Por: Nelson Rauda Zablah
www.elfaro.net
/ 251217
Brenda López es capitana de El Barco, una
librería en el centro de San Salvador de la que es dueña desde 2011 y que está
a punto de hundirse. Tiene un mes para pagar los dos meses de renta que debe o
irse. El negocio nunca ha sido próspero, pero ha llegado al punto límite. Su
propietaria -30 años, estudiante de psicología, madre de soltera de dos hijos-
cree que vender libros "es como el agua a las flores" y lanza un
grito desesperado: “Hey, Librería El Barco, aquí estamos
¡cultívense!”
El libro favorito de Brenda López se llama
El camino al éxito, de un autor estadounidense cuyo nombre no puede recordar
porque ahorita mismo está perturbada: debe dos meses de renta -500 dólares- del
local de El Barco, una venta de
libros usados de la que es dueña desde 2011 y que tiene enero de 2018 como
fecha de vencimiento. “La señora que es dueña del local me dio hasta enero para
pagar o para salirme. Así estamos ahorita”, dice Brenda, parada en la esquina
frente a su librería. Para Brenda, el camino al éxito ha sido sinuoso y cuesta
arriba. Pero está determinada. “No es que voy a salir de esta, voy a salir”, me
dice, aunque tal vez se lo dice a sí misma.
El Barco es un pequeño local de cuatro por
ocho metros, en pleno centro de San Salvador, a un par de calles de Catedral
Metropolitana. Hay un ventilador en el piso, una computadora que no funciona en
un escritorio polvoso, estanterías -las grandes a la izquierda y una más
pequeña a la derecha-, réplicas de cuadros de Picasso encima de las estanterías
y una pequeña colchoneta al fondo donde duerme uno de los dos hijos de Brenda,
mientras ella atiende sus negocios. Este día, la librería la atiende una de sus
sobrinas porque frente a la calle Brenda ha instalado una mesa de plástico y
una báscula para vender uvas y manzanas, frutas de gran demanda en diciembre en
El Salvador. Brenda ha invertido $170 en las frutas, y espera sacar una
ganancia del 30 %. “Aunque sea para no trabajar 25 de diciembre y primero de
enero”, dice.
Interior de la tienda de libros "El
Barco", en el centro de San Salvador. Al fondo, uno de los dos hijos de
Brenda duerme mientras su madre coloca la venta de uvas y manzanas, sobre la 3°
Calle Oriente. Foto de El Faro, por Víctor Peña.
“Aquí no entra ni una mosca”, dice, pero
al mediodía del 22 de diciembre entran dos personas. Buscan biblias.
Una medición de 2007 de LPG Datos encontró
que el 30 % de los salvadoreños dice que ese es su libro favorito. Brenda vende
biblias a diez dólares, y le quedan dos dólares por cada una que vende. Una
señora pide una biblia de letra grande y Brenda se la alcanza y reconoce a su
cliente: "¿Usted vino la otra vez, vea?", le pregunta. La señora
responde que sí mientras examina la biblia que tiene en sus manos. No le gusta
y le pregunta si tiene himnarios con canciones evangélicas. Brenda no tiene. El
otro cliente que entró pide una biblia de “las que tienen como papel de
periódico”. No hay. Los dos se van sin comprar nada.
A veces, hay personas que no llegan a El
Barco a comprar, sino a vender, y Brenda, pese a todas sus carencias, se planta
como rescatista de esos otros náufragos: “He metido libros nuevos que no se les
gana nada, solo para que la gente no se vaya con las manos vacías”, dice.
— ¿Pero entonces por qué vendes libros y
no otra cosa?
— Yo siento que vender libros es como el
agua para las flores. A mí nada me costara poner un chupadero (un bar). Esto es
por cultivar a las personas. No es bueno para mí ja,ja.
***
Vender libros
es complicado en El Salvador porque no hay suficiente demanda. El 44
% de los salvadoreños no lee nunca o casi nunca por motivos profesionales o de
estudios, y el 55 % no lee nunca o casi nunca por ocio, según la Encuesta
latinoamericana de hábitos y prácticas culturales 2013 . “Es que la
gente solo busca libros cuando se los piden en el colegio o la universidad”,
dice Brenda.
La escritora salvadoreña Jacinta Escudos
piensa que el sistema educativo salvadoreño “lejos de crear lectores, presenta
la lectura/literatura como algo tedioso” porque obliga al estudiante a leer “un
canon literario no actualizado” que “termina más bien causando que muchos
estudiantes odien leer”.
Hace 46 años, la Organización de las
Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y Cultura (UNESCO) decía que los
libros desempeñaban “un papel indispensable para la vida social y su
desarrollo”. Pero en El Salvador no hay políticas públicas que favorezcan el
acceso a los libros. “El libro suele ser caro y frente a las necesidades
básicas de una familia, termina relegado como una adquisición no vital”, opina
Escudos. Y en eso subraya la importancia de las librerías de segunda mano, como
El Barco. “Que se cierre una librería de libros usados es grave, porque para
muchos, ése es su mejor recurso para hacerse de buenos libros”, dice la
escritora.
