Alberto Vásquez-Figueroa
www.eldiario.es / 02-04-07-11/09/18
La Unión Europea dispone del denominado Reglamento
Dublín III, que obliga a todos los estados miembros, y que puntualiza que los
inmigrantes y refugiados son responsabilidad del país en el que desembarcan en
primer lugar.
Ello ejerce una gran presión sobre España, Italia,
Grecia, Malta y Turquía debido a que la norma internacional exige que las
embarcaciones que rescatan a refugiados están obligadas a desembarcarlos en el
puerto más cercano.
Como la mayoría provienen del África subsahariana,
a través de las costas libias, su punto de llegada lógico es Italia, que por
primera vez se ha negado a acatar el Reglamento.
Dicha negativa está a punto de provocar la ruptura
en la Unión Europea, debido a las enormes diferencias que existen entre el
punto de vista de los países que aceptan a los inmigrantes y el de quienes los
rechazan.
El fin de la Eurozona –deseada por muchas grandes
potencias– significaría una catástrofe, por lo que –basándose en experiencias
anteriores que dieron buenos resultados– este informe pretende demostrar que el
grave problema al que nos enfrentamos no estriba en un exceso de población,
sino en que ésta se encuentra mal distribuida y se desaprovechan inmensas
regiones potencialmente productivas.
*****
Cuando el capitán Alfred Dreyfus fue injustamente
declarado culpable de alta traición, uno de los asistentes al juicio, el
escritor y periodista austríaco Theodor Herzl, comprendió que el antisionismo
dividiría a Europa a semejanza de como lo está dividiendo actualmente el tema
de la inmigración.
En 1897 fundó la Organización Sionista Mundial y
tras fracasar en su intento de crear el Estado de Israel en unos territorios
que aún pertenecían al poderoso imperio otomano, intentó comprar colonias
africanas con el fin de instalar en ellas a los judíos que se encontraban en
peligro en Rusia, Polonia y Alemania.
Temiendo la llegada de un auténtico holocausto
–cosa que ocurrió décadas más tarde–, envió a África expertos en agricultura,
educación, obras públicas e hidrología, que se aplicaron a seleccionar
territorios idóneos, y tras unos primeros estudios instaló en Kenia a familias
judías procedentes de Siberia.
Pese a que murió muy joven, está considerado el
"Padre de la Patria Israelí". Quienes le sucedieron no supieron
impulsar sus proyectos, pero su iniciativa significó un importante precedente,
ya que resulta interesante analizar cuánto dejó escrito sobre la forma de administrar
lo que denominaba “las nuevas patrias judías”:
"Durante los primeros años debemos trabajar en
silencio, con humildad y ahínco, intentando aprender de los nativos, puesto que
más sabe de sus tierras, sus bienes y sus males, el más ignorante pastor local
que el más ilustrado filósofo vienés".
"El contenido de un complejo manuscrito se
asimila en meses de estudio, pero desentrañar los secretos de una determinada
naturaleza exige el esfuerzo de varias generaciones".
La idea de crear territorios que acojan a desplazados
tiene por tanto más de un siglo, y el hecho de que una buena idea quede
aparcada no significa que deba descartarse si contiene elementos válidos.
Muchos proyectos fracasaron porque se habían adelantado a su tiempo y tan solo
triunfaron cuando llegó su momento.
Los descendientes de las familias judías que Herzl
había enviado a Kenia aún rezan en la sinagoga que construyeron en 1914,
admiten haberse adaptado a la vida en África y no sienten el menor interés en
mudarse a Israel.
"Si vivimos en paz con los keniatas no tenemos
por qué irnos a vivir en guerra con los palestinos. El mundo es lo
suficientemente grande y empeñarse en volver a los tiempos del Templo de
Salomón es como empeñarse en volver al altar de los sacrificios de los
aztecas".
No obstante, hace unos treinta años, algunos judíos
recuperaron las ideas de Herzl, debido a que millones de sus correligionarios
aspiraban a instalarse en una tierra prometida en la que ya no cabían todos, y
advirtieron a sus gobernantes que, si continuaba la presión de los colonos
sobre territorios que legalmente no les pertenecían, la situación degeneraría
en continuas masacres. Masacres de las que el mundo es testigo casi a diario.
