Ismael Moreno Coto, sj
www.reflexionyliberacion.cl / 051118
La Caravana es un fenómeno social
migratorio que ha desbordado cualquier previsión política e institucional. Es
noticia mundial. En todos los medios internacionales, que nunca dicen nada de
Honduras, hoy la han puesto en el ojo del huracán noticioso. Es un fenómeno que
ha desbordado a las iglesias, a los sectores de la sociedad civil, a las ongs y
a los gobiernos.
Es una avalancha que en sus inicios de
esta etapa dramática comenzó con unos cuantos centenares de hondureños hasta
convertirse en un número incontable, creciente e incontrolable, a la que se
responde con sencillos gestos solidarios, generosos y espontáneos por parte de
la gente que ve a los migrantes pasar, hasta con las respuestas de más alto
nivel militar como lo amenaza la administración Trump, y como lo está haciendo
el régimen hondureño al tratar de crear infructuosamente una muralla policial
en la frontera entre Honduras y Guatemala.
Nació
en la “Ciudad Juárez del sur”
No es solo una caravana. Es un fenómeno
social liderado por miles de pobladores rurales y urbanos empobrecidos que se
manifiesta en amplias y masivas caravanas espontáneas e improvisadas, sin más
organización que la que aconseja la sobrevivencia y la manifiesta decisión de
avanzar hacia el norte hasta alcanzar territorio estadunidense. No es la
primera vez. El año pasado, 2017, en el mes de abril hubo una caravana de unos
800 centroamericanos, con un 75 por ciento de hondureños. A su vez, existe un
movimiento de unos 300 hondureños que diariamente buscan cruzar la frontera de
Aguascalientes, entre Honduras y Guatemala, muchos de ellos se van quedando en
el camino.
Esta avalancha humana y social explotó
como una poderosa bomba expansiva con una noticia de segunda o de tercera
importancia justamente en la ciudad de San Pedro Sula, conocida mundialmente
como una de las más violentas, y que diversos investigadores y analistas suelen
llamarla como la “Ciudad Juárez del Sur”, por su similitud con el boom de las
maquilas que, en esta ciudad mexicana fronteriza con El Paso, Texas, se promocionó
en la década de los setenta del siglo veinte, como respuesta a la pobreza,
dejando lo que ya todo mundo conoce como subproductos: un interminable aluvión
de migración interna, violencia delincuencial juvenil, el narcotráfico. ¿Cuál
fue la noticia? Un grupo de unos 200 hondureños anunciaron que organizaban una
caravana para emigrar hacia el norte, saliendo de la terminal de autobuses de
San Pedro Sula, en la costa atlántica hondureña, el sábado 13 de octubre.
¿Quién
la empujó?
En el inicio, la caravana identificó el
nombre de Bartolo Fuentes, un líder social y político con sede en la ciudad de
El Progreso, quien dejó dicho en una entrevista a los medios de comunicación
locales, que se uniría por unos días. Bartolo Fuentes estuvo acompañando como periodista
la caravana de abril del año 2017. Siendo además un político del partido LIBRE
(Libertad y Refundación), de la oposición, Bartolo Fuentes se convirtió con los
días en “chivo expiatorio”. Así lo acusó en rueda de prensa la titular de
Relaciones Exteriores mientras se hizo acompañar de la Ministra de Derechos
Humanos. “Bartolo Fuentes es el responsable de la caravana, él organizó e
instigó a muchas personas hasta manipularlas y conducirlas en este trayecto
peligroso”, al tiempo que hizo un llamado al Ministerio Público para que
procediera en contra de la persona a la que el régimen descargó toda la
responsabilidad como representante de la oposición política radical de
Honduras. Como ocurre con todo, el nombre de Bartolo quedó atrás, y fueron
surgiendo otros chivos expiatorios, todavía más poderosos que un líder social y
político local y nacional.
