Alejandro Nadal
www.jornada.unam.mx/120314
En los últimos tres
años se han multiplicado las iniciativas para crear mecanismos de compensación
sobre pérdidas de biodiversidad. Se trata de sistemas que permitirían, en
principio, remediar la pérdida de biodiversidad por algún proyecto económico al
recrear condiciones ambientales similares en otros sitios. A veces se le llama
a este sistema, un esquema en el que no hay pérdidas netas. La comunidad
financiera está feliz con esta idea.
Los esquemas de
compensación de pérdidas de biodiversidad descansan en la idea de que la
destrucción de un ecosistema en una cierta localidad puede ser compensada con
la preservación de un ecosistema idéntico o comparable en una otra localidad.
Por ejemplo, un proyecto de desarrollo urbano que tuviera que destruir una
parte de un bosque podría reparar el daño construyendo las condiciones para que
otro bosque pueda subsistir. De este modo, argumentan los promotores de los
esquemas de compensación de biodiversidad, se pueden obtener los beneficios del
desarrollo y, al mismo tiempo, los de la conservación de la naturaleza.
En el fondo, la
compensación de biodiversidad introduce el supuesto de que los ecosistemas y la
biodiversidad son bienes fungibles: pueden ser usados en cantidad y calidad
equivalente para extinguir obligaciones contractuales (una tonelada de trigo
rojo de invierno es igual a otra del mismo trigo). Pero es evidente que este
principio de equivalencia tiene muchos problemas cuando se habla de
ecosistemas. Algunos problemas se relacionan con las características de los
ecosistemas y las especies. Otros están vinculados con la parte económica y
legal de estos mecanismos.
Aun asumiendo que es
posible encontrar ecosistemas equivalentes resulta
imposible presentar un cálculo certero sobre lo que se pierde cuando se
destruye un ecosistema. Aquí no se trata de calcular el valor de un
ecosistema en términos monetarios. Eso ya es un problema mayúsculo que no ha
sido resuelto, por más que se ha invertido en el estudio de metodologías para
‘determinar el valor de la biodiversidad’.
La razón es que hay
que tomar en cuenta el valor de los servicios ambientales que se perderán, el
valor de uso directo y, finalmente, el valor de no uso (el valor para las
personas que no lo usan pero que disfrutan de saber que ese ecosistema perdura
y está bien conservado). Todo eso debe ser proyectado hacia el futuro para
tomar en cuenta el valor presente del flujo de beneficios que generaría el
ecosistema en cuestión. Las dificultades son insuperables (la selección de la
tasa de descuento no tiene una solución ‘técnica’) pero aquí el problema no es
calcular un valor monetario.
En materia de biodiversidad la idea de que su pérdida puede repararse
con la conservación de ecosistemas equivalentes es aberrante. Los
ecosistemas son organizaciones complejas cuya evolución depende de miles de
factores internos y externos. Alteraciones infinitamente pequeñas en las
condiciones iniciales de dos ecosistemas comparables llevarán irremediablemente
a grandes diferencias estructurales al pasar el tiempo. Es decir, aunque sea
pensable tener dos ecosistemas idénticos su evolución no será idéntica. La
destrucción de uno de estos ecosistemas implica anular esas vías evolutivas
alternativas y nada puede compensar esa pérdida. Las técnicas de restauración
ecológica no pueden y no podrán resolver estos problemas.
Por eso es imposible determinar las pérdidas y
tampoco es posible identificar lo que deben constituir las compensaciones.
Por cierto, en la práctica, los responsables de un proyecto económico tenderán
a subestimar la magnitud de pérdidas y a sobreestimar la de las
‘compensaciones’.
Los esquemas de
compensaciones buscan escapar a las regulaciones que deberían prohibir la
destrucción ambiental. La idea es determinar un precio para todos los
ecosistemas (o sus componentes) para así hacer innecesarios los controles
públicos: las fuerzas del mercado harán más improbable la destrucción de los
ecosistemas más ‘valiosos’ porque será más costoso asegurar la compensación en
esos casos.
La idea de un mercado de biodiversidad ya es objeto de planes y
transacciones. Los promotores inmobiliarios están felices porque
los costos de sus proyectos hoteleros y comerciales pueden siempre incorporar
un rubro adicional para compensación. Sus proyectos pueden ser llevados a la
práctica sin que se interpongan molestas organizaciones civiles o no
gubernamentales. Y esos gastos pueden ser objeto, además de transacciones en un
mercado de biodiversidad.
Los obstáculos para
alcanzar buenos resultados a partir de los esquemas de compensación de pérdidas
de biodiversidad (cero pérdida neta) no son insuperables para el capital
financiero.
Si Noé hubiera
tenido un consejero financiero, éste le habría aconsejado admitir en su arca
sólo a los que pueden pagar. O como se dice hoy en la jerga de estos mercados
de biodiversidad, lo que paga se queda. Noé le habría preguntado a cada
especie: Y tú, ¿cuántos recursos puedes generar en los próximos años?