www.plazapublica.com.gt / 010219
El rasgo sobresaliente de la época política
actual es sin duda el imparable ascenso de una ultraderecha cuya cercanía con
la barbarie hace pensar en un nuevo avatar del fascismo. Este fenómeno se
manifiesta en el ascenso de una nueva política que desprecia abiertamente las
formas constitucionales y los derechos humano para consolidar un
ultranacionalismo autoritario que promueve el capitalismo más salvaje. En
algunos lugares, y siguiendo la lógica del chivo expiatorio, esta antipolítica
demoniza violentamente a la inmigración “ilegal”, a la cual se responsabiliza
de los actuales descalabros económicos y sociales. Esto lo prueba el caso de
Donald Trump en los EE.UU. y la ultraderecha europea. Mientras tanto, en países
como Guatemala, difícilmente un país que inspire la migración, dicho retorno se
materializa en la vuelta de un Estado abiertamente represivo que asegura la
persistencia de las mafias que han capturado el Estado.
Recurriendo a la conocidísima caracterización,
acuñada por Antonio Gramsci, según la cual una crisis se distingue porque en
ella lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer y que en ella se
despliegan los más extremos signos de morbilidad, este ensayo aspira a hacer
comprensible el auge de la ultraderecha fascista a partir de las repercusiones
de la larga agonía del capitalismo. Se realiza una breve lectura de la
situación constitucional global que hace comprensible, sin embargo, la propia
situación política guatemalteca. Bajo esta perspectiva, este trabajo se guía
por la premisa de que las raíces de la crisis constitucional guatemalteca son
una variante de una problemática que se experimenta a nivel global. De este
modo, para facilitar la exposición, este ensayo salta del contexto global a la
situación nacional.
Para facilitar la exposición, esta discusión se
concentra en examinar la crisis del modelo constitucional, el cual constituye
el paradigma fundamental de las democracias formales contemporáneas. Esta
aproximación comienza por asumir la premisa de que dicha crisis apunta al
resquebrajamiento de la ideología liberal-capitalista y concluye por defender
la idea de que, en última instancia, los nuevos caminos se inscriben en el
significado de lo comunitario. Mostramos como esta idea se encarna en los
horizontes culturales de las culturas amerindias, las que, generando un nuevo constitucionalismo,
pueden soslayar las crisis finales del capitalismo.
A partir de esta discusión resaltan algunos
rasgos que permiten comprender las anomalías constitucionales del actual
régimen. Dicha comprensión muestra que la superación de la actual coyuntura
demanda procesos refundacionales que pueden hallarse en las opciones culturales
que se encuentran en el mundo de la vida guatemalteco. La solución final para
el colapso del capitalismo no puede encontrarse en la recuperación del orden
constitucional liberal, puesto que, como se sugiere, este orden supone al
capitalismo. Por lo tanto, el constitucionalismo liberal ya no asegura un orden
institucional capaz de procesar las demandas fundamentales de la sociedad.
La agonía del
capitalismo
Para Gramsci, una crisis surge cuando una clase
pierde su papel dirigente y se convierte simplemente en dominante a partir del
ejercicio de la fuerza coercitiva. “La crisis consiste justamente en que lo
viejo muere y lo nuevo no termina de nacer, y este terreno se verifican los
fenómenos morbosos más diversos”[1].
En este contexto, Gramsci hace la observación de que “las clases dominantes se
han separado de las ideologías tradicionales, no creen más en lo que creían
antes”[2].
Siguiendo esta línea, el sociólogo alemán
Wolfgang Streeck afirma que el mundo está experimentando la muerte del
capitalismo sin que haya surgido todavía un sistema capaz de reemplazarlo. El
fin de este orden —para algunos, más difícil de imaginar que el fin del mundo—
no acontece debido a la imposición de un principio de oposición vinculado a un
orden superior: el orden capitalista se está desintegrando debido a su propio
éxito, vale decir, a una sobredosis de sí mismo. Siguiendo la idea del
interregno, expresión usada por el mismo Gramsci en el original italiano, se
hace referencia a un vacío de autoridad que había sido identificada desde el
mismo tiempo del derecho romano. En la elaboración de Streeck, el orden
capitalista, plagado de procesos desintegradores y crisis sistémicas, abandona
a cada ser humano a sí mismo, lo que desemboca en una sociedad que es algo
menos que una sociedad. El capitalismo ya no garantiza una sociedad estable y,
entre sus restos que se resisten a ser removidos, solo pueden triunfar los
oligarcas y los señores de la guerra[3].