Cuando la caravana cruzó la frontera en el
puesto de Aguascalientes rumbo a Guatemala, ya sumaban unas cuatro mil
personas, las que lograron romper el cerco que la policía tanto de Honduras
como de Guatemala había establecido en el puesto fronterizo. Y así fue en
aumento en la medida que cruzaba territorio guatemalteco y se acercaba a la
frontera mexicana. El régimen hondureño, sin duda con financiamiento del
gobierno de los Estados Unidos, implementó un plan entre los días 17 y 20 de
octubre con el propósito de convencer a los migrantes a retornar al país. Logró
que algunos centenares aceptaran, muchos de los cuales fueron transportados en
buses, y otros por puente aéreo, y a cada persona se le prometió ayuda
inmediata y un paquete de servicios posteriores. Cuentan testigos que no pocas
de las personas que se transportaban en el supuesto retorno eran activistas del
Partido Nacional que sirvieron de carnada y, sobre todo, de publicidad oficial.
No obstante, a partir del día 23 de octubre y con cifras que aumentaban según
pasaban los días, ya hablaba de un número de 10 mil migrantes cruzando
territorio chiapaneco, en la República mexicana.
Una
olla de presión
El gobierno hondureño acusa a la oposición
y a grupos criminales como responsables de las caravanas con propósitos
políticos desestabilizadores. A esta acusación se une el gobierno de los
Estados Unidos, el cual ha llegado al extremo de acusar al Partido Demócrata de
instigar y financiar a grupos políticos y criminales para que los migrantes
invadan territorio estadunidense con el fin de desestabilizar al gobierno.
Todas estas acusaciones no tienen asidero real.
El fenómeno de las caravanas es la expresión
de la desesperación de una población para la cual cada vez resulta más
arriesgado vivir en un país que niega empleo, seguridad ciudadana y la orilla a
vivir en un permanente estado de rebusca. La caravana es la explosión de una
olla de presión que, el gobierno hondureño, en asocio con una reducida élite
empresarial y transnacionales viene atizando desde hace al menos una década. Un
gobierno que abandonó las políticas públicas sociales y las ha sustituido con
programas de compensación social, al tiempo que consolida el modelo de
desarrollo basado en la inversión en la industria extractiva y en la
privatización y concesión de los bienes comunes y servicios públicos.
Estado
y corrupción entendidos como negocio
A su vez, la administración pública está conducida
por un sector de políticos que ha entendido el Estado como su negocio, han
saqueado instituciones públicas, como el Instituto Hondureño del Seguro Social,
el sistema de salud en general, la empresa de energía eléctrica, entre muchas
otras. Y se protegen a sí mismos con el control político del sistema de
justicia.
La población ha ido progresivamente
experimentando indefensión y abandono, experiencia y sentimiento que se
acrecentó con las elecciones de noviembre de 2017 cuando el gobierno se reeligió
violando la Constitución de la República y se adjudicó un triunfo que de
acuerdo a cerca del 70 por ciento de la población fue el resultado de un fraude
organizado. La población ha dejado de confiar en los políticos, en el gobierno
y en la alta empresa privada. Las caravanas es un fenómeno que expresa la
desesperación y angustia de un pueblo que dejó de creer en soluciones dentro
del país. Se van como expresión extrema de la decisión de la población de
tomarse la justicia por su propia mano.
Cada
quien buscando a quien culpar y sacar ventajas
El gobierno de Honduras y el gobierno de
Estados Unidos parecen necesitar a quien responsabilizar. Esto es así porque a
fin de cuentas representan a un sector elitista de la sociedad que desprecia
sistémicamente a las poblaciones con bajos recursos económicos, y nunca les
dará crédito a sus iniciativas. Todo lo que proviene de estos sectores es
entendido como amenaza, y en muchas ocasiones como la que ahora se observa con
los migrantes, las iniciativas son percibidas como actos delincuenciales o de
criminalidad. No creen ni aceptan las decisiones, iniciativas y creatividad del
pueblo. Es la expresión de desprecio, discriminación y racismo. Dan por hecho
que la gente no piensa, no decide por sí sola. Tiene que existir un factor, un
actor externo que atiza, que manipula esas decisiones. Obviamente, el fenómeno
de la caravana busca ser capitalizado por diversos sectores. Hay sectores
opositores en Honduras, y quizás en Estados Unidos, que buscan beneficiarse con
la inestabilidad que produce este movimiento migratorio.
