Aram Aharonian
Clae *
Resumen Latinoamericano / 28 10 18
El ultraderechista Jair Bolsonaro fue
electo presidente de Brasil para los próximos cuatro años, un resultado que
consolida la ofensiva de las fuerzas conservadores en la región, y pone en
jaque a las fuerzas progresistas del país, que de ahora en más deberán
centrarse en la resistencia y en la reconstrucción de partidos y movimientos
sociales.
No hubo milagros y prácticamente se
repitieron los guarismos de la primera vuelta: la imposición del imaginario
colectivo desde los sectores de la derecha fue contundente antes de la primera
vuelta presidencial, y cuando el progresismo reaccionó, se encontró desvalido
en medio de una guerra para la que no estaba preparado.
No se trata de una derrota electoral: eso
no sería tan grave, sino de una derrota cultural que comenzó a salir a la
superficie desde el inicio del segundo mandato de Dilma Rousseff. Y,
aprovechando esa derrota e impedir que Luiz Inácio Lula da Silva fuera
presidente de Brasil por tercera vez, la derecha brasileña y el poder fáctico
optaron por destruir al país, sin importarle las consecuencias, con el apoyo
militante, mediático (y financiero) de las iglesias evangélicas, en especial
las pentecostales.
Las evangélicas se convirtieron (ante el
repliegue de la Iglesia Católica y de su opción por los pobres) en un aparato
político -no solo en Brasil sino en varios países de Latinoamérica y el
Caribe-, eficaz no solo por la acción cotidiana y persistente de sus
pastores-agitadores y la difusión mediática de sus mensajes (son propietarios
de la segunda red de televisión del país, la Record) sino por su incidencia en
el sector más conservador brasileño.
Este sector (se calcula en un 30% de la
población), está arraigado en los sectores más atrasados incluso del sector
popular y ha mostrado, a la largo de las últimas dos décadas, preferencias
políticas inestables, ya que desde principios de siglo apoyaron al PT (y se
mantuvieron allí gracias a las políticas sociales de sus gobiernos), y ahora
cortaron sus amarras y respalda a Bolsonaro, gracias en parte a la campaña de
la prensa hegemónica que atribuyó la enorme corrupción del país solo a los
trabalhistas.
Un estudio sobre consumo y política entre
jóvenes de las periferias de las grandes ciudades, de las investigadoras Rosana
Pinheiro-Machado y Lucia Mury Scalco (Universidad Federal de Río Grande do Sul)
señala que “se puede inferir que la adhesión bolsonarista tiene alguna de sus
raíces en el propio modelo de desarrollo lulista enfocado en la agencia
individual y en el consumo –y no en el cambio estructural de los bienes
públicos vinculado a un proceso de movilización colectiva”.
Este argumento es legítimo, aunque
incompleto, añaden, ya que las políticas liberales tenían potencia política,
además de que el ideal de la felicidad era algo finalmente avistado en el
horizonte de los ciudadanos de baja renta. Esperanza y odio son categorías
excluyentes, pero cohabitan ganando mayor o menor espacio según el contexto, y
por eso no se puede hablar exclusivamente de un viraje conservador.
También puede inferirse que el crecimiento
del bolsonarismo en las periferias es fruto del golpe de 2016. El lulismo fue
incapaz de promover cambios estructurales y la agenda de austeridad del
gobierno de facto de Temer profundizó la exclusión. La violencia estructural
–el racismo, la discriminación de clase, el patriarcado anclado en la figura
del supermacho- y la presencia de la iglesia, del narcotráfico y de la policía
siempre fueron los modelos preponderantes junto –claro está- con las prácticas
cotidianas de resistencia, creatividad, amor y reciprocidad, señalan las
investigadoras.
Lo que puede ocurrir en el Brasil de 2019
es algo peor que la dictadura de 1964, porque esa fue resultado de un golpe
castrense que derrocó a un presidente constitucional, nacionalista y popular,
Joao Goulart. Ahora, los herederos de la dictadura llegan a través de las urnas
al poder, obviamente tras el sacudón del golpe policial-judicial-parlamentarrio
con apoyo militar de 2016.
Jair Messias Bolsonaro dice que
el error de la dictadura fue no haber matado y desaparecido tanta gente como lo
hizo Augusto Pinochet en Chile. Adriano Diodo, ex presidente de la Comisión de la
Verdad, señala que el surgimiento de Bolsonaro muestra que la dictadura
venció la batalla ideológica gracias a la amnesia dictada por los medios y la
impunidad dada por la ley de Amnistía decretada en 1979 por el general dictador
(y exjefe del servicio secreto) Joao Baptista Figueiredo, que sigue en vigor.
Según Temer, “la transición comenzará el
lunes o el martes” y los integrantes de su Gobierno pondrán a disposición del
presidente electo “toda la información necesaria”.
