Aram Aharonian
rebelion.org / 03-09-2020
Eduardo –Gius, Edu, Dudi, Abu- es hoy un legado de millones de palabras, escritas en numerosos libros, dichas en múltiples discursos, convertidas en texto, sonido e imagen, retomadas por miles y miles de jóvenes y adultos, hombres y mujeres inconformes a lo largo y ancho de este planeta, en las entrevistas concedidas, en todas esas frases que rondan Internet…
El 3 de septiembre de 1940 nacía en Montevideo el escritor y periodista uruguayo, Eduardo Galeano. El autor de Las venas abiertas de América latina, fallecido el 13 de abril de 2015, hubiera cumplido 80 años. Considerado como uno de los más destacados artistas de la literatura latinoamericana, sus trabajos trascienden géneros ortodoxos y combinan documental, ficción, periodismo, análisis político e historia.
Galeano, un seductor en y con su prosa, es considerado el maestro de los relatos cortos. Fundador de la revista Crisis, autor de libros como Memoria del fuego, Galeano fue encarcelado y obligado a abandonar Uruguay en 1973. Luego viajó a Argentina y debió exiliarse en 1976, tras el comienzo de la dictadura. Consecuentemente con ese contexto, Las venas abiertas de América latina fue prohibido en una buena parte de la región.
La editorial Siglo XXI, que ha publicado todos sus libros, anunció que lanzará en redes sociales el hashtag #Galeano, para invitar a compartir sus textos y lecturas. Así estarán disponibles Bocas del tiempo, El fútbol a sol y sombra, El libro de los abrazos, Espejos, los tres tomos de Memoria del fuego, Días y noches de amor y guerra, El cazador de historias y Los hijos de los días, entre otros.
Eduardo de América (Lapobre)
A Eduardo Germán María se le dio por firmar con el apellido materno, Galeano, para no usar el paterno anglosajón, Hughes, aun cuando utilizó el Gius para firmar sus caricaturas. Eduardo fue frustrado futbolista (por patadura), obrero, mensajero, caricaturista, periodista y finalmente escritor, para “ayudar a recuperar los colores y la luz del arco iris humano, algo mutilado por años, siglos, milenios de racismo, machismo, guerras y más. Sí, hermano, somos mucho más de lo que se nos dice”.
Incansable caminador errante de América Lapobre, fue corresponsal de Prensa Latina en Venezuela, y para no extrañar las costas montevideanas, se alojó en el desvencijado Hotel La Alemania de Macuto, a unos 40 kilómetros de Caracas. Mucho años después, para olvidar que casi muere de malaria en el trópico (escribió un relato sobre su delirio), logró bañarse nuevamente en el Caribe, frente al mismo hotel, que había resistido la vaguada de 1999.
Su amigo Luis Britto García cuenta que cada vez
que las policías o los virus o los infartos se ensañaban contra Eduardo, éste
salía repotenciado. Consecutivos exilios lo separan de la edición de Marcha y
de Época (en Montevideo) y de Crisis, una de las revistas de repercusión
continental que en 1973 cierra la dictadura argentina. En su exilio en
Barcelona, las autoridades le exigían que tuviera trabajo para renovarle la
visa, pero no le permitían trabajar si no tenía renovada la visa.
Rico en exilios, Eduardo se gambeteó varios géneros literarios para lograr que la plenitud de sus mensajes le llegara a todos. Conoció y vivió con guerrilleros mayas, mineros bolivianos, garimperios venezolanos, consciente de que de esa fragmentación iba a nacer la totalidad en su Memorias del Fuego, mural en el cual las partes se miran con el todo, hecho de detalles que resultan leyes generales y de análisis ágiles como aforismos.
Eduardo comenzó a apuntar las ideas en servilletas y manteles de papel y luego en minúsculas libretitas, que se convertían en cuentos, novelas, tratados sociopolíticos, entrevistas y reportajes, con frases demoledoras.
Britto se anima a decir que, al tratar la historia como folletín apasionante y la mitología indígena como noticia y la denuncia como poesía, Galeano se va haciendo cada vez más propenso a la antología, porque todo lo suyo es antologizable.
“Me parece admirable la capacidad que han tenido los indígenas de las Américas en perpetuar una memoria que fue quemada, castigada, ahorcada, despreciada durante cinco siglos. Y la humanidad entera tiene que estarle muy agradecida, porque gracias a esa porfiada memoria sabemos que la tierra puede ser sagrada, que somos parte de la naturaleza, que la naturaleza no termina en nosotros. Que hay posibilidades de organizar la vida colectiva, formas comunitarias que no están basadas en el dinero. Que la competencia contra el prójimo no es inevitable y que el prójimo puede ser algo mucho más que un competidor”, escribió en Memoria del fuego.
Las venas abiertas, el libro que Hugo Chávez le
regaló a Barack Obama para que entendiera Latinoamérica, desmenuzaba la barbarie
estadounidense en el continente, el fervor gringo por apoyar dictaduras y
genocidios para hacer sus negocios. “Intentaba ser un libro de economía
política, pero yo no contaba con suficiente entrenamiento o preparación”, dijo.
Incluso, y con humor, reconoció que no sería capaz de leerlo de nuevo porque se
desmayaría: “Para mí esa prosa de la izquierda tradicional es extremadamente
pesada y mi mente no la tolera”. Obviamente, la derecha lo intentó utilizar en
su contra, pero logró que muchos que no lo habían leído, accedieran al texto.
Ahora Mujeres nos envenena de belleza y feminismo, con la ayuda de Helena Villagra, la soñadora, su esposa por cuatro décadas.
