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- 03/12/2018
La cumbre de presidentes del G-20 cerró
este sábado con una declaración conjunta que sirvió para evitar el fracaso
explícito del encuentro, aunque dejó en evidencia las profundas diferencias que
separan a Estados Unidos del resto de las potencias en temas centrales de la
agenda global como el comercio internacional y la preservación del medio
ambiente.
Por primera vez desde que se reactivó este
foro multilateral hace ya diez años, el texto no incluyó una condena explícita
al proteccionismo económico, dejando en claro cómo impacta en los espacios
multilaterales el giro que le imprimió Donald Trump a la política exterior de
su país.
En la declaración final incluso se incluyó
un punto que llama a la reforma de la Organización Mundial del Comercio (OMC),
entidad que viene siendo duramente cuestionada por Trump. En lo que respecta al
medio ambiente, para evitar una
ruptura se optó por una decisión salomónica consistente en incorporar un
párrafo con la posición de quienes respaldan el Acuerdo de París y otro donde
EEUU marca sus diferencias.
El documento consensuado, un catálogo de
buenas intenciones, no puede invisibilizar los conflictos del mundo real. Si
bien el G20 se autodefine como “el principal foro internacional para la
cooperación económica, financiera y política”, es el escenario de las
principales confrontaciones económicas, financieras y políticas, entre
potencias que coinciden en apoderarse de los recursos, y donde sobresalen la
confrontación comercial de EEUU con China, y la militar con Rusia.
El documento final hace malabarismos
diplomáticos: “El comercio y las inversiones internacionales son motores
importantes de crecimiento, productividad, innovación, creación de trabajo y
desarrollo. Reconocemos la contribución que el sistema de comercio multilateral
ha hecho para este fin”, pero no convoca a luchar contra el proteccionismo y
crítica a la Organización Mundial de Comercio (OMC), una de los engranajes de
la arquitectura internacional que Trump tiene en la mira.
“El sistema actualmente no cumple
con sus objetivos y hay espacio para mejorar. Por lo tanto, apoyamos la reforma
necesaria de la OMC”, señala el texto para optimizar su funcionamiento,
revisaremos su progreso en nuestra próxima cumbre”.
A pesar de que se creía que el encuentro
entre los presidentes Donald Trump y Xi Jinping iba a quedar en un compendio de
frases optimistas, finalmente alcanzó un acuerdo temporal para aliviar la
“guerra comercial”. EEUU se comprometió a suspender por 90 días la aplicación
de nuevos aranceles a las importaciones de China que entraban en vigor el 1 de
enero, mientras que China prometió volver a adquirir productos agrícolas
estadounidenses de inmediato.
La amenaza arancelaria de Trump incluía
una subida de la barrera impositiva del 10% al 25% a importaciones chinas por
valor de 200 mil millones de dólares. La tregua durará 90 días, supeditada a un
nuevo acuerdo en ese lapso, anunció la Casa Blanca.
Para los analistas, lo único claro
pareciera ser que el modelo de liberalización comercial gradual instrumentado a
mediados del siglo XX para dejar atrás el proteccionismo que derivó en las dos
guerras mundiales, está en rediscusión, y por eso se puso el foco en la reforma
de la OMC. ¿Estos escarceos son solo un reacomodamiento dentro del mismo
esquema o un punto de quiebre que le abre las puertas a un escenario todavía
desconocido?, se preguntan.
Los líderes tienen claro que este tipo de
reunión tiene algún sentido solo si se llega a un mínimo consenso. Pocos días
antes, el presidente francés Emmanuel Macron aseguró públicamente que “si no
conseguimos acuerdos concretos, nuestras reuniones internacionales se vuelven
inútiles”. La declaración dejó en claro la falta de consenso: no fue chicha ni
limonada, pero fue presentada como un triunfo.
Al presidente argentino Mauricio Macrì le
fue mejor que a Justin Trudeau hace apenas un semestre, cuando Trump dejó la
cumbre del G7 con insultos al joven anfitrión por sus desacuerdos comerciales;
y que a la canciller alemana Ángela Merkel, hace un año, en Hamburgo, cuando no
se firmó un documento de consenso y se exteriorizó la división 19 a 1.
En ese momento, Trump se negó a cualquier
conciliación sobre el cambio climático, como prolegómeno al retiro de su país
del Acuerdo de París. Diez días antes de Cumbre, la comisión oficial
estadounidense sobre el tema publicó un informe que enumera las catástrofes
ambientales ya producidas y advierte las que se avecinan, en plazos que se
acortan en forma dramática: el calor extremo se generaliza; esto provoca cada
vez mayor cantidad de incendios; la elevación del nivel del mar impondrá migraciones
masivas y las ciudades costeras no se están preparando como se debe.