Seguramente, la extrema derecha de Trump
está especialmente interesada en capitalizar este fenómeno para fortalecer la
lucha anti migrante, una de las políticas fundamentales de su administración.
Las elecciones de medio tiempo en Estados Unidos son un termómetro para
establecer si Trump proseguirá o no en un segundo mandato. Acusar a los demócratas
de financiar las migraciones, es un argumento estupendo para empoderar a Trump
en el triunfo republicano en las elecciones de noviembre. A su vez, sectores
políticos opositores en Honduras han dado muestras en aprovechar este fenómeno
para debilitar todavía más al gobierno de Juan Orlando Hernández, quien
igualmente está interesado en usar a los migrantes para acusar a la oposición
de ser responsable de provocar mayor inestabilidad en su gobierno.
De
vergonzante a dignificante
El fenómeno de la caravana ha significado
una explosión de una realidad cotidiana. La caravana viene ocurriendo a diario,
y seguramente en menos de un mes salen las cantidades de personas que se dieron
en la salida masiva en un solo día. Ha sido la caravana silenciosa, solapada,
discreta, privada, invisibilizada y hasta vergonzante que, con esta explosión,
se ha convertido en una caravana visible, pública y hasta dignificante. Este
fenómeno ha desenmascarado el falso discurso y evidencia el fracaso oficial. Ha
desmontado ese triunfalismo que ha sostenido que el país va mejorando. Ha
dejado en evidencia que los programas de compensación social no solo no
resuelven, sino que profundizan el estado de precariedad de la mayoría de la
sociedad. Ha dejado al descubierto que una sociedad que al garantizar que solo
el 35 por ciento se incluya en la economía formal, es insostenible. La caravana
masiva es la expresión de un fenómeno masivo de un modelo de exclusión social
sistémico.
Élites
y régimen, heridos en su amor propio
La caravana que arrancó el 13 de octubre,
y que abrió la válvula para subsiguientes caravanas despertó de golpe a los
sectores políticos y a la élite empresarial, acostumbrados a tener férreo
control sobre todo lo que ocurre en el país, y se esfuerzan en evitar sorpresas
indeseables, o incluso son expertos en capitalizar a su favor los malestares o
escaramuzas de protestas y reclamos de los sectores sociales. Las élites han
gozado de privilegios del Estado y solo reaccionan cuando sus ganancias
infinitas se ven entorpecidas por reacciones adversas, como está ocurriendo con
la oposición de comunidades y organizaciones a los proyectos extractivos y
concesiones otorgadas por el gobierno a empresas nacionales y transnacionales. Así
se explica que las élites empresariales reaccionen con agresividad extrema
cuando hay gentes que entorpecen su proceso de acumulación, hasta el extremo de
asesinar a sus líderes, como ocurrió en marzo de 2016 con el asesinato de Berta
Cáceres.
De igual manera, estos sectores se sienten
golpeados en su amor propio cuando, sintiéndose a sus anchas en sus
privilegios, la realidad de los excluidos les desenmascara con un solo hecho,
sus mentiras. Esto es lo que ha hecho la caravana. Después de que las élites y
el régimen de Juan Orlando Hernández han invertido millonarias sumas en
publicitar que el país va por buen camino, que la economía está sana, que los
programas sociales tienen contenta a la gente, irrumpe la caravana de miles de
ciudadanos, una noticia que alcanza nivel mundial. La vergüenza de las élites
se transforma en acusaciones a la oposición y se dedican a invertir para buscar
chivos expiatorios, que en los últimos días de octubre pasó de una persona
concreta, a la oposición política radical, a los demócratas, al empresario
Soros, hasta culminar con responsabilizar al eje del mal, conformado por Cuba,
Venezuela y Ortega de Nicaragua. Es la respuesta a una vergüenza que las élites
hondureñas les duele en la medida que quienes los desenmascaran son aquellos
sectores que no merecen ser considerados iguales porque son ciudadanos de
segunda, tercera o cuarta categoría.
