David Pavón-Cuéllar
La
ultraderecha
Sabemos que estamos ante la ultraderecha
cuando notamos al menos algunos de los siguientes componentes: el
autoritarismo, las tendencias antidemocráticas y oligárquicas, la enardecida
justificación de ciertos privilegios, la exaltada hostilidad hacia políticas
redistributivas y otras medidas tendientes a la igualdad, la creencia en la
desigualdad natural o cultural entre los seres humanos, el rechazo o el
desprecio de otras culturas o religiones, el repudio vehemente del secularismo
y de la sociedad multicultural, el nacionalismo, el tradicionalismo, el
conservadurismo, el anticomunismo y la oposición radical a todas las
izquierdas, así como el clasismo, la xenofobia, el racismo, la mixofobia (miedo
a relacionarse con diferentes), el sexismo, la homofobia y otras actitudes
prejuiciosas y discriminatorias.
Es poco frecuente que todos los
componentes de la extrema derecha se presenten reunidos e integrados en una
sola doctrina o programa. Lo común es que aparezcan tan sólo algunos de ellos
combinados con otros ingredientes que a veces permiten disimularlos.
Condimentos neoliberales, individualistas y libertarianos o libertaristas, por
ejemplo, sirven actualmente para encubrir posiciones autoritarias, xenófobas,
racistas, clasistas, anti-igualitarias y anticomunistas en discursos
neofascistas como algunos que encontramos en la derecha alternativa estadounidense, en el joven libertarianismo anti-populista latinoamericano, en el nacional-liberalismo
europeo y específicamente en fuerzas como el Partido de la Libertad
en Austria, Vlaams Belang en Bélgica y la Nueva Derecha en Polonia.
Las fuerzas ultraderechistas no sólo se
distinguen por su adopción y su posible ocultación de los componentes ya
mencionados. Además de estos elementos que se refieren al contenido ideológico
de ciertas creencias y actitudes, la ultraderecha se caracteriza también por
aspectos formales como la falta de corrección política, la violencia, la
irracionalidad, la racionalización compensatoria y lo que Walter Benjamin
llamaba “estetización de la política” para describir el énfasis en la
expresión a costa de lo que se expresa. Otro aspecto formal distintivo de los
posicionamientos ultraderechistas es el de su carga pasional o afectiva, la
cual, aunque tenga las más diversas expresiones, tiende a revestir una forma
excesiva, exagerada, exaltada, vehemente, impetuosa, impulsiva, enardecida,
colérica, iracunda, furiosa o enfurecida.
Liga
Patriótica Argentina: un pogromo en Buenos Aires
La ultraderecha, con sus componentes
recién mencionados, corresponde a un fenómeno contemporáneo, relativamente
reciente, sin duda no anterior a finales del siglo XIX. En el contexto
latinoamericano, su aparición quizás pudiera situarse, hipotéticamente, en tres
momentos del México revolucionario: en 1911 y en los siguientes años, la
persecución contra los chinos a la que haremos referencia más adelante; en
1913, el movimiento golpista reaccionario contra el gobierno maderista; en
1915, la fundación de la “U”, la Unión de
Católicos Mexicanos (UCM), en la ciudad de Morelia.
Sin embargo, en estos momentos, sentimos
que todavía no alcanzamos a discernir la ultraderecha y que sus componentes aún
se presentan de manera demasiado segmentada, separada y fragmentaria: primero
la furia, el racismo y la xenofobia; luego las tendencias oligárquicas y
antidemocráticas, así como la defensa de los privilegios y de la desigualdad;
finalmente el conservadurismo y el rechazo del secularismo.
Los mencionados componentes de la
ultraderecha tardarán varios años en reunirse y articularse en México, pero
antes, en los tiempos en los que nacía el fascismo italiano, hacia 1919, en
Buenos Aires, encontramos varios de ellos ya bien sintetizados en lo que se
hizo llamar primero “Comisión pro-defensores del orden” y luego “Liga Patriótica Argentina”.
Esta organización paramilitar, auxiliar de
la policía y compuesta de jóvenes adinerados entrenados por militares,
protagonizó tres episodios aciagos de la historia de Argentina: durante la
Semana Trágica de 1919, la represión masiva de obreros huelguistas y el único
pogromo antijudío que se haya registrado en el continente americano, con un
saldo total de más de 700 muertos en los barrios populares de Buenos Aires;
entre 1920 y 1922, durante la gesta de lucha conocida como “Patagonia Rebelde”,
la masacre de unos 1,500 peones rurales anarcosindicalistas que se habían
declarado en huelga en la provincia de Santa Cruz; por último, en 1930, el
golpe de estado que derrocó a Hipólito Yrigoyen y que fue encabezado por el
militar José Félix Uriburu, apoyado por la oligarquía del país y probablemente
orquestado por la empresa estadounidense Standard Oil.
