José M. Castillo S.
www.religiondigital.com / 091018
El conocido sociólogo Anthony Giddens, director de la
London School of Economics, publicó en 1999 un pequeño libro de divulgación
(“Un mundo desbocado”), en el que analiza algunas cuestiones de actualidad. Y
uno de los asuntos que estudia es el del “fundamentalismo”.
Un tema de actualidad. Porque el
integrismo de derechas está cobrando fuerzas en la sociedad, en la política, en
la religión y en otros ámbitos de la vida. Baste pensar lo que está ocurriendo
en Italia, Hungría, Polonia, Austria, Suecia, EE. UU., Brasil, etc.
¿Por qué se presentan situaciones o
momentos, en la historia, en los que el fundamentalismo da la cara con especial
vigor y encuentra más acogida en amplios sectores de la sociedad? Sin duda
alguna, un factor determinante del fundamentalismo es la “inseguridad”. La
gente quiere sentirse segura. Pero ocurre que, ahora mismo, en este mundo casi todo
está cambiando tanto y a tal velocidad, que cada día y por motivos muy
diversos, son muchas las personas y los grupos humanos que se sienten inseguros
y con miedo, sobre todo cuando miran al futuro.
Como es lógico, en estas situaciones,
aumentan los miedos, Y, con los miedos, crece también la inseguridad. Se
producen así las condiciones ideales para que, quienes pueden ofrecer motivos
de seguridad a la gente, saquen tajada y hagan “su agosto”. Por eso, de tiempo
en tiempo, aparecen dictadores o gobernantes que dominan a los pueblos y a las
gentes, que se les someten con un entusiasmo que no es fácil entender.
Un ejemplo elocuente, en este orden de
cosas, puede ser lo que ocurrió en la Alemania de la segunda guerra mundial. Un
país en el que existió un cristianismo que hizo posible Auschwitz, o al menos
no lo impidió. No hubo una protesta, una resistencia general de los cristianos
en Alemania cuando Auschwitz se hizo visible, ni cuando se conoció más y más lo
que allí ocurría. La mayoría de aquellos alemanes e incluso no pocos de
aquellos facinerosos habían recibido durante años clases de religión cristiana,
asistían con frecuencia al culto divino y escuchaban sermones e instrucciones
morales (Thomas Ruster). Y nadie dijo ni pío. O pocos fueron los que se
atrevieron a protestar. Es evidente que el miedo a la inseguridad sellaba las
bocas. Es un ejemplo entre tantos otros, algunos de los cuales los tenemos
aquí, entre nosotros.
Entonces, ¿en qué quedamos? ¿qué es y en
que consiste el “fundamentalismo”? Guiddens ha encontrado una fórmula acertada:
fundamentalismo es “tradición acorralada”. Y lo explica: el fundamentalismo “no
tiene nada que ver con el ámbito de las creencias, religiosas o de otra clase.
Lo que importa es cómo se defiende o sostiene la verdad de las creencias”. Ya
sean creencias políticas, religiosas, sociales…
Si el “fundamentalismo” es “tradición
acorralada”, no olvidemos que acorralado se ve el que se siente “encerrado y
sin escapatoria”. ¿Por qué ahora mismo, en la Iglesia, en el Vaticano, hay
gente importante que no soporta al papa Francisco? ¿Por qué los que no lo
soportan son los fundamentalistas, los más fieles a su tradición, los que
sostienen sus creencias como defendían las suyas los fariseos que se
enfrentaron a Jesús?
Es evidente que tanto la derecha como la
izquierda se sienten más seguras en la fidelidad a las tradiciones de antaño
que aceptando los cambios que más necesita el “mundo desbocado” en que vivimos.
Cambios que nos exigen ser “ciudadanos del mundo” antes que fundamentalistas
aferrados a tradiciones que ya han perdido su razón de ser.
La cosa está clara. En estas condiciones,
el fundamentalismo de la derecha crece con fuerza entre las gentes que hoy se
sienten más inseguras. Porque los cambios, que se nos imponen, es al
fundamentalismo al que ponen más nervioso. A fin de cuentas, es el
fundamentalismo el que se siente más inseguro.