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/ 190817
DESENGAÑÉMONOS: los hombres de mi
generación somos machistas por defecto. Los de mi generación y los de la
anterior y los de la anterior a la anterior, y así hasta el infinito.
La culpa la tienen por supuesto nuestras madres, cosa que yo sé muy bien porque soy el único varón en un hogar de cuatro hembras y mi madre nunca me dejó fregar un puñetero plato, mientras que mis hermanas la ayudaban en las faenas de la casa (¡un beso, mamá!).
No sé cómo serán los chicos de ahora: a juzgar por mi hijo, muchísimo mejores que nosotros; a juzgar por las estadísticas, iguales o peores. Por una vez seguro que tienen razón las estadísticas. Pero la verdad de la verdad es que la culpa de todo no la tienen nuestras madres (¡otro beso, mamá!).
Increíblemente, desde el principio
de los tiempos los hombres hemos considerado a las mujeres como seres
inferiores, poco más que animalitos domésticos creados para hacernos la vida
agradable; y esto no sólo lo hemos hecho los hombres normales y corrientes,
sino también los sabios más sabios que en el mundo han sido.
Claro que aquí también hay excepciones. La más notoria es un viejo veterano de Lepanto llamado Miguel de Cervantes, que vio a sus hermanas humilladas y ofendidas por los cabrones de turno y llenó sus libros de mujeres valerosas que no se cansan de denunciar los desafueros de los hombres ni de clamar por su dignidad y su libertad.
Y por cierto: mucho don Quijote mucho don Quijote, pero lo que nadie dice es que, si don Quijote estuviera vivo, santificando todos los caminos con el paso augusto de su heroicidad (como dice Rubén Darío), sin la más mínima duda se dedicaría en exclusiva a perseguir por tierra, mar y aire a esos hijos de mala madre que maltratan y asesinan mujeres y, una vez los hubiera pillado, sin fórmula de juicio les cortaría el rabo y los testículos, se los metería en la boca, les cosería los labios con hilo de bramante y los abandonaría en mitad de Los Monegros para que murieran al sol en medio de horribles tormentos.
Eso es lo que haría don Quijote, y don Quijote no se equivoca nunca. Hay cosas que no entiendo. No entiendo que, después de siglos y siglos de maltratos y explotación despiadados, las mujeres sigan aguantándonos, sigan queriéndonos y cuidándonos. No entiendo que, mientras unos cobardes de mierda matan mujeres indefensas a diario, no broten como hongos comandos de mujeres armadas que imiten a don Quijote y se tomen la justicia por su mano y se dediquen a cortar rabos y testículos y todo lo demás, incluido el sol de Los Monegros.
Pero lo que de ninguna manera puedo entender es que, después de haber sido gobernadas durante milenios por nosotros —en lo esencial una panda de descerebrados borrachos de testosterona y únicamente ocupados en beber cerveza y averiguar quién es más macho mientras provocamos catástrofes—, las mujeres no nos hayan prohibido de manera terminante el acceso al poder ni nos hayan castigado a fregar suelos de rodillas durante los tres próximos siglos.
En resumen: hay quien piensa que el feminismo se está volviendo de un tiempo a esta parte extremista y está yendo demasiado lejos; yo lo que pienso es que de momento, y hasta nueva orden, incluso la forma más extremista de feminismo es demasiado moderada. ¿Tiene solución nuestro milenario y vomitivo machismo por defecto?
A corto plazo, lo dudo, al menos en lo que a mí respecta. Pero he observado que algunas cosas pueden resultar útiles; por ejemplo, tener una hija adolescente. De hecho, un amigo mío la tiene y, aterrorizado ante los peligros que la acechan, ha creado una Asociación de Padres de Hijas cuyo símbolo es una podadera y cuyo lema el siguiente: “Capar, capar, capar”. Vamos por buen camino.
En fin. Todo lo anterior se me ocurrió leyendo una deliciosa novela gráfica titulada Más vale Lola que mal acompañada; la protagoniza un personaje llamado Lola Vendetta, que aparece en la portada con su espada tinta en sangre quijotesca; su lema es: “El feminismo no se sufre, se disfruta”. Como todos los héroes, Lola Vendetta no tiene edad; su autora, Raquel Riba, tiene 27 años.
Que Dios las bendiga a las dos. Y a ti también, mamá.