Entrevista de Eduardo Febbro a Lamia
Oualalou.
www.cpalsocial.org / 131218
Brasil ha sido la cuna de uno de los
movimientos eclesiásticos más puros y universales que se hayan conocido: la
Teología de la Liberación. A su cabeza, como teólogo substancial de esa
corriente, estuvo Leonardo Boff y, dentro de la Iglesia Católica, el obispo
Hélder Cámara, quien solía decir: «Si le doy de comer a los pobres, me dicen
que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan
mal, me dicen que soy un comunista».
Boff y Cámara fueron reemplazados hoy por
una corte de pastores evangélicos de perfil liberal, millonarios como Edir
Macedo, el Obispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios y dueño de
poderosos medios de comunicación.
El movimiento evangélico se ha convertido
así en un eje político y moral del país. Sin él, Jair Bolsonaro no se hubiese
izado a la segunda vuelta de la elección presidencial en condiciones ideales.
La historia de escenografías dignas de una ficción delirante y del método con
el cual los evangélicos tejieron su poder dentro de Brasil está narrada por la
periodista franco-marroquí Lamia Oualalou en un libro cautivante y preciso
publicado en Francia por las Editions du Cerf, Jesús t'aime, (Jesús te ama).
Especialista de América Latina, la periodista (que escribe en Le Figaro,
Mediapart, Europe 1, y Le Monde Diplomatique) indagó en el territorio plural de
los evangélicos y su investigación aporta una pieza clave para comprender qué
pasó, cómo los evangélicos se arraigaron en las zonas más pobres del Brasil y
cómo fueron penetrando todos los sectores de la sociedad mientras la iglesia
Católica y la izquierda brasileña se alejaban de ella.
Con el paso de los años, desde las bases y
con una narrativa basada en la “teología de la prosperidad”, los evangélicos se
volvieron una presencia común en las favelas, un apoyo cotidiano y estructurado
para millones de pobres. Al mismo tiempo desarrollaron una imponente red de
medios de comunicación. Expandieron su doctrina, sus valores, su grito de
guerra, Jesús Te Ama, y sus prohibiciones: se toma Juda Cola y no la otra.
Lejos de las síntesis apuradas y
folclóricas, la investigación de Lamia Oualalou es un retrato fresco y profundo
de una particularidad brasileña cuya dimensión no siempre se tomó en cuenta. No
es un azar si en 2010 un notorio evangelista ligado a la Iglesia Universal,
Marcelo Crivella, se convirtió en el alcalde de Río de Janeiro.
El principal país católico del mundo,
aquel donde, en su gran primer viaje, el papa Francisco movilizó a millones de
personas, es la tierra prometida de un evangelismo ultraconservador. El
movimiento evangélico le ganó al papa y, como lo demuestra la autora de la
investigación, también al Partido de los Trabajadores (PT) y al resto de la
izquierda brasileña que se concentró en los núcleos urbanos y desatendió las
periferias donde prosperan la marginación, la pobreza, la violencia y la
soledad social. Este libro cautivante corre el telón de un país que se volcó al
mensaje evangelista y sus propuestas redentoras cuando el Estado lo abandonó.
Bolsonaro
no habría llegado a encontrarse a un paso de la presidencia sin el respaldo de
los evangélicos. Estos derrotaron al PT en los templos bastante antes de las
elecciones. ¿Cuál es su visión de este hecho?
En Brasil hemos visto la consecuencia
directa de la influencia evangelista en las elecciones luego de que los
pastores más importantes llamaran a votar por Bolsonaro. Hoy tenemos una buena
parte de la población brasileña que no solo es evangélica, sino que también
sigue lo que le dice el pastor. Esto ha tenido y tendrá un impacto muy
complicado porque el PT no sabe hablar con los evangélicos. Ese ha sido uno de
los grandes errores que ha cometido en el pasado. Bolsonaro entendió muy bien
cómo hablar con ellos. Su mujer es evangélica, pero él no.
Bolsonaro aceptó toda una parte del circo
evangélico: pidió a un pastor que lo bautizara y acude con frecuencia a los
actos evangélicos. Y como la izquierda abandonó en muchos sentidos a los
pobres, estos se fueron cada vez más a la derecha. En este momento de crisis y
de miedo, él viene con este discurso de orden, de matar a los bandidos. Está
además el trabajo de diabolización del PT que los pastores supieron hacer muy
bien.
El discurso que se escucha en los templos
consiste en decir que la crisis y la recesión se deben a una intervención de
satanás, y ese satanás es el PT. El diablo hizo que la prosperidad económica
terminara. Presentan al PT como si fuera un partido muy radical cuando en
realidad es de centroizquierda. La gente se compró una retórica que nada tiene
que ver con la realidad.
