José Ignacio González Faus, sj.
www.religiondigital.com / 060817
Señor Primer Ministro: me permito
robarle nada más cinco minutos, para hablarle de los "asentamientos".
Aunque personalmente disiento de su modo de proceder en este punto, no voy a
entrar en razones éticas o políticas: hay otras instancias y otros momentos
para esos debates, aunque no funcionen demasiado bien...
Me limitaré más sencillamente al
aspecto bíblico, dado que muchos colonos arguyen: "esta tierra es nuestra,
porque Dios nos la dio a nosotros".
Prescindamos ahora de la falta de
nobleza de cuantos arguyen así sin ser creyentes. Atendiendo sólo a aquellos
que todavía creen y siguen rezando el "Shemâ Israel", debo decir que
esa argumentación bíblica no se sostiene. Por estas razones:
1.- El mismo Dios que dio la
tierra, vista la infidelidad del pueblo que sigue adorando a "Baal y
Astarté", proclama: "tampoco Yo quitaré de en medio a las naciones
que Josué dejó al morir"; de modo que "los israelitas vivieron en
medio de cananeos, hititas, amorreos, fereceos y jebuseos" (Jueces 2,
21.23; 3, 3-5).
Los arqueólogos creen, además, que
la ocupación de la tierra fue más bien pacífica porque había muchas zonas
despobladas; se narró de forma militar para inspirar confianza en el apoyo de
Dios que da la victoria. Y, por ejemplo, consta que ni Jericó ni Ay ni otras
ciudades existían en la época en que el libro de Josué narra su conquista.
2.- La revelación bíblica de Dios
tiene un carácter progresivo que se muestra en infinidad de ejemplos: al
principio, cada desgracia que le sucede al pueblo es leída como un castigo de
Dios, por unos hombres que eran al menos muy conscientes de su infidelidad al
Señor.
Pero entender eso de manera fija y
estática hizo que, durante el Holocausto, muchos judíos de buena fe no supieran
defenderse creyendo que se trataba de un castigo de Dios, que se valía de
Hitler como antaño se había valido de Nabucodonosor. Cuando la agresión de
Antíoco IV, Israel había aprendido ya que aquello no era un castigo de Dios
sino una agresión injusta. ¡Lástima no haber recordado a los Macabeos cuando
estalló la barbarie nazi! Pero ahí se ven los estragos que puede hacer una
lectura estática y no progresiva de la revelación de Dios.
3.- El exilio fue vivido por su
pueblo como un castigo de Dios; pero allí aprendió Israel que Dios no era un
bien exclusivamente suyo, sino Creador de todos los hombres y que también había
gente agradable a Dios fuera de sus fronteras, tanto que Israel incorporó en su
Biblia, como palabra de Dios, mucha sabiduría de otros pueblos.
Y pese a las resistencias
conservadoras impuestas al regreso del destierro babilónico (que obligaron a
varios repudios), un judío podrá en adelante casarse con una mujer no judía y
eso quedará después como algo definitivo: porque lo que tenemos en común como
humanos capaces de amar, es superior a lo que nos diferencia como hijos de una
u otra religión. Precisamente de uno de esos matrimonios mixtos era
descendiente David y nacería luego Salomón.
4.- Fruto de esa dinámica es la
lección de que cuando Dios llama o elige a alguien no lo llama para provecho
suyo, sino para bien de los demás. Isaías dirá que Israel ha sido elegido como
"luz para las gentes" (42,6), creando una sociedad que, en su
humildad y su pequeñez, era modelo de justicia y de colaboración, donde no
debía haber pobres ni esclavos.
El actual estado de Israel, como
sus antecesores, ha perdido esa ejemplaridad, empeñándose en ser "como las
demás naciones" (Samuel 8,5): adorador de Mamôn, esa palabra aramea tan
intraducible, que designa la confianza en la riqueza por delante y en contra de
la confianza en Dios; con lo cual pervierte aquello que es un don de Dios, (la
abundancia para todos), convirtiéndolo en una ofensa a Dios (la abundancia para
unos pocos).
5.- Fruto de toda esa dinámica es
también la crítica de la religión patente y presente en la Biblia, donde la
religión deja de ser cuestión de culto, para pasar a ser una cuestión de
justicia interhumana: "quiero misericordia y no culto" (Os 6,6); el
ayuno que yo quiero es que partas tu pan con el hambriento, des casa al que no
tiene... (Is 58); y Dios sabe que va a ser tan poco escuchado en este punto,
que le dice al profeta: "clama, no ceses, grita en voz bien alta".
No tranquilices tu conciencia
diciendo "el templo del Señor, el templo del Señor" (Jer 7,4) porque
tengo toda la tierra para morar en ella y no necesito para nada tus ofrendas y
tus holocaustos, ni tus templos. ¡Cómo ha ido creciendo aquí la pedagogía de
Dios desde los tiempos de David hasta los del profeta Jeremías!
Si algún colono es todavía
creyente, no escuchará la voz del Señor diciéndole como a Jonás: tú te quejas
por tu vivienda; y ¿crees que a Mí no me importa nada esa Palestina donde
habitan cientos de miles de hombres? (4,11).
Desde esta panorámica comprenderá
Ud. que apelar al don de Dios para quitar la tierra a otros es sencillamente
una blasfemia o una locura: la misma (si me permite decirlo así) de los que
apelan a un "Alá más grande" para descargar su metralleta contra
hermanos suyos.
Temo que, tras esta carta, ya nunca
podré obtener visado para visitar Israel; y quizá no sea ésa la única venganza
que me caiga. Pero le he escrito no sólo en defensa de muchos palestinos
maltratados, sino también en defensa de otros judíos fieles, verdadero
"resto de Israel", que se sienten arrinconados en su tierra y se han
jugado a veces la vida o la libertad, por no querer disparar contra hermanos
suyos en humanidad.
Comenzando por Isaac Rabin que
aprendió, como David, a entonar su "Hannení Elohim Behasedeka": ese
"misericordia Dios mío por Tu bondad" que hoy reza tanta gente,
judíos o no.
Que ese espíritu de Yahvé, que
llena toda la tierra, le ilumine también a Ud.