Rasgos
que ayudan a interpretar éxodo masivo
Este fenómeno de masas que se dispara
hacia el exterior, denota igualmente algunos rasgos que contribuyen a
interpretar qué es lo que subyace en la sociedad hondureña:
Primer factor: la dependencia extrema del
exterior. Buscar fuera del país las respuestas y soluciones a las
necesidades y problemas. Es una mentalidad que se ha ido acentuando a lo largo
de más de un siglo, luego de la implantación del enclave bananero a comienzos
del siglo veinte. Echar la mirada y emprender el camino hacia Estados Unidos,
es la reminiscencia dramática de una sociedad que configuró su mente y su
corazón en torno al “sueño americano”, querer ser como un estadunidense, con
sus dólares, con la esperanza de ganar dólares para comprar cosas, para ser
como se gasta dinero en Estados Unidos. Salir hacia Estados Unidos es ese deseo
profundo de buscar el amor de un capitalismo que dentro del país no lo han
experimentado.
Es un movimiento espontáneo por ir en
busca de la tierra prometida, es una defensa desesperada del país del consumo y
de “la tierra de pan llevar”, como dijo un día el poeta hondureño Rafael
Heliodoro Valle. No es un movimiento masivo anti-sistema. Es una avalancha
intrasistema de los harapientos que siguen empecinados en buscar arriba, en el
norte, el sueño que dentro de Honduras lo han vivido como pesadilla. No saben
los migrantes hambrientos que su iniciativa está estremeciendo al sistema;
ellos lo que hacen es buscar en el centro del sistema una respuesta para sus
necesidades y problemas. Como de otras maneras lo hacen los políticos y las
élites pudientes, siempre tienen puesta su mirada y su corazón hacia arriba,
hacia los Estados Unidos, en franca actitud servilista. Es la misma actitud de
los millares de migrantes, solo que, desde posición de capataces, de
protectores internos de los intereses del imperio.
Segundo factor: una sociedad atrapada en
la sobrevivencia. En el rebusque del día a día, cada quien buscando por lo
suyo, cada quien e individualmente arañando migajas al sistema, sin
cuestionarlo. El éxodo masivo de hondureños, no tiene más organización que la
protección en los demás del camino del interés individual de rebuscarse la vida
en otro país, en el país del norte. Porque la decisión de salir del país, no es
el resultado organizativo de los pobres, sino la expresión de rebuscar cada
quien, individualmente, la solución a sus problemas.
Ese rasgo de la mentalidad y
comportamiento de la sociedad hondureña, sumerge a su gente en el encierro, en
el mal político del encierro, que lleva a que cada quien se encierre en su
propia búsqueda, en vivir cada quien ocupado en resolver sus asuntos, bajo el
adagio de que “el buey solo se lame”, o lo que dicen en los caminos y calles de
nuestros barrios y aldeas: “Cada quien librando su cacaste”. Es la lógica de la
sobrevivencia, cada quien busca resolver a su modo y estableciendo compromisos
con quien sea, con tal de salir adelante. Los demás estorban, el encuentro con
otros para reunirse y buscar juntos, estorba. Todo mundo despotrica por lo que
ocurre, por el alza del combustible, del agua, de la energía eléctrica.
Todo mundo protesta en contra del
gobierno, pero al momento de buscar soluciones conjuntas, que lo hagan
otros. La salida masiva hacia el norte revela que la gente sigue sin
poner la confianza en los demás, en la comunidad, expresa el rechazo hacia la
organización, hacia los partidos políticos y hacia toda la institucionalidad.