Este es el tiempo de los gobernantes demenciales que se multiplican en esta
época.
Desvinculado de cualquier lógica institucional y
sin un horizonte de futuro, el neoliberalismo persiste debido a la supuesta
ausencia de alternativas. Esta carencia de caminos alternos no es real, en la
medida en que, como lo dice Boaventura de Sousa dos Santos “lo que no existe
es, en verdad, activamente producido como no existente, esto es, como una
alternativa no creíble a lo que existe”[4].
En este sentido debe agregarse que la naturaleza zombi del sistema neoliberal
se mantiene a través de técnicas de subjetivación desintegradores que funcionan
dentro de la creciente agonía del sistema. En esta línea se apunta los nuevos
discursos empresariales y las consecuencias disociativas de la tecnología
actual, las cuales crean patologías comunicacionales y convierten al ser humano
en un empresario de sí mismo.
Lee también
De este modo, la creciente desigualdad ha
terminado por socavar el humus ético que supuestamente debe sostener la
democracia liberal. El incremento de la desigualdad proyecta en el sujeto
actual un sentimiento de inestabilidad que desemboca en una angustia
generalizada, el cual no se puede independizar de la violencia generada por el
sistema. Heinz Bude considera “que estamos experimentando un cambio en el modo
de integración social, pasando de la promesa de ascenso a la amenaza de la
exclusión”[5].
El sujeto implosiona ante las restricciones que este proceso impone a la
potencialidad humana. Incluso Franco “Bifo” Berardi, relaciona la actual ola de
hechos violentos, masacres y suicidios, con la precariedad de las relaciones
sociales que trae consigo el imperativo de la competitividad[6].
Ahora bien, la reflexión provista en los
párrafos anteriores no es suficiente para despejar la sospecha de que la actual
ejecutoria del gobierno guatemalteco no tiene ninguna sustentación teórica y ni
siquiera responde a un conjunto de ideas coherente. Más bien, esta surge de una
lectura corrupta y coyuntural de la realidad global, mutante e incierta, por
parte de empresarios, militares y políticos que buscan preservar el modus vivendi que los ha beneficiado y que poseen poca
noción del tempo constitucional global. En este sentido, el
andamiaje ideológico que sustenta el momentum
ultraderechista global, en especial el nacionalismo y el abierto menosprecio de
las instituciones formales, ha sido adoptado y adaptado por la derecha corrupta
de Guatemala para afianzarse en la captura mafiosa del Estado. Estos grupos
configuran sus estrategias de consolidación dentro de las coyunturas globales
que surgen de los complejos juegos de poder de una geopolítica que se muestra
capaz de internalizar los retos del futuro inmediato. Dentro de este orden,
retorna el carácter de la necropolítica neoliberal propia del Estado
guatemalteco.
Las regresiones de
la democracia formal
El proceso de degradación política impacta con
diferente intensidad en las diversas sociedades, de acuerdo con la historia
peculiar de cada país y región. En los raquíticos Estados centroamericanos, en
especial Guatemala y Honduras, cuyas élites corruptas se empeñan en mantener
los esquemas mafiosos que permiten su enriquecimiento, se empiezan a generar
éxodos masivos e inciertos hacia una sociedad que, como la estadounidense,
experimenta sus propios procesos de fragmentación. Los problemas
centroamericanos no pueden desvincularse de las tensiones geopolíticas que
surgen de la urgencia norteamericana de asegurar su hegemonía en América
Central, especialmente frente a la actual guerra económica con China, cuya
hegemonía económica se consolida de manera acelerada.
En Europa, el ascenso de la ultraderecha se ha
acelerado desde la crisis de 2007-2008. Partidos populistas de derecha tienen
una presencia importante en Austria, Dinamarca, Finlandia Francia, Holanda,
Hungría, Inglaterra, Italia, Noruega y Suecia. La crisis alcanza su cenit con
la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, lo cual pone entre paréntesis
los ideales de la Unión Europea. El auge de la derecha en las sociedades
europeas expresa el rechazo a la tecnocracia económica que ha asegurado los
poderosos intereses financieros a costa del desmantelamiento del Estado de
bienestar[7].
La situación impacta dramáticamente al núcleo
político de la democracia constitucional. Un libro editado recientemente por
Mark A. Graber, Sanford Levinson y Mark Tushnet (2018) reúne un conjunto de
artículos que versan sobre la tesis de que la democracia constitucional se
encuentra en crisis alrededor del mundo[8].