Ese nuevo proyecto cayó una vez más en el olvido,
puesto que pretendía encontrar territorios que acogieran a judíos –¡solo a
judíos!– y ya nadie deseaba codearse con ellos. Unos por miedo, otros por
convicciones políticas y otros por puro antisemitismo, los posibles candidatos
les cerraron las puertas.
Sus estudios indican que en Somalia, Egipto, Sudán,
Yemen, Etiopía, Mauritania, Senegal, Jordania o Namibia existen enormes
extensiones de zonas costeras en las que podrían instalarse colonias con un
prometedor futuro, pese a que actualmente carezcan de infraestructuras.
La mejor prueba de que están en lo cierto se
encuentra en Almería, antaño un desierto despoblado, bueno tan solo para rodar
películas, pero que en apenas treinta años y gracias el uso de invernaderos, el
aporte de agua y las nuevas tecnologías, se ha convertido en uno de los mayores
abastecedores de alimentos de Europa, superando a regiones históricamente muy
fértiles. Cada semana exporta miles de toneladas de frutas y verduras y es uno
de los lugares del planeta que produce más beneficios por metro cuadrado,
proporcionando alimentos a millones de personas.
Y Almería tan solo cuenta con doscientos kilómetros
de costa desértica aprovechable mientras que en África existen nueve mil, en
Medio Oriente cuatro mil, en Sudamérica tres mil y en Australia dos mil
quinientos.
Theodor Herzl pretendía comprar esos territorios a
las potencias coloniales, pero hoy en día resulta imposible, puesto que se
trata de países independientes y no existe casi ninguno cuyas leyes le permitan
vender parte de sus territorios. No obstante, las leyes de varios de ellos les
permiten arrendarlos por un período de noventa años, de forma semejante a como
suele actuar la corona inglesa.
Si en las antaño desoladas costas almerienses
trabajan y viven casi trescientas mil personas, en las costas africanas podrían
trabajar y vivir sesenta millones, que a su vez proporcionarían alimentos a
decenas de millones.
Se han localizado muchos puntos idóneos, pero los
mejores están situados en lugares en los que cerca del mar se alzan cadenas
montañosas que frenan los vientos. En otros tiempos algunos fueron
increíblemente fértiles, pero los cambios en la climatología los desertificó.
Al norte de Somalia, en el llamado Cuerno de
África, existe una cadena montañosa en cuyas laderas aún se distinguen zonas
verdes o aislados palmerales que dan fe de su pasada fertilidad. Supera a
Italia en extensión, pero la gran diferencia entre ambos países estriba en que
Italia dispone de agua, lo que le permite sostener a doscientos habitantes por
kilómetro cuadrado mientras que en Somalia apenas logran malvivir trece. ¡Solo
trece! ¡Y solo por falta de agua!
Agua o
muerte
Pueblos, ciudades, civilizaciones e incluso
especies animales han desaparecido a causa de las sequías, pero no se sabe de
ninguna ciudad, civilización o especie animal que haya desaparecido por falta
de petróleo.
Controlar el mercado del agua resulta mucho más
beneficioso que controlar el mercado del petróleo, puesto que la mitad de los
seres humanos nunca necesitan petróleo mientras que todos necesitan agua para
sobrevivir, regar, abrevar el ganado o mantener unas mínimas condiciones
higiénicas.
Ese fue el motivo por el que a principios del mil
novecientos se llegó a una lógica conclusión: o se trasladaban las grandes
ciudades industriales a la orilla de los ríos, o se desviaban los ríos hacia
las grandes ciudades industriales. Pero los ríos no son de fiar; un día
amanecen secos, al otro se desbordan, y tienen la mala costumbre de arrojar la
mayor parte de su riqueza al mar.
Tan solo el Amazonas desperdicia cada día la quinta
parte del agua dulce del planeta, suficiente como para apagar la sed de los
siete mil millones de hombres, mujeres y niños que lo pueblan.
Debido a ello, tras la Segunda Guerra Mundial el
control del agua empezó a convertirse casi un monopolio. En la actualidad, una
docena de empresas (en su mayoría francesas) regulan el mercado mundial, y
setenta años de ingentes beneficios han dado como fruto una industria
firmemente asentada: el agua embotellada.
