1957) , y hasta el japonés Toshiro Mifune en
su excelente actuación del picaresco indígena Ánimas Trujano (Ismael Rodríguez
1962).
Estas películas de la Época de Oro tenían
como sello general la sobreactuación, por lo que los estigmatizados y
estereotipados indígenas quedaban convertidos en sus formas de caminar y hablar
en “inditos”. En los límites de la susodicha época apareció Raíces (Benito
Alazraki 1955), una película excepcional con gran influencia del soviético
Eisenstein y el neorrealismo italiano, dividida en cuatro cuentos en donde participaron
indígenas que no eran actores profesionales actuando sus propios dramas.
Para los años sesenta y setenta hubo
películas con un trato digno a la hora de proyectar al indígena, como en
Tarahumara de Luis Alcoriza, interpretados por Jaime Fernández (medio hermano
de “El Indio”) y Aurora Clavel, (actriz nacida en Pinotepa Nacional, Oaxaca, de
fuerte raigambre indígena, quien hizo carrera interpretando papeles de mujer
india del norte en películas mexicanas y hollywoodenses).
Otra película excepcional donde un
indígena representa su propia problemática, es Juan Pérez Jolote, (Archibaldo
Burns 1973) nuevamente con la fórmula de no-actores y ¿cómo ubicar las
películas de “La India María”? Cómicas, desgraciadamente basadas en buena
medida en un humor denigrante y estereotipado hacia la propia mujer indígena no
dejan de tener al final el mérito de haber sido populares por muchos años y de
que, en un mundo e industria poblada de hombres, una actriz como María Elena
Velasco, indígena mestiza urbana de la ciudad de Puebla, escribiera, produjera
y actuara sus propias películas.
En los años, correspondientes al siglo XXI
siguen existiendo por supuesto películas en donde los indígenas son parte del
reparto actoral de sus historias, como la excelente Cochochi (Laura Amelia
Guzmán e Israel Cárdenas 2007) pero se trata de un tipo de producciones
cinematográficas independientes, con menor proyección y mucho menos publicidad.
Creo sin lugar a dudas que el gran mérito
de Roma, y en esto sí, no hay precedentes en México, es que se retrate al
personaje indígena en un espacio urbano, sin exotismos ni más aislamiento que
aquel que provoca la segmentación de la clase social.
Esta cinta no trata de indios legendarios
trágicos o cómicos ataviados en sus ropajes étnicos, que usan hondas o flechas
y viven en mundos aislados, como la isla de Janitzio, un mítico Xochimilco, una
cueva o alguna cima apartada de la sierra, donde se rigen por rústicos usos y
costumbres, burbujas de las que salen para visitar tangencialmente el mundo “civilizado”
donde habitan también los mestizos y blancos.
En Roma “Cleo” es una mujer migrante que
vive en un cuarto de azotea y sube y baja escaleras aseando una casa enclavada
dentro del perímetro céntrico del entonces D.F. (la colonia Roma que da nombre
a la película) está rodeada de otros habitantes, asimilados urbanitas de los
años setenta que viven bajo un cielo donde pasan aviones, caminan sobre
banquetas y calles pavimentadas que son transitadas por automóviles, camiones
sucios y tranvías, las casas tienen garaje, se escucha la radio, se ve la tv de
noche, hay teléfonos. En los días libres “Cleo” se entretiene yendo al cine, en
suma, se deja atrás el mundo legendario y rural que la industria
cinematográfica se había encargado de asignar como único lugar posible para los
indígenas.
“Cleo” deambula en ese mundo vestida y
calzada de manera sencilla, sin ropa autóctona, aunque conserve palabras del
vocabulario mixteco para comunicarse con su compañera “Adela” interpretada por
la otra actriz indígena Nancy García.
Para el caso particular del cine mexicano
lo anterior es histórico. De Roma podemos vaticinar con seguridad, será por
ello y muchas otras razones un referente, aunque no está de más recordar que el
tratamiento de un personaje de esas características a nivel latinoamericano
(mujer indígena que migra a la ciudad para trabajar en un hogar donde
protagoniza una relación compleja con su patrona) lo realizó hace diez años la
directora Claudia Llosa con la película La teta asustada (2009) interpretada por
la actriz andina Magaly Solier (realización que por cierto también recibió
premios internacionales y alcanzó nominación al Oscar como mejor película de
habla no inglesa, primera nominación hollywoodense para una película peruana).