La salida masiva es el fracaso de todo tipo de respuesta pública, y el triunfo
rotundo del rebusque individualista. El fenómeno de las caravanas es la
expresión extrema de las salidas individuales a un problema estructural y
sistémico. En un ambiente así, todo lo que venga de arriba y de afuera se
recibe, y hasta se puede dar un voto a quien tiene aplastada a la gente, a
cambio de una “bolsa solidaria” o de diversas regalías. En una sociedad
atrapada en el rebusque, los programas compensatorios tienen un enorme éxito,
pero al quedar intactos los problemas, y se profundizan las políticas
privatizadoras o de concesiones, la vida de la sociedad se va deteriorando,
hasta acabar con explosiones como las caravanas masivas de migrantes.
Tercer factor: una sociedad que acentúa la
relación vertical. En detrimento de las relaciones horizontales. La gente
se va para el norte, para arriba. La mirada de los migrantes está puesta hacia
afuera y arriba, dejaron de ver a su lado, cada quien camina, avanza con sus
propios pasos hacia adelante, sin ver quienes están a su lado. Es el síndrome
de la “banana republic”, que
sembraron los norteamericanos y dejaron esperando, embelesados, el regreso de
los blancos. Son muchos, miles, que van dando los mismos pasos, pero cada quien
buscando lo suyo, lo particular, lo individual. En esas condiciones
individualistas nacieron, así lo aprendieron, así crecieron, así han sufrido. Y
así buscan su salida en el norte. Individualmente. Aunque sean caravana, aunque
sean miles. Es una caravana de individualidades.
Las relaciones hondureñas se basan en la
mirada hacia arriba, en la verticalidad, depender de los de arriba en una
relación en donde la línea vertical es la decisiva. Es el paradigma del poder,
del patriarca, del caudillo en el caso hondureño. El caudillo que me ha de
resolver mi problema personal o familiar, el caudillo que me resuelve a cambio
de lealtad. Es Estados Unidos, el máximo de los caudillos, el padre de los
caudillos. Esa línea vertical se sostiene a costa de debilitar la línea de los
lados, de los iguales. La línea horizontal es tan tenue que casi es invisible, no
existe, a lo sumo nos vemos unos a los otros, para ver quien las puede más con
quien o quienes están arriba, para ver quién tiene más poder ante los que están
en el mando.
Esta mentalidad vertical ha permeado con
fuerza a las organizaciones sociales, las organizaciones comunitarias, a las
ongs y a sus liderazgos. En esto ha contribuido con especial fuerza el fenómeno
de la cooperación internacional. Las relaciones que se establecen con especial
acento son bilaterales entre el organismo donante y la organización
beneficiaria, la que a su vez acentúa relaciones directas y verticales con las
organizaciones de base. Y estas, por beneficiarse de fondos de la cooperación,
fortalecen las relaciones de dependencia con la ong la que a su vez tiene una
dependencia vertical con el organismo donante.
Esta línea vertical se prioriza sobre las
líneas horizontales. Las relaciones entre las organizaciones de base, los
encuentros entre los diversos liderazgos de base, están unidos por una tenue
línea horizontal, porque la fuerza está puesta en la línea vertical, en la
dependencia hacia arriba. Finalmente, las organizaciones sociales y las ongs se
van quedando solas, con muy poca incidencia hacia el pueblo. Cuando la gente se
vuelca hacia a fuerza, no solo rebasa la capacidad de las organizaciones
existentes, sino que las primeras sorprendidas son las organizaciones y
liderazgos sociales y populares. En estas hay muchas palabras y muchas
formulaciones, pero muy poco pueblo.
El
eje del mal
En lugar de buscar “chivos expiatorios”
dentro y fuera de Honduras, el problema fundamental es Honduras, en manos de
unas alianzas a las que se pueden nombrar como el eje del mal. Esas alianzas
están conformadas por una reducida élite política que ha vivido incrustada en
el Estado y usa sus recursos como su propiedad, en contubernio con una élite
empresarial auténticamente oligárquica que manejan los hilos de toda la
economía e inversiones la cual es socia menor del capital de empresas
transnacionales. Este triple contubernio conforma el verdadero gobierno
hondureño, que se estructura en torno a un modelo de acumulación infinita a
costa de negar crecientemente oportunidades a unos seis millones de los nueve
millones de hondureños que conforman la población.
