Alex Roig
www.religiondigital.com / 130118
Suena siniestro leer que tras la ideología
de género se encuentra el marxismo cultural y el feminismo radical, amén de
otros agentes, empeñados en acabar con la familia tradicional y el mundo
occidental tal como lo conocemos.
¿En relación a qué es "radical"
el feminismo así calificado? Según sus críticos es "radical" en
relación al feminismo moderado o tradicional de las primeras feministas, las
cuales fueron buenas chicas que portaron el estandarte de la liberación
femenina con justas reivindicaciones sociales como un salario digno o acceso a
profesiones consideradas exclusivamente de hombres. Un feminismo al cual nada
se puede objetar, sino todo lo contrario.
Pero a finales de los años sesenta surge
en Estados Unidos un grupo de feministas radicales que empieza a desmarcarse de
lo que hasta ese momento había sido el movimiento feminista reivindicativo en
todo el mundo, dando lugar al feminismo agresivo contra el hombre y toda su
cultura patriarcal, cuyo germen debe buscarse en la nueva izquierda surgida
después de mayo del 68. "El corpus de esta ideología totalitaria incluye
el sexo libre, el aborto, y la desaparición del matrimonio, la familia y la
religión por ser instituciones opresoras".
A juzgar por lo extremado de las
afirmaciones de algunas de sus representados es fácil satanizar el feminismo
radical, sin pararse a pensar en sus causas y razones reivindicativas, tras las
que se esconden muchas experiencias de dolor, como la de, por ejemplo, la
escritora estadounidense y activista Andrea Dworkin, cuya vida es todo un
rosario de abusos.
Para empezar, abusos por parte de su
padre, abusos de su primer marido. A los 18 años fue arrestada durante una
protesta contra la guerra del Vietnam y estuvo en la cárcel de mujeres del
Village, donde sufrió abusos de dos médicos. Todos estos factores dominaron sus
batallas subsiguientes contra toda forma de violencia contra la mujer.
Tras licenciarse en Literatura en 1968 por
el Bennington College, dedicó todas sus fuerzas a la lucha feminista.
Básicamente, fueron batallas contra la pornografía, la pedofilia, la violencia
contra la mujer y la conducta sexual del hombre como referente de la
desigualdad imperante, ahondando en la utilización del sexo por el hombre como
vehículo del poder patriarcal. En 1999, a los 53 años, fue drogada y violada en
un hotel de París, un suceso que le hizo un daño enorme, agravado, además,
porque hubo quien no creyó su historia.
Es evidente que muchas mujeres no han
llegado al feminismo radical por pura teoría ni por promover caprichosamente
una ideología de género, sino sencillamente como consecuencia de su propia
experiencia de vejación y dolor. Se entiende perfectamente que sea una mujer,
monja y teóloga católica, Ivone Gebara, la que pueda escribir una teodicea
teológica hasta aquí no tratada por ningún teólogo o filósofo masculino, me
refiero a “El rostro oculto del mal. Una teología desde la experiencia de las
mujeres” (Trotta, Madrid, 2002).
Ciertamente, la experiencia de violencia
sexual o machista no justifica necesariamente las posiciones extremas o
radicales, pero ayuda a comprenderlas y obliga a buscar otras perspectivas y
hermenéuticas más comprensivas, según el principio cristiano destacado por San
Ignacio, de que antes de condenar la posición contraria, hay que intentar
salvarla. Así es como se es fiel a aquel que dijo, "no he venido a
condenar al mundo, sino a salvarlo" (Jn 12, 47).
Cuando cada día somos testigos del abuso
de la mujer, que en estos últimos meses ha tenido por protagonista a la
industria del espectáculo de Hollywood, pero que es una realidad cotidiana que
muchas niñas -y niños- llevan sufriendo desde la más tierna infancia en el seno
mismo de su familia. Es triste comprobar que la violencia contra la mujer está
presente en tanto en ámbitos privados como públicos; en el hogar y en trabajo;
en la economía canalla de la prostitución, la pornografía y la trata de
blancas; en la violencia física directa; en los feminicidios, que muchas veces
quedan impunes.
