José M. Castillo S.
www.religiondigital.com / 170218
No me puedo callar, cuando el obispo Pedro
Casaldáliga cumple sus 90 años. Más que felicitarle, lo que quiero es agradecerle
el ejemplo de vida que nos ha dado, y nos sigue dando.
Ejemplo, sobre todo, de fidelidad al
Evangelio. Fiel al Evangelio es el que pone, en el centro de su vida, el
“seguimiento de Jesús”. Y bien sabemos que seguir a Jesús es dejarlo todo:
dinero, casa, familia, profesión, seguridad, importancia, títulos,
indumentarias…. Todo lo que nos pueda impedir en la vida ser libres como el
viento. Para pensar y decir todo lo que sea necesario ante el sufrimiento de
los más desamparados de este mundo.
El obispo Casaldáliga no ha sido ni más ni
menos que eso. Y con su vida nos está diciendo a todos que, mientras la Iglesia
siga teniendo obispos que viven en palacios, se endosan con frecuencia
vestimentas que no sabe uno si dan risa o dan vergüenza, se callan ante las
decisiones de los gobernantes que no hacen, en definitiva, sino hacer cada día
más ricos a los ricos; y más pobres a los pobres.
Esos obispos, con su intachable ortodoxia
dogmática, su exactitud litúrgica, su moral chapada a la antigua y, a veces
también, con silencios que levantan sospechas, manteniendo a toda costa la
distancia entre su dignidad episcopal y la vulgaridad plebeya de la gente
menuda, obispos que se ponen nerviosos cuando ven al Papa Francisco intentando
vivir como vive un ciudadano cualquiera, con la gente, entre la gente, como la
gente, en la medida en que le dejan vivir de esa manera, con semejantes
sucesores de los apóstoles, ¿a dónde va la Iglesia? ¿qué presencia o qué
credibilidad puede tener esta Iglesia a la que tanto le debemos y tanto la
queremos?
Lo digo en pocas palabras y con el corazón
en mis manos cansadas, a mis 88 años: mientras Casaldáliga siga siendo un
ejemplo excepcional en la Iglesia –como lo es hoy– y no sea el “obispo al uso”,
el modo y modelo de vivir de cada obispo, que se vea y se palpe como lo normal
en la Iglesia de Jesucristo, mientras no veamos a cada obispo como vemos al
Papa Francisco por donde quiera que va, la Santa Madre Iglesia será, en
definitiva, “mera religión”, que legitima los poderes que se nos imponen y
legitima una esperanza, que, tal como se han puesto las cosas, para demasiada
gente ya no es esperanza.
¡Gracias!, Pedro Casaldáliga, por el bien
que nos haces a todos. Y por el horizonte de esperanza que tu vida nos deja
abierto y patente.