Pese a la tardía remontada del candidato
del PT Fernando Haddad en la última semana, su comando de campaña sabía que el
“milagro” era difícil de construir en tan poco tiempo, después que su partido
perdió mucho tiempo confiando en que el gobierno de facto permitiría a Lula
participar en la contienda electoral.
Las palabras de Bolsonaro no dejan margen
a ninguna duda, transparentan sus intenciones y su personalidad homofóbica,
misógina, xenófoba, de odio a los negros, a los pobres, a los campesinos
sin tierra, a los pobladores sin techo. A pesar de todo eso, muchos de ellos
votaron por él.
La izquierda
¿Quién nos salva de los salvadores de la
Patria? Se pregunta el catedrático y periodista Gilberto Maringoni, quien
señala que cada 30 años aparece uno, abrazado por los medios hegemónicos, en
medio de la crisis. En 1960 fue la tragedia con Janio Quadros, en 1990 la farsa
de Collor de Mello, y en 2018 Bolsonaro, tragedia y engaño al mismo tiempo y
mezclados.
Son aventureros irresponsables y rabiosos,
con un discurso monocorde: barrer la corrupción, terminar con los robos. Todos
presentan soluciones simples para problemas complejos, todos seducen a los
incautos, todos tienen seguidores casi fanáticos, que no oyen voces diferentes.
Los dos primeros llevaron al país al borde del abismo. El tercero dará un paso
al frente, agrega.
El PT apostó a que el candidato sería
Lula, que según las encuestas tenía más del 45% en la intención de votos a
mediados de agosto, en la ingenua creencia que el aparato institucional del
gobierno de facto (además del determinante poder fáctico) lo iban a permitir.
Desde la caída de Dilma Rousseff no se vio intento alguno de rearmar una fuerza
progresista, antifascista… hasta las últimas dos semanas de la campaña.
Los movimientos sociales que
llevaron a Lula y al PT al poder, habían sido desarmados: cooptados por el
Estado en parte, sin mayor participación real en el tipo de democracia impuesta
por el PT. Los antes poderosas centrales sindicales, el Movimiento de los
Trabajadores Sin Tierra, el de los Sin Techo, entre muchos otros, habían
abandonado las calles. No se trabajó en construir un movimiento, una fuerza
progresista; no surgieron nuevos cuadros (políticos, administrativos,
gerenciales). Todo quedó cobijado bajo la figura del caudillo.
Entonces, no sorprende que la izquierda
brasileña no se dio por enterada de que en el mundo se imponía un nuevo
tipo de guerra y redujo su accionar a la denuncia permanente, generalmente
desoída e invisibilizada. Este tipo de campañas, habituales en las democracias
formales, junto al uso de los perfiles de los usuarios de redes sociales para
manipular la opinión pública, ya había sido usada en la campaña de Barack Obama
antes que en la de Donald Trump.
Uno de los problemas mayores de la
izquierda (no solo la brasileña, claro) es su endogamia: sus mensajes van
dirigidos a los ya convencidos. Incluso se busca solidaridad internacional,
como si lo que escribiera un notable intelectual del exterior pudiera influir
en el imaginario colectivo y sustituir toda la basura informativa lanzada por
los medios hegemónicos y las llamadas redes sociales.
Comunicacionalmente, es reactiva y no
proactiva. Está siempre denunciando al enemigo y a la vez adoptando la agenda
de este (incluso cuando está en poder), en lugar de difundir las informaciones
propias, emanadas de una agenda propia.
El pensamiento crítico no aparece por arte
de magia: precisa lectura, reflexión, debate…hay que cultivarlo. Y hay que
reinventar las formas de intervención, sin olvidar que aún en estas guerras
cibernéticas, la confianza personal, el trabajo de base, de alfabetización
política, determina la posibilidad de sumar El zig-zag del fake-candidato
Disminuir la diferencia alcanzada por
Bolsonaro en la primera vuelta sería un logro importante, ya que el adversario,
aunque ganase la disputa electoral, estaría bajo fuerte presión al asumir el 1º
de enero, analizó el último jueves el comando de campaña petista. Algo similar
dijo el viernes último Lula desde su celda, al cumplir 73 años: es importante,
como mínimo, que de las urnas salga una oposición fortalecida.
En las últimas semanas Bolsonaro tuvo un
recorrido sinuoso y un significativo vuelco, sobre todo luego de conocerse las
declaraciones de uno de sus hijos, quien recordó que para cerrar la Corte
Suprema del país no se requería más que un soldado y un cabo, luego de asegurar
que mandará a los “rojos” (del PT y sus aliados) a la cárcel o al exilio y
decretará que movimientos sociales sean considerados grupos terroristas.
