Noam Chomsky
Entrevista Bernarda Llorente
rebelión.org | 15/09/2020 |
El
lingüista y politólogo estadounidense Noam Chomsky, uno de los
intelectuales más elocuentes para leer los escenarios complejos que se
articulan por debajo de la pandemia que hoy paraliza al mundo, sostiene que estamos
ante una confluencia crítica generada por el deterioro de la democracia, la
inminencia de una catástrofe medioambiental y la amenaza de una guerra nuclear:
la evolución de ese panorama depende de las próximas elecciones en su país, a
las que define en una entrevista exclusiva con la presidenta de Télam como «las
más importantes no sólo en la historia de Estados Unidos sino también en la
historia de la humanidad».
A los 91 años, el brillante pensador y autor de obras como «El nuevo orden
mundial (y el viejo)» o «Poder y terror» mantiene la potencia de
su voz disidente y antibelicista que a lo largo de más de sesenta años lo llevó
a compatibilizar sus aportes académicos con intervenciones públicas que le han
valido represalias de los sucesivos gobiernos de su país, como ser detenido por
condenar la guerra de Vietnam, figurar en la lista negra del ex presidente
Richard Nixon o recibir duros cuestionamientos por denunciar la guerra sucia de
Ronald Reagan.
Acusado a veces de «antiamericano» por la dureza de sus críticas, Chomsky tiene
un rol activo en causas colectivas -hace pocos meses firmó junto a 150
intelectuales un manifiesto donde alertan sobre el riesgo de la censura a los
contenidos que no se ajustan a los parámetros impuestos por la corrección
política- sin dejar de atizar sus cruzadas personales: el combate a las
multinacionales, al neoliberalismo y al actual presidente Donald Trump, a quien
caracteriza en una entrevista con Télam, vía Zoom desde su casa en Tucson
(Arizona), como «una especie de dictador de pacotilla que ha creado en Washington
un pantano de corrupción».
Entrevista
Dr.
Chomsky, mientras una parte importante de la humanidad pareciera centrada en el
impacto del Coronavirus y sus consecuencias, usted redobla la apuesta y
advierte que la sobrevivencia de nuestra especie humana es lo que
verdaderamente está en peligro.
Debemos reconocer que este es un momento
histórico notable. Estamos en medio de una confluencia de crisis existenciales:
la de la catástrofe medioambiental, la de la guerra nuclear, la crisis del deterioro
de la democracia, que es el único medio para combatir estas crisis. Y, además, las
crisis de pandemias. El Covid-19 en particular -del que saldremos- tendrá un
costo innecesario, terrible. Pero no será el último. Hemos tenido mucha suerte
hasta ahora porque las repetidas epidemias de coronavirus que hemos vivido
lograron contenerse. El ébola, por ejemplo, fue altamente letal pero no
demasiado contagioso. El SARS es muy contagioso, pero no muy letal. La próxima
pandemia que se presente podría ser ambas: altamente contagiosa y altamente
letal. Entonces nos enfrentaremos a algo así como la peste negra del siglo XIV.
Podemos prevenirlo, pero hay que hacerlo.
¿Por qué tenemos una pandemia hoy?
Es una pregunta importante para hacer. Tuvimos la epidemia de SARS en 2003, un
virus muy similar. Los científicos advirtieron que vendrían otros, que debíamos
prepararnos y sabíamos cómo hacerlo: aislar los virus, planificar cómo
desarrollar una vacuna, fortalecer un sistema de prevención de pandemias. Todo
está bastante claro. Pero no basta con tener la información, alguien tiene que
hacerlo. Las grandes empresas farmacéuticas tienen los recursos, los
laboratorios, etc. No lo hacen, sin embargo, porque hay algo que se llama capitalismo.
El capitalismo dicta que siempre intentes aumentar tus ganancias. No gastas
dinero en algo que podría suceder dentro de diez años y en lo que no se ganará
mucho dinero, de todos modos. Tienes la vacuna, la gente la usa, se acabó. Las
compañías farmacéuticas invierten en cosas que puedan seguir vendiendo mañana.