Las tradicionales fuentes de gran número pueblos
han dejado de manar mientras se denuncia a funcionarios que aceptan sobornos
por añadirle al agua demasiados productos químicos, con la disculpa de “depurarla
al máximo”. El agua que abastece a las grandes ciudades ha comenzado a
deteriorarse, lo que obliga a las amas de casa a cargar con pesadas garrafas si
no quieren que cuanto cocinen sepa a diablos o su familia sufra vómitos y
diarreas. Se ha llegado a un punto en el que en cualquier restaurante cobra un
euro por un botellín de un tercio de litro, mientras que un litro de gasolina
también cuesta un euro.
Que el agua cueste tres veces más que una gasolina
que hay que buscar, extraer, refinar y transportar desde el otro extremo del
mundo, es uno de los mayores latrocinios que se hayan cometido jamás.
Pocas personas están dispuestas a matar por un
litro de gasolina, pero muchas han matado y seguirán matando por un litro de
agua, puesto que nadie soporta tres días sin beber.
El tráfico de agua embotellada se ha convertido en
un negocio más criminal que el tráfico de armas, drogas, alcohol, tabaco o
prostitutas, puesto que tan solo compra armas, se droga, bebe, fuma o se
acuesta con prostitutas quien quiere, mientras que el agua resulta
imprescindible para vivir.
Pero las autoridades lo consienten.
Y no solo lo consienten; lo protegen.
Desde hace trece años, la empresa gubernamental
Tragsa guarda en sus oficinas de la calle Maldonado nº 58, y la empresa
gubernamental Acuamed guarda en sus oficinas de la calle Albasanz nº 11 –ambas
de Madrid–, un informe de mil doscientas páginas con toda clase planos,
detalles y presupuestos referentes a un sistema de desalación que ellos mismos
desarrollaron y que proporciona agua de primera calidad a once céntimos los mil
litros, lo cual contrasta escandalosamente con los tres euros por litro.
Un numeroso grupo de sus mejores técnicos,
dirigidos por los ingenieros Dionisio López y María Iglesias, dedicaron ocho años
de estudio e invirtieron siete millones de euros en desarrollarlo y en elegir
los lugares idóneos para llevarlo a cabo. El presupuesto final está firmado por
la ingeniera del ministerio Mª José Mateo del Horno.
Ni Tragsa ni Acuamed permiten que dichos estudios
salgan a la luz, pero existen tres copias; una se encuentra en poder de la
Universidad de La Laguna, la otra en el despacho del juez Eloy Velasco, y la
tercera a disposición de aquellas autoridades que quieran acabar con las mafias
del agua.
Nota: el anterior director general de Acuamed y su
directora de proyectos acabaron en la cárcel, pero muy pronto salieron en
libertad condicional pagando una fianza de trescientos mil euros que aún nadie
sabe cómo obtuvieron.
De todo cuanto aquí se ha expuesto se deduce que el
agua, su existencia, su carencia o su control, subyace en el problema de la
crisis de los emigrantes tal como lo ha venido haciendo en casi todas las
grandes crisis de la humanidad, pero curiosamente, en el mismo problema puede
encontrarse una solución.
El negocio del agua embotellada factura cientos de
miles de millones en todo el mundo, pese a lo cual paga unos impuestos mínimos,
debido a que el agua está considerada una necesidad vital. Pero desde el
momento en que ha sido manipulada y embotellada debería pagar los mismos
impuestos que el alcohol o los refrescos, añadiéndole un plus por lo que
contaminan sus botellas de plástico.
Los mares sufren, los ríos sufren, los hombres
sufren, y los únicos que se benefician son los empresarios y los políticos
corruptos.
Con el dinero que se recaudase y lo que se debe
invertir cada día de cada mes de cada año en cuidar y alimentar a los
refugiados que continuaran llegando, se podría crear un fondo que convirtiera
esos diez mil kilómetros de costas desérticas africanas en medio centenar de
nuevas Almerías.
O por lo menos hacer una primera prueba que
demostrase que resulta factible.
