Agradezco al Arq. Tomás Correa,
coordinador de la Facultad de Arquitectura y Diseño del Centro Regional
Universitario de Azuero de la Universidad de Panamá por esta invitación a la VI
Bienal de Estudiantes de Arquitectura del Centro Regional Universitario de
Azuero (VI BEAC) para reflexionar sobre las causas sociales de la crisis de la
ciudad moderna en general, y particularmente de nuestra ciudad capital y las de
nuestro país, Panamá.
Que nuestras ciudades modernas están en
crisis no requiere mucha evidencia. Basta salir a la calle: expulsión de pobres y trabajadores desde el
centro hacia los suburbios, problemas de transporte público, ineficiente
recolección de basura, escaso suministro de agua potable, calles
intransitables, cortes frecuentes de energía eléctrica por falta de
mantenimiento al sistema, hipotecas de por vida basadas en el interés
compuesto, contaminación, destrucción de la naturaleza y del mundo rural, etc.
En Panamá, no
pasa un día sin que los moradores de alguna comunidad salgan a la calle a
protestar porque no tienen agua, o calles, o escuelas, o centros de salud, o
porque simplemente no se recoge la basura. Esta crítica realidad no puede ser
justificada con la excusa de la reciente pandemia de la Covid-19, sino que
expresa un deterioro constante que data, al menos, de 40 años y, en caso de la
ciudad de Colón, por lo menos 70 años.
Si viajamos a
otros países probablemente encontremos ciudades menos sucias, pero
adentrándonos en ellas podremos apreciar muchos componentes de la crisis que describimos,
sobre todo si visitamos sus suburbios, tugurios o guetos. Ciudades de decenas
de millones de habitantes rodeadas de “favelas”, villas miseria, zonas rojas,
como sea que se les llame, así se trate de México, San Pablo, Buenos Aires, o
Los Ángeles, Detroit, Nueva York, Johannesburgo, Nueva Delhi, Shanghái, etc.
¿Cómo explicar
esta triste realidad del mundo contemporáneo?
Federico Engels,
en su ensayo “Contribución al problema de la vivienda” (1876), dice: “Según
la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia
determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real”.
En la sociedad actual la producción y reproducción
de la vida se hace bajo las condiciones del sistema capitalista de producción:
por el cual, una minoría propietaria de los medios de producción explota y
obtiene plusvalía (ganancia) del trabajo de una mayoría desposeída de medios de
producción que venden su fuerza de trabajo por un salario.
El antropólogo y geógrafo británico, David Harvey,
en “El derecho a la ciudad” señala: “La urbanización siempre ha sido, …, un
fenómeno de clase, ya que los excedentes son extraídos de algún sitio y de
alguien, mientras que el control sobre su utilización habitualmente radica en
pocas manos… surge una conexión íntima entre el desarrollo del capitalismo y la
urbanización.”
De ahí que el proceso de urbanización moderno sirve
por doble vía al sistema de acumulación capitalista: por un lado, es utilizado
como mecanismo de inversión y atesoramiento de las enormes sumas de capital
generadas por la producción industrial de mercancías, o a veces, como mecanismo
al servicio del lavado de capitales salidos de fuentes ilegales, como el
narcotráfico, la corrupción o el robo de bienes públicos; por otro lado, se
convierte ella misma en fuente de más acumulación de capital y ganancia cuando
se mercadean dichas propiedades.
“El crecimiento de las grandes ciudades modernas
concede al suelo localizado en determinadas áreas, particularmente aquellas que
se hallan centralmente situadas, un incremento artificial y colosal de su
valor”, enfatiza Engels en el opúsculo citado. Y agrega que “En realidad
la burguesía no conoce más que un método para resolver a su manera la cuestión
de la vivienda, es decir, para resolverla de tal suerte que la solución cree
siempre de nuevo el problema. Ese método se llama Haussmann”.
George Eugene Haussmann fue un político francés que,
bajo el régimen de Napoleón Tercero, rediseñó la ciudad de París, derribando
los barrios populares que poblaban el centro de la ciudad, con sus pequeñas
callejuelas, en las que la levantisca población fortificaba con barricadas cada
vez que una nueva revolución estallaba. Haussmann trazó las grandes avenidas
que hoy adornan el centro de París, creó un plan urbano de viviendas de lujo en
el centro y expulsó a los pobres a la periferia de la ciudad.
A este método urbanístico ahora se le llama
gentrificación: apropiación para la extracción de plusvalía de las mejores
tierras (renta del suelo) con la expulsión de quienes no pueden pagarla hacia
los suburbios. Trasladando los problemas al extrarradio de la ciudad, los
suburbios o los guetos.
