José M. Castillo S.
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/ 241217
El discurso que el papa Francisco tuvo,
como felicitación navideña, a la Curia Romana el pasado día 21 de este mes de
diciembre, está dando que hablar en los ambientes relacionados con la Iglesia.
El papa les habló, a los miembros de la Curia, con la claridad y la libertad
que le caracterizan. Y desde ahora afirmo que, desde su claridad y su libertad,
el papa hizo, entre otras, dos afirmaciones que hacen temblar.
1. Dirigiéndose a los cardenales, obispos,
monseñores y demás personajes de la Curia, el papa les habló de "la
desequilibrada y degenerada lógica de las intrigas o de los pequeños grupos que
en realidad representan... un cáncer que... se infiltra en los organismos
eclesiásticos".
2. Y en seguida añadió: "otro
peligro, que es el de los traidores de la confianza o los que se aprovechan de
la maternidad de la Iglesia, es decir de las personas que han sido seleccionadas
con cuidado... pero se dejan corromper por la ambición y la vanagloria".
O sea, a juicio del papa Francisco, la
Curia que gobierna la Iglesia, es (en este momento) un enfermo grave, en el que
"traidores de la confianza, que la misma Iglesia ha depositado en ellos,
les ha llevado a actuar motivados por "la ambición y la vanagloria".
¿Se puede pensar que el papa Bergoglio
exagera al decir estas cosas sobre personas tan respetables? Con toda
sinceridad, puedo afirmar que, pocos días antes de conocerse la renuncia de
Benedicto XVI al cargo de Sumo Pontífice, uno de los más importantes personajes
en el gobierno de la Iglesia, me dijo en Roma confidencialmente: "Rece
mucho por la Iglesia, porque la situación, en este momento, es tan grave, que
esta Iglesia que tenemos, no puede caer más bajo de lo que ya ha caído".
¿Qué está pasando en la Iglesia? Sin miedo
a exagerar o sacar las cosas de quicio, creo que se puede (y se debe) afirmar
que el "desequilibrio" y la "degeneración", que el papa
denuncia de la Curia Romana, no se reduce a la Curia del Vaticano. Ese
"desequilibrio" y esa "degeneración" se extiende - de una o
de otra forma, con más o menos profundidad - por la Iglesia entera. Y aquí
podemos decir que quien tenga las manos limpias, que tire la primera piedra. Y
quede claro que yo soy el primero que lo digo. Porque somos muchos (más de los
que nos imaginamos) los que tenemos mucho que callar.
¿Por qué? ¿Qué está pasando en la Iglesia?
Vamos a ser sinceros. Si tomamos el Evangelio en nuestras manos, y si es que
aseguramos que en Jesús se nos ha revelado Dios y lo que Dios quiere, entonces
no nos queda más remedio que decir que mientras haya obispos viviendo en
palacios, clérigos luciendo vestimentas solemnes, diócesis e instituciones
religiosas que manejan mucho (pero mucho) dinero, individuos jóvenes que se
meten en seminarios y conventos para "hacer carrera", por más que
aseguren que ellos quieren "seguir a Cristo", mientras las diócesis
sigan teniendo privilegios (económicos, legales, sociales...), que la mayoría
de los ciudadanos no tienen, ni pueden tener, mientras todo esto funcione así,
por más que nos digan que todo esto es así porque así lo estableció Jesucristo,
esta Iglesia no tiene arreglo.
Ni con este Papa, ni con cincuenta Papas
que vengan detrás de él. Porque, en una institución que funciona como funciona
la Iglesia, y dado lo que es la condición humana, en ella habrá gente, bastante
gente, que, pensando que está allí para servir a Dios y para servir a Cristo,
para salvar al mundo y dar gloria a Dios, en realidad estamos ahí porque ahí,
sin ser un genio o ser un héroe, "te colocas bien en la vida y tienes tu
vida asegurada".
No es cuestión de ambición o egoísmo. El
problema está en que, como ha dicho el papa Francisco en su reciente discurso a
la Curia Romana, la Iglesia está organizada de manera que los que nos metimos
en ella diciendo que lo hacíamos porque "seguíamos a Jesucristo", en
realidad muchos terminamos siendo "funcionarios", que, en palabras
del papa, terminamos siendo "traidores de la confianza", que
depositaron en nosotros.
No es cuestión de la maldad de los que nos
metemos a curas, frailes o religiosos. Ni es un problema de debilidad o
cobardía de quienes gobiernan. El problema está en que Jesús pensó en un
movimiento profético, que, con el paso de los tiempos, ha terminado siendo una
organización mundial cimentada sobre el poder que la religión tiene sobre la
intimidad de las personas, la capacidad que da la seguridad económica y, en
consecuencia de lo dicho, la influencia socio-política que le dan los poderes
de este mundo, con tal que la Iglesia sepa estar siempre en "su
sitio". Un sitio que, con frecuencia, está en los antípodas del que ocupó
Jesús, en quien radica su origen y su razón de ser.
Jesús vino a estar con los últimos y a
identificarse con ellos. La Iglesia funciona de tal manera, que no tiene más
remedio que estar con los primeros o lo más cerca posible de ellos. Así,
vivimos y viviremos siempre en la contradicción. De ahí que un Papa como
Francisco es, y será, amado por unos y odiados por otros. Tal como somos los
seres humanos, esto no tiene otra salida.