El viaje de Brenda en El Barco arrancó en
2011. Ese año fue trascendental en su vida: se convirtió en bachiller, madre
soltera y emprendedora... Vamos por partes.
Brenda se graduó de bachiller hasta que
tenía 24 años y ya era mamá. Se había ido a los 18 de su casa, en Apopa, para
trabajar en el centro de San Salvador y poder estudiar. El marido de su mamá no
la dejó ir al colegio: decía que las mujeres solo sirven para estar en la casa.
Brenda no le creyó. Entró a trabajar en un comedor, repartiendo comida y se
perdió en el intrincado centro capitalino durante su primer día. “En el comedor
entraba a las cinco de la mañana y salía a las ocho de la noche. La primera vez
que me dio un calambre en los pies -porque no me sentaba todo el día- pensaba
que me estaba muriendo. ¡Era tan ignorante, no sabía ni que era un calambre!”,
recuerda ahora Brenda. Tiempo después, pidió permiso en su trabajo para salir
dos horas antes, a las seis de la noche, y poder estudiar.
Convertida en madre (tiene dos hijos, de
11 y cuatro años) y bachiller, Brenda vivió con el papá de su hijo mayor hasta
que decidió izar las velas. Duró con él dos años. “Yo me acuerdo cuando mi
madre dejaba que el marido la golpeara. Y yo a él se lo dije, que nunca iba a
permitir que me tocara”, dice Brenda. Su pareja intentó golpearla una vez. “Esa
vez que intentó hacer eso yo le dije que nos íbamos a separar aunque no lo
quisiera”, dice Brenda antes de interrumpir su relato con un “¿Qué le doy,
caballero?”. Un cliente ha llegado a comprarle un poco de mercancía y se ha ido
satisfecho con dos... libras de uvas.
Para cuando se separó, Brenda ya había
dejado de trabajar en el comedor y vendía libros en un kiosko de la sexta calle
oriente, cerca del centro de San Salvador. Su pareja trabajaba vendiendo libros
y su cambio de trabajo vino precedido de una enseñanza machista: “me habían
enseñado que mi obligación era seguirlo”. Por aquel entonces, ella no podía
leer bien. Pero trabajó duro. “Como pude ahorre mil dólares, y una tía me
prestó 1,500”. Compró El Barco -los libros, no el local- por 2,500 dólares.
“Los primeros meses de la venta de libros
no tenía ni para comer”, dice Brenda. “Una maruchan (sopa instantánea) le daba
al niño”. Brenda no lo ha tenido fácil, pero tampoco ha buscado el camino
sencillo. Su diploma de bachiller no le fue suficiente. Cuando se graduó, retó
a su mamá: “y esto no es nada”, le dijo. Y apuntó a la universidad. Brenda
ahora está en séptimo ciclo de la carrera de Psicología, en la Universidad
Tecnológica. Lleva un promedio de 7.50 y le falta un año y medio para terminar.
“He llorado mes tras mes para pagar la
universidad. ¿Sabes cuánto llevo a la U? Cinco dólares. Hay que sacar copias,
trabajos”, cuenta Brenda. Y se enoja cuando se compara con otras estudiantes:
“mis compañeras ni llegan ni van a clases. Y yo cuánto me estoy verguiando”.
A dos casas de El Barco, Huberto Lemus, de
61 años, es dueño de otra librería de usados. En su local, paga $200 al mes y
ya debe dos meses. También está pensando en cerrar el próximo año. Lemus, un
veterano en estas aguas, recuerda con añoranza otras mareas, allá a finales de
la década de los noventa, cuando hacía expediciones con pickups llenos de
libros para venderlos en Guatemala. Ahora Lemus resiente la falta de apoyo
estatal. “No les conviene ayudarnos, les conviene que la gente sea ignorante
para que voten por ellos”, dice de los políticos. Pero también culpa a otro
enemigo de su crisis: “El Internet se comió todo esto”, dice Lemus. “Hoy la
gente no anda con libros, sino con el celular”.
La venta de libros
"El Barco" está contiguo a un bar, sobre la 3° Calle Oriente, entre
la Sexta y la Cuarta Avenida Norte, en el centro de San Salvador. El bar no
tiene planes de cerrar su negocio, la venta de libros, sí. Foto de El Faro, por
Víctor Peña.
Brenda, la capitana de El Barco, coincide
con Huberto. “Imaginate cuánta gente mira televisión, novelas, o pasa en el
Facebook. Y les preguntas si quieren leer y ¿qué te dicen? No, es que me da
sueño, es aburrido. Y yo: ¡cómo! Si leer es como cepillarse los dientes, un
hábito”, alega Brenda. “No sé qué hacer”.
En la misma cuadra donde Brenda López y
Huberto Lemus están pensando en hundir sus navíos, hay tres bares. El 22 de
diciembre, dos de ellos tenían letreros que anunciaban que el día siguiente
abrirían desde las seis de la mañana, porque a esa hora jugaban el Real Madrid
contra el Barcelona.