Por: Miguel Antonio Bernal V.
“La noche del viernes 11 de octubre de 1968
fue una noche larga. Todos tenían miedo: los panameñistas y sus aliados, los no
comprometidos, los samudistas y hasta la Guardia Nacional. Era el primer golpe
militar en la historia republicana de Panamá y nadie podia predecir cuáles
serían las reacciones. Además, se sabía
poco de lo ocurrido puesto que la Guardia Nacional, suspendiendo de inmediato
los derechos constitucionales, destruyó o cerró las radioemisoras que habían
apoyado a la Unión Nacional”
El golpe de estado de 1968 adquirió permanencia con el paso de los años y, ha llegado hasta nuestros días gracias a la constitución por ellos impuesta -hace medio siglo-, que ha terminado convirtiéndose en el ícono no solo de los golpistas de entonces y sus epígonos, sino también de muchos de los que durante un tiempo dijeron adversar la dictadura, para convertirse luego en sus espoliques y ujieres.
Las
estructuras económicas, la telaraña jurídica, las desigualdades sociales, la
ausencia de infraestructuras de salud, vivienda y de educación, encuentran sus raíces y capacidad
de mantenimiento en la ferrea voluntad de los factores reales de poder de
mantener el status quo, al tiempo que procuran avanzar en sus objetivos del
cambio para que nada cambie.
Vivimos
bajo un golpe de estado permanente, dado que no hemos logrado sentar las bases
para encaminarnos hacia un Estado Constitucional y Democrático de Derecho. Por
ello, no debemos dejar de ser exigentes en lograr la existencia de Órganos el
Estado dotados de las características esenciales de independencia, transparencia
e imparcialidad.
Hoy por
hoy, estamos lejos de esos logros dado que, las cúpulas de los Órganos del
Estado nadan en un mar de corrupción y de impunidad que ahoga las esperanzas y
aspiraciones de la ciudadanía que ama la libertad, que defiende su dignidad y
que no ha cedido en los principios y valores que guian hacia la
institucionalidad y una verdadera constitucionalización de nuestra República.