Los que señalan los años 60 como génesis
de la ideología de género, deben recordar que aquellos fueron marcados no solo
por el movimiento feminista radical, sino también por protestas internacionales
contra la guerra en Vietnam y contra la aceptación y hasta el apoyo de brutales
dictaduras en Latinoamérica. Parte de aquella juventud se radicalizó al no ver
posibilidades de eliminar esta violencia institucional. Protestaba por igual
contra la violencia política y todo tipo de violencias, entre ellas la
violencia de género.
Dicho esto, hay que aclarar que este tipo
feminismo radical de los años 60-70 ya apenas si existe, excepto en Estados
Unidos, donde siempre ha contado con grandes representantes, cuyo pensamiento
fluctuó entre lo radical y lo moderado. Hoy muchas feministas abogan más por la
cooperación que por la confrontación. En la actualidad, se puede decir con
María Blanco, que "nadie tiene el monopolio de lo que piensan las mujeres,
ni del feminismo auténtico, ni de la feminidad" (Afrodita desenmascarada.
Una defensa del feminismo liberal, Deusto Ediciones, Barcelona, 2017).
Cathy Young, escribiendo a mediados del
2016 para The Washington Post, afirmaba que casi nadie niega la realidad
histórica de la dominación masculina, pero la solución al problema, que ha
creado una gran fractura en nuestra cultura, pasa no sólo por la guerra entre
sexos. "Para formar parte de la curación, el feminismo debe incluir a los
hombres, no sólo como aliados sino como socios, con una misma voz y una misma
humanidad".
Después de una década complicada, la
Conferencia Episcopal Española reconocía que el tiempo transcurrido desde la
publicación Directorio de la Pastoral Familiar en España (2003), donde los
obispos llamaban la atención sobre las nuevas circunstancias en las que se
desarrollaba la vida familiar, y la presencia en la legislación española de
presupuestos que devaluaban el matrimonio, en la actualidad "permite
advertir que, desde entonces, no son pocos los motivos para la esperanza. Junto
a otros factores se advierte, cada vez más extendida en amplios sectores de la
sociedad, la valoración positiva del bien de la vida y de la familia; abundan
los testimonios de entrega y santidad de muchos matrimonios y se constata el
papel fundamental que están suponiendo las familias para el sostenimiento de
tantas personas, y de la sociedad misma, en estos tiempos de crisis".
Los múltiples desafíos al concepto
cristiano de la sexualidad y la familia están ahí, pero para responder a esta
problemática, amplia y compleja, a la Iglesia no le queda otra vía que volver a
reflexionar las viejas creencias a la luz de las nuevas realidades. Su labor es
la búsqueda de la paz y el bien en cada nuevo contexto y en cada nuevo momento
de la historia, sanar el egoísmo visceral que nos lleva a preferir siempre
nuestros intereses en detrimento de los demás.
El ser humano, debido a lo arraigado de su
pecado, ha construido una sociedad injusta y discriminadora, donde las
esclavitudes antiguas da lugar a nuevos tipos de esclavitud, donde en última
instancia todo se reduzca a mantener la diferencia entre los de arriba y los de
abajo, entre la élite y la no-élite; entre los nuestros y los otros.
"Establecemos", como dice Ivone Gebara, "colores y etnias superiores unas a
otras, sexos superiores a otros, orientaciones sexuales más normales que otras.
Y quien está del lado del poder y de la normalidad no duda en mantener
relaciones excluyentes y culpabilizar a 'los diferentes' por muchos males del mundo".
La Iglesia no es inmune a estos combates
históricos entre la igualdad y la desigualdad, lo que en la Biblia se describe
como "acepción de personas", intolerable para el creyente. La Iglesia
tiene miedo de las feministas radicales y las feministas tienen miedo de la
Iglesia. "Las feministas", escribía
Alicia Miyares, "sabemos que los valores, tanto morales como políticos, de
la igualdad y la libertad son falazmente cuestionados por discursos religiosos
que pretenden interrumpir de continuo la marcha de la humanidad hacia modelos
de democracia más perfectos".