Serán muchos los que pregunten por qué tenemos que
hacer algo por quienes invaden nuestros países sin haber sido invitados; a esos
se les puede responder que, o lo hacemos, o acabaran arrollándonos y con razón,
porque durante trescientos años
invadimos África sin haber sido invitados, nos apoderamos de sus riquezas,
violamos a sus mujeres y esclavizamos a sus hijos vendiéndolos como animales
para que nos enriquecieran cortando caña de azúcar o cultivando algodón.
Justo es que quieran recuperar una mínima parte de
cuanto les arrebatamos, y más vale que les ayudemos a recuperarlo sin
esperar a tener que enfrentarnos a ellos cuando vengan empuñando las armas que
nosotros mismos les estamos vendiendo.
***
Coltán,
fue el primer libro en contar las atrocidades que se están cometiendo en el
Congo, donde se masacra a niños a base de obligarles a que extraigan el mineral
que necesitamos para nuestros teléfonos móviles. Sin embargo, no es el
sistemático expolio de minerales estratégicos o de todo tipo de recursos lo que
está consiguiendo que el continente agonice y sus habitantes huyan; su peor enemigo
es la imparable sequía que afectado a los países subsaharianos.
A principios de los años veinte, una
terrible sequía asoló el Medio Oeste americano con lo que la tierra de las
grandes praderas, muy ligera y carente de humedad, comenzó a levantarse por efectos
del viento, formando, una gigantesca nube de polvo que giró sobre si misma
aumentando de tamaño hasta llegar casi desde el Golfo de México hasta las
Grandes Lagos, y desde las Montañas Rocosas hasta las orillas del Missisippi.
Fue la peor catástrofe natural de la
historia americana y en su novela Las uvas de las Ira, John
Steinbeck describió de forma magistral cómo llevó a la ruina a unos
desesperados agricultores que se vieron obligados a emigrar en masa.
Esa emigración constituyó el principio del
desastre debido a que abandonaban sus granjas sin pagar las hipotecas lo que
llevó a los bancos agrícolas a encontrarse dueños de inmensas cantidades de
tierras que nadie quería y a una absoluta carencia de liquidez. Fueron
quebrando uno tras otro y en su caída arrastraron a los bancos comerciales e
industriales. Los desconcertados ahorristas invirtieron en una bolsa cuyos
títulos comenzaron a aumentar de valor de forma injustificada en lo que no era
más que un juego de especulación sin la menor base económica.
Lógicamente la burbuja estalló dando
origen a la gran
depresión que llevó a los norteamericanos a la ruina
reduciendo su producto interior bruto a la tercera parte en menos de cuatro
años.
Sorprende que la debacle de la primera
potencia económica mundial fuera el resultado de una simple sequía, pero lo
cierto es que las sequías nunca son simples. El ser humano puede resistir dos
semanas sin comer, pero no sobrevive tres días sin beber y de igual modo los
países e incluso las civilizaciones pueden soportar muy duras pruebas excepto
una falta de agua cuyos nocivos efectos siempre perduran, aunque no se
adviertan a simple vista.
Consciente de ello hace veinticuatro años
diseñé un sistema de desalar agua por presión natural que reducía los costes a
la décima parte debido a que apenas consumía energía eléctrica.
Poco después ocurrió algo muy curioso; me
telefoneó Ignacio González, quien más tarde sería presidente de la Comunidad de
Madrid -y al que no conocía- para invitarme a comer con Esperanza Aguirre, a la
que tampoco conocía.
Durante la comida, Esperanza Aguirre me
indicó que había sido elegida por Aznar como futura ministra de Medio Ambiente,
y que lo primero que haría sería desarrollar mi sistema porque estaba
convencida de que era la forma de resolver los problemas del agua en España.
- "Qué lista es esta señora"
-me dije- Y que fácil está resultando todo.
No obstante, quiso el destino -y el recién
nombrado presidente Aznar- que, a última hora, Isabel Tocino fuera nombrada
Ministra de Medio Ambiente y Esperanza Aguirre de Cultura. Meses después me la
encontré en una cena y me comentó:
- Te he hecho un flaco favor; le he
dicho a Isabel Tocino que si quiere resolver el problema del agua recurra a ti
y me ha respondido que me ocupe de mi ministerio que ella no se mete en el mío.