La violenta Liga Patriótica Argentina
exhibe su odio en cada una de sus acciones: lanzándose impetuosamente a la
“caza de rusos”, agrediendo a transeúntes identificados por su manera de
vestir, saqueando y destruyendo casas de los barrios de trabajadores,
persiguiendo a los anarquistas y a los comunistas o “maximalistas”
(simpatizantes de la Revolución Rusa), atacando sinagogas y bibliotecas,
incendiando sedes sindicales, golpeando y torturando y asesinando a centenares
de obreros, peones rurales, judíos y extranjeros. La mejor elaboración
ideológica de toda esta explosión de odio se encuentra en su fundador, su
inspirador y su principal ideólogo, Manuel Carlés (1875-1946), furioso defensor de valores
tradicionales de la ultraderecha latinoamericana: la patria y el patriotismo,
pero también Dios y el orden, así como la propiedad y la autoridad.
Liga
Republicana en Argentina y Acción Integralista Brasileña
En la historia de la ultraderecha
latinoamericana, Carlés y su Liga Patriótica Argentina inauguran una primera
etapa que se extenderá desde el final de la Primera Guerra Mundial hasta los
tiempos de la Segunda Guerra Mundial y que tendrá su apogeo en los años
treinta, bajo el impulso de los fascismos del viejo continente. La influencia
protofascista o fascista europea se hará sentir en Argentina muy pronto, hacia
1927, con la revista La Nueva República, en la cual, a través de escritores como
Juan Emiliano Carulla (1888-1968), se adopta la perspectiva nacionalista,
monárquica y antisemita del francés Charles Maurras y de la Acción Francesa
(Action Française), así como las visiones del fascismo italiano de Benito
Mussolini y de la Unión Patriótica del general y dictador español Miguel Primo
de Rivera.
El director de La Nueva República, Rodolfo
Irazusta (1897-1967), y el periodista Roberto de Laferrère (1900-1963) fundaron
en 1929 la primera organización latinoamericana de inspiración fascista, la
llamada “Liga Republicana”, que participó junto con la Liga Patriótica
Argentina en el golpe de estado que llevó al poder a Uriburu en 1930. Dos años
después, en Brasil, durante el régimen de Getulio Vargas, se fundó la Acción
Integralista Brasileña (Ação Integralista Brasileira), un movimiento fascista de masas
que dispuso de una organización paramilitar, las camisas verdes, y que no cesó
de expandirse hasta su disolución en 1937, cuando llegó a tener más de un
millón de miembros. El principal ideólogo del movimiento, Plínio Salgado,
centró el integralismo en su noción de un hombre integral que habría sido
mutilado por concepciones parciales que reducirían lo humano a lo individual, a
lo colectivo, a lo estatal, a lo económico, a lo sexual, lo racial, etc.
El rechazo contundente del racismo fue un
rasgo por el que el integralismo brasileño se distinguió de otros movimientos
ultraderechistas. Incluso Gustavo Barroso (1888-1957), quizás el más intolerante de los
ideólogos integralistas, rechazó abiertamente cualquier actitud racista, lo que
no le impidió emitir uno de los discursos antisemitas más explícitos y
frenéticos de la ultraderecha latinoamericana. De hecho, este discurso explicó
su propio antisemitismo como una reacción anti-racista contra el racismo de los
judíos: era precisamente por estar contra el racismo que debía combatirse lo
que se describía como “racismo judaico”.
Racismo
y antisemitismo: de las matanzas de chinos en México a las organizaciones de
corte nazi-fascista en todo el subcontinente
El antisemitismo de Barroso no es un caso
aislado en la ultraderecha latinoamericana de los años treinta y cuarenta. La
época de apogeo del nazismo y de los campos de concentración europeos nos
ofrece innumerables ejemplos de organizaciones antisemitas en varios países de
América Latina: en Costa Rica, el Partido Nazi (1931); en Argentina, la Alianza
de la Juventud Nacionalista (1937-1943) y la Alianza Libertadora Nacionalista
(1943-1955); en Chile, el Movimiento Nacional-Socialista (1932-1939), el
Partido Nacional Fascista (1938-1940), el Movimiento Nacionalista (1940-1943) y
el Partido Unión Nacionalista (1943-1945).
Estas organizaciones tienen muchos rasgos
en común: su antisemitismo, su racismo, su nacionalismo, su anticomunismo, su
anti-marxismo, su inspiración directa en el fascismo italiano y en el nazismo
alemán, su germanofilia, su organización jerarquizada y a veces militarizada, y
su pretensión de trascender el tradicional espectro derecha-izquierda.