Algunos de los autores que contribuyen en este volumen insisten en la crisis
del paradigma constitucional en los Estados Unidos, especialmente después de
las notorias designaciones a la Corte Suprema Supremo propuestas por Trump, se
marca un deslizamiento a la ultraderecha en el terreno constitucional.
J.M. Balkin ya no se refiere a una simple crisis
constitucional, sino habla de la “putrefacción constitucional”. La crisis
constitucional se genera en ciertas coyunturas, como en aquellas en donde un
gobierno no obedece las decisiones de la Corte Suprema —situación que puede
ejemplificarse con los desafíos del gobierno de Jimmy Morales a la Corte de
Constitucionalidad—. La putrefacción constitucional es una degradación de las
normas constitucionales de forma paulatina —un declive institucional ya
consolidado en el país—. La putrefacción constitucional afecta la funcionalidad
de las instituciones; supone un déficit de adhesión ciudadana, así como una
falta de autocontrol por parte de políticos y funcionarios, los cuales ignoran
la salud constitucional cuando se trata de las conveniencias del momento[9].
Trump definitivamente sería un ejemplo de este fenómeno especialmente después
de la designación de Kavanaugh a la Corte Suprema de los EE.UU. lo cual
garantiza la mayoría necesaria para desmantelar los derechos conquistados
durante la lucha por los derechos civiles en la segunda mitad del siglo pasado.
En los raquíticos Estados, en especial Guatemala
y Honduras, cuyas élites corruptas se empeñan en mantener los esquemas
mafiosos, se empiezan a generar éxodos masivos
Sin embargo, la conciencia del desastre
constitucional es más amplia y no debe relacionarse siempre con lo que sucede
en el mundo estadounidense. Por la misma estructura de la historia política
norteamericana, su constitucionalismo se ha convertido en otra expresión de su
autismo institucional, aun cuando es innegable un proceso de caída
constitucional. Así, se puede recordar la creciente literatura sobre el tema de
la desconstitucionalización. En el ámbito latinoamericano destaca la
descripción del constitucionalista argentino Néstor Pedro Sagües respecto a la
noción de desconstitucionalización, diagnóstico compartido por Luigi Ferrajoli,
quien sostiene que la ideología neoliberal ha establecido la lex mercatoria “como verdadera, rígida norma
fundamental del nuevo orden global, más que todas las cartas constitucionales”[10].
Con anterioridad, Gerardo Pisarello ya hablaba acerca de los procesos
destituyentes desarrollados por el constitucionalismo neoliberal[11].
En el mundo de habla inglesa, este punto también ha sido desarrollado por el
canadiense Stephen Gill, que basándose en Gramsci recalca el desarrollo de un
constitucionalismo adaptado a un sentido común funcional a una civilización del
mercado[12].
Estos desarrollos, sin embargo, ya habían sido anticipados en las interesantes
obras de Giorgio Agamben, para quien el Estado de excepción constituye el paradigma
fundamental de la moderna política occidental.
Es evidente que Guatemala enfrenta una crisis
terminal constitucional para un orden político ya afectado por una putrefacción
constitucional que empezó a darse desde la promulgación de la Constitución de
1985. Después de 33 años algunas disposiciones constitucionales, en particular
la relativa a los pueblos indígenas y a la normativa del agua, no han sido
elaboradas legislativamente. Las decisiones de la Corte de Constitucionalidad
han favorecido los intereses de la oligarquía guatemalteca. Se puede concluir,
sin embargo, que los presentes desafíos del gobierno hacia la Corte de
Constitucionalidad constituyen un intento por romper la estructura formal del
orden constitucional nacional. No puede desdeñarse, por ejemplo, el grado de
incompetencia constitucional, en donde el gobierno mismo cuestiona las
facultades interpretativas de la Corte de Constitucionalidad. La abierta
irracionalidad de las agendas del narco estado guatemalteco no son
particularmente aptas para detectar su propia incoherencia discursiva.
Las raíces de la
crisis constitucional
La fragilidad del constitucionalismo
contemporáneo no es un fenómeno inexplicable, puesto que la desigualdad y la
distorsión neoliberal de la subjetividad socavan cualquier pacto político
basado en la dignidad humana. Este proceso fragmentador genera, naturalmente,
un escepticismo y un descontento ciudadano que alimenta, de hecho, los procesos
destituyentes señalados en la sección anterior. Las políticas de miedo y la
percepción de inseguridad que fomenta el populismo punitivo hacen que incluso
la clase media, como lo muestra el caso del Brasil de Bolsonaro, se alineen con
el extremismo de la derecha alternativa.
