www.rebelion.org / 091218
Es una característica bastante frecuente
en el ejercicio del poder el uso y el abuso de la "doble moral".
Amparándose en la casi "natural" impunidad que confiere cualquier
poder, la hipocresía es moneda corriente. Se dice una cosa y se hace lo
contrario. Al poderoso no se le discute, se le obedece; y al subordinado no le
quedan muchas alternativas respecto a los valores que le imponen. "Las
órdenes no se discuten: se acatan", suele decirse. Quien detenta una cuota
de mayor poder puede exigir algo, pero él mismo no lo cumple. Eso es la
impunidad.
Esto no significa que forzosamente,
siempre y en todas las circunstancias, el poder sea hipócrita. Pero no hay
dudas que ello es posible, y mucho. El poder, por definición, no va de la mano
de la justicia. Como decía el refrán latino: "Lo que es lícito para el dios
Júpiter, no es lícito para todos". En otros términos: todos somos iguales…
¡pero hay algunos más iguales que otros!
Si fuera la equilibrada justicia la que
rigiera el mundo… pues muy distinto sería el mundo entonces. Los poderes no
suelen ser justos precisamente: son autoritarios. Cuanto más grande es la cuota
de poder en juego, mayor puede ser la cuota de injusticia. O, dicho en otros
términos: mayor puede ser la impunidad, la hipocresía, la doble moral.
La clase dirigente de Estados Unidos de
América y su aparato de gobierno -no es esto ninguna novedad- constituyen el
más grande poder edificado en la historia humana. Su capacidad económica,
política, militar, cultural, es única. Nunca había habido en la historia algo
similar, y una vez que caiga como imperio -lo cual quizá no esté tan lejos- no
es seguro que pueda repetirse algo igual. ¿Cómo será el mundo post imperio
estadounidense? ¿Se llegará a la justicia real alguna vez? No sabemos, pero hoy
eso se ve difícil. Las Naciones Unidas, la instancia supuestamente erigida para
establecer una justicia global, se demuestra ineficiente, pues el poder real
-aunque sea bochornoso tener que admitirlo- sigue asentando en el mayor poderío
de fuerza bruta. En otros términos: el que tiene el garrote más grande, gana. Y
la ONU absolutamente lejos está de poseer poder de coacción (no tiene garrote;
Estados Unidos, sí).
Aprovechando ese poder descomunal (su
economía continúa siendo la más grande, aunque China esté pisándole los
talones, y su inversión militar equivale a la suma de todos los otros países
del mundo juntos), aprovechando ese desarrollo monumental, su impunidad y doble
moral son cada vez más absolutas. Señal, probablemente, que ha perdido la
racionalidad. Las grandes potencias en ascenso son racionales, equilibradas,
armónicas; cuando comienzan la curva descendente, todas, irremediablemente
todas, se trastocan, se vuelven "locas". Eso está pasándole al gran
imperio del Norte. En su avidez universal llegó al punto de sentirse un dios
invencible (ahí está el proyecto del escudo antimisiles como prueba, para
reafirmar su impunidad).
Pero eso no es sino el síntoma de su
descomposición, de su festín de impunidad irracional (claro que, preciso es
decirlo, esa supuesta impunidad militar empieza a hacer agua. Rusia le ha
tomado la delantera en armamentos estratégicos, superándolo en al menos 5 años
de avance tecnológico). El discurso ya no se corresponde totalmente con la
realidad. El ensoberbecimiento por la riqueza acumulada comienza a nublarle la
vista.
Mientras cae, sin embargo, la hipocresía
de su doble moral no deja de crecer. Se llena la boca hablando de democracia y
libertad, mientras es el gobierno que más ha intervenido en todo el mundo
violando infinitas veces los principios básicos de no-injerencia entre Estados.
Es proverbial su defensa de las libertades civiles, pero con el Acta Patriótica
aprobada luego de los atentados contra las torres gemelas y su universal
cruzada contra el "terrorismo", funciona peor que la peor dictadura
antidemocrática concebible. Su población, sin que lo sepa, está infinitamente
más vigilada que la de cualquier régimen dictatorial tercermundista.
Su gobierno vive hablando hasta el
hartazgo de la no-proliferación de armas nucleares por parte de países
"sospechosos" (Irán, Corea del Norte), pero se permite tener la mitad
del arsenal atómico del mundo: 6.000 misiles intercontinentales de los 12.000
que existen en el planeta. Y mientras condena a los gobiernos de Teherán o de
Pyongyang por sus avances en materia nuclear, sin la más mínima vergüenza equipa
a Israel con el mismo tipo de armas que fustiga furioso en otros (400 bombas
atómicas, oficialmente inexistentes).
Habla de la transparencia de los
mecanismos democráticos en los sistemas políticos de todo el mundo arrogándose
el derecho de ser juez de las elecciones que le parecen "dudosas",
pero muchas de sus administraciones federales llegaron a la Casa Blanca con
escandalosos fraudes electorales probados. Además, la metodología electoral que
emplea (a través de colegios de electores) es la más proclive al fraude, hoy
día superada por otros recursos técnicos.