Por otra parte, los evangélicos trabajaron
el tema de los medios. La segunda televisora del país es de propiedad de Edir
Macedo, el obispo de la iglesia Universal. Macedo puso todo su aparato
mediático al servicio de Bolsonaro. La noche del último debate antes de la
primera vuelta no fue al debate, pero la televisión evangélica difundió una
entrevista con él. Fue una guerra abierta usando todos los medios evangélicos.
La gente solo escucha la radio evangélica, ve la televisión evangélica,
participa de los grupos evangélicos de Facebook y WhatsApp. La gente vive
confinada en ese mundo. Y claro, viven en ese círculo porque los partidos y
movimientos progresistas, el PT por ejemplo, desampararon a esta gente. Al
final, lo que ocurrió es que se cortaron los puentes para dialogar con la gente
humilde.
El PT intenta a la apurada acercarse a ese
electorado, pero para la gente que cree en el discurso del pastor, ya es tarde.
Lo que habría que hacer es deconstruir la imagen de los pastores y demostrar
que la mayoría de ellos son bandidos, que son las principales fortunas del
país. Pero esto no se lleva a cabo en un par de semanas. Lo que habría que
hacer es volver a hablar con toda esa gente, pero no de la Biblia como lo están
intentando hacer sino de lo que más importa en la vida del brasileño: una
educación mínima, un acceso a la salud, volver a tener farmacias populares que
den remedios gratuitos, tener un salario mínimo. Esa es creo la única manera de
recuperar una parte del voto evangélico. El poder de Bolsonaro va a depender
mucho del poder de los pastores evangélicos.
En
su investigación queda muy claro que esta expansión del evangelismo es una consecuencia
de la ausencia crítica del Estado, así como de un alejamiento de la iglesia
católica y de la izquierda de los sectores populares. El evangelismo progresa
en varios países.
Hay una expansión decisiva del evangelismo
en América Latina. En México, los evangélicos desempeñaron un papel en la
elección de Andrés Manuel López Obrador, aunque no fue tan importante. En este
país la organización política de los evangélicos todavía no está establecida y
los católicos siguen acudiendo a la iglesia. Pero también se desarrolla en
Argentina, en Colombia y en Chile, y en América Central.
Para explicar esto hay que resaltar que
hubo varios movimientos que se produjeron al mismo tiempo. Por un lado, poco a
poco, la iglesia Católica fue desapareciendo de los lugares más populares, o
nunca estuvo como pasó en las nuevas ciudades populares y las favelas que se
crearon con una velocidad enorme después de los años 70. La iglesia católica
tiene aquí un problema de presencia urbana: se entiende solo en el centro de la
ciudad. En Brasil, en las favelas y las ciudades emergentes no hay centro.
Entonces, por un lado, la iglesia católica no entra. Por el otro, en ese mundo
suburbano, pobre, con gente oriunda, por ejemplo, del nordeste que perdió el
apoyo familiar y carece de trabajo decente, no hay lugares de sociabilidad.
Cuando le preguntaba a la gente por qué
iba a la Iglesia evangélica, el argumento teológico no aparecía. De hecho, lo
único que existe es el templo evangélico: allí pueden cantar, hacerse de
amigos, dejar a sus hijos. No están presentes ni el Estado con políticas
públicas (salud, trabajo, educación), ni la iglesia católica, pero sí están
presentes los evangélicos que suelen prestar algunos de esos servicios. En los
templos encuentran todo esto, o sea, un lugar de respaldo. Por ejemplo, si
alguien pierde su trabajo, la red se activa hasta que consigue uno. Y si le
hace falta comida, le dan arroz. Los evangélicos, en Brasil, ocuparon el
espacio del Estado con el consiguiente impacto cultural y político que ello
acarrea. La gente vive encerrada en ese mundo, todo el tiempo. Y esto pasa en
parte también porque los movimientos progresistas, los partidos de izquierda,
abandonaron a esta gente con un nivel de prejuicio muy alto. No hay que olvidar
que el PT está muy ligado con la izquierda católica.
En
el caso de Brasil es tanto más paradójico cuanto que fue el país donde nació la
Teología de la Liberación. Sin embargo, con la expansión del evangelismo y su
modelo liberal, se ha vuelto la cuna del evangelismo, al que usted define como
una «teología de la prosperidad».
Fue la tierra de la Teología de la
Liberación hasta que el papa Juan Pablo II decidió acabar con eso. Se dieron
entonces dos movimientos paralelos: por un lado, el Estado desaparecía al mismo
tiempo que la economía producía más precariedad, y por el otro, la iglesia
católica se alejó.
La lógica de la «teología de la
prosperidad» es fascinante porque le dice al adherente de la iglesia que,
básicamente, tiene derecho a todo: a la salud, a una buena vida material. ¡Y eso ahora mismo y no en la próxima vida!
Y si no lo tiene es solo porque no lo sabes exigir.