¿Tal vez las crisis están mostrando la
necesidad de que el Estado retome su protagonismo?
El gobierno tiene recursos inagotables,
laboratorios maravillosos, pero no puede hacerlo por algo llamado
neoliberalismo. Como lo expresó Ronald Reagan en su discurso inaugural, “el
gobierno es el problema, no la solución”. Esto significa que las decisiones
tienen que pasar de las manos del gobierno al poder privado. ¿La razón? Ellos
creen que el gobierno es una institución defectuosa porque responde a la
población, al menos en parte, y ese es un problema grave. No podemos
permitirlo. Por tanto, para ellos es necesario trasladar las decisiones a
tiranías privadas que no rinden cuentas al público en absoluto. Se llama
“libertad” en el discurso orwelliano contemporáneo. Volviendo a la pandemia,
significa que el gobierno no pudo intervenir, porque nunca pensaron en la
gente. Así que no hubo esfuerzos para desarrollar la vacuna y así
sucesivamente. No obstante, hubo algunos avances.
¿Se refiere a las políticas del
presidente Obama y su propuesta de seguro médico? ¿Cuánto devastó Trump de ese
legado?
La administración Obama puso en funcionamiento un plan de respuesta ante una
pandemia que era bastante esperable que estallara. Hubo investigaciones
conjuntas entre científicos estadounidenses y chinos para tratar de identificar
coronavirus en cuevas de China e intentar secuenciar los genomas. Se ejecutaron
programas de demostración para ver qué pasaría si el virus se propagaba. Todas
estas iniciativas sucedieron hasta enero de 2017. Si bien no eran suficientes,
al menos eran algo.
A los primeros días de asumir, Trump desmanteló estos proyectos. Todos los años
ha intentado retirar los fondos. La última vez fue en febrero de 2020. Cuando
la pandemia se desata, el presidente recorta los gastos relacionadas con la
salud pública, incluidos los del Centro para el Control de Enfermedades. Como
resultado, Estados Unidos estaba singularmente mal preparado cuando golpeó la
pandemia. Ha habido todo tipo de incompetencia y malicia en relación a su
manejo.
Lo que aparecen como serios desatinos del
presidente Trump ha contado, en realidad, con respaldos institucionales
sólidos.
El Congreso Republicano ha aprobado cientos de esfuerzos legislativos para
acabar con la ley de atención asequible, la ley de Obama, y no dejar nada en su
lugar. La ley algo avanzó. No se acerca a lo que tienen otros países, pero al
menos fue un adelanto y quieren matarla, porque para ellos, no debería existir
nada fuera del mercado. Si puedes sobrevivir bien o si no mal. Se llama
“Libertario”, lo que es una broma de mal gusto. Es totalitaria. Te están
diciendo que, si eres lo suficientemente rico para sobrevivir, genial; si no lo
eres, mala suerte. Eso se está manifestando en la crisis del Covid-19. Hay
mucha gente que se niega a hacerse la prueba porque es demasiado cara. Me
refiero a que técnicamente el gobierno paga, pero luego la gente recibe copagos
que su compañía de seguros no pagará. Los ciudadanos de los Estados Unidos son
el cuatro por ciento de la población mundial y el 25 por ciento de los casos.
No hay mejoría. De hecho, está empeorando. Yo no he salido de mi casa en cuatro
meses.
¿Hay un
momento en que estas ideas tomaron mayor fuerza?
Echa un vistazo a los hospitales, especialmente desde Reagan. Los programas
neoliberales de Reagan fueron realmente duros con la población en general. Los
hospitales funcionan con un modelo comercial, deben ser eficientes, solo tienen
los recursos a utilizarse en una situación normal. Se asemejan a una línea de
montaje en la empresa Ford Motors. Con los recursos justos. Cuando se presenta
cualquier situación excepcional, el desastre es total. De hecho, este modelo de
negocio reaganiano tuvo un efecto en todo el mundo. Esas son las batallas que
se libran internamente en Estados Unidos, pero lo mismo está sucediendo en
todas partes. Los movimientos populares están tratando de moverse hacia una
sociedad viable y habitable. Y la pregunta es ¿quién va a ganar?