Aunado a estos méritos, Roma cuenta con
una excelente fotografía y más aún con una muy trabajada estética. Da la
impresión que Cuarón en su vertiente de fotógrafo ha estudiado a consciencia a
pintores figurativos contemporáneos como el neoyorkino Eric Fischl (escena del
mar) y el alemán Neo Rauch (incendio en la casa de campo), tal como Gabriel
Figueroa estudiaba a los muralistas mexicanos para la fotografía en blanco y
negro de las películas del “Indio Fernández”.
Ni qué decir del trabajo producción y arte
que recrea cada detalle de la ciudad de México de los años setenta, que va
desde una reconstrucción digital perfecta de la avenida Insurgentes a la altura
del Cine Las Américas, a el detalle del juguete Scalectrix con el que juegan en
casa los chavos, hasta las rúbricas sonoras de la radio de 590 AM “la pantera”
o la XEQK Haste, Haste la hora de México.
Una vez dicho lo anterior me viene la
pregunta ¿todo ello convierte a Roma en la obra de arte maestro como un
mayoritario coro de opinadores la califican? Sin que desmerezca en absoluto, no
recuerdo que Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001) del mismo director
hubiera despertado siquiera un cuarto de estas expectativas.
Me atrevo a conjeturar que mucho del
recibimiento de la multinominada película tanto en México como en el extranjero
tiene que ver con la corrección política que implica su tema; el servicio
doméstico, la crítica a el machismo, la solidaridad entre mujeres a pesar de
clases y colores de piel distintas y, por supuesto, el protagonismo indígena
con el que la sociedad y la industria cinematográfica mexicana y hollywoodense
tienen tan enorme deuda, (a los actores y realizadores afroamericanos ya se les
ha premiado antes).
Por supuesto todo lo anterior abona más en
premios que una crisis de dos chavos calenturientos y una mujer madura que se
despiden de su edad adolescente como en Y tu mamá también. No se puede obviar
tampoco que esta es la primera vez que el nuevo monstruo de la industria del
entretenimiento Netflix, productora de Roma esté apostando (y muy fuerte) a ser
una empresa merecedora del reconocimiento de la Academia.
Sin duda Roma es una película hecha con
mucho arte, si bien sería muy pretencioso dictaminar aquí si es o no es una
obra maestra, diré que, si el arte tiene como requisito y atributo el
problematizar y romper con el discurso establecido, Roma trató su tema con una
cierta autocomplacencia; la escena insigne del póster, en donde toda la familia
de blancos abraza a “Cleo” de alguna manera le da a la cinta el happy end, (te queremos
mujer indígena porque salvas a los güeritos).
Heroísmo no legendario como las películas
de antaño, pero necesariamente melodramático, para no agitar demasiado la
conciencia ni estremecer excesivamente con tragedias, (no obstante el blanco y
negro me recordó a esa campaña publicitaria conciliatoria de “United Colors of
Benetton) queda bien con los parámetros artísticos de la Academia de Hollywood,
a la que Cuarón conoce a profundidad y a la cual, como director de esa
industria a la que pertenece, no deja de tener en mente, aunque filme una
película mexicana.
No me queda más que decir que Roma, más
allá de si es o no es esa gran obra de arte maestra en sí misma, ha demostrado
serlo en todo lo que rodea a la película, y eso es mérito del propio Cuarón: la
convocatoria para realizar esa película de ficción basada en sus memorias
infantiles, el casting de una maestra de Tlaxiaco que no es actriz, la
producción detrás de cámaras, las polémicas suscitada sobre clasismo y racismo
provocadas por la película y sus nominaciones, el reconocimiento a la nana
“Libo” de la vida real y la promoción de Yalitza Aparicio hasta convertirla en
toda una celebridad y quizá en la primera mujer indígena aspiracional del cine
mexicano.