El documento señala que “Los firmantes del
Acuerdo de París, quienes también se unieron al Plan de Acción de Hamburgo,
reafirman que el Acuerdo de París es irreversible y se comprometen a su
completa implementación”, aclara enseguida que EEUU reitera su decisión de
retirarse del Acuerdo de París y “afirma su fuerte compromiso para el
crecimiento económico y accesos a energía y seguridad, utilizando todas las
fuentes de energía y tecnologías al tiempo que protege el medio ambiente”.
Mientras los medios hegemónicos hablan de
la cumbre como lanzadora de la reelección de Macri, Cecilia Nahón, profesora de
la American University y directora de un programa académico sobre el G-20,
señala que la apuesta a los grandes respaldos internacionales no es nueva, pero
no derivó ni en lluvia de inversiones ni en boom exportador, sino en
endeudamiento, crisis económica y un plan de emergencia con el FMI. Los
beneficios fueron para unos pocos especuladores, no para la mayoría de los
argentinos. En el centro del mundo está el G20 y sus bilaterales, no la
Argentina, señaló.
Para nuestra región, un elemento
importante es que parece haberse firmado el acta de defunción del Tratado de
Libre Comercio entre el Mercosur y la Unión Europea, una de las apuestas del
gobierno de Macri, que está a contramano de las actuales tendencias
proteccionistas.
La primera ministra británica Theresa May
y Macri hablaron de desarrollar un acuerdo de libre comercio, más allá de las
limitaciones legales del Mercosur, que obliga a sus estados parte a negociar en
forma conjunta con terceros países. Analizaron los caminos a seguir para
profundizar una relación bilateral que gira en torno al eje que eligieron
eludir: la explotación hidrocarburífera y pesquera del mar argentino y de la
plataforma continental que rodea a las islas Malvinas, sobre cuya soberanía el
presidente argentino olvidó reclamar.
Mientras Trump, con un discurso
unilateral, reafirmó su alianza regional con México y Canadá con el nuevo
TLCAN, Argentina llegó sola a la cumbre, con una región dividida, habiendo
debilitado el Mercosur, la Unasur y la Celac, en la falsa ilusión de que
subordinándose a Estados Unidos o a Europa se avanzan los intereses nacionales.
Pero el mundo de libre comercio que Macri imagina ya no existe más, añadió
Naón.
Entre dos fuegos
Para Macri, la doble dependencia de EEUU y
de China es un problema complejo que la cumbre puso en claro. Su agenda de
apertura y desregulación chocó con el movimiento opuesto de Trump, de cuyo sostén
(y su presión para el financiamiento del Fondo Monetario Internacional) precisa
para llegar con algún oxígeno financiero al fin de su mandato a fines de 2019.
Pero también necesita de las
inversiones y los préstamos de China, cuya impetuosa presencia es la principal
preocupación de “seguridad nacional” de Washington. Trump y Macri acordaron
enfrentar la “economía predatoria” que atribuyeron a China, según el comunicado
oficial de la vocera estadounidense Sarah Huckabee Sanders, pero que los
funcionarios argentinos negaron.
La economía predatoria china es la misma
expresión que usó el jefe del Pentágono, general John Mattis, durante su visita
de agosto a Brasil y la Argentina. Advirtió que los países de la región podían
perder ciertos grados de soberanía, mediante regalos o préstamos chinos que
luego sea imposible devolver y den lugar a condiciones gravosas”. A Estados
Unidos no le preocupa que esa misma relación asimétrica sea entablada con el
Fondo Monetario Internacional.
China es un socio estratégico integral de
Argentina, dijo el embajador de Macri en Beijing, que espera que en la visita
oficial del mandatario chino se firmen 37 acuerdos. Bilaterales. De ellos
dependen la construcción de dos usinas hidroeléctricas en la sureña provincia
de Santa Cruz (por 4.300 millones de dólares); dos usinas nucleares (hoy
paralizadas por las restricciones presupuestarias impuestas por el FMI) y un
centro de observación satelital en Neuquén, que según EEUU tendría funciones
militares.
Cada frase de Trump y sus funcionarios
sobre el peligro chino está dirigida en forma directa a la Argentina, señala el
analista Horacio Verbitski.
Claudio della Croce
Economista y docente argentino, investigador asociado al Centro
Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)