José María Castillo Sánchez
www.religiondigital.org / 031219
Las noticias que nos llegan de la “Cumbre del Clima” son como para echarse a temblar. Los científicos que ahora nos explican los peligros irremediables, que nos acechan, y los gobernantes que anuncian la gravedad de lo que se nos viene encima, ¿no podían haber evitado, a su debido tiempo, que las cosas llegaran a ponerse como “de facto” se han puesto?
Yo tengo ya bastantes años y estoy convencido de que no veré las desgracias que vaticinan los entendidos. Por eso, lo que más me preocupa es el futuro de los que ahora son niños. ¿Qué vejez les espera a estos críos que ahora veo “enganchados” a esas maquinillas incipientes, que dentro de cincuenta años van a destrozar a la humanidad que viva en el futuro?
Cuando pienso en estas cosas, que me ponen nervioso, me acuerdo del dicho antiguo que, sin duda alguna, dio en el clavo: “En asuntos de verdadera importancia, lo más práctico es tener una buena teoría”. ¿Y qué teoría es la que hay detrás del problema enorme que acabo de apuntar? Pues muy sencillo: la responsabilidad de lo que está pasando y, sobre todo, de lo que se nos viene encima, no la tienen ni los científicos, ni los políticos, en cuanto tales. Son los capitalistas los responsables de lo que ha pasado y, sobre todo, de lo que se nos viene encima. Y advierto, al decir esto, que no hablo como “profeta de desgracias”. Y, menos aún, como “predicador barato”, que intenta asustar al auditorio. Nada de eso. Porque esto “lo entiende cualquiera”.
Cuidar el planeta es crear futuro
Vamos a ver: ¿Quién costea a los científicos, les paga sus proyectos de investigación y les señala lo que se debe o no se debe programar para el futuro? La respuesta salta a la vista. Lo que más contamina es lo que da más dinero. Los países más contaminantes son los países más ricos. Por eso se explica que los presidentes de las grandes potencias contaminadoras (EE.UU. y China) “no han podido venir a la Cumbre el Clima”. Tenían que estar en la “Cumbre de la OTAN”, quizá para preparar, “como dios manda”, armamentos de guerra y muerte, por si alguien sale vivo de la crisis del clima.
Con razón dijo Jesús, en el Evangelio, que el gran enemigo de Dios es el dinero (Mt 6, 24-34; Mc 10, 17-22; Lc 12, 22-34; 18, 45-45…). Y confieso que, en este asunto capital, soy pesimista. Desde que, en el s. V, a los ricachones y terratenientes los nombraban obispos, aunque no estuvieran ni bautizados, como ha demostrado ampliamente el excelente estudio del profesor Peter Brown (Por el ojo de una aguja, Acandilado, 2016), nada tiene de extraño que el clero recibiera con gozo privilegios y favores que, en no pocos países del mundo, duran hasta el día de hoy. Es evidente que una Iglesia así, “no pasa por el ojo de una aguja”. Es la Iglesia que ni entra el Reino de Dios, ni deja entrar a los que se identifican con ella.
Todo esto es bien sabido. ¿Y nos va a sorprender que muchos obispos estén de parte de parte los más adinerados, sintonicen con los partidos políticos que les aseguran privilegios y están en contra del papa Francisco, que abraza a los mendigos y enfermos, besa a los niños y visita sobre todo a los países más pobres?
Pero no es esto lo peor. Lo más miserable, que estamos viviendo, es que, por más que el mundo termine contaminado y envenenado, si no cambia nuestra mentalidad sobre el dinero y la buena vida, ese mismo capital, disfrazado de mil engaños, nos llevará a la ruina sin retorno.