La desigualdad ha mostrado su carácter
destructivo a lo largo de la historia. Ya Aristóteles sostenía que una sociedad
desigual no es factible, puesto que como lo dice en el libro IV de La política, los ricos y los pobres no quieren ni
siquiera compartir el camino. En la opinión del discípulo de Platón, una ciudad
sin una clase media fuerte no está compuesta de hombres libres, sino de amos y
esclavos. La idea sigue vigente, como lo prueba el hecho de quepor ejemplo,
autores como Ganesh Sitaraman puedan argumentar convincentemente que la actual
crisis constitucional norteamericana se relaciona con la desaparición de la
clase media[13].
Los peligros globales se agudizan a medida que disminuye la cantidad de
billonarios que poseen tanta riqueza como la mitad más pobre de la población
mundial. Según Walter Scheidel en 2015 eran 62, en 2014 eran 85, en 2010, 388[14].
El aumento de la desigualdad ha generado un
descontento con la política tradicional, el cual ha sido aprovechado por los
gobiernos de derecha. Esta insatisfacción se relaciona con el presente
desarrollo de movimientos de ultraderecha que, alimentándose del rechazo de la
política partidaria de la globalización neoliberal, amenazan con el regreso del
nacionalismo, el fascismo y el populismo. En este contexto, se ha incrementado
el número de autores que reflexionan sobre el retorno de estas expresiones de
la ultraderecha. Este proceso de renacimiento incluso parece consolidarse a
partir de influencias geopolíticas. El historiador de Yale, Timothy Snider, por
ejemplo, advierte del desarrollo del fascismo a partir de la anómala influencia
de la Rusia oligárquica de Vladimir Putin en los acontecimientos políticos en
Europa y los EE.UU.[15]
La ultraderecha estadounidense se consolida a
través del resentimiento de la clase blanca empobrecida. Esto no puede
extrañar, puesto que como lo recuerda Rob Riemen, el fascismo y la ultraderecha
surgen del cultivo de los peores sentimientos y actitudes humanas[16].
Las regresiones políticas en EE.UU., tienen como trasfondo el declive de los niveles
de vida de los blancos de la clase trabajadora, los cuales han visto cómo
disminuye su expectativa de vida debido a enfermedades provocadas por la
desesperación, como lo son el alcoholismo o la depresión[17].
En países como Brasil la gente vota por personas como Jair Bolsonaro en
términos de las clásicas referencias a la mano dura.
No está de más recordar que el fascismo no
mejora la vida de las mayorías, sino que en este caso somete a los sectores
olvidados a la lógica de un dominio absoluto de los poderes nacionales. El caso
de Trump prueba esto más allá de toda duda. Bajo la cubierta del odio a los
inmigrantes, que ejemplifica la lógica del chivo expiatorio, se avanzan
políticas como el desmantelamiento del Obamacare.
En todo caso, el final de la globalización,
proceso que alcanza fuerza con el ascenso de Trump, está siendo provocado por
el enfado de sectores con las consecuencias negativas de este proceso. Como
sucedió con el nazismo, muchos gobiernos, incluso el guatemalteco, accedió al
poder a través de un orden constitucional que después ha sido desmentido por
sus acciones.
Así, pues, existe una inseguridad social que
crea expectativas autoritarias. Estas crisis azuzan otros problemas que no
puede cubrir la frenética sarta de mentiras del sistema, especialmente
dedicadas a responsabilizar a cada quien de su propio éxito o fracaso. El mito
del presente es el emprendedor, quien suele ejemplificarse con los genios de
Silicon Valley revisar escritura, aunque como lo hace ver Pankaj Mishra, muchos
de ellos apenas pueden aspirar a trabajar con los precios increíblemente bajos
de Uber[18].
Estas diferentes narrativas muestran que existe
una crisis enorme de sentido, que no es fácilmente atribuible a un solo factor.
La reduccionista razón neoliberal, establecida en los mecanismos de
subjetivación contemporánea, corre un pesado velo sobre los horizontes de vida
del mundo. Esta crisis de sentido marca el retorno del nihilismo, el cual
ofrece una oportunidad para que se desarrolle un sentimiento identitario que
cuestiona la solidaridad.
Lamentablemente, el retorno del nacionalismo
implica una revaloración, siempre incoherente, de la soberanía e incluso del
imperialismo —como en el caso del ataque permanente de los EE.UU., a
Venezuela—. De este modo, la lucha contra la globalización muestra lo
equivocado que estaba Tony Blair cuando comparaba la inevitabilidad de esta con
la sucesión entre el otoño y el verano.
