José M. Castillo S.
www.religiondigital.com / 13.12.18
Cuando Jesús andaba por el mundo, a nadie
se le ocurría pensar que la religión y la política estaban separadas. En Roma
decía la gente que el imperio era lo que era por mandato de los dioses (Warren
Carter). O sea, que religión y política estaban, en tiempos de Jesús,
más unidas de lo que imaginamos. Lo que, sin duda alguna, es más
importante de lo que se puede sospechar cuando se trata de comprender lo que
estamos viviendo ahora, tanto en religión como en política, y lo que realmente
sucedía en los remotos tiempos del Evangelio.
Antes de entrar en detalles, es importante
que quede claro un dato fundamental: los evangelios son “teología
narrativa”. Es decir, los evangelios contienen y comunican una
“teología” que no se transmite por medio de “ideas y teorías”, sino utilizando
“relatos”, que se toman de la vida diaria. Lo cual quiere decir que lo
importante, en los evangelios, no es la “historicidad” de lo que se narra, sino
su “significatividad”. ¿Qué se nos quiere enseñar con cada narración? Esto es
lo que interesa. Sólo así y desde tal punto de vista, podemos entender los
evangelios.
Esto supuesto –y sea cual sea la
“historicidad” de los relatos de la infancia de Jesús– la “significatividad” de
tales relatos es más importante de lo que imaginamos. Empezando por el relato
de los “magos” (que ni eran reyes, ni se sabe si eran tres). En lo que yo me
fijo es en un detalle importante, que destaca el evangelio de Mateo: el rey
Herodes, que “se sobresaltó” (Mt 2, 3) por la venida a Jerusalén de aquellos
personajes buscando al “recién nacido rey de los judíos” (Mt 2, 2), para
resolver el problema de aquel posible amenazante competidor de su poder, no
recurrió a los “militares”, sino a los “hombres de la religión” (sumos sacerdotes
y letrados del templo).
Pronto empezó este lío en el cristianismo
también. Para resolver un problema político no se echa mano de policías
y militares, sino que se acude a obispos y curas. Sin duda alguna, la
derecha política de hoy, no tendría el éxito que está teniendo si no contara con
la seguridad o el silencio (según los casos) de la religión. No enjuicio este
hecho. Me limito a recordarlo.
En todo caso, a lo dicho sobre los
“magos”, vendrá bien añadir lo que sabiamente supo formular M. Horkheimer: “las
religiones universales… desde un principio fueron pensadas como andaderas”. Y
tenía razón. Sin la seguridad, que les da lo que dice (o se calla) la iglesia,
los profesionales de la política no podrían dar ni un paso.
Pero lo peor de todo es que el episodio
de los “magos” tuvo malas consecuencias. Todos sabemos que esta
leyenda terminó en la matanza de los inocentes. Menos mal que, por medio de
“sueños”, “ángeles” y “visiones nocturnas”, intervino el cielo y los padres de
Jesús pudieron salvar al niño. Huyendo al extranjero, sin papeles ni seguridad
alguna, se fueron lejos, a un país extraño. Algo así como lo que ahora ocurre
con los que, cada noche, llegan a nuestras costas en barcos y pateras, huyendo
de la muerte y buscando refugio.
La historia se repite. Por suerte,
en el Egipto de aquellos tiempos no mandaban los que ahora mandan en los países
ricos. Ni había fronteras con murallas, alambradas y concertinas,
además de una importante dotación de policías o fuerzas militares. El relato
del evangelio de Mateo no se ocupa para nada de estos datos. Ni informa de
dónde vivió o cómo vivió Jesús y su familia. Ni sabemos el tiempo que tuvieron
que vivir como emigrantes. Lo único que informa el relato de Mateo es que
tuvieron que esperar a que el tirano muriera, para poder volver a su patria. Lo
único que podemos decir con seguridad es que, fuera quien fuera el que ejercía
el poder político en el Egipto de aquellos tiempos, menos mal que, por lo
visto, no compartía las ideas y la conducta que se está imponiendo en la
creciente xenofobia que manda o pretende mandar en la Europa de ahora.
Por supuesto, tengo en cuenta que no se
puede equiparar la gestión del poder del imperio con las ideas, las
leyes y los poderes de las modernas democracias. Pero incluso teniendo
muy presentes las enormes diferencias que existen entre los poderes del imperio
y los derechos de nuestras modernas democracias, demos gracias a Dios (o a
quien corresponda) que, en el Egipto del s. I, no mandaban los poderes
fundamentalistas del s. XXI. Porque es evidente que, si entonces hubieran
mandado en Egipto los poderes que ahora mandan en la UE, lo más seguro sería
que tales poderes tendrían que buscarse otra religión para sentirse seguros.
¿Se comprende ahora la actualidad política
del hecho religioso, concretamente del Evangelio?