¿Cómo revertir algunas de estas políticas
frente a tantas urgencias?
Por supuesto que es mucho lo que puede
hacerse, pero hay que superar barreras serias. Hay que superar la lógica
capitalista, hay que superar la plaga neoliberal y hay que superar el liderazgo
malévolo; tres barreras principales. No va a ser fácil, pero no es
imposible. Las otras crisis: calentamiento global, guerra nuclear, deterioro de
la democracia, sabemos cómo afrontarlas y es imprescindible hacerlo. No queda
mucho tiempo.
En este contexto, el resultado electoral
del próximo 3 de noviembre, ¿puede ser la bisagra para superar o agravar las
distintas crisis que viene enumerando y describiendo?
Claro, las elecciones de 2020 son probablemente las más importantes que ocurran
no sólo en la historia de Estados Unidos sino también en la historia de la
humanidad, por una razón que no se discute y que es en sí misma asombrosa. Es
la pregunta más importante que hoy enfrenta la humanidad y, de no se
responderse pronto, podría significar el fin de la vida humana organizada en la
Tierra. Se trata de la catástrofe
medioambiental que se avecina. No está lejos, no se puede retrasar y debemos
decidir si la vamos a enfrentar. Este es el tema principal que está en juego en
la elección. El presidente Trump y
su partido han dejado muy claro que quieren acelerar la carrera hacia el
desastre.
Quizás sea una señal de que la especie humana
es simplemente inviable, si no puedes lidiar con un problema como este. Y no es
el único. La segunda cuestión crucial que enfrentan los seres humanos -y que
tampoco se menciona- es la creciente amenaza de guerra nuclear. Es muy alta,
mayor que durante la Guerra Fría según los principales expertos en el tema, y
sigue elevándose considerablemente. Tenemos que preguntarnos en qué tipo de
sociedad vivimos. Qué clase de especie
somos si no estamos dispuestos a parar estos desastres.
¿Cuál es la razón para que estos temas
tan vitales y urgentes no sean la prioridad en la agenda política
estadounidense?
Estados Unidos es un país muy libre, más que cualquier otro en el mundo. Por
otro lado, es la más empresarial de las democracias occidentales. Los
empresarios estadounidenses tienen una elevada conciencia de clase. Son
marxistas hasta la médula, en una especie de marxismo vulgar invertido.
Libran conscientemente una guerra de clases, sin descanso, sin retroceder, sin
detenerse nunca. Y hay resultados.
Las instituciones financieras son tan poderosas que no permiten resolver estos
temas porque para ellos no son un problema. La población lo quiere, pero cada
vez que se hace algo las instituciones financieras vienen y lo aplastan. Bueno,
¿por qué deberían existir? ¿Por qué deberíamos tener el 40 por ciento de las
ganancias en Estados Unidos en manos de instituciones depredadoras, que no
hacen nada por la economía y probablemente la perjudican? ¿Por qué deberíamos
tener una industria de combustibles fósiles, que cumplió su función en las
primeras etapas del desarrollo capitalista, pero ahora es una institución que
se dedica a matar personas y destruir la vida en la Tierra? ¿Por qué
conservarla? ¿Por qué no hay un rechazo masivo? Ni siquiera sería tan caro actualmente
con el precio del petróleo a la baja. Por mucho menos gasto del que se dedica a
otras cosas, el gobierno podría acabar con la industria de los combustibles
fósiles. ¿Por qué no tapar los pozos que tienen fugas de metano o avanzar hacia
una energía sostenible? Son tareas factibles, pero antes que nada deben
elevarse al nivel de conciencia.
En este sentido, se observa el
surgimiento de nuevos tipos de activismo político sumados a las protestas
masivas, con una intensa participación de los jóvenes, o fenómenos como el
movimiento Black Lives Matter. ¿Qué significa la aparición de estos nuevos
factores y actores en la política estadounidense?
Es muy significativo. Black Lives Matter
después del asesinato de George Floyd no se parece a nada en la historia de
Estados Unidos, literalmente. Nunca ha habido un movimiento social que se haya
desarrollado a tal escala con un enorme respaldo popular. Dos tercios de la
población lo apoyaron, eso es más que lo que Martin Luther King logró en pleno
apogeo. Es solidaridad entre negros y blancos, marchando del brazo, buscando
temas importantes que abordar; no solo los ataques policiales contra los negros
-que ya es bastante escandaloso- sino también problemas mucho más profundos. Si
bien es un cambio notable en la sociedad estadounidense no es un fenómeno
aislado. Es uno de los muchos signos de una conciencia creciente acerca de los
problemas más enraizados y complejos. Han transcurrido 400 años desde que
trajeron esclavos a los Estados Unidos; 400 años de continua violencia y
opresión sin tregua hasta el presente, con un lúgubre legado. Y finalmente se
está considerando con bastante seriedad. Hace un par de meses el New York Times
publicó una serie muy significativa llamada “1619” (fecha del comienzo del tráfico
de esclavos), en la cual se exponía los crímenes atroces de la esclavitud y la
post esclavitud hasta el presente. Hace unos años hubiera sido inimaginable, ni
siquiera se le hubiera ocurrido a alguien hacerla.
¿Cuánto influye el racismo y antirracismo
en las próximas elecciones del 3 de noviembre?
Está teniendo un efecto sustancial. Para la
administración Trump, para el Partido Republicano, es la pieza absolutamente
central de su campaña. Hacen hincapié abiertamente sobre la supremacía blanca. El
tema central es mostrar una América cristiana blanca en peligro; mientras
disminuye su número y crece sobre ella la amenaza de personas de color, de
minorías, de sectores con ideas progresistas, hay que preservar la América
cristiana supremacista, blanca y racista. Ese es el tema abierto de la campaña.
Nunca ha existido nada parecido. He visto corrientes subterráneas de este tipo
a lo largo de la historia de Estados Unidos, pero nada tan abiertamente
racista. No es solo la campaña, son los tweets, los comentarios, cada declaración
que está haciendo Trump es una incitación a la supremacía blanca, al odio
blanco. Su base son ahora los evangélicos, ese 25 por ciento de la población
que es republicana, rural, tradicional, conservadora, cristiana blanca.
Hoy se refleja en el clima social un
nivel de polarización que no se veía desde hace décadas. Una parte importante
esta movilizada con cuestionamientos profundos. ¿Las protestas pueden ser el
motor del cambio?
Sí, es posible con un activismo popular comprometido. Es el tipo de cosas que
se están viendo en las calles después del asesinato de Floyd. Ese tipo de
movilización intergeneracional y multiétnica puede generar cambios. De hecho,
ha llevado a todos los cambios positivos que han tenido lugar a lo largo de la
historia: abolición de la esclavitud, derechos de la mujer, oposición a la
agresión, lo que sea; siempre ha venido del mismo lugar y eso puede pasar
ahora. Pero hay que hacerlo. Todo lo que hemos mencionado tiene soluciones que
no son utópicas, están al alcance. Es necesario que alguien recoja la pelota y
corra con ella. Algunas de las formas de hacerlo es manifestarse en las calles
u ocupando oficinas del Congreso, como lo hizo el grupo de jóvenes Sunrise Movement con la oficina de Nancy
Pelosi. Bueno, obtuvieron apoyo de los representantes jóvenes elegidos en la
ola de Sanders, especialmente Alexandria Ocasio-Cortez, y se logró poner un New Deal Verde en la agenda legislativa
por primera vez. Ese es un prerrequisito para la supervivencia, la enorme
oposición en los centros de poder, la industria de combustibles fósiles, las
industrias financieras, los bancos, etc. Es el tipo de cosas que ofrecen
esperanza de una supervivencia y una vida digna. Se puede hacer, pero no ocurre
por sí solo.
¿Cómo juega el Partido Demócrata en este
nuevo escenario político y con un panorama electoral en el que lleva ventaja,
pero puede ser imprevisible?
Los movimientos populares son tremendamente significativos, también al interior
del Partido Demócrata. ¿Cuál se impondrá? El partido de la base popular, que es
una especie de socialdemócrata, o el de los clintonistas, orientado hacia los
donantes, particularmente los más ricos. La oposición demócrata está dividida
entre estas dos tendencias y sus diferencias se plasman en muchos temas
importantes. Uno, por ejemplo, el cambio climático. Joe Biden y Kamala Harris,
los nominados a la presidencia y vicepresidencia, pedían el fin de los
subsidios para las empresas de combustibles fósiles, demanda explicitada en la
plataforma electoral de 2016. La idea de que el gobierno subsidie a las
empresas que se comprometen a destruir la vida en la Tierra está más allá de
las palabras. Y no solo en los Estados Unidos, sucede en todo el mundo. El
Partido Demócrata, dirigido por burócratas seguidores de Clinton, la eliminó
del programa, ante el riesgo de que estas empresas dejarán de contribuir a la
campaña.
¿Cuán profundas son las diferencias entre
el ala más “progresista” y la “burocracia recaudadora”, como usted llama a los
seguidores de Clinton?
Echa un vistazo a la campaña de Sanders. Las posiciones de Bernie son
condenadas en un espectro amplio, incluso por liberales que dicen: “son
agradables, son buenas, pero el país no está preparado para ellas”. Repasemos
el programa para el que el país “no está preparado”. Sanders tiene dos
propuestas principales: una es la atención médica universal. ¿Se te ocurre
algún país que no tenga salud universal? No, existe en todas partes. Entonces, lo
que se afirma en todo el espectro mediático es que es demasiado radical decir
que Estados Unidos podría llegar al nivel de cualquier otro país avanzado,
incluso al de los países pobres. “Es imposible. No podemos llegar tan alto”.
El otro programa es la educación superior gratuita. Está en todas partes; en
los países capitalistas más avanzados, aquellos con mayores récords y logros:
Alemania, Finlandia, Francia, dondequiera que mires hay educación superior
gratuita. Los países pobres también la tienen. Pero suena como algo demasiado
radical para los estadounidenses. Para los clintonistas -burócratas,
conservadores, preocupados por los donantes ricos – estas propuestas no se
pueden permitir. Para la base popular son fundamentales; desean elevarse al
nivel del resto del mundo.
Casi habiendo terminado su primer
mandato, ¿Qué cree que ha significado la presidencia de Trump para la
democracia estadounidense?
Abres los periódicos casi todos los días, por ejemplo, en el New York Times, y
ves un titular que dice “¿Es este el fin de la democracia estadounidense?”,
“¿Es esta la última elección estadounidense?”. No son teorías conspirativas
marginales. La supervivencia de la democracia está en juego. La democracia no
se basa solo en reglas y leyes. Se basa en la buena fe y la confianza. La
democracia moderna más antigua, Gran Bretaña, tiene 350 años, su constitución
se puede escribir en una pequeña tarjeta, es una oración o dos. Y ha existido
gracias a la buena fe y la confianza. Cuando Boris Johnson prorrogó el
Parlamento, para poder aprobar su versión del Brexit, hubo un gran alboroto en
Inglaterra y la Corte Suprema reaccionó. Eso no sucedería en Estados Unidos con
la Corte que tenemos.
Lo que está haciendo Trump es mucho más
extremo. El Poder Ejecutivo ha sido casi totalmente depurado de cualquier voz
crítica o incluso independiente. Quienes quedan son sólo aduladores, como Mike
Pompeo o Mike Pence. Constitucionalmente, los nombramientos realizados por el
presidente deben ser ratificados por el Congreso, por el Senado. No está
sucediendo. Ni siquiera los envía para su confirmación. Simplemente los nombra
en un puesto temporal. Trump ha creado en Washington un pantano de corrupción.
Es como una especie de dictador de pacotilla.
¿En la
era Trump no solo se redujeron derechos, también se vio afectada la calidad
institucional de una democracia que aparecía como “ejemplar”?
¿Qué queda de la democracia? No demasiado. Hay mucho de qué culpar a los
demócratas. Mucho. Pero lo que está pasando en el Partido Republicano nunca
ocurrió en la historia de la Democracia Parlamentaria, bajo el liderazgo de un
dictador de pacotilla. El Senado en manos de Mitch McConnell, cómplice cercano
del Presidente, simplemente se niega a actuar. No hace nada más que aprobar
leyes para enriquecer a la porción del electorado super rico de Trump: recortes
de impuestos, exenciones corporativas, etc. También se dedica a copar de lleno
el poder judicial, con abogados jóvenes de ultraderecha que permanecerán por
más de una generación y podrán bloquear cualquier legislación que se aleje de
sus posiciones extremadamente reaccionarias. Este es el Senado. El Poder
Ejecutivo se acabó.
Como ha señalado muy claramente, en
Estados Unidos conviven un gobierno que se va corriendo cada vez más a la
extrema derecha del espectro político, con enormes movimientos políticos de
participación masiva en medio de esta profunda crisis de salud, que ha
agudizado muchas de las contradicciones subyacentes. En ese contexto, ¿Cómo
imagina el mundo post-covid-19?
Quienes produjeron la crisis en la que estamos ahora (la pandemia, el
calentamiento global -que es mucho más grave-, la amenaza de una guerra
nuclear, la destrucción de los procesos democráticos, básicamente todo el
programa neoliberal) están luchando sin descanso para asegurarse que el sistema
que crearon, del que se han beneficiado, persista de una forma aún más dura,
con mayor vigilancia y control. Una tendencia mundial que se ejemplifica en la
política exterior de Trump. No es fácil encontrar demasiada coherencia en el
caos de la administración actual, aunque destacan algunos ítems.
En asuntos internacionales la intención
descrita abiertamente por Steve Bannon (uno de los principales estrategas de
Trump en los primeros años) ha sido crear una internacional reaccionaria; una
internacional de los Estados más derechistas del mundo, dirigida por la Casa
Blanca. Eso significa en Medio Oriente alentar las dictaduras familiares del
Golfo, MBS [Mohammad bin Salman, príncipe de Arabia Saudita] y el resto. O
apoyar la peor dictadura en la historia de Egipto (Trump la llama su dictadura
favorita), o que Israel se haya movido muy a la derecha.
En el hemisferio occidental, respaldar países
como el Brasil de Bolsonaro o a otras figuras de ultraderecha. Moviéndonos más
hacia el este tenemos la India de Modi, que intenta desmantelar la democracia
secular. El grupo gobernante radical hindú es su candidato preferido. En
Europa, Victor Orban de Hungría, quien atenta contra el sistema democrático y
además de otros ejemplos que abundan por el mundo. Básicamente, una iniciativa
internacional reaccionaria de la Casa Blanca.
Se trata de una estrategia global que se combina a nivel nacional con los
programas neoliberales que han perjudicado gravemente a la población y han
beneficiado enormemente a una minoría minúscula. Persistirán en una forma aún
más dura, esa es una tendencia internacional.
¿Qué alternativas hay frente a esto?
¿Cuál sería la respuesta?
En todo el planeta hay fuerzas populares que dicen “ese no es el mundo que
queremos”, “ese no es un mundo en el que la gente pueda vivir una vida digna,
en el que la sociedad pueda sobrevivir, en el que habrá políticas dirigidas a
las necesidades no lucrativas”. Se están reuniendo de hecho. En unos días se
realizará el primer encuentro de la Internacional Progresista. Fue fundada por
la gente de Bernie Sanders en los Estados Unidos, Young 25 en Europa con la
gente de Varoufakis (ex ministro de economía de Grecia), un movimiento europeo
transnacional que está tratando de preservar lo que es valioso en la Unión
Europea y superar sus serias fallas. Tienen candidatos en el Parlamento Europeo
y han traído voces del Sur Global. La primera reunión tendrá lugar en Islandia,
el primer ministro es miembro de la organización. Eso representa otra fuerza en
distintos lugares del mundo. Representa una especie de guerra de clases a
escala internacional, enfrentando riesgos que nunca han existido en la historia
de la humanidad. Son colosales. Se trata literalmente de la supervivencia de la
humanidad. Esa es la situación que tenemos ahora mismo, no se puede hacer una
predicción.
Sabemos muy bien cómo actuarán las fuerzas
reaccionarias. Tienen recursos económicos, poder estatal, tienen programas,
están comprometidos. La pregunta es cómo reaccionará la población general del
mundo. Tienen opciones, tienen posibilidades, tienen números. La pregunta es si
pueden montar una fuerza contraria que de alguna manera permita a la humanidad
escapar de la actual confluencia de crisis que enfrentamos.
¿Qué tipo
de liderazgos políticos se requiere en estas circunstancias? ¿Cuáles imagina
emergiendo de esta pandemia?
Ahora mismo es difícil ser particularmente optimistas al respecto, pero sabemos
qué tipo de liderazgo político nos gustaría que saliera. La cuestión es si
podemos hacer que asuman. Tomemos la Internacional Progresista. Creo que gente
como Bernie Sanders y Yanis Varoufakis y otros asociados con su movimiento, AOC
[Alexandria Ocasio-Cortez] en los Estados Unidos, y algunos otros con este
perfil, serían el tipo de líderes políticos que podrían lidiar con estas
grandes crisis. No solos, por supuesto. Los líderes políticos no pueden hacer
nada [solos]. Primero necesitan un apoyo popular masivo. Y luego tienen que
romper el poder que poseen las instituciones y que controlan la sociedad. Hay
que recordar que vivimos en mundos de Estado-capitalismo y cada país tiene una
forma u otra de Estado-capitalismo. Eso significa una concentración extrema de
poder en instituciones privadas con enorme voluntad y poder enorme y que suelen
tener una gran influencia en todo lo que sucede. Eso tiene que ser eliminado.
Dr. Chomsky, una pregunta final. En lo
que respecta a América Latina, en la cual vemos esta batalla entre gobiernos
más progresistas y gobiernos de derecha o extrema derecha como es el caso del
Brasil de Bolsonaro. ¿Qué mensaje le gustaría transmitir a la región en este
momento?
Brasil envía mensajes muy claros. El Banco Mundial, que no es una organización
particularmente de izquierda, hizo un análisis detallado de la economía en
2016, un par de años después de que Lula dejará el cargo. Calificaron los años de Lula como una década dorada en la historia de
Brasil, con fuertes reducciones de la pobreza, incorporación de gran parte de
las poblaciones que habían sido marginadas, inclusión, grandes avances en el
desarrollo social.
Dijeron que fue una década dorada, nada
comparable. En ese momento Brasil fue probablemente el país más admirado del
mundo, estaba en foros internacionales, era una voz para el Sur Global, estaba
uniendo a Sudamérica. Lula era probablemente la figura política más respetada
del mundo. ¿Qué es ahora? Brasil es simplemente objeto del desprecio y el
ridículo del mundo, dirigido por un payaso virulento, una persona que apoya la
dictadura militar, que busca destruir. La devastación de la selva amazónica
aumentó aproximadamente el 30% sólo en el último año. Acabemos con todo,
enriquezcamos aún más a los ricos, matemos a quien no nos guste, dejemos que la
pandemia continúe. Es el gobierno quizás más reaccionario en la historia de
Brasil. Un objeto de burla en todo el mundo. Bueno, esas son lecciones.
Contamos con un plazo de diez años. La lección es que tienes el futuro en tus
manos. Puedes hacerlo de una manera, puedes hacerlo de otra manera. No hay
forma de predecirlo. Eso es Brasil, se podría aplicar lo mismo a los demás.
Dr. Chomsky, gracias una vez más por todo.