Manlio Dinucci
www.voltairenet.org / 071218
El
intento de Donald Trump de reequilibrar el intercambio comercial entre China y
Estados Unidos va más allá de su deseo de lograr que regresen las empresas
estadounidenses que optaron por producir en China. El desarrollo de nuevas infraestructuras
de transporte y comunicación está convirtiéndose rápidamente en una amenaza
para la posición de Estados Unidos como líder mundial. La contienda alrededor
de Huawei nos permite percibir la confluencia entre las preocupaciones económicas
y las inquietudes de carácter militar. Varios han observado que la inteligencia
estadounidense no logra desencriptar los teléfonos de esa marca china. Esos países
han equipado sus propios servicios de inteligencia con material de Huawei y
han prohibido a sus funcionarios el uso de smartphones de cualquier otra
marca.
Luego de haber impuesto fuertes gravámenes
a una serie de mercancías chinas –por un monto de 250,000 millones de dólares–
el presidente Donald Trump aceptó en el G20 una «tregua», posponiendo con ello
la adopción de nuevas medidas, sobre todo porque la respuesta china está afectando
la economía estadounidense.
Pero, además de las razones comerciales,
hay también razones de orden estratégico. Bajo la presión del Pentágono y de
las agencias de inteligencia, Estados Unidos ha prohibido los smartphones y
los equipos de telecomunicaciones de la empresa china Huawei, afirmando que pueden
ser utilizados para espiar a los usuarios, y está presionando a sus aliados
para que también los prohíban.
La advertencia de Estados Unidos
–principalmente a Italia, Alemania y Japón, los países donde se hallan las
mayores bases militares estadounidenses– sobre el peligro de espionaje chino
viene de las mismas agencias de inteligencia estadounidenses que han estado
espiando durante años las comunicaciones telefónicas de sus aliados, sobre todo
en Alemania e Italia.
La marca estadounidense Apple, en otra
época líder absoluto en ese sector, se ha visto rebasada en ventas por Huawei.
Esta última, una empresa china que pertenece a sus trabajadores –quienes son a
la vez accionistas–, se ha situado en segundo lugar en ventas a nivel mundial,
detrás de la marca sudcoreana Samsung, lo cual es emblemático de una tendencia
general.
Estados Unidos, cuya supremacía económica
se basa artificialmente en el dólar –hasta ahora la principal divisa de los
mercados mundiales y las reservas monetarias– va quedándose cada vez más a la
saga de China, tanto en capacidad productiva como en calidad de su producción.
El New York Times escribe:
«Occidente estaba seguro de que el enfoque
chino no funcionaría. De que sólo tenía que esperar. Y todavía está esperando.
China está proyectando una gran red global de comercio, inversiones e
infraestructuras que van a reconfigurar los vínculos financieros y geopolíticos.»
Eso es lo que está sucediendo
principalmente –aunque no sólo allí– a lo largo de la Nueva Ruta de la Seda
que China está implementando a través de 70 países de Asia, Europa y África.
El New York Times analizó 600 proyectos realizados por China en 112
países (41 oleoductos y gasoductos; 199 centrales de generación eléctrica,
principalmente hidroeléctricas, entre ellas 7 represas en Cambodia, que
garantizan el 50% de la electricidad que necesita ese país; 203 puentes,
carreteras y vías férreas; y varios grandes puertos en Pakistán, Sry Lanka,
Malasia y otros países).
Washington ve todo eso como «una agresión
a nuestros intereses vitales», como subraya el Pentágono en la Estrategia de
Defensa Nacional de los Estados Unidos de América 2018. El Pentágono define a
China como un «competidor estratégico que utiliza una economía depredadora
para intimidar a sus vecinos», ignorando toda la serie de guerras que Estados Unidos
desató hasta 1949, incluso contra China, para apoderarse de los recursos de otros
países.
Mientras China construye represas, vías
férreas y puentes, ciertamente útiles a su propio desarrollo comercial pero
también al desarrollo de los países donde se construyen, las guerras estadounidenses
lo primero que destruyen es precisamente las represas, vías férreas y puentes. El
Pentágono acusa a China de «querer imponer a corto plazo su hegemonía en la
región indo-pacífica y de querer tomar desprevenido a Estados Unidos para
apoderarse en el futuro del predominio global», lo cual estaría haciendo en
complicidad con Rusia, acusada a su vez de querer «destruir la OTAN» y
«subvertir los procesos democráticos en Crimea y en el este de Ucrania».
De ahí el incidente en el Estrecho de
Kerch, provocado por Kiev bajo la dirección del Pentágono, para que se cancelara
el encuentro entre Trump y Putin previsto al margen del G20 (efectivamente
cancelado) y meter a Ucrania en la OTAN, aunque de hecho ya es miembro de ese bloque
militar.
La «competición estratégica a largo plazo
con China y Rusia» es vista por el Pentágono como una «prioridad principal».
Por eso, el Pentágono «modernizará sus fuerzas nucleares y fortalecerá la alianza
transatlántica de la OTAN».
Tras
la fachada de la guerra comercial se prepara la guerra nuclear.