Los últimos papas, comenzando por Juan
Pablo II, pasando por Benedicto XVI y llegando a Francisco, se han pronunciado
inequívocamente contra la "ideología de género"; esto no se puede
negar.
En la exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia sobre el amor a la
familia, publicada en marzo de 2016, el Papa Francisco advierte: "Otro
desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender, que niega la diferencia y la
reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin
diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta
ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven
una identidad personal y una intimidad afectiva, radicalmente desvinculadas de
la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene
determinada por una opción individualista, que también cambia con el
tiempo" (n. 86). Con ello no hace sino defender la enseñanza sustentada en
la Escritura y la Tradición sobre las relaciones hombre-mujer y el matrimonio.
Pero, téngase en cuenta una nota
importante. Para Francisco, denunciar la ideología de género no implica negar
ayuda o compañía a los homosexuales; no cierra los ojos a la urgencia de una
teología pastoral adecuada, sensible y atenta a la realidad.
En la habitual conferencia de prensa que
concede en el retorno de sus viajes internacionales, específicamente en el
vuelo de Azerbaiyán a Roma, el Papa señaló que "las personas se deben
acompañar como las acompaña Jesús. Cuando una persona que tiene esta condición
llega hasta Jesús, Jesús no le dirá seguramente vete porque eres homosexual. No.
Lo que yo he dicho, es esa maldad que hoy se hace en el adoctrinamiento de la
teoría del género".
"Antes que nada, yo he acompañado en
mi vida como sacerdote, obispo y también como Papa, he acompañado personas con
tendencia homosexual y también con prácticas homosexuales. He acompañado, los
he acercado al Señor, algunos no podían, pero yo he acompañado y nunca he
abandonado a nadie, esto que quede claro".
Anteriormente, el 26 junio 2016, Francisco
se había atrevido a decir que la Iglesia católica debería disculparse con las
personas gays por la forma en que las ha tratado. Fue durante el vuelo de
regreso al Vaticano tras su visita a Armenia. El Papa hizo estas declaraciones
cuando le preguntaron si estaba de acuerdo con los comentarios del cardenal
alemán Reinhard Marx, quien dijo que la Iglesia debía disculparse con los
homosexuales por haberlos "marginado".
Francisco respondió literalmente: "Creo
que la Iglesia no sólo debe pedir disculpas a una persona homosexual que
ofendió, sino que hay que pedir perdón a los pobres, a las mujeres que han sido
explotadas, a los niños obligados a trabajar, pedir perdón por haber bendecido
tantas armas".
Por si fuera poco, el 3 de octubre de
2016, de nuevo a bordo de un avión, de regreso de su viaje a Georgia y
Azerbaiyán, Francisco aseguró que Jesús no abandonaría a un homosexual o un
transexual. Fue en respuesta a la pregunta sobre qué opinaba de las personas
transexuales, de aquellas con disfunciones hormonales o aquellas que cambiaban
de sexo porque no aceptaban su cuerpo de hombre o mujer. "Cuando una
persona con esta condición llega delante de Jesús, nunca le dirá vete porque
eres homosexual", dijo y agregó: "A las personas hay que acompañarlas
cómo hace Jesús siempre".
A la luz de estas declaraciones "en
vuelo", no es de extrañar que el Papa Francisco haya sido reconocido por
la comunidad gay como el papa más "clemente" de los últimos años. El
escritor colombiano Giuseppe Caputo, aunque no cree que es para echar las
campanas al vuelo, reconoce que "ha habido un cambio, dentro del estrecho
margen de cambio que un discurso de derecha como el católico puede tener: el
suyo es un gesto sutil, muy sutil, pero ha demostrado ser simbólico y, sobre
todo, beneficioso.
Definitivamente no es lo mismo que una
institución con tanto poder de influencia hable de hogueras y penalización a
que pida abiertamente que los gays no sean marginados. Que la extrema derecha
rechace las declaraciones de Francisco, evidencia que ha habido un giro: las
personas homosexuales, señores creyentes, no pueden ser discriminadas ni
tratadas con violencia, lo pide el Papa".