El candidato de la ultraderecha comenzó
por imponer silencio absoluto a sus asesores, tratando de divulgar en las redes
sociales declaraciones para construir una imagen de tranquilidad y pacificación
nacional, todo lo contrario a los dichos en los últimos meses. Incluso, habló
de su respeto absoluto a la Constitución, hizo un llamado para unir a todos los
brasileños y garantizó que sabrá respetar opiniones divergentes.
Las declaraciones de Paulo Guedes, su
“futuro” ministro de Economía, habían encendido luces de alarma, incluso en el
establishment, sumándose a sus propias idas y venidas en sus proyectos
económicos, lo que demostraba que no había proyecto de país. Pero eso no era
importante para él, a sabiendas que el modelo se lo iban a imponer desde
afuera.
Brasil se llenó en los últimos dos meses
de fábricas de mentiras, que utilizaron la data y los perfiles, que los mismos
usuarios proporcionaron a las megaempresas y son vendidos –por ejemplo por
Facebook- para que empresas nada éticas como Cambridge Analytica los usen para
las campañas de whatsapp, tuit, y otras redes sociales.
Estos servicios, develó la misma prensa
hegemónica, eran pagados por el llamado poder fáctico, los empresarios que se
beneficiarán con las mentiras propagadas y prepagadas. Hoy las guerras se
producen tras la propagación de mentiras, como sucedió en Libia y Túnez, en Irak,
Afganistián, Egipto y Siria, ahora en Yemen y Venezuela. Construyen la “verdad”
requerida por Estados Unidos y sus socios transnacionales y locales.
En el caso de Brasil, la siembra del odio
al PT, comenzó en el segundo mandato de Lula, y creció exponencialmente a
partir del gobierno de Dilma Roussef. Anclados en medias verdades, como los
casos de corrupción, los grupos de poder fueron fertilizando mentes y
preparando el terreno para las elecciones de este año, señala la analista
Elaine Tavares de la Universidad de Santa Catarina.
Lo que no esperaban, quizá, es que un
candidato, fuera del circuito tradicional de los partidos y de los grupos de
poder, sintetizara de manera tan acabada toda la carga de prejuicio, moralismo,
miedo y odio que la clase dominante, que tras el susto inicial, ya se va
acercando al candidato fascista, porque reconoce que él hoy comanda a las masas
y eso es todo lo que interesa. Bolsonaro es el mascarón de proa de las élites
económicas.
Rematar la Amazonia
El frente más poderoso del Congreso –la
bancada del ganado-, que reúne a latifundistas, grileiros (criminales que se
apropian de tierras públicas a través de sicarios), representantes del
agronegocio y parlamentarios conservadores ha tenido con el gobierno de facto
de Michel Temer un papel muy activo en el avance sobre las áreas protegidas de
la Amazonia.
La intención de Bolsonaro, amparado en la
bancada mayoría es la de transformar las tierras indígenas y las áreas de
conservación, hoy las principales barreras contra la devastación y deforestación
de la selva, en pastizales para ganados, plantaciones de soja y extracción
mineral. Obviamente apoyan a Bolsonaro, que sumará 52 diputados a la bancada, y
ya anunció la fusión del ministerio del Ambiente con el de Agricultura, en
menos de un representante de la bancada del ganado.
El ultraderechista habló de limitar las
multas ambientales, que terminará con el “actiovismo chiíta ambiental”, anunció
que no habrá más tierras para indígenas y que éstas se podrán vender. Su
concepto de democracia es original: “las minorías tienen que inclinarse ante la
mayoría” o “simplemente desaparecer”.
Poder copado
El Ejecutivo está en manos de usurpadores
y el poder Judicial está copado por magistrados ultraderechistas (muchos
de ellos propuestos por el PT), que promovieron la censura previa, prohibieron
el libre debate y suspendieron incluso, en los dos últimos días de la campaña,
la libertad de reunión y de opinión en varias universidades, el secuestro de
material y suspensión de sus actividades académicas con las comunidades. Y a
ellos se suman los militares, en actividad o retirados (ahora hasta
parlamentarios).
El Tribunal Supremo Electoral, convertido
en cuartel general del bolsonarismo, fabricó órdenes para favorecer al
candidato ultraderechista mientras ordenaba mantener la propaganda calumniosa
contra Fernando Haddad, donde lo califican de pedófilo. Una forma de
ajusticiamiento que quizá usen las milicias verdes bolsonaristas de ganar las
elecciones, para dejar fuera de combate a las personas que piensan diferente.
Hoy, los dos meses que separan de la
asunción del nuevo presidente marcarán el paso de la política y el futuro del
Brasil. Y da la oportunidad de que el movimiento antifascista, progresista, de
izquierda, que comenzó a diseñarse desde las bases sirva para la reconstrucción
del espacio popular, de la mano de los movimientos sociales. La construcción
siempre se hace desde abajo: lo único que se construye desde arriba es un pozo.
Este pozo.
* Periodista y comunicólogo uruguayo.
Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la
Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de
Análisis Estratégico (CLAE)