El eclipse de la globalización remite a una
superada noción de soberanía que debilita el nunca sólido paradigma de los
derechos humanos universales. La soberanía se muestra incompatible con los
grandes cambios encarnados en modelos transnacionales de legitimidad basados en
los derechos humanos, a través especialmente de las cortes regionales, como es
el caso de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. En ese contexto,
Guatemala ha jugado el papel que le corresponde a un gobierno demencial, como quedó
evidenciado con el lamentable discurso de Jimmy Morales frente a la ONU, texto
en donde se faltó a cualquier sentido de verdad y dignidad. La hipócrita
referencia a la identidad tradicional del pueblo guatemalteco basada en los
valores y una religiosidad represiva ya no levantarán el perfil de un gobierno
que pasará a la historia como una ilustración de la desvergüenza.
La refundación del
constitucionalismo
El intento del liberalismo de constituirse como
horizonte político del mundo está en crisis. Por esta razón, si se quiere
plantear la recuperación del constitucionalismo como pacto político basado en
valores compartidos se requiere una perspectiva más amplia que la que
proporciona esta corriente. Pero para alcanzar este punto de vista, quizás es
necesario reconocer que el pluralismo de esta perspectiva es más ilusorio que
real. No se trata de negar perspectivas más amplias del liberalismo. Pero sin
duda las visiones del mundo también ofrecen maneras de pensar una realidad que
ya no puede concebirse en términos del modelo de los derechos como atributos
inherentes a los seres humanos considerados de manera individual.
En realidad, las insuficiencias del liberalismo
han sido reconocidas desde hace mucho tiempo, y en consecuencia, tienden a
aparecer de forma actualizada en las críticas comunitarias del liberalismo.
Recientemente, Patrick J Deneen, profesor en Notre Dame, renueva dicha crítica,
señalando el individualismo que tiende a crear una inaceptable desigualdad.
Este autor observa cómo dicho fenómeno socava la creación de compromisos hacia
la sociedad; señala que un sistema que privilegia la libertad sobre cualquier
otro tipo de valor tiende a generar una libertad reducida. No es necesario,
desde luego, regresar al comunitarismo católico, pero sí es necesario ir
encontrando perspectivas que eviten estas consecuencias del liberalismo, el
cual está muy lejos de ser el intrínseco valor que debe salvarse[19].
Desde luego, no es una negación simple; se busca recuperar lo valioso en esta
corriente, se trata de superarlo, pero de manera inclusiva. En este espíritu se
debe buscar la renovación del constitucionalismo para hacerlo responder a los
desafíos de nuestro tiempo.
En este sentido, se debe evitar la
identificación de la crisis del constitucionalismo con la caída del
liberalismo. La recuperación del legado constitucional no supone la aceptación
de las tesis fundamentales del liberalismo, si por este se concibe una doctrina
centrada en los derechos intrínsecos del individuo.
Esta tesis parece derivarse del hecho de que el
constitucionalismo ha estado históricamente vinculado al liberalismo, como lo
prueba el surgimiento del discurso de los derechos en la Declaración de
Independencia norteamericana (1776) y la Revolución francesa (1789). Esta, sin
embargo, es una presuposición que se puede cuestionar, en virtud de que el
mismo concepto de derechos individuales parece quedarse corto frente a algunos
de los cambios que presentan el mundo contemporáneo. Dicho cuestionamiento
puede desarrollarse si se demuestra que el alcance de los conceptos morales,
movilizados por el constitucionalismo liberal, trascienden las limitaciones
institucionales del liberalismo. La idea de la Constitución como pacto de
ciudadanía permite una transformación en las coordenadas fundamentales que
asocian al constitucionalismo con el liberalismo —por ejemplo, la superación
del individualismo—. Si se quiere comprender esta crisis, es necesario
cuestionar presuposiciones básicas e ir incluso al ámbito en el cual se constituyen nuestras opciones interpretativas
fundamentales.
Es necesario, por lo tanto, pensar en la nueva
naturaleza del paradigma constitucionalista alrededor del mundo.
El
constitucionalismo contemporáneo debe dar lugar a paradigmas menos
comprometidos con el liberalismo y
más con la idea de los derechos
fundamentales, como estos tienden a dibujarse frente a los desafíos del
presente. El paradigma liberal descansa en una serie de elementos culturales
que no coinciden necesariamente con otras perspectivas acerca de la naturaleza
del pacto social. En particular, de la situación actual no se puede regresar al
globalismo neoliberal, el cual solo garantiza un orden plutocrático en el cual
los Estados pierden su razón de ser. El mundo no hubiese estado mucho mejor si
Hillary Clinton hubiese ganado la elección a Trump.