Esta es la diferencia de la crítica papal
de la "ideología de género", de la crítica de los que la
instrumentalizan para sus intereses particulares, principalmente políticos.
En todos los países latinoamericanos, con
nula educación política en general, muchos políticos debeladores de la
"ideología de género" la utilizan interesadamente como un instrumento
muy importante para ganarse la voluntad que pueblo, siempre dispuesto a
defender la moral tradicional y sus creencias religiosas, al tiempo que
también, cómo no, excitan los prejuicios, odios y fobias populares, con el fin
de conseguir su voto, o al menos, el rechazo de aquellos partidos zurdos
señalados como defensores de la subversiva "ideología de género".
Muchos pastores, principalmente de las
iglesias evangélicas fundamentalistas, pentecostales y carismáticas, se suman a
con tal fervor a este discurso que arrastran tras de sí a toda su congregación,
llegando a traspasar el límite del rechazo a la homosexualidad por causas
doctrinales, para caer en el odio más visceral al que es tildado de abominable
y digno de la pena de muerte, según la ley de Moisés. Imagino que aderezado con
amor por la salvación del alma.
En estos casos, la "ideología de
género" se convierte en una nube de humo que no solo oculta los problemas
del pueblo de carácter social y económico, y desvía la atención del
subdesarrollo y la corrupción política, sino lo que es mucho más grave, oculta
por completo el mensaje evangélico de gracia y misericordia.
El humo generado por muchos críticos de la
"ideología de género" impide ver el sentido cristiano de la gracia y
la reconciliación. En lugar de ser portadores de esperanza, se convierten en
mensajeros de odio y miedo. Han pisado el umbral de la gracia, sí, pero se han
quedado en la antesala de ley; pertenecen más en la escuela del Juan Bautista
tronante que del apacible Jesús de Nazaret.
Para Amelia Valcárcel, desde su posición
de observadora, estos predicadores evangélicos pentecostalistas son más
veterotestamentarios que neotestamentarios; son capaces de sacar enseñanzas de
los versículos más abstrusos del Antiguo Testamento, por el que tienen
especial predilección. Los Evangelios se escuchan poco, pero Josué, Jueces,
Esdras, Reyes, o Ezequiel son citados de continuo.
Lamentablemente, los rigoristas e
integristas, "convierten la defensa de la moral, de la vida y familia en
una ideología e ideologización que les lleva a despreocuparse o legitimar, al
mismo tiempo, otros males e injusticias sociales-globales. Como son el hambre y
la pobreza, la precariedad (explotación) laboral, el trabajo basura e indecente
y el paro, la pena de muerte, las guerras, armas e industria militar, las
violencias y destrucción ecológica.
"Es la parcialización e
ideologización de la fe y la moral que cae en la moralina burguesa e
individualista, obsesionada por las cuestiones personales como la familia o la
sexualidad. Sin enmarcarlas y responsabilizarse por las otras cuestiones
sociales y éticas, que o bien no les preocupan o quieren justificar dichas
injusticias sociales.
Para ser una moral coherente, hay que
defender la vida en todas sus fases, dimensiones y aspectos, desde el inicio
con la concepción-fecundación, durante toda la existencia humana con el bien
común, la dignidad y derechos de las personas hasta el final de la misma".
En la Carta a los obispos de la Iglesia
católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, publicada en
1986 durante el papado de Juan Pablo II y que estuvo a cargo del cardenal
Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la
Fe, se afirma con rotundidad que los actos homosexuales son
"intrínsecamente desordenados" y que en ningún caso pueden recibir
aprobación -enseñanza que recogía la anterior declaración sobre la
"Persona humana" y la ética sexual, del 29 de diciembre de 1975-, sin
embargo en dicha carta el cardenal Ratzinger, advierte con no menos énfasis,
que "es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y
sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales
comportamientos merecen la condena de los pastores de la Iglesia, dondequiera
que se verifiquen" (n. 10).
Importante nota pastoral que muchos
parecen ignorar. Lo grave es que aquí no están en juego ciertas doctrinas o
ideas, sino las personas, las mismas que estamos llamados a servir con amor y
diligencia.