Y conociéndola como la conozco me consta que serás el último a quien recurra.
Me quedó el consuelo de saber que mi
primer gran fracaso no se debía a fallos técnicos o intereses económicos sino
al carácter de una ministra que duraría muy poco en el cargo.
No me costó demasiado asimilarlo debido a
que la empresa gubernamental Tragsa se interesó por el tema,
firmé un acuerdo con su director general, Miguel Cavero, y tras siete años de
trabajo y con un coste de casi seis millones de euros, se realizaron los
estudios que demostraron la idoneidad del sistema.
Consiste en elevar agua de mar a una
montaña cercana que tenga unos quinientos metros de altura puesto que mientras
las desaladoras tradicionales consumen energía durante todo el día, las de
presión natural sólo la consume en horas valle para subir el agua al depósito
de la montaña.
También se puede subir con molinos de
viento tradicionales que son más baratos y prácticos que los aerogeneradores.
Agua que sube con viento es energía potencial
gratuita.
Cuando el agua se encuentra en lo alto de
la montaña se pueden hacer dos cosas; la primera es desalarla mediante
"ósmosis inversa" aprovechando la diferencia de altura.
La segunda es dejarla caer devolviendo
energía en hora punta, tal como hacen actualmente las centrales hidráulicas
reversibles en ríos y pantanos. Se devuelve un 6% menos que la energía que se
utilizó, pero en las horas que más se necesita.
Proyecto
Mar Rojo- Mar Muerto
En enero de mil novecientos noventa y
cinco el gobierno jordano me pidió construir una planta desaladora de presión
natural en el golfo de Acaba con el fin de llevar agua a la capital Amman.
Me pareció que resultaría poco práctico,
pero pusieron a mi disposición un helicóptero y al recorrer el país advertí que
se podía hacer un trasvase entre el Mar Rojo y el Mar Muerto y que aprovechando
los cuatrocientos metros de diferencia de nivel entre ambas cuencas desalaría a
coste mínimo dos millones de metros cúbicos diarios, suficientes para convertir
Israel, Jordania, Siria y Palestina en un vergel.
Tragsa
colaboró en el desarrollo, me concedieron la patente internacional y al poco
tiempo un alto cargo del gobierno israelí -Gustavo Kronemberg- vino a Madrid
con intención de comprar los derechos, aunque puntualizando que solo
proporcionarían agua a Israel, nunca a Jordania y mucho menos a Siria o
Palestina.
Le hice ver que resultaba inaceptable
puesto que todo había partido de una iniciativa jordana y que lo que ofrecía ni
siquiera cubría los gastos. Meses después regresó con idéntica propuesta y
cuando le eché en cara que fuera tan intransigente me respondió:
- Es que soy judío.
-Siempre creí que los judíos tenían fama de negociadores- dije.
- Los que somos de origen uruguayo,
no.
Así quedaron las cosas, pero al poco Sir
Edmund Rothschild, presidente de la Banca Rothschild, me invitó a Londres con
el fin de comunicarme que estaba en total desacuerdo con la actitud israelí ya
que el agua debía ser para todos, judíos o no.
Su bisabuelo había financiado a Theodor
Kerzl pero Sir Edmund opinaba que Israel no podía seguir acogiendo a cuantos
deseaban instalarse en su territorio ya que su necesidad de expansión provocaba
sangrientos conflictos entre colonos y palestinos. Según él, había llegado el
momento de volver a buscar nuevos asentamientos tanto para judíos como para
gentiles.
El 23 de abril de 1998 le escribió al primer
ministro inglés, Tony Blair, pidiéndole que se implicase en un proyecto que
denominó "El río de la vida", ya que salvaría millones de
ellas y frenaría una avalancha de refugiados que empezaba a ser preocupante.
El 17 de mayo, Blair le respondió que su ministro
de Asuntos Exteriores, Robin Cook, se pondría en contacto con los gobiernos de
Jordania, Siria, e Israel.
