Por: Dr. Guillermo
Castro H.
“como
ellos los del Arte, nosotros tenemos los monumentos de la Naturaleza;
como
ellos catedrales de piedra, nosotros catedrales de verdor;
y
cúpulas de árboles más vastos que sus cúpulas,
y
palmeras tan altas como sus torres”
José
Martí, 1881
A
medida que se torna más compleja la crisis socioambiental que encaramos, ganan
en importancia los problemas relacionados con la mitigación de sus efectos y la
adaptación a sus consecuencias. Dado que uno de los factores de mayor gravedad
en esa crisis radica en el colapso de los ecosistemas que organizan la vida en
la Tierra, se presta atención cada vez mayor al impacto de ese colapso sobre
los servicios que esos ecosistemas ofrecen al desarrollo de nuestra especie.
Estos problemas ganan en claridad al
referirlos a conceptos como los de biosfera y noosfera, elaborados hacia la
década de 1930 por el biogeoquímico ruso Vladimir Vernadsky. Así, la biosfera designa el ámbito del
sistema Tierra en el que la vida crea las condiciones para su propia
existencia, y se constituye en una fuerza geológica de alcance planetario al
crear procesos y elementos que no exisistirían sin ella, como la presencia de
oxígeno en la atmósfera y la de hidrocarburos en el subsuelo, la formación de
suelos y la de rocas calcáreas.
La noosfera, por su parte, designa el
ámbito de la biosfera transformado por el hacer y el saber que distinguen a la
especie humana. En lo cotidiano, esos términos equivalen aproximadamente a los
de naturaleza y ambiente, si entendemos al segundo como el producto de los
procesos de trabajo socialmente organizados mediante los cuales nos
relacionamos con nuestro entorno natural.
Vista así, la crisis socioambiental
expresa el deterioro de las relaciones entre la biosfera y la noosfera generado
por el desarrollo del mercado mundial. En ese deterioro desempeña un importante
papel el colapso de ecosistemas asociado a la expansión urbana, y la extracción
incesante de recursos naturales y la generación masiva de desechos de la
producción y el consumo. Así, en 2011 Will Steffen et al señalaron cómo
“la erosión de los servicios ecosistémicos, es decir, [de] aquellos beneficios
derivados de los ecosistemas que sustentan y mejoran el bienestar humano,
durante los últimos dos siglos” generaba “consecuencias no deseadas sobre el
sistema global de soporte vital que sustenta la empresa humana en rápida
expansión, que se encuentran en el centro de los desafíos interconectados del
siglo XXI.”
Al respecto los autores presentaron una
visión de tales servicios organizada en dos grandes grupos, elaborada a partir
de la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio 2005. El primer
grupo correspondía a la oferta de bienes y servicios, “usualmente
llamados ‘recursos’”, que incluyen “alimentos, fibras y agua dulce (recursos
naturales) y, ahora, abarcan además combustibles fósiles, fósforo, metales, y
otros materiales derivados de los recursos geológicos de la Tierra.”
El segundo consistía en dos grupos de servicios
ecosistémicos. Uno correspondía a servicios de apoyo, como “el ciclo
de nutrientes, la formación del suelo y la producción primaria”, necesarios
para el buen funcionamiento de los sistemas agrícolas, “que algunos llaman
también ‘recursos ambientales’”. En una escala más amplia, incluían también
“procesos geofísicos de beneficio para la humanidad”, como “la provisión a
largo plazo de suelos fértiles […], los flujos ascendentes de la circulación
oceánica que traen nutrientes desde las profundidades del océano para sustentar
muchos de los ecosistemas marinos que proporcionan alimentos ricos en
proteínas,” y el papel de los glaciares como una infraestructura natural “de
almacenamiento para el suministro de recursos hídricos.”
El otro grupo ofrecía servicios de
regulación considerados “gratuitos”, como el control ecológico de plagas y
enfermedades y la regulación del sistema climático mediante la absorción y
almacenamiento de carbono por los ecosistemas, que contribuyen a mantener “un
entorno propicio para la vida humana”. Esto incluye, por ejemplo, el
almacenamiento de carbono por los ecosistemas, como parte de “un servicio
regulador más amplio del sistema terrestre”, “el conjunto de reacciones
químicas en la estratosfera que continuamente forman ozono, esencial para
filtrar la radiación ultravioleta biológicamente dañina del sol, y el papel de
las grandes capas de hielo polares en la regulación de la temperatura.”