Lee también
Puede pensarse, para ubicarse en un registro argumentativo
que ya no se puede ignorar, que el modelo de los derechos no funciona en un
contexto en el cual las relaciones adoptan la forma de redes. Es necesario
plantearse los problemas de la cuarta revolución industrial y, en este
contexto, los problemas que plantean las nuevas tecnologías, así como los que
estudia el bioderecho. Ya no se puede ignorar la profunda interdependencia de
los seres humanos cuando se trata de pensar estrategias para no perder los
bienes comunes de la humanidad. En ese sentido, se empieza a destacar la
aparición de nuevos paradigmas del derecho. Estos intentan plantear nuevos
modelos de comprensión constitucional que permitan pensar problemas como el
cambio climático. Bajo esta perspectiva, la propiedad de los comunes se convierte
en un tema fundamental.
Entre estas nuevas visiones destacan las
contribuciones de Ugo Mattei y Fritjof Capra, quienes han propuesto una visión
relacional de la realidad jurídica, denominada “ecología del derecho”, posición
más acorde con los actuales desafíos enfrentados por la humanidad. Según la
visión de estos autores, el derecho “no es una estructura objetiva, sino que
emerge de ciudadanos activamente compenetrados y de comunidades legales como la
expresión legal de su auto-organización”[20].
En este sentido, se debe buscar una visión que
no exija regresar al modelo liberal globalizado que separó a las sociedades de
los centros de decisión política. La función constituyente de las sociedades,
especialmente las latinoamericanas, no puede demonizarse como populismo. No se
puede etiquetar bajo el mismo término a Bernie Sanders que a Donald Trump.
Nancy Fraser cuestiona que la única opción sea lo que ella denomina
“neoliberalismo progresivo” (Clinton) y el populismo reaccionario (Trump).
Insistir en que el liberalismo se encuentra en una situación de riesgo olvida,
como lo señala Fraser, la interconexión entre ambas posiciones. El liberalismo
y el fascismo son dos fases del sistema capitalista. El capitalismo provoca una
desigualdad que alcanza niveles desastrosos generando de nuevo la inestabilidad
que permite el retorno del fascismo[21].
Quizás esto se puede ilustrar con la constante experiencia de la incapacidad
del sistema institucional del liberalismo para sujetar la profundización de la
opresión y explotación capitalista.
La solución supone prestar atención de manera
simultánea a los problemas más serios que plantea el mundo actual. Un sistema
social capaz de ofrecer algún sentido de futuro no puede producir tantas
anomalías. Este objetivo no puede lograrse sin cambiar paradigmas y ofrecer
nuevos horizontes de mundo para un capitalismo agotado. No se puede
descalificar como simple populismo cualquier postura que marque una diferencia
del liberalismo y que quiera integrar a los sectores que se distancian del
neoliberalismo progresista del que habla Fraser. El nuevo constitucionalismo
ofrece la idea de ir creando un orden justo, en el cual se genere una nueva
concepción de la ciudadanía.
Nuevos caminos
civilizatorios
Zygmunt Bauman subraya la sensación de que
vivimos en una modernidad líquida.[22]
Los cambios se han tornado tan vertiginosos que parece que la reflexión no
puede alcanzar a comprenderlos sin que se hayan transformado y exijan nuevos
marcos interpretativos sujetos a una obsolescencia acelerada. Hace apenas dos
años, por ejemplo, la supuesta llegada al poder de Hillary Clinton anticipaba
la puesta en marcha de un totalitario Transatlantic Trade and
Investment Partnership cuyos mecanismos, tejidos por políticas y
“expertos” al margen del conocimiento público, señalaba el cenit de la
globalización neoliberal. El inesperado triunfo de Trump y el progresivo auge
de la ultraderecha y el neofascismo en muchos países, consolidan la creencia de
que el mundo se encuentra entre el globalismo neoliberal y el ultranacionalismo
de derecha —posiciones que, sin embargo, comparten similares recetas de despojo
como es la reducción de impuestos a los más ricos—. Sin embargo, como decía
Hegel, el búho de la sabiduría se lanza al vuelo al atardecer y la larga agonía
del capitalismo debe ser un momento para reflexionar acerca de las
posibilidades que se abren en este momento.
