José Steinsleger
www.jornada.unam.mx / 201217
En los momentos cruciales de su vida
política y en el decurso de su devenir, los pueblos siempre se formulan la
pregunta del millón: ¿se puede lograr la justicia social en democracia, sin
violencia y derramamiento de sangre?
Tal fue la esperanza del pueblo chileno en
noviembre de 1970, cuando la Unidad Popular (UP, coalición liderada por
Salvador Allende), ganó los comicios presidenciales con poco menos de 37 por
ciento de los votos. Triunfo ajustado, ya que la derecha dura y pura, más la
Democracia Cristiana, cosecharon 63 por ciento de los votos (35 y 28 por
ciento, respectivamente).
Centenares de politólogos de fama mundial
se dieron cita en el país andino, produciendo millares de textos y polémicas
que giraban en torno a la transición pacífica al socialismo. Y en 1971, la
esperanza se redobló: la UP consiguió 48.6 por ciento de los votos en las
elecciones municipales, y en marzo de 1973, 44 por ciento de las bancas
parlamentarias.
El triunfo de la UP tuvo lugar en el cénit
de la llamada guerra fría. Por ejemplo, un cable desclasificado del
Departamento de Estado revela el diálogo sostenido entre Richard Nixon y el
secretario de Estado Henry Kissinger, luego que el New York Times publicara una
información sobre la chilenización del cobre. Un proceso que había iniciado el
presidente Carlos Ibáñez del Campo (1952-58), continuado por el democristiano
Eduardo Frei Montalva (1964-70), y completado por Allende en julio de 1971.
Nixon: ¿Viste esto?
Kissinger: Sí, lo vi.
Nixon: Es hora de patear a Chile en el culo
(it’s time to kick Chile in the ass).
Entonces, el diario El Mercurio, de la
familia Edwards, empezó a recibir ingentes sumas de dinero de la CIA, en el
entendido de que este medio tenía un efecto multiplicador, y “…sus editoriales
y noticias eran leídos en todo el país a través de varias cadenas de radio”
(informe del senador Frank Church, 1975).
Simultáneamente, en noviembre de 1971,
Fidel aterrizaba en Santiago. Una visita extraordinaria que, inusitadamente, se
extendió por más de tres semanas. A partir de ahí, las derechas pasaron a la
ofensiva.
En junio de 1973, las fuerzas armadas
enviaron el primer aviso (tancazo), y el 11 septiembre, durante el bombardeo al
Palacio de La Moneda, Allende murió con metralleta en mano, defendiendo la
Constitución… por la razón, o la fuerza. Así quedó despejada la interrogante
planteada más arriba: la violencia seguía siendo partera de la historia.
Ahora bien: ¿de cuál historia? Porque
mientras el pueblo chileno resistía heroicamente contra la dictadura
(1973-1989), los políticos velaban por la suya en lo que dio en llamarse
Concertación (1988), bajo la mirada vigilante del tirano, el modelo de
alternancia de los Pactos de la Moncloa (Madrid, 1977), y la Constitución
pinochetista de 1980, hasta hoy vigente.
Por la razón, o la fuerza. Lema adoptado
por los próceres independentistas de la llamada Patria Vieja (1810-1814), y que
remite a Platón, el Estado de Derecho de la antigua república romana (por
consejos, o por espada), y que no necesariamente es igual a Estado democrático.
De ahí que, luego de la alternancia entre
los gobernantes de la Concertación (Patricio Aylwin, 1990-94; Eduardo Frei Ruiz
Tagle 1994-2000; Ricardo Lagos 2000-06), dimos cuenta, en sucesivos artículos,
de las fraudulentas ecuaciones institucionales que el diario español El País
calificó en un editorial de “…exquisitas formas entre vencedores y vencidos”
(sic, 18/12/17):
Pinochet + Concertación = Bachelet (2006);
Bachelet – Pinochet = Piñerachet (2010), Piñerachet + Matthei = Bachelet
(2014), hasta llegar al engendro de días pasados: Bachelet – Gillier =
Piñerachet al cuadrado.
Común denominador: Pinochet. En suma, 44
años de un cuento ideológico que permite entender, plenamente, la crónica
abstención de 50 por ciento del electorado, en uno de los países más injustos y
desiguales del continente.
En marzo de 2018, la izquierdista Michelle
Bachelet entregará nuevamente la banda presidencial al magnate Sebastián
Piñera, uno de los tantos dueños de Chile que, a más de ser hermano de José
Piñera (acérrimo colaborador de Pinochet), cuenta con un amplio prontuario
judicial.
Cabe esperar, por fin, que la ceremonia no
esté marcada por el percance que sufrió Bachelet en 2014, luego que se le
cayera la piocha de O’Higgins. Por lo cual, el edecán del Senado debió
facilitar una de sus insignias para salvar el incómodo momento. La piocha es el
distintivo, que en el traspaso del mando de un presidente a otro, simboliza la
entrega del poder en Chile.