Bernardo Barranco V.
www.jornada.unam.mx / 131217
Con amarga resignación, Norberto Rivera
recibe el nombramiento de Carlos Aguiar Retes como nuevo arzobispo primado, su
sucesor. El mandato de Roma es doblemente desconsolador, primero, la prisa.
¿Qué costaba esperar hasta después de las elecciones? ¿Por qué a sólo seis
meses el papa Francisco aceptó su renuncia? No comprendía cómo al cardenal
Rouco Varela, arzobispo de Madrid, tan enfrentado a Francisco, le aguantaron
tres años. Mismos años en aceptar la renuncia de Juan Sandoval Íñiguez de
Guadalajara. ¡Seis meses! Qué falta de respeto a su investidura, pensó. Además,
el rostro de Rivera enrojeció al leer el nombre de Carlos Aguiar, con quien ha
tenido tantas diferencias y rivalidades. Ya lo esperaba. Se confirma el
movimiento de Francisco, caviló, anunciado desde noviembre de 2016 al nombrarlo
cardenal.
Hablando consigo mismo, especuló en la
demolición de lo que ha construido, se mortifica por la suerte de sus allegados
y cercanos colaboradores. Suspira recordando la plenitud de los años gloriosos
de poder del Club de Roma; él es ahora uno de los últimos sobrevivientes. Con
amargura recuerda el episodio de la catedral, donde el Papa regañó a los
obispos y varias sentencias tenían dedicatoria para él. Ahora, el tiempo es
corto, dos meses para entregar y pasar al retiro. La Iglesia que encumbró su
trayectoria parece, ahora, abandonarlo con desconsideración. ¡Cuánta
descortesía! Cuando él ha entregado todo en estos 22 años.
Sin duda esta escena imaginaria retrata el
fin del ciclo, no sólo de Norberto Rivera sino de un modelo fallido de Iglesia.
Rivera pretendió imponer los valores tradicionalistas del catolicismo a una
ciudad dinámica, moderna y secular. Su estilo brusco y bronco no ayudó. Rivera
colisiona frente a la ciudad con el mayor índice de escolaridad del país, con
gobiernos de izquierda que empuñaron una agenda secular y laica. Hay un choque
de trenes y la Iglesia de Rivera saca la peor parte. Muchas veces, en la
confrontación, no hay debates de fondo sino rituales de descalificaciones donde
los actores religiosos terminaban autoerigiéndose en supuestas víctimas del
laicismo talibán y de la falta de libertad religiosa.
Valdemar será extrañado por sus continuas
autoinmolaciones. Paradójicamente, siendo México un país de arraigadas
tradiciones católicas, se detona una crisis cultural entre el cardenal Rivera y
la ciudad capital. Y aún peor, Rivera recurre a los grupos fácticos y a la
clase política para revertir y legislar sus principios morales pasando por
encima de la diversidad de los habitantes de la gran capital. Rivera exhibe su
noción de cambio social: de arriba hacia abajo y desde el poder. Nunca se apoya
en la feligresía porque su capacidad de convocatoria siempre fue anémica.
El cardenal Rivera concentró sus energías
en tempestades, se desgastó defendiéndose de escándalos, pero distrajo su labor
principal, que es pastoral. La caída de fieles se da en cascada, la imagen del
cardenal se deteriora, la autoridad de Rivera y de la Iglesia arquidiocesana
decae. Distanciado del papa Francisco, Rivera llega al final de su mandato
debilitado. Pesa sobre sus hombros la protección a sacerdotes pederastas, en
especial Marcial Maciel, su mentor. Desde su espíritu guerrero aún reprocha no
haber llegado en plenitud a las elecciones de 2018.
Por ello, la primera declaración de Aguiar
Retes tiene sentido al exponer que emprenderá una renovación eclesial en la
Ciudad de México, que saldrá al encuentro de todos los sectores de la sociedad
capitalina, no sólo de los fieles que asisten a las parroquias. Se deja sentir
la mano del papa Francisco que demanda, así lo hizo en catedral en febrero de
2016, mayor pastoralidad a los obispos mexicanos. El nuevo cardenal apunta a la
principal vulnerabilidad de Rivera y a la necesidad de la Iglesia de
recomponerse desde su misión.
La opción por la pastoralidad indicaría
que Aguiar va a transitar por una especie de aggiornamento en la arquidiócesis.
Supone un profundo diálogo cultural con la diversidad secular de la ciudad.
Deberá construir un equipo propio y romper inercias del primer círculo del
cardenal Rivera.
Sin embargo, Carlos Aguiar Retes deberá
recomponer no sólo la percepción de la Iglesia sino la suya propia. Es evidente
que el nuevo cardenal primado no es un clon de Francisco.
Ni es progresista arrojado, tampoco un
pastor con olor a oveja que todos quisiéramos. Es un hombre de aparato, un
actor religioso cuya carrera no se ha generado en los terrenos de la
evangelización sino en las estructuras de la Iglesia. A escala nacional, dos
veces presidente de la conferencia de los obispos mexicanos, así como
presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam). Ahí, Carlos Aguiar ha
mostrado habilidades de negociación y capacidad de cabildeo con los actores del
poder. Por ello, tanto los sectores progresistas como los conservadores le reprochan
sus excesivos vínculos con el priísmo de Enrique Peña Nieto.
Tres iniciativas conforman el estigma que
Aguiar debe sacudirse. 1) Aquel ostentoso viaje a Roma donde Peña Nieto le
presenta a Benedicto XVI a su futura esposa, Angélica Rivera, en diciembre de
2009. 2) El acuerdo que Aguiar, presidente de los obispos, logra con las
dirigencias del PAN y del PRI para repenalizar el aborto en 18 entidades del
país, mediante cambios constitucionales locales. 3) El pacto que construye con
el entonces candidato a la presidencia, Peña Nieto, del PRI en 2011, para
reformar el artículo 24 constitucional sobre la libertad religiosa. Desde
Tlalnepantla, comilonas, paseos, atenciones y detalles, así se ha dejado
consentir Aguiar Retes por la maquinaria de poder mexiquense.
Más que enfocarse por la incidencia en el
proceso electoral de 2018, Aguiar deberá encauzar sus energías en confeccionar
un proyecto pastoral de envergadura para la ciudad. Frenar la caída de fieles,
que es del doble de la media nacional. Restituir la imagen del pastor primado,
hasta hoy identificado como un actor político más que un líder espiritual.
A Norberto Rivera se le identifica más
como miembro de la clase política que como pastor. El mismo Aguiar deberá
serenar sus propias inercias, tanto las políticas como las alegorías de los
derroches y actitudes principescas en que ha caído.
La sencillez, la moderación y la
simplicidad son recomendables en un hombre de fe que aspira a ser guía de una
feligresía adormecida por el abandono. Parece obvio decirlo, pero lo que haga o
deje de hacer Aguiar en la arquidiócesis tendrá repercusiones en el perfil de
toda la Iglesia mexicana. La coyuntura política electoral que ya se respira, a
veces tirante, ayuda a desnudar a los actores. Veremos de qué está hecho Carlos
Aguiar y cuál será la envergadura de su programa. Lo sabremos pronto.