Es difícil, en realidad, saber qué deparan los
cambios que se están gestando en estos momentos, pero si se puede avanzar
alguna idea de lo que no se debe hacer. Al final, no todo
puede ser líquido, al menos si el objetivo consiste en plantear una reflexión
sobre la misma precariedad de la vida contemporánea: siempre existen
referentes, por ejemplo, los éticos, que supone perspectivas analíticas
fructíferas. Desde estos puntos de vista se pueden examinar algunas de las
preguntas que plantea nuestro tiempo: ¿Regresaremos a la globalización
neoliberal para que esta complete su orden destructivo? ¿Qué repercusiones
tendrá la automatización y robotización de la producción? ¿Podrá detener el
desastre la oportuna implementación del ingreso básico universal?
La coyuntura internacional no impide que en este
momento se puedan identificar nuevos caminos para escapar de la actual crisis
global. Estos caminos, sin embargo, surgen de planteamientos que no asumen las
presuposiciones de la modernidad capitalista, razón por la cual el pensamiento
occidental debe ver con renovados ojos las contribuciones de otras culturas,
así como los elementos alternativos que surgen de su propio seno. Las formas
liberales de convivencia, al menos en su sentido clásico, no son las únicas
posibles, mucho menos ahora que ya ha demostrado su agotamiento histórico,
razón por la cual se debe valorar la demodiversidad —para usar la expresión
acunada por Boaventura de Sousa Santos—. En España, de hecho, partidos
políticos como Podemos han alimentado sus propuestas con los planteamientos que
han surgido en las democracias izquierdistas sudamericanas que ahora se
encuentran en crisis, en parte debido a la demonización orquestada por los
sectores de poder de la globalización.
La hipócrita referencia a la identidad
tradicional del pueblo guatemalteco basada en los valores y una religiosidad
represiva, ya no levantarán el perfil de un gobierno que pasará a la historia
como una ilustración de la desvergüenza.
Parece ser que los cambios están marcados por
los límites que el planeta presenta para la actividad humana, en especial, la
económica; no se puede crecer infinitamente cuando los “recursos” naturales son
finitos. En este sentido, se debe buscar la reconceptualización de los derechos
humanos, los cuales se convierten en razón de ser de nuevas luchas,
precisamente para cambiar los sistemas políticos que desmenuzan la
participación crítica de la ciudadanía contemporánea. Ya no es cuestión de
peticiones a un Estado deconstitucionalizado, subrepticiamente comprometido con
los postulados neoliberales. Los derechos fundamentales no son solo atributos
normativos cuya defensa corresponde al Estado, sino también razones para la
lucha social, y su genuina realización, supone cambios esenciales en todas esas
áreas que han sido colonizadas por la razón neoliberal, desde la educación
hasta la estructura de la participación política.
Exorcizar al capitalismo zombi de nuestro tiempo
solo se puede lograr desde las opciones críticas de sentido que alberga cada
sociedad en su conciencia profunda. En este contexto, el pensamiento crítico
latinoamericano es importante puesto que ofrece, especialmente a través de las
visiones amerindias, una nueva perspectiva del universo y de la vida humana.
Destacan las contribuciones constitucionales del Buen Vivir, desarrollado en el
constitucionalismo ecuatoriano y boliviano. Como lo dice Alberto Acosta, “el
Buen Vivir, en tanto propuesta abierta y en construcción, abre la puerta para
formular visiones alternativas de vida”[23].
Estas perspectivas ofrecen conexiones que se
alejan de la ilusión acerca del infinito crecimiento que ha sido el mantra de
los economistas. Recordando la profunda interdependencia del universo, estas
perspectivas urgen a activar los frenos de emergencia —para recordar a Walter
Benjamin— para poder desmontar los sentidos que hacen que una generación piense
en el enriquecimiento como su único horizonte de vida. A pesar de sus crisis,
los movimientos políticos latinoamericanos apuntan en esa dirección. No se puede
hablar de un fracaso de la izquierda, cuando la opción es Macri o Bolsonaro.
Se deben evitar, además, las tendencias
identitarias que, no solo aceleran la fragmentación de los esfuerzos
emancipadores, sino que allanan el camino a fenómenos excluyentes como el
nacionalismo. Recuperar los aspectos positivos de una cultura o una perspectiva
epistémica reprimida no debe basarse en la construcción de identidades rígidas.
Más allá de las diferencias, existe una comunidad de naturaleza que hace
posible la comprensión y la identificación de metas comunes. En este momento de
la historia, se debe buscar la racionalidad compartida para construir un mundo
sin los niveles de desigualdad e insostenbilildad que continúan socavando, a un
ritmo inaudito, las bases de vida de la democracia liberal. Al final, el
respeto a la individualidad concreta y a la dignidad de cada ser humano no debe
significar el olvido de la alteridad ética que constituye el núcleo de los
derechos humanos.