El 2 de octubre del 2002, Sir Edmund le
envió una carta al entonces ministro de Agricultura, Miguel Arias Cañete,
solicitando que continuara colaborando en el proyecto y el 14 de noviembre
Arias Cañete le confirmó que Tragsa seguiría financiándolo.
Lo hizo y además consiguió que la Oficina
Española de Expansión Exterior corriera con los gastos de mis viajes tanto a
Jordania como a Siria y Dubái. En los tres países mantuve reuniones con sus
primeros ministros y durante mi estancia en Damasco también ocurrió un hecho
curioso.
Tras la muerte de Hafez al-Asad y hasta la
llegada de su hijo, Bashar, el poder, quedó en manos del general Tlass quien
una noche me invitó a su casa. Yo iba escoltado por motoristas que hacían sonar
sus sirenas imaginando que acudía a un palacio de Las Mil y Una Noches,
pero me encontré con que el hombre más poderoso y temido del país vivía en un
sencillo apartamento en cuyo comedor podía verse un cartucho con dos barras de
pan. Me pareció un personaje encantador y entusiasmado por la idea de resolver
el tema del agua en su país. Al poco apareció su hija, una criatura realmente
fascinante y el general nos invitó a cenar a un famoso restaurante en el que
bailaban los "derviches". Por desgracia acudió también el novio de su
hija.
Tlass ordenó que al día siguiente me
recibieran cuatro de sus ministros, que ocupaban, eso sí, auténticos palacios. Me
disgusté mucho cuando años después descubrí que ese mismo general Tlass era el
encargado de masacrar a los rebeldes sirios.
Electrocutando
gaviotas
Durante un almuerzo en Lanzarote al que
asistíamos, cada cual con sus respectivas esposas, José Saramago, premio Nobel
de literatura, Bernardo Bertolucci, "Oscar" por su película El
último emperador, el eurodiputado Manuel Medina, el futuro ministro de Justicia,
Juan Fernando López Aguilar, y José Luis Rodríguez Zapatero, éste último le
prometió a Bertolucci que si llegaba a la presidencia respaldaría mi proyecto.
Cumplió su palabra, una nueva empresa
gubernamental Acuamed sustituyó a Tragsa, y tras dos años de
trabajo y otros tres millones de euros se diseñó la primera desaladora de presión
natural que proporcionaría agua al poniente de Almería a un coste de once céntimos
por metro cúbico.
El
proyecto final consta de casi mil páginas.
No obstante, en julio del 2006 la ministra
de Medio Ambiente, Cristina Narbona, ordenó archivarlo. Parecer ser que los
ministros que duran poco en el cargo son los que más daño hacen, no se sabe muy
bien si por ignorancia, por avaricia o porque astutos funcionarios saben cómo
manipular su ego.
La disculpa que se puso en este caso -y
que salió publicada en el Boletín Oficial del Estado- fue "que se
podían electrocutar las gaviotas". Como técnicamente no se podía
atacar el sistema se alegó tamaño disparate pese a que una gaviota no se puede
electrocutar si no existen cables eléctricos.
A continuación, Cristina Narbona ordenó la
construcción de cincuenta y tres desaladoras convencionales en las que se
invirtieron casi tres mil millones, pero solo se terminaron seis que funcionan
al diez por ciento de su capacidad. La Comunidad Europea reclamó los mil
millones que había adelantado pero nadie sabía dónde estaba ese dinero.
Que una ministra -actual Presidenta de
Honor de un partido socialista que mi abuelo ayudó a fundar en
Canarias- firmara algo que era falso en el Boletín Oficial del Estado me obligó
a rendirme.
Ahora se están haciendo muchas preguntas
sobre las desaladoras que nunca funcionan, pero por aquel entonces yo ya estaba
arruinado y Sir Edmund Rothschild había muerto sin ver cumplido su sueño de ver
correr un Río de la vida.
Han pasado doce años y aún no he
conseguido recuperarme, pero al ver cómo los niños se ahogan en nuestros mares
he decidido intentarlo de nuevo pese a que tenga que volver enfrentarme a
quienes lo permiten y a quienes siguen vendiendo agua tres veces más cara que
la gasolina.
¿Qué
más pueden hacerme?
