Por: José M. Castillo S.
www.religiondigital.com/190115
www.religiondigital.com/190115
Los sangrientos
incidentes, que se han provocado en París con motivo de los asesinatos causados
por el fanatismo religioso islamista contra los periodistas de Charlie Hebdo,
han desencadenado la indignación y el miedo por casi toda Europa. Y la lógica
del discurso, como es normal, se orienta mayoritariamente a condenar la
violencia irracional de los terroristas.
Sin embargo, si la cosa
se piensa a fondo, me temo que se cargue la mano sobre algo que es muy
verdadero: la violencia criminal de los intolerantes de la religión. Pero, tan
cierto como lo que acabo de decir, es que el empeño legítimo por defender la
libertad de opinar en una sociedad democrática, puede ocultar otro aspecto
fundamental de la cuestión, a saber: que la religión es un asunto
extremadamente serio. Porque la religión toca las fibras más profundas en las
convicciones que dan sentido a la vida de millones de seres humanos. Y con esto
- si es que tomamos la vida muy en serio - hay que tener mucho cuidado.
No pretendo en modo
alguno justificar el terror y la violencia de los terroristas que, en nombre de
“lo divino”, se atreven a violentar e incluso asesinar “lo humano”. Sólo
pretendo recordar que la religión es un asunto muy serio. Es más, como se ha
dicho con toda razón, “la religión puede ser mortalmente seria”. Es la
“seriedad absoluta, que deriva del trato con superiores invisibles...,
prerrogativa de lo sagrado que caracteriza a la religión” (W. Burkert, P. Hassler,
D. D. Hughes).
Más aún, como es bien
sabido, la intuición genial de Rodolph Otto nos advirtió sabiamente que la
experiencia del hecho religioso es en realidad el encuentro con el “mysterium
tremendum”, un misterio “que hace temblar” a no pocas personas y grupos
humanos.
Insisto: si es
importante respetar la libertad de expresión, y en esta libertad hay que educar
a la ciudadanía; pero también es importante que todos nos eduquemos en el
respeto a las creencias y convicciones de los demás, con tal que tales
creencias no lleven a la violencia en ninguna de sus formas.
Por supuesto que no es
equiparable la violencia de un arma de fuego con la violencia de un lápiz. Pero
tan cierto como eso es que no debe ser bueno para nadie lo que atinadamente ha
dicho un artista francés bien conocido: “Mofarse de todo el mundo es una
tradición muy arraigada en Francia desde Voltaire” (Christian Boltanski). Y que
nadie me venga con las sutiles precisiones lingüísticas que ha hecho Alberto
Manguel. Por supuesto, que “la razón tiene derecho a reírse de la locura”. Como
no es lo mismo la “sátira” que el “insulto”.
Estamos de acuerdo con
todas las precisiones que los pensadores y lingüistas nos quieran y nos deban
hacer sobre lo que han hecho los ingeniosos periodistas del humor de Charlie
Hebdo. Pero, ¡por favor!, no olvidemos que las palabras, las ideas y las
sutiles distinciones de los sabios, nunca pueden abarcar la totalidad de lo
real. Y la realidad - triste y dura realidad - es que, con demasiada
frecuencia, el que se dedica al oficio de mofarse de los demás, por muy artista
que sea, posiblemente sin darse cuenta de lo que hace, en realidad a lo que se
puede dedicar muchas veces es a despreciar a quienes discrepan de sus ideas,
por más respetables que sean. Pasar de la sátira al desprecio es más fácil de
lo que sospechamos. Pero, es claro, que quien se ve o se siente despreciado,
una y otra vez, llegará el día en que se ponga como un loco a violentar y matar
al que le ofende.
¿Que hay que vigilar a
los terroristas? Por supuesto. Pero que quede claro que no es menos urgente
vigilar también a quienes se dedican a la desagradable tarea de la burla y la
mofa como oficio.