Leonardo
Boff
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/ 230118
El juicio
de Lula por el juez de primera instancia, Sergio Moro, y su argumentación final
están llenos de vacío de pruebas concretas. Abundan las deducciones y
convicciones subjetivas, inapropiadas al ethos de un juez imparcial. No
se acusa a Lula de tener cuentas en el exterior, que nunca tuvo, ni de haber
desviado fortunas del erario en beneficio propio. Nada de eso. Se trata de un
apartamento de tres pisos en Guarujá sin mayores calificaciones y de una finca
en Atibaia, modesta, como modesta era la vida de su esposa Marisa Leticia que,
hija de agricultores, le gustaba cultivar la tierra.
Las
alegadas intervenciones de Lula junto a Petrobrás en favor de la constructora
OAS, que a cambio le habría dado un triplex en Guarujá-SP, no se confirmaron.
La solución fue entonces la invención de una justificación esdrújula y hasta
vergonzosa para un juez mínimamente serio. Escribió: «si no hubo intervención
de Lula, hubo sí un acto de oficio indeterminado». Esto vale decir: un acto no
conocido y por eso inexistente. ¿Cómo puede un juez decidir
sobre algo que él mismo no conoce? La situación colocó al juez Moro en
dificultades cuando se hizo público que la OAS en negocios hechos en Brasilia
empeñó el apartamento de Guarujá, signo de posesión y dominio del inmueble. Por
lo tanto, no podía ser de Lula.
El
hecho es que no se ha identificado ningún crimen de Lula, mucho menos cuentas en offshores.
Lo
que quedó claro como la luz del sol es la voluntad condenatoria del juez Sergio
Moro y de aquellos en cuyo nombre está actuando: las clases adineradas, el PSDB
y parte significativa del PMDB con Temer al frente.
No
se puede usar metáforas y ocultar el discurso con malabarismos. Tenemos que decir abiertamente que hubo un golpe
parlamentario-jurídico-mediático, hegemonizado por los grupos altamente
adinerados (0,05% de la población) que controlan gran parte del área económica
y mantiene al Estado rehén de los altos intereses que le cobra para que pueda
cerrar sus cuentas.
La
verdad cristalina es que la elite dominante (según L.G.Belluzzo, no es élite,
sólo hay ricos) comenzó a darse cuenta de que el poder proveniente del piso de
abajo, con Lula, el PT y aliados, podría consolidarse y cambiar el rumbo del
país con políticas sociales de inclusión de millones de pobres, amenazando así
sus privilegios. Organizaron un golpe como siempre han hecho en la
historia.
No
hay que olvidar la afirmación muchas veces repetida de Darcy Ribeiro que
nuestras clases opulentas y dominantes son las más reaccionarias y antisociales
del mundo. Nunca pensaron un Brasil para todos; ni siquiera tienen un
proyecto de nación. Están contentos con lo que el Pentágono (que también
está implicado en el golpe, según fuentes fidedignas) y las grandes
corporaciones mundiales están imponiendo: la recolonización de toda América
Latina, particularmente de Brasil.
A
estos, en la división mundial del trabajo, les cabe ser sólo exportadores
de commodities. Este proyecto asumido por los que
dieron el golpe no está sólo privatizando los bienes públicos. Están
desnacionalizando nuestro parque industrial, el petróleo y otros commons brasileros. Están desmontando el país. El
objetivo es abrir espacio a las grandes corporaciones a costa de la disminución
del Estado, para que ocupen nuestro mercado de 200 millones de consumidores y
puedan acumular excesivamente a costa nuestra.
Alguien
con más autoridad que yo, el economista Luiz Gonzaga Belluzo, en una
entrevista, fue al núcleo de la cuestión:
El
crimen de Lula en realidad fue dirigir un gobierno vuelto hacia los más pobres,
un gobierno más popular y soberano, y eso, amigos y amigas, jamás será aceptado
por la Casa Grande. Defender a Lula es defender la historia, es defender la
justicia. No es ser petista, es ser justo.
Lo
que se juega el 24 de enero en Porto Alegre con los tres jueces de segunda
instancia que van a juzgar a Lula es la definición del futuro de nuestro país:
si aceptamos ser nuevamente colonia o si rechazamos ese proyecto indigno y
llevamos adelante el sueño de tantos años y ahora reforzado de refundar en el
Atlántico Sur un país robusto, autónomo, social y justo que se propone sanar la
herida que sangra hasta el día de hoy: millones y millones de
personas, víctimas de la Casa Grande de ayer y de hoy, los abandonados
por ser considerados ceros económicos, en su mayoría hijos e hijas de la senzala, ante los cuales tenemos una deuda
humanitaria hasta hoy nunca saldada.
El
pueblo está callado, pero está atento. Conoce los derechos que le han sido
secuestrados y la carga que se le quiere poner en la espalda. Dependiendo de la
decisión de los jueces de segunda instancia en Porto Alegre puede haber una
especie de desbordamiento imparable.
A
los jueces les recuerdo sólo las palabras de la Revelación: “La ira de Dios
vendrá sobre aquellos que en la injusticia aprisionan la verdad” (Romanos
1,18). El instrumento de la ira de Dios será, esta vez, la acción
indignada del pueblo.
Por
lo tanto, señores jueces, traten de juzgar según la justicia para escapar de la
ira de Dios y del furor del pueblo indignado.