Castiga a los gobiernos que se da el lujo
de calificar de dictatoriales y a los golpes de Estado…, siempre y cuando
constituyan obstáculos a su hegemonía: Fidel Castro, Mohamed Khadafi o Nicolás
Maduro se presentan como "dictadores", según su lógica, pero no lo
eran Pinochet o Suharto. Y la doble moral llega al colmo de criticar
cuartelazos -siendo que todos los golpes militares en Latinoamérica son, en
definitiva, producto de su inspiración- mientras en lo doméstico ha tenido
infames golpes palaciegos: el de Kennedy con magnicidio incluido, o el intento
de destitución de Clinton con el indecoroso montaje escenificado a partir de su
vida personal (la becaria Mónica Lewinsky), en los casos en que el titular del
Ejecutivo no sigue a pie y juntillas los dictados de la gran empresa
multinacional (para el caso, porque tocó los intereses de las grandes
tabacaleras).
Habla de terrorismo -el nuevo demonio de
mil cabezas- mientras protege a connotados mercenarios terroristas como Luis
Posada Carriles, autor de un acto infame en contra de un avión comercial en
vuelo con 76 muertes, quien también tomara parte en el atentado en Texas contra
la vida del presidente Kennedy.
Y en relación a este connotado terrorista
de Posadas Carriles, el gobierno de Estados Unidos, siempre en la lógica de su
bochornosa doble moral, alegó no entregarlo a la administración bolivariana de
Venezuela por temor a que sea torturado mientras continúa torturando a mansalva
en cárceles secretas, y no tan secretas, como en la oprobiosa base de
Guantánamo en la isla de Cuba, o la tristemente célebre prisión de Abu Graib,
en Irak.
Si de terrorismo se trata, los
"fanáticos musulmanes" que hoy aterrorizan al mundo "libre y
civilizado" (Al Qaeda, el Estado Islámico), son su creación. "¿Qué
significan un par de fanáticos religiosos si eso nos sirvió para derrotar a la
Unión Soviética?", dijo alguna vez Henry Kissinger sin la menor vergüenza.
Habla de la lucha frontal contra el
narcotráfico, cuando está infinitamente probado que sus mismos órganos de
seguridad y espionaje son quienes promueven ese negocio,
el cual es gran impulso para su economía pero fundamentalmente: arma de control
social. Doble moral infame que permite despotricar contra la producción de
drogas ilegales cuando es su población la principal consumidora a escala
planetaria.
Doble moral deleznable que lleva a su
clase dirigente y a su gobierno a hablar de libertad mientras manejan por lejos
el mercado internacional de las comunicaciones y de la creación de opinión
pública (85% de los mensajes audiovisuales que circulan en occidente provienen
de su industria), manejando mentes y voluntades de un modo infinitamente
superior al ideado por los primeros ideólogos nazis. Hollywood es, por lejos,
la principal fábrica universal de mentiras.
Tal es el descaro en su hipócrita doble
moral (dicho en otros términos: tal es su poderío intocable) que habla
interminablemente de las bondades del libre mercado y el parasitismo del
Estado, pero subsidia su producción agrícola nacional y traba el libre comercio,
haciendo jugar al Estado un papel fundamental en el mantenimiento del
equilibrio de la gran empresa a través de su intervencionismo. Cada vez que
alguna de sus grandes corporaciones multinacionales está en apuros (Lehman
Brothers, General Motors Company, por mencionar algunos casos), su Estado sale
al rescate. Privatiza las ganancias, pero socializa las pérdidas, haciéndole
pagar al resto del mundo las mismas, con emisión inorgánica de su moneda, hoy
por hoy, intocable aún en buena parte del mundo.
Habla del trabajo y la producción, pero en
su fase de caída irremediable como imperio su dinámica económica básica está
puesta en la más descarada especulación financiera, y dándose el lujo de
criticar soberbio la "corrupción" de los "atrasados" países
de su periferia, está en manos de impenetrables mafias corruptas que cada vez
detentan más poder… y hacen negocios sucios a la sombra del Estado federal. Los
paraísos fiscales de que se nutren son infinitamente más mafiosos, corruptos y
repugnantes que el más mafioso de los capos de la droga latinoamericano.
Doble moral desvergonzada que le permite
hablar de la ley para luego saltarla impunemente, como demuestra cada vez en
forma más marcada su abandono de los mecanismos civilizados de la humanidad
como la Organización de Naciones Unidas, la Corte Penal Internacional o los
diversos tratados internacionales que desconoce jactancioso. Uno de sus
funcionarios -John Bolton- pudo decir jactancioso y provocativo algunos años
atrás que, "si es necesario bombardear el edificio de la ONU, lo
haremos".
En otros términos: el mundo está gobernado
por una banda de mentirosos descarados, machistas y agresivos, convencidos que
tienen el derecho natural de hacerlo. El actual presidente no es sino un
exponente más de esa ideología. No es un payaso como algunos lo quieren presentar;
es un cabal ícono representativo de esa impune insolencia bravucona. ¿Hasta
cuándo lo permitiremos?