Con todo, al referirse a elementos de la biosfera desde su significado para la
noosfera sin considerar la relación entre ambas como un proceso histórico de
interacción mediado por el trabajo, se pierde de vista el vínculo entre
categorías como las de elementos (naturales) y recursos (económicos), y aun las
de naturaleza y ambiente. Desde otra perspectiva, el economista norteamericano
James O’Connor (1930-2017) consideraba a esos servicios ecosistémicos como
parte de un conjunto más amplio de condiciones naturales de producción, que
abarcan “la contribución de la naturaleza a la producción física, independiente
de la cantidad de tiempo de trabajo (o la cantidad de capital) aplicado a la
producción.”
Al respecto, decía que el mercado
trataba “a las condiciones naturales de producción como mercancías
ficticias”, de donde resultaba que
Con un ingenio a la vez torturado y
excéntrico, los economistas neoclásicos intentan hoy asignar precio al aire
limpio, a los paisajes atractivos y a otros elementos de interés ambiental; a
la vida silvestre, e incluso al bosque húmedo tropical. Sin embargo, por mucho
capital que se aplique al suelo, a los acuíferos y a los yacimientos minerales,
éstos son producidos por Dios, que no los hizo para la venta en el mercado
mundial.
Esto, por otra parte, no excluye el hecho
de que, en ese mercado, la ley del valor opera en la relación biosfera /
noosfera en lo que hace a la transformación de elementos presentes en la
primera en recursos que demande la segunda mediante el trabajo. En este
sentido, los llamados servicios ecosistémicos hacen parte de la biosfera y como
tales pueden incluso ser considerados gratuitos desde el punto de vista de la
producción mercantil. Su ausencia, sin embargo, encarece los procesos
productivos que hacían tal uso gratuito de ellos en sus primeras fases de su
desarrollo.
Con ello, el colapso de ecosistemas genera
un mercado de servicios ambientales que hace parte de la noosfera, en
cuanto estos producidos para compensar la pérdida de los
ecosistémicos. El mercado al que se destina esa producción abarca, por ejemplo,
todo lo que va desde la captura de gases de efecto invernadero a la
restauración de ecosistemas degradados, y la gestión de los desechos que hoy
contaminan y alteran el funcionamiento de todos los ámbitos de la biosfera.
Ese mercado se ubica, así, en el eje de
contradicción entre la biosfera y la noosfera, pues
la necesidad de encarar el impacto de la crisis socioambiental genera una
demanda creciente de servicios ambientales. Esto explica que la producción y la
apropiación de esos servicios tiende a constituirse en un factor de conflicto
socioambiental de importancia cada vez mayor, en cuanto sean encaradas como un
medio para promover – o retrasar – el cambio social como una condición para el
ambiental.
Panamá ingresa a ese
conflicto en la transición desde una circunstancia de soberanía limitada por
una situación de protectorado militar que se prolongó por casi todo el siglo XX
hacia otra de pleno ejercicio de los deberes y los derechos de la soberanía en
el XXI. Esto ayuda a entender que, si en el plano ambiental hemos ingresado de
golpe en el Antropoceno al calor de la lucha contra la minería metálica a
infierno abierto, el saber y el hacer aún dominantes en nuestra sociedad son,
en el mejor de los casos, los del desarrollismo liberal de la segunda mitad del
siglo pasado.
Hoy, la producción de
servicios ambientales abre un amplio espacio de oportunidades fomentar el
cambio social necesario para proteger y hacer cada vez más competitivas
nuestras ventajas comparativas en materia, por ejemplo, de dotación de agua y
biodiversidad. Tal será -junto a la diversificación de nuestros servicios al
comercio mundial - el camino que nos lleve a construir en el Istmo, finalmente,
una sociedad próspera, inclusiva, sostenible y democrática. El camino será
largo, pero ya hemos echado a andar.
Alto Boquete, Panamá,
15 de diciembre de 2023
Vernadsky, Vladimir (1938): “The Transition From the
Biosphere To the Noösphere. Excerpts from Scientific Thought as a Planetary
Phenomenon”. 21st Century, Spring-Summer 2012.
https://21sci-tech.com/Articles_2012/Spring-Summer_2012/04_Biospere_Noosphere.pdf
Will Steffen, Asa Persson, Lisa Deutsch, Jan
Zalasiewicz, Mark Williams, Katherine Richardson, Carole Crumley, Paul Crutzen,
Carl Folke, Line Gordon, Mario Molina, Veerabhadran Ramanathan, Johan
Rockstrom, Marten Scheffer, Hans Joachim Schellnhuber, Uno Svedin (2011): “The
Anthropocene: From Global Change to Planetary Stewardship”. Cursivas: gch. https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3357752/
https://www.millenniumassessment.org/es/About.html
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