Esto implica un cambio con respecto a la
relación con Dios: Dios tiene que darte eso y tu solo tienes que saber
pedírselo. Y para pedírselo debes formar parte del grupo evangélico, pagar y
rezar. Y al final, lo más interesante es que funciona: cuando los evangélicos
dicen «deja de beber y vas a encontrar un trabajo», la gente termina trabajando
más y mejor y no está borracha. La gente termina viendo que hay un impacto
positivo en su vida, que gasta menos dinero en alcohol o en ir al futbol y
tienen, por consecuencia, más plata. El pastor les promete mucho, mucho más,
pero la gente pone sus necesidades a su altura. Traducen las promesas del pastor
de tener un Cadillac en un trabajo menos precario, en un crédito inmobiliario
bueno. Se lo creen todo, aunque lo que obtengan sea mínimo.
¿La
izquierda brasileña tampoco captó a qué correspondía exactamente la «teología
de la prosperidad»?
No, claro que no y eso ha sido otra
tragedia. La izquierda interpretó la «teología de la prosperidad» de forma muy
básica. La vio únicamente como una adaptación del neoliberalismo. Es cierto que
hay una parte de consumismo y de dinero, pero también las iglesias evangélicas
funcionan con una fuerte lógica de solidaridad. Hoy se pagan las consecuencias:
lo que empezó solo con Dios se convirtió en un enorme movimiento moralista,
anti-PT, anti-intervención del Estado. Sí, es cierto que los evangélicos están
en una lógica de consumo capitalista. No obstante, ese era el discurso de todo
el país y nadie fue contra eso. Incluso en los años de Lula se decía: “ahora
todos los brasileños pueden ser ciudadanos porque tienen acceso a una tarjeta
de crédito” (Guido Mantega, ex ministro de Hacienda). Y eso es precisamente lo
que se dice en una iglesia Evangélica. Para mucha gente, los años de Lula le
dieron más legitimidad a la teología de la prosperidad. Ese discurso se apoderó
de todo el país. El evangelismo también es una forma de ascenso en la escala
social. Ni el trabajo, ni la política ni el sindicalismo se permiten a esas
personas.
¿Bolsonaro
y los evangélicos han sido entonces los actores de una doble victoria: la que
obtuvieron ante del PT y frente al papa Francisco?
Cuando vino a Brasil el papa Francisco se
dio cuenta de que tal vez era demasiado tarde. El problema era mucho más grave
de lo que el papa pensaba. Cuando les preguntaba a los evangélicos qué pensaban
de Francisco, muchos de ellos ni sabían quién era Francisco. No estaban ni
siquiera en contra él: ni siquiera sabían bien quién era. Y estamos hablando
del primer país católico del mundo. Además, la derrota tiene otra dimensión:
para no perder terreno, una parte de la iglesia Católica termina en muchos
casos imitando a la iglesia Evangélica. En Brasil hay sacerdotes que los copian
totalmente: si vas a una iglesia Católica, un domingo, no sabes si estás en un
templo evangélico o en uno católico.
Es todo el movimiento de renovación
carismática. El Papa odia a este movimiento, pero tuvo que aceptarlo. La única
manera de cambiar la situación actual es con un trabajo de terreno. Pero el
problema es que el Papa está en Roma y la gente que está en Brasil piensa lo
contrario, fue puesta por los dos papas anteriores (Benedicto XVI y Juan Pablo
Segundo) y hoy no repercute lo que ordena el Papa Francisco. Derrota también
del PT, claro. La izquierda brasileña dejó de atender a las poblaciones pobres.
Encima, la campaña se articuló en torno a WhatsApp, detalle que el PT tampoco
entendió.
Los
evangélicos trabajaron a la sociedad cuerpo a cuerpo, sector por sector. Se
expandieron en los círculos deportistas, entre los actores, los surfistas, la
policía, el crimen organizado. Como lo haría una empresa comercial.
Los evangélicos tienen una visión de
marketing sobre la sociedad. De hecho, no hay una iglesia evangélica sino
muchas. Si mañana quieres ser un pastor, puedes. El único punto en común entre
todas las iglesias es la fuerte personalidad de los pastores. A lo mejor un
Lula hoy sería un pastor. Hacen una iglesia que interesa a la gente que juega
al fútbol, otra iglesia para los gays porque están excluidos y es una población
importante y hay que atraerlos, otra iglesia más rigurosa y una más permisiva. Esto
termina teniendo una fuerza increíble porque siempre acabas encontrando una iglesia
a tu gusto.
Por eso están en todo el país. Tienen
entonces dos estrategias: una de marketing y otra de penetración de los poderes.
Están en el aparato judicial, en la política (tienen 90 diputados), en la
policía. Si ves la página de la policía militar verán que una parte de las
ayudas sociales están organizadas por los evangélicos. Hasta son mayoritarios
en las cárceles. En Río de Janeiro, de las 100 representaciones religiosas que
están presentes en las cárceles 92 son evangélicas. Es impresionante. Al final,
el Estado les da este derecho porque ha perdido su capacidad de intervención.
No puede llegar a los lugares inaccesibles y los evangélicos sí. Esto les da un
enorme poder.