Estos tres actores están acuerpados por
otros tres poderosos actores: la embajada norteamericana, con sede en la
capital, los cuerpos armados liderados por los altos oficiales de las fuerzas armadas,
y por personajes públicos y ocultos del crimen organizado.
Estos seis actores en alianza conforman el
eje del mal, en donde reside la más alta cuota de responsabilidad de lo que
ocurre con el deterioro ya casi sin fin de la sociedad hondureña. En este eje
del mal y su modelo de desarrollo, basado en la acumulación de riquezas con el
control corrupto y explotación de los bienes naturales y la privatización de
los bienes y servicios públicos, se encuentra la respuesta fundamental a la
pregunta de por qué se van los hondureños y por qué se organizan caravanas que
provocan la atracción de millares de hondureños.
¿Cómo
situarnos ante los migrantes en este fenómeno de caravanas?
1) Ante todo acompañar con el
análisis y la investigación, para escudriñar sus dinamismos internos y aportar
elementos para que la sociedad pueda tener su propio criterio, y evitar
manipulaciones por parte de sectores políticos, medios corporativos y oficiales
interesados en manipular y capitalizar a su favor la tragedia humana. La
población migrante tiene algo que decirnos, tiene en sí misma una palabra,
buscar en todo a actores extraños a ella, es importante, pero el actor más
importante es el pueblo que emigra, que se desarraiga. No escucharlo por buscar
fuerzas que lo empujan, es caer en lo mismo que hace Trump y Juan Orlando
Hernández. El pueblo migrante tiene una palabra que decir, su sufrimiento y
exclusión le otorga el derecho a ser sagrado, y nos toca respetarlo y
escucharlo.
2) Acompañar, estar cerca de las
caravanas para escuchar su voz y aportar en la atención a sus necesidades
inmediatas y básicas, es una condición que hace válido el análisis y la
reflexión. No necesariamente acompañar significa dar ayudas materiales, puede
ser que sea necesario apoyar con recursos, pero puede ser una tentación para
librarnos el bulto de la impotencia de no saber dar respuestas a las preguntas
de fondo que surgen de sus sufrimientos y angustias.
3) La coordinación entre instancias
nacionales y con redes centroamericanas, mexicanas y continentales, resulta
fundamental puesto que se trata de un fenómeno que se origina en Honduras, pero
con repercusiones y connotaciones internacionales. Ninguna red resulta
suficiente, la realidad del fenómeno de las caravanas rebasa todos los
esfuerzos. Pero los esfuerzos en solitario hacen más estéril el servicio. La
eficacia está en unir esfuerzos con el mayor número de instancias.
4) Denunciar y develar el discurso
oficial de la manipulación política de la caravana. Los diversos sectores
internacionales debían ayudar a buscar respuestas en primer lugar desde
Honduras, y desde los hondureños, no de la oficialidad hondureña, sino de los
sectores que han estado y están cerca de las poblaciones de donde más se nutren
los hondureños que se apuntan en las caravanas. Esta búsqueda de respuestas ha
de partir de una constatación principal: la responsabilidad política reside
fundamentalmente en el actual régimen hondureño y en el modelo de desarrollo
basado en la inversión en el extractivismo y privatización de bienes y
servicios públicos, unido a la corrupción e impunidad. Desde esta denuncia, los
hondureños demandamos que haya adelanto de elecciones para un pronto retorno al
orden constitucional, que con un nuevo gobierno se convoque a un gran diálogo
nacional para consensuar las prioridades hacia una reversión del actual estado
de calamidad social que explotó en esta migración masiva.
5) Una pastoral directa de consuelo,
misericordia y solidaridad con el dolor y desesperación de nuestro pueblo, que
se exprese en estrategias de comunicación que vincule los medios tradicionales,
como la radio, la televisión y los medios escritos, con las redes sociales.