En todo caso, al menos en este momento, apenas
se puede calcular las consecuencias inmediatas del deslave político provocado
por una clase política que ha decidido ignorar la estructura constitucional
para mantener sus privilegios ilegítimos. Por decir lo menos, este confuso
proceder implica regresar a un autoritarismo cuyas heridas aún permanecen
abiertas. Cada país debe resolver esa crisis en el corto plazo, basándose en
sus recursos y experiencias. Los esfuerzos deben abrirse a actividades
globales, como lo exige el problema del cambio climático.
De lo dicho, se adivinan los caminos que pueden
tomar el mundo, la región y nuestro país en los próximos años. Para decirlo en
términos gramscianos, hay que afrontarlos con el pesimismo del intelecto y el
optimismo de la voluntad. Este esfuerzo, sin embargo, debe articularse en
propuestas concretas que vayan más allá de la indignación. Se necesitan nuevos
movimientos constituyentes y planteamientos críticos capaces de generar los
textos constitucionales que precisa el mundo contemporáneo.
[1] Antonio Gramsci, Pasado y presente. Cuadernos de
la cárcel, traducción de Manlio Macri, Barcelona, Gedisa, 2018,
edición Kindle, location 1046.
[4] Boaventura de Sousa Santos, El milenio huérfano: Ensayos
para una nueva cultura política. Traducción de Antonio Barreto et
al. Segunda edición. Madrid: Trotta, p. 98.
[7] Una interesante discusión al respect puede hallarse en el primer
capítulo de libro de Jürgen Habermas, The Lure of Technocracy,
Malden (Massachusetts), Polity Press, 2014.
[8] Mark A. Graber, Sanford Levinson y Mark Tushnet (eds.), Constitutional Democracy in Crisis, New York, Oxford
University Press, 2018.
[9]J.
M. Balkin, Constitutional Crisis and Constitutional Rot, en Mark A. Graber,
Sanford Levinson y Mark Tushnet (eds.), Constitutional Democracy in Crisis,
New York, Oxford University Press, 2018, p. 17.
[10] Luigi Ferrajoli, Constitucionalismo más allá del
Estado, traducción de Perfecto Andrés Ibáñez, Madrid, Trotta, 2018,
p. 17.
[11] Véase de Gerardo Pisarello, Procesos
constituyentes: Caminos para la ruptura democrática, Madrid, Trotta, 2014; Un
largo Termidor: La ofensiva del constitucionalismo antidemocrático, Madrid,
Trotta, 2011.
[12] De Stephen Gill se puede consultar
sus artículos en el libro editado por el y A. Claire Cutler , New
Constitutionalism and New Order, Cambridge, Cambridge University Press,
2014.
[13] Ganesh Sitaraman, The Crisis of the Middle-Class
Constitucion: Why Economic Inequality threatens Our Republic, New
York, Vintage Books, 2017.
[14] Walter Scheidel, The Great Leveller: Violence
and the History of Inequality, from the Stone Age to the Twenty-First Century,
Princeton, Princeton University Press, 2017, p. 1.
[15] De este autor puede consultarse The Road to Unfreedom: Russia, Europe, America, New York, Tim Duggan Books, 2018.
[16] Rob Riemen, Para combatir esta era: Consideraciones
urgentes sobre fascismo y humanismo, traducción de Romeo Tello,
Madrid, Taurus, 2018, p. 16.
[17] Robert Kuttner, Can
Democracy Survive Global Capitalism?, New York, W. W. Norton & Company,
2018, p. 3.
[18] Rankaj Mishra, La edad de la ira, segunda edición,
trad. de Eva Halffter y Gabriel Vázquez Rodríguez, Barcelona, Galaxia
Gutenberg, 2017, p. 279.
[20] Fritjof Capra y Ugo Mattei, The Ecology of Law: Toward a
Legal System in Tune with Nature and Community, Oakland,
Berrett-Kehler Publishers, 2015, p. 4.
[21] Nancy Fraser, “Progressive Neoliberalism versus Reactionary Populism”,
en The Great Regression, Cambridge, Polity Press, 2017,
pp. 46-47.
[22] Zygmunt Bauman, Modernidad líquida,
traducción de Mirta Rosenberg en colaboración con Jaime Arrambide Squirru, Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003.
[23] Alberto Acosta, Buen Vivir, Sumak Kawsay: Una
oportunidad para imaginar otros mundos, Quito, Abya-Yala, 2012, p.
27.