José
M. Castillo S.
www.religiondigital.com / 080618
Sin
darnos cuenta los cristianos, estamos asistiendo a lo que muchos no se
imaginan: el papa Francisco, sin tocarle al “dogma”, está cambiando el
papado. Me explico. Contra quienes atacan la ortodoxia y la rectitud
del papa Francisco, mi conciencia me dice que no debo callar. Se trata de algo
muy fundamental para el papado y, por tanto, para la Iglesia también. Por eso
quiero y debo afirmar lo que explico a continuación.
Este
papa no le ha tocado a ningún “dogma de fe divina y católica”, tal como este
asunto capital quedó dicho y definido en el concilio Vaticano primero (Constit.
Dogmát. “Dei Filius”, cap. 3. Denz.-Hünerm., nº 3011). Por eso insisto en que
el papa Francisco está cambiando el papado, no por lo que dice, sino por su
forma de vivir.
¿Qué
significa esto? El Evangelio no es, ante todo, una “doctrina
religiosa”, sino que sobre todo es un “proyecto de vida”. Y destaco
que, para todo cristiano, es capital
tener muy claro que el centro del Evangelio no es la “fe” en Jesús, sino el
“seguimiento” de Jesús.
Pero
ha ocurrido que, lo mismo la teología que el gobierno de la Iglesia, han puesto
el centro del cristianismo en la “ortodoxia de la fe” y han desplazado el
“seguimiento de Jesús” al ámbito de la espiritualidad. Ahora bien, así las
cosas, se comprende lo que está sucediendo en la Iglesia. El Magisterio de la
Iglesia puede controlar (y controla) la “doctrina de la fe”. Lo que no puede,
ni tiene por qué controlar es la “generosidad del seguimiento” de Jesús.
Pues
bien, en una Iglesia que funciona así, ha ocurrido lo que tenía que ocurrir. La
ortodoxia religiosa se ha cuidado hasta el exceso de ver como doctrinas de fe
no pocas cosas que no pertenecen a la fe. Mientras que el seguimiento de Jesús
se ve como un tema de generosidad de los más fervientes.
Hay
un vacío enorme en la Iglesia. Un vacío que no se le explica a la gente.
Si leemos los evangelios con atención, lo que en ellos se destaca es que,
cuando Jesús se refiere a la fe de los discípulos y apóstoles, lo hace para
reprenderles por su cobardía, su miedo, sus dudas y su increencia (Mt 8, 26;
14, 31; 16, 8; 17, 20; Mc 4, 40; 16, 11. 13. 14; Lc 8, 25; 24, 11. 41; Jn 20,
25-31).
No
obstante, Jesús fue siempre respetuoso y tolerante con aquellos hombres que
tenían tan poca fe, que era más pequeña que un grano de mostaza (Mc 11, 23 par;
Mt 21, 21; 17, 20; Lc 17, 6). Otra cosa muy distinta fue el problema del
“seguimiento”. En este asunto, Jesús fue exigente e intolerante hasta límites
que impresionan y no son fáciles de entender. Jesús exige dejarlo todo,
ante una sola palabra: “Sígueme”. Sin explicaciones, ni razones, ni
motivos. Familia, casa, dinero, oficio…, lo que sea. Todo se subordina a la
llamada de Jesús. No para tener unas creencias o unas observancias religiosas.
Sino para vivir el “proyecto de vida” que vivió Jesús. En cuanto cada cual
puede hacer eso.
Y
esto es lo que el papa Francisco está haciendo. Que es la última palabra que
Jesús le dijo a san Pedro: “tú, sígueme” (Jn 21, 22). Efectivamente: el papado está cambiando. De los papas, que
lo centraban todo en mandar en la fe de los demás, al papa que lo centra todo
en seguir a Jesús, haciendo lo que hizo Jesús: aliviar a los que sufren,
estar con los que nadie quiere estar, reproduciendo cada día (en cuanto eso es
posible) el “proyecto de vida” que vivió Jesús.
El
papado está cambiando. No porque el papa Francisco esté modificando lo que hay
que creer. Ni porque esté reformando la Curia Vaticana. Todo
eso, ni cambia al papado, ni cambia la Iglesia. El cambio se producirá cuando
las cosas se pongan en su sitio. La fe como tiene que ser y donde tiene que
estar. Y en el centro de todo, el
seguimiento de Jesús. Como el mismo Jesús dejó dicho en el Evangelio. Y
esto es lo que está haciendo (sin decirlo) el papa Francisco.
Con
la ortodoxia de la fe, todo sigue y seguirá como está. El seguimiento de Jesús
y su Evangelio nos da tanto miedo, que lo normal es dejar la propuesta de Jesús
y seguir con nuestra (grande o pequeña) riqueza. Como hizo el joven aquel, que
cuentan los evangelios.