Algunas de las organizaciones mencionadas
tendrán vínculos directos con los nazis alemanes, como será el caso del Partido
Nazi de Costa Rica, el cual, además, influirá en el gobierno costarricense, que
limitará e incluso impedirá la inmigración de judíos. Otras organizaciones,
como el Movimiento Nacional-Socialista de Chile, terminarán distanciándose del
nazismo, atenuando su antisemitismo y girando hacia la izquierda, pero esto
mismo causará el surgimiento de grupos disidentes altamente antisemitas, como
es el caso, en el contexto chileno, del Partido Nacional Fascista.
La orientación antisemita y nazi-fascista
de la ultraderecha latinoamericana de los años treinta se hará sentir de modo
particular en México, en donde se da un asombroso fenómeno de proliferación,
propagación y ramificación de organizaciones ultraderechistas cuyos discursos
promueven la furia nacionalista contra los judíos. Los nombres de tales
organizaciones resultan bastante significativos: Unión Pro-Raza (1930), Acción Revolucionaria
Mexicanista (1933), Liga Anti-Judía (1935), Confederación de la Clase Media
(1936), Legión Mexicana Nacionalista (1937), Vanguardia Nacionalista Mexicana
(1938) y Partido Nacional de Salvación Pública (1939).
En algunas organizaciones, como la Unión
Pro-Raza y la Confederación de la Clase Media, el rechazo de lo judío se
insertaba en un hispanismo que exaltaba la cultura de la madre patria española,
centrada en la estirpe, la jerarquía y el catolicismo, y que rechazaba lo mismo
lo judío y lo indígena americano que lo francés, lo inglés y especialmente lo
norteamericano.
Esta serie de rechazos fue precedida,
preparada y a menudo acompañada, especialmente en el norte de México, por la feroz
persecución contra los chinos,
durante la cual, entre 1911 y los años treinta, 600 miembros de esa comunidad
fueron asesinados en Monterrey, 200 en Chihuahua, más de 300 destazados,
acribillados y quemados vivos en Torreón, miles despojados de sus tierras en
Durango, Chihuahua y Coahuila, cuatro mil confinados en guetos en Sonora y
otros siete mil deportados al campo de concentración de la Isla María
Magdalena, en donde la mayor parte murió de hambre.
Primeros delirios conspiratorios y camisas
doradas en México
Al igual que el ardor anti-chino, la flama
del furor anti-judío mexicano se enciende y se mantiene viva en discursos en
los que se desarrollan sofisticadas argumentaciones de índole nacionalista,
racista y xenófoba. Estas argumentaciones, como suele suceder en la
ultraderecha, tienen un marcado elemento delirante de tipo conspiratorio con el
que se racionaliza la furia intrínsecamente irracional. Si esta furia se
presenta como racional, es bajo la suposición de que los mismos chinos y judíos
la han provocado, ya sea involuntariamente al transmitir enfermedades y
degenerar la raza, o bien de modo voluntario al conspirar contra los mexicanos,
envenenarlos, explotarlos, prostituir a sus mujeres, pervertirlos, dividirlos,
hacer que se odien unos a otros, disolver su sociedad y hacer todo para
dominarla.
Semejantes ideas emanan de los más
diversos discursos, desde rumores espontáneos hasta maquinaciones con intereses
económicos y políticos, pasando por la fantasía desbordante de periodistas y
escritores mexicanos o extranjeros.
Muchas de las ideas antisemitas difundidas
en México provienen de El Oculto y Doloso Enemigo del Mundo: una obra publicada en
1925 por el presbítero poblano Vicente Martínez Cantú (1860-1938), quien se basaba en los
clásicos del antisemitismo, Los Protocolos de los Sabios de Sión y El judío
internacional de Henry Ford, para denunciar la “nefasta acción de
los israelitas”, a los que responsabilizaba de “sembrar odios y rencores” y
“dividir las clases sociales”. Estos delirios y otros más de Martínez Cantú
antecedieron de varias décadas a los principales exponentes del
conspiracionismo en los países de habla hispana: los también mexicanos Salvador
Borrego y Salvador Abascal Infante.
De las diversas organizaciones
ultraderechistas antisemitas de México, la más grande y poderosa fue la Acción Revolucionaria Mexicanista (ARM), cuyos paramilitares, camisas
doradas, emulaban a los demás encamisados fascistas de la época: camisas negras
de Mussolini, camisas pardas hitlerianos, camisas azules franceses, camisas
verdes integralistas de Brasil y camisas plateadas estadounidenses.
Los militantes de la ARM, dirigidos por el
antiguo general villista Nicolás Rodríguez Carrasco (1890-1940), portaban
sombrero, botas, macanas y a veces armas de fuego, entonaban las consignas
“¡muerte al comunismo!” y “¡México para los mexicanos!”, y, al igual que los de
la vieja Liga Patriótica Argentina, descargaban su furia lo mismo sobre
comunistas y obreros huelguistas que sobre aquellos a quienes describían como
“judíos apátridas” y “biológicamente degenerados”, a quienes amenazaban,
extorsionaban y únicamente respetaban a cambio de recursos para su
organización.
