José Ignacio González Faus
www.religiondigital.com / 031218
La frase puede parecer dura, pero no es
mía. Hacia 1933, Fernando de los Ríos (uno de los pioneros de la Institución
libre de Enseñanza) escribió: “¡pobre catolicismo español que no ha llegado
nunca a ser cristiano!”. Quítese la dosis de exageración que pueda tener. Pero
hoy prefiero fijarme en la dosis de verdad que tiene.
Pocos después, Romano Guardini publicó una
de sus obras más famosas (La esencia del cristianismo). En ella venía a decir
que la esencia del cristianismo es sencillamente Jesús como el Cristo. Y lo que
ahora quisiera destacar es que hay algunas formas de catolicismo conservador
donde Jesús está prácticamente ausente y parece sustituido por otros
pseudocristos.
Confesar a Jesús como el Ungido, el
empapado de Dios (eso significa Cristo) implica seguirle en su anuncio y en su
trabajo por lo que él llamaba “reinado de Dios”. Ese reinado de Dios
(consecuencia del anuncio jesuánico de que Dios es padre de todos) significa
que el ser humano está por encima de todo lo sagrado (Mc 2,27-29), que los
condenados de la tierra son los preferidos de Dios (Lc 6,20-26), que lo
que se les hace a ellos se le hace a Dios (Mt 25, 31ss), que el seguidor de
Jesús debe perdonar y amar a los enemigos (Mt 5, 43-38) y que hay una
incompatibilidad radical entre Dios y el dinero (Mc 10, 17ss)…
El catolicismo no cristiano olvida (o
desconoce) esos rasgos del anuncio jesuánico. Al olvidarlos no sigue en
realidad a Jesús como Cristo de Dios y lo sustituye por otros “pseudocristos”,
que apelarán quizás a la palabra Cristo, pero dándole un rostro distinto al de
Jesús.
Los ejemplos más frecuentes son.
1.- Una cristificación del obispo de Roma.
En el siglo XIX se llegó a escribir que el papa es como “el Verbo encarnado que
se prolonga” y se le atribuyeron expresiones que la tradición cristiana
aplicaba a Jesucristo (“más alto que los cielos, santo y separado de los
pecadores…”). El título de “Santo Padre” que aún usamos tranquilamente es un
vestigio de eso. Y hoy, estos grupos acusan a Francisco de “desacralizar el
papado”, ignorando que la herejía está en haber sacralizado ellos al papado.
2.- Una piedad mariana que no parece
dirigida a la sencilla muchacha de Nazaret, sino a una figura semidivina, o a
una diosa griega coronada como Reina y vestida con unas joyas que María nunca
llevó. De manera vaga se la envuelve en un nimbo de pureza etérea que ha
cuajado en la expresión “ave María purísima” que no molesta nada. Pero si les
pidieran sustituirla por un “ave María pobrísima” se negarían a ello, ignorando
que de esa pobreza brota la pureza de María.
3.- Una devoción a la eucaristía
convertida en una especie de “Dios hecho cosa”, desligada de la Cena de
despedida de Jesús y de sus gestos de partir el pan (símbolo de la necesidad) y
pasar la copa (símbolo de la alegría). Así cosificado, Dios puede ser adorado
tranquilamente y podemos ir a comulgar casi al margen de toda la celebración
eucarística, sólo para “recibir gracia”, pero sin que esa gracia nos lleve a
nosotros a compartir la necesidad y a comunicar la alegría.
4.- Un último rasgo de ese catolicismo no
cristiano puede ser una forma de relación “contractual” con Dios que nos
permite convertirlo en propiedad nuestra con sólo que cumplamos nuestra parte
del contrato. Exactamente la relación con Dios que Jesús criticó como
“fariseísmo”: teniendo a Dios como propiedad privada nuestra, somos los mejores
y podemos sentirnos superiores a los demás. Es lo de aquel viejo chiste (puesto
en labios de una pobre viejita, pero que está en bastantes corazones no tan
viejos): “el papa puede cambiar lo que quiera, que al final nos salvaremos los
de siempre”.
Y “nos salvaremos” porque este tipo de
catolicismo ha sustituido la confianza, que es lo más característico de la fe,
por la seguridad que nos libera de la entrega confiada. Por eso suelo decir que
el mayor enemigo de la fe verdadera no es propiamente la incredulidad sino la
tentación de la seguridad.
Realmente, poco cristiano es ese panorama,
aunque se presente como “muy católico”: su rasgo más distintivo no es la
confianza en Jesús, sino el miedo a Jesús y a su anuncio de ese “reinado de
Dios” que, por así decir, horizontaliza todas las verticalidades
pseudoreligiosas: y lo hace, no sustituyendo la vertical por la horizontal
(cosa en la que nunca pensó Jesús), pero sí sustentando la horizontal en la
vertical.
En este sentido, lo típico del
cristianismo frente a otras cosmovisiones, religiosas o increyentes, es la
síntesis, imposible quizá pero a la que hay que tender, entre la máxima
afirmación de la Trascendencia y la más plena afirmación de la inmanencia: la
entrega completa al más-allá y la plena dedicación al más-acá. Porque, por
incomprensible que parezca, Dios es el infinitamente lejano, el increíblemente
cercano y el profundamente íntimo.
Ojalá pues que, cuando Azaña dijo aquello
de “España ha dejado de ser católica”, hubiera querido decir que España está
empezando a poder ser cristiana…