“La producción del espacio capitalista ha
ocasionado el barrido de la ciudad anterior para dejar sitio a una nueva
condición desde la que contemplamos la hegemonía del valor de cambio…
conducirían a la exclusión de poblaciones enteras y a la desintegración de la
ciudad como proyecto colectivo”, ha dicho el filósofo marxista Henri
Lefebvre en su ensayo también titulado “El derecho a la ciudad” de 1968.
La globalización con su integración mundial
económica y las megaciudades con decenas de millones habitantes y la cuasi
desaparición del mundo rural lleva a algunos, como la arquitecta francesa Françoise Choay a hablar
de la “postciudad” y también la “megalópolis”. Para Choay, estas postciudades
implican “la desaparición … de ciertos modos locales de vivir juntos con un
sentido institucional que era específico de aquellas entidades imbuidas de una
cierta identidad y que solían llamarse ciudades”.
Puede decirse entonces que la ciudadanía moderna, es
decir, los habitantes de las ciudades, hemos sido expropiados no solo de los
medios de producción, lo que nos condena a vender nuestra fuerza de trabajo por
un salario, sino que también hemos sido expropiados de la ciudad que habitamos
y la cual ha dejado de pertenecernos.
Hablando de nuestro país. Nuestra capital, la ciudad
de Panamá, fue estructurada por el colonialismo español como centro
administrativo y político, y lugar de asiento de las clases dominantes, pero
también marcada por el característico modo en que el Istmo se ha insertado en
la división internacional del trabajo, y que se ha denominado “transitismo”.
El “transitismo” ha implicado un territorio y una
población dedicados exclusivamente al servicio del comercio internacional,
puente de mercancías y de gentes entre dos océanos, en el que, por esa razón ni
la agricultura, ni la industria han podido desarrollarse y crecer
adecuadamente. El transitismo lo absorbe todo, incluyendo la población que
emigra hacia la zona de tránsito, y que absorbe entre 80 y 90 % de la economía.
En otro ensayo (“Ciudad de Panamá, 500 años entre
ferias y miserias”) hemos establecido que la ciudad de Panamá ha pasado por
diversas etapas históricas, todas ellas asociadas al transitismo:
La aldea de pescadores, antes de la conquista
española.
La ciudad colonial transitista.
La ciudad en la crisis del transitismo del siglo
XVIII y XIX.
La ciudad del ferrocarril y la expropiación del
transitismo.
La ciudad, “a
un canal pegada”, la “ciudad fragmentada”, al decir de Álvaro Uribe.
La ciudad que recupera de la soberanía sobre la zona
expropiada en 1903, y que gracias al canal panameño da impulso al boom
inmobiliario del siglo XXI y la “ciudad emparapetada” (Álvaro Uribe).
No nos detendremos en este momento en cada una de
esas etapas que tuvo sus particulares implicaciones sociales, políticas y
arquitectónicas. Lo importante es resaltar que ese determinismo geográfico, el
transitismo, empeorado por las condiciones de la separación de Colombia y el
Tratado Hay Bunau-Varilla, produjo lo que el arquitecto Álvaro Uribe denominó
hace 30 años “La ciudad fragmentada”.
Producto de la aparición de un fenómeno extraño como
la Zona del Canal, la ciudad de Panamá se vio forzada a un crecimiento anormal,
no concéntrico, sino estirado hacia el este, como un cometa, y con un bache de
por medio por la “zona”, con un salto hacia el oeste.
A ello se sumó el que Estados Unidos no permitió a
la oligarquía panameña de 1903 ningún medio de acumulación de capital basado en
el transitismo, cuyo control se perdió por efecto del Tratado Hay – Bunau
Varilla, y solo le quedaron métodos indirectos de acumulación de capital: como el rentismo,
basado en la propiedad de la tierra de la ciudad y la construcción de
insalubres cuartos de inquilinato para los trabajadores del canal.
La explotación de la vivienda miserable del
inquilinato llevó a dos graves conflictos sociales en 1925 y 1932: el
Movimiento Inquilinario, con su costo de vidas y represión por parte de las
tropas norteamericanas en 1925.
La apropiación de las fincas que rodeaban la ciudad,
hacia el este, por las principales familias de los “próceres” de 1903 (Uribe
reproduce un mapa donde ubica la fincas de los Arias, Obarrio, Espinoza,
Hurtado, Icaza, Lefevre, etc.), produjo con el tiempo la fragmentación de la
ciudad.
Sin un centavo de inversión privada, esperando que
el Estado invirtiera en infraestructura que paulatinamente fue valorizando los
terrenos de dichas fincas, hasta que se fraccionaban para la urbanización, pero
como áreas aisladas unas de otras, siguiendo los contornos de las fincas para
mejor aprovechamiento de la tierra, y sin ningún plan ni control del desarrollo
urbano por partes del Estado. Todo lo cual permite comprender mejor la caótica
situación del tráfico urbano, el transporte público, etc.
Álvaro Uribe resume: “… el factor decisivo en la
producción de la ciudad, lo ha constituido esa forma de pago exigido por la
propiedad monopólica del suelo, la renta,…, En cuanto a la ciudad de Panamá, de
lo anterior se desprende que la ausencia de instrumentos de regulación efectiva
de la expansión urbana, y … la posición complaciente del Estado…, convirtiendo
nuestra ciudad en un mosaico fracturado, en un amasijo de fragmentos… que
constituyen un obstáculo para el disfrute pleno de la vida urbana”.
En “La ciudad fragmentada”, escrita en 1989, cuando
empezaba el proceso de “reversión” de las áreas urbanas de la ex Zona del
Canal, Uribe finaliza expresando la esperanza de que la reversión de lo que fue
la Zona del Canal, permitiera a la ciudad de Panamá corregir muchos de sus
“errores” urbanísticos o que, al menos, se hiciera uno mejor para esas áreas
revertidas.
Hoy, más de treinta años después podemos ver que no
ha sido así. Dos han sido los criterios utilizados por los planificadores del
Ministerio de Economía a cargo de las áreas revertidas:
1. Por un lado, no permitir el uso completo de las
instalaciones revertidas, ni siquiera por agencias gubernamentales, prefiriendo
que se deterioren, antes que su entrada al “mercado inmobiliario” produjera una
devaluación masiva del monopolio de la tierra en las ciudades de Panamá y Colón.
2. Cuando se ha procedido a entregar a la gestión
privada de algunos lugares, en Albrook, Clayton o Howard, se ha reproducido la
anarquía reinante en el resto de la ciudad, sin respetar reglas de uso de
suelo, desarrollo de alcantarillados, respeto a la naturaleza, etc.
Recientemente un canal de televisión dedicó un ilustrativo espacio a esa
realidad en el barrio de Albrook, en el que una moradora confesó que compró su
casa allí creyendo que compraba el paraíso y se ha encontrado con el infierno.
¿Tiene esto solución?
La solución a los problemas de nuestras ciudades no
puede provenir de quienes son los responsables de la actual situación y sus
beneficiarios.
Empezar
a resolver los problemas de nuestras ciudades empieza por proponernos recuperar
“EL DERECHO A LA CIUDAD”, para TODA la ciudadanía, es decir, todos sus
habitantes, como proponen Henri Lefebvre y David Harvey.
Dar
respuesta a este problema no es un simple problema técnico, sino político. Si
bien la arquitectura, el diseño y la ingeniería pueden adoptar mejores
criterios para realizar su labor respetando el ambiente e integrando espacios
públicos para la población, el problema está en los propietarios capitalistas
del negocio inmobiliario, quienes buscarán siempre rebajar los costos para
maximizar ganancias. Esa es una ley del sistema capitalista y solo se puede
cambiar cambiando al sistema económico y social, quitándoles poder a esa
minoría y transfiriéndolo a las mayorías.
Pero
eso requiere, como dijo Engels, un cambio tanto de quienes detentan el poder
político y económico, así como de la forma de organizar la vida, su producción
y reproducción.
Como
dijo Federico Engels: “Quien
pretende que el modo de producción capitalista, las leyes férreas de la
sociedad burguesa de hoy sean intangibles, y, sin embargo, quiere abolir las
consecuencias desagradables pero necesarias, no puede hacer otra cosa que
predicar moral a los capitalistas”. Pero para los capitalistas los consejos
están demás porque: “En cuestiones de dinero sobran los sentimientos”.
Recuperar
la ciudad requiere que una nueva fuerza social y política desplace del poder a
los especuladores, rentistas y los políticos corruptos a su servicio. Recuperar
la ciudad requiere la movilización activa, participativa y democrática de la
ciudadanía. Recuperar la ciudad requiere una nueva generación de arquitectos y
arquitectas, de ingenieros e ingenieras, de diseñadores y diseñadoras
dispuestos a diseñar y luchar por una ciudad democrática, humana y ecológica.
Bibliografía
Beluche,
Olmedo (2020) Ciudad
de Panamá, 500 años entre ferias y miserias. Cuadernos Nacionales (26). pp. 72-80. ISSN 1810-5491
Choay,
Françoise (1999) “De la ville a l’urbain”, Revue D’Urbanisme 309,
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Costes,
Laurence. Del ‘derecho a la ciudad’ de Henri Lefebvre a la universalidad de la
urbanización moderna. URBAN. Septiembre de 2011 – Septiembre de 2012. NS 02. http://polired.upm.es
Engels, Federico. Contribución al problema de la
vivienda. Fundación Federico Engels. https://traficantes.net
Harvey, David. El derecho a la ciudad. http://biblioteca.clacso.edu.ar
Lefebvre, Henri. El derecho a la ciudad. http://biblioteca.clacso.edu.ar
Chitré,
23 de noviembre de 2022.