Otra organización antisemita mexicana muy
importante en aquella época, tanto por su influencia como por su número de
integrantes, fue la Confederación de la Clase Media (CCM), a la que se le acusó de
orquestar, junto con el cacique revolucionario potosino Saturnino Cedillo, una
fallida conspiración para asesinar al presidente Lázaro Cárdenas. La CCM
también intentó en vano organizar un Primer Congreso Iberoamericano
Anticomunista que habría de celebrarse en La Habana, Cuba, en septiembre de
1937. En una sorprendente carta abierta de 1939 dirigida a León Trotsky –por
entonces refugiado en México–, la CCM aseguraba que el movimiento comunista era
un “movimiento judío para saciar los odios semíticos contra los ‘boxy’ o
‘perros cristianos’, prostituyendo y comprando las conciencias de los hombres
más abyectos, más crueles y con almas de judíos”.
Acción
Patriótica Económica Nacional (APEN) en Colombia y Unión Nacional Sinarquista
(UNS) en México
El elemento racista-antisemita y el
parentesco nazi-fascista no estuvieron presentes o tan presentes en todos los
movimientos ultraderechistas latinoamericanos de los años treinta y cuarenta.
En esos mismos años, en algunos países, hubo también una ultraderecha centrada
en tradiciones y situaciones locales o nacionales y relativamente descentrada
con respecto a la coyuntura internacional. Tal es el caso de la Acción
Patriótica Económica Nacional (APEN) de Colombia, fundada en 1935.
La APEN coincide con los movimientos
nazi-fascistas de la época tanto por su furia nacionalista y anticomunista como
por su pretensión de haber trascendido el espectro derecha-izquierda, pero se
distingue de la mayor parte de ellos por su ferviente adhesión al capitalismo y
por su orientación ultra-liberal con su oposición a cualquier intervencionismo
estatal y especialmente a la redistribución de la riqueza. El discurso de la
APEN, muy próximo al de la actual ultraderecha neoliberal o libertariana, es
contra el Estado, los impuestos, los políticos y los burócratas. Su propósito
más o menos encubierto es la defensa de los intereses de sus miembros:
terratenientes y oligarcas de la industria, del comercio y de la finanza.
Al igual que la APEN colombiana, la Unión
Nacional Sinarquista (UNS) mexicana, fundada en 1937 y existente
hasta hoy en día, parece obedecer a una dinámica más nacional que
internacional. Sin embargo, en contraste con la composición reducida y
oligárquica de la APEN, la UNS habrá de ser un gran movimiento de masas
compuesto de centenares de miles de campesinos y trabajadores provenientes
principalmente de las clases medias y populares.
Además, también a diferencia de la APEN,
la UNS no es de ningún modo un movimiento capitalista ultra-liberal y
anti-estatista, sino que admite el intervencionismo estatal y se nutre
claramente del fascismo y del nazismo, así como del hispanismo al que ya nos
hemos referido y que tenía también una gran influencia en varios grupos
nazi-fascistas mexicanos de la misma época.
No obstante, a diferencia de algunos de
estos grupos, el sinarquismo tuvo una mayor implantación rural y no se
distinguió por su racismo, sino más bien por su carácter marcadamente católico,
antirrevolucionario, conservador y tradicionalista que lo acerca al falangismo
español y que se explica por su origen en las milicias cristeras que se
opusieron entre 1926 y 1929 a las políticas del gobierno revolucionario para
limitar el poder social, económico y político del clero en México.
La UNS, por lo demás, adopta diversas
posiciones características de la ultraderecha de la época, entre ellas el
anticomunismo, el anti-marxismo, el nacionalismo, el hispanismo, el
cristianismo, cierta dosis de antisemitismo y la supuesta superación del
espectro derecha-izquierda. Estas posiciones fueron bien justificadas por los
grandes ideólogos del movimiento, como Juan Ignacio Padilla, Manuel Torres
Bueno y los hermanos Alfonso y José Trueba Olivares, y quedan sintetizadas en el
término de “sinarquismo”, el cual, formado etimológicamente por el griego syn –“con”–
y arjé –“autoridad” u “orden”–, se presenta como el término contrario al
anarquismo.
El discurso de la UNS desata su odio
contra el anarquismo y contra el comunismo, así como también contra el
cosmopolitismo y el internacionalismo, denunciados como “antipatrióticos”.
Estas posiciones habrán de acentuarse y radicalizarse en el ideólogo más
conocido y polémico del sinarquismo, Salvador Abascal Infante (1910-2000),
quien lideró el movimiento en su apogeo, entre 1940 y 1941, y quien fue además
un frenético defensor de la inquisición, de la infalibilidad papal y del
colonialismo español.