Cuando falleció mi madre, mi padre que había
sufrido mucho entre los campos de concentración y ocho años de deportación en
Marruecos, enfermó de lo que por aquel entonces se denominaba “tisis
galopante”, razón por la que me enviaron a vivir con mi tío, que era el
delegado de hacienda en el puesto militar de Cabo Juby, en el desierto del
Sahara.
Mis tíos tenían una diminuta granja con cabras,
gallinas y conejos de la que se ocupaba el gigantón más fuerte, listo y
trabajador que he conocido, un senegalés que había sido esclavizado de niño
pero que a base de mucho esfuerzo había conseguido comprar su libertad.
Cuando íbamos a cazar no nos alejábamos del mar y
de ese modo nunca pasamos sed debido a que Suílem siempre llevaba consigo una
tetera, un pitorro, un cazo y una lata. Con la leña que abunda en las playas
desiertas encendía una hoguera ponía encima la tetera con agua de mar y
colocaba el pitorro de forma que el vapor fuera a parar al cazo, con lo que se
convertía en agua potable. Por las noches colocaba la lata doblada ligeramente
inclinada y en un ángulo muy abierto y recogía el rocío del amanecer
consiguiendo que resbalara hasta el cazo. Dependiendo de la leña o humedad del
ambiente obteníamos más o menos agua, pero siempre suficiente para resistir
todo el día.
Yo le consideraba un superhéroe, pero una mañana me
lo encontré llorando y me desconcertó cuando me aclaró que lloraba de alegría
porque mi tío le había prestado el dinero que necesitaba para comprar la
libertad de la que iba a ser su esposa.
Aquella revelación me dejó estupefacto; no podía
creer que en el “protectorado” de un país católico, apostólico y romano se
consintiese la esclavitud, pero así era debido a que las autoridades hacían la
vista gorda con el fin de evitar problemas con los cadíes locales.
De todo ello se deduce que Suílem me enseñó dos
cosas importantes: que siempre existe una forma de esclavitud y que, cuando el
mar está cerca los seres humanos inteligentes consiguen sobrevivir.
Por desgracia para mí -y digo bien al decir
desgracia ya que mucho dinero y disgustos me ha costado- he dedicado gran
parte de mi tiempo a intentar demostrar que ambas cosas son ciertas, y son
ciertas porque un esclavo senegalés analfabeto sabía más de la vida y del
desierto que todos los intelectuales del planeta, lo cual está de acuerdo con
lo que ya conté sobre las teorías de Theodor Herzl, y lo que dejó escrito sobre
los futuros asentamientos judíos:
"Durante los primeros años debemos trabajar en
silencio, con humildad y ahínco, intentando aprender de los nativos, puesto que
más sabe de sus tierras, sus bienes y sus males el más ignorante pastor local
que el más ilustrado filósofo vienés".
Suílem también solía decir: “Lo peor del
desierto es que no tiene montañas”, lo cual suena a perogrullada, pero
al analizar la frase se descubre que es la razón por la que millones de seres
humanos han muerto, mueren y seguirán muriendo de sed.
La vida sobre la tierra se debe a que el sol
calienta el mar, el vapor asciende y forma nubes que el viento empuja hasta que
altas montañas las detienen y les obligan a descargar su contenido en forma de
una lluvia que da origen a los ríos que riegan los campos.
Asia tiene la cordillera del Himalaya y sus
monzones; Europa, los Alpes; Norteamérica, las Rocosas y Sudamérica, los Andes
que ejercen de centinelas impidiendo que las nubes pasen de largo sin pagar su
tributo de agua, pero el Sahara, el mayor de los desiertos, carece de
guardianes de ochocientos metros de altura por lo que las nubes cruzan y se
alejan ante la desesperación de los sedientos.
Herzl y Suílem -cada uno en su mundo- eran hombres
sabios, y muy estúpido debe considerarse a quien no aprenda de ellos.
Lejos del mar, la vida en el desierto es casi
imposible sobre todo en unos tiempos en los que las sequías están agrandando
sus límites al punto de que quienes allí habitan no tienen más remedio que
marcharse o morir.
Y, paradójicamente, muchos de ellos mueren en el
mar que podría hacer sido su salvación.
La ONU confirma que novecientos emigrantes se han
ahogado en