Eduardo era un gran escuchador, el cacique Oreja Abierta, como él se definía. Siempre habló de y para los jóvenes, de y para los indígenas, en contra de los narcoestados y el neoliberalismo, en favor de la ecología y la legalización de las drogas. Habló contra el olvido y del rescate de la memoria para encontrar los caminos del futuro común.
Pero también fue un exiliado político, de lo que se abstuvo de hacer una profesión. Salió de Uruguay después de haber sido encarcelado por la dictadura, cruzó el Río de la Plata para vivir en Argentina, pero –amenazado de muerte- de nuevo tuvo que abandonar ese país con destino a España. Bah, a Cataluña.
En 1985 regresó a su país, donde cofundó el
semanario Brecha. Ese mismo año obtuvo el premio Stig Dagerman, y a lo largo de
su vida recibió varios doctorados Honoris Causa por parte de universidades en
Cuba, El Salvador, México y Argentina, en 2010 el Premio Manuel Vázquez
Montalbán en la categoría de Periodismo Deportivo y en 2013 la Orden Simón
Rodríguez de manos de Nicolás Maduro: Chávez no sobrevivió para entregársela,
tras rechazar una condecoración con el nombre de Francisco de Miranda, “agente
inglés”.
Solidario por antonomasia, con los pueblos y las ideas. De sus últimos textos publicados rescatamos: “Los huérfanos de la tragedia de Ayotzinapa no están solos en la porfiada búsqueda de sus queridos perdidos en el caos de los basurales incendiados y las fosas cargadas de restos humanos. Los acompañan las voces solidarias y su cálida presencia en todo el mapa de México y más allá, incluyendo las canchas de fútbol, donde hay jugadores que festejan sus goles dibujando con los dedos, en el aire, la cifra 43, que rinde homenaje a los desaparecidos”.
Siempre del lado de los pobres, de los indignados, su activismo social y compromiso con los desprotegidos lo llevó a Chiapas a conocer de cerca al Ejército Zapatista de Liberación Nacional, experiencia que vertió durante varios años en diversos artículos, por ejemplo, en Una marcha universal (2001). “Los que hablan del problema indígena tendrán que empezar a reconocer la solución indígena. Al fin y al cabo, la respuesta zapatista a cinco siglos de enmascaramiento, el desafío de estas máscaras que desenmascaran, está despegando el espléndido arcoiris que México contiene y está devolviendo la esperanza a los condenados a espera perpetua”.
“Los indígenas, está visto, sólo son un problema para quienes les niegan el derecho de ser lo que son, y así niegan la pluralidad nacional y niegan el derecho de los mexicanos a ser plenamente mexicanos sin las mutilaciones impuestas por la tradición racista, que enaniza el alma y corta las piernas”.
En 2008, Galeano recibió la distinción del Mercosur –el primer ciudadano ilustre de la subregión- y brindó un inolvidable discurso, en el que dijo ser «patriota de varias patrias». «Sólo siendo juntos seremos capaces de descubrir lo que podemos ser, contra una tradición que nos ha amaestrado para el miedo y la resignación y la soledad y que cada día nos enseña a desquerernos», expresó.
A Eduardo lo conocí cuando yo comenzaba como redactor deportivo en Época y nuestra amistad se prolongó en cafés, almuerzos y largas cenas en distintas ciudades (las últimas en Montevideo, con Ze Fernando y Angelito Ruocco como cocineros, con vino Tannat para nosotros, cerveza para él), donde los cuentos sobre y de sus nietos iban ganando espacio. Pero este 3 de septiembre no podremos compartir comida armenia.
Fue el referente y promotor de varios emprendimientos, entre ellos Telesur, cuando nos enseñó a vernos con nuestros propios ojos y reconocernos en nuestro propio espejo.
Solidario con los palestinos (“Desde 1948 viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir a sus gobernantes”), los pueblos indígenas, los haitianos, los pueblos sojuzgados y que luchan por su futuro.
Pero también con sus amigos, que supo
desparramar por toda América y el mundo. Los indignados, los luchadores de
América Lapobre y el mundo perdieron a uno de sus guías, a uno de sus escasos
referentes intelectuales y políticos de las últimas cinco décadas. Y a un
amigo.
“La identidad no es una pieza de museo,
quietecita en la vitrina, sino la siempre asombrosa síntesis de las
contradicciones nuestras de cada día. En esa fe, fugitiva, creo. Me resulta la
única fe digna de confianza, por lo mucho que se parece al bicho humano, jodido
pero sagrado, y a la loca aventura de vivir en el mundo (…) Al fin y al cabo,
somos lo que hacemos para cambiar lo que somos: de los miedos nacen los
corajes; y de las dudas, las certezas. Los sueños anuncian otra realidad posible
y los delirios, otra razón”, decía.
Eduardo –Gius, Edu, Dudi, Abu- es hoy un legado de millones de palabras, escritas en numerosos libros, dichas en múltiples discursos, convertidas en texto, sonido e imagen, retomadas por miles y miles de jóvenes y adultos, hombres y mujeres inconformes a lo largo y ancho de este planeta, en las entrevistas concedidas, en todas esas frases que rondan Internet… y que hoy, por suerte, buscan las nuevas generaciones.
“Este es un mundo violento y mentiroso, pero no podemos perder la esperanza y el entusiasmo por cambiarlo… la grandeza humana está en las cosas chiquitas, que se hacen cotidianamente, en el día a día que hacen los anónimos sin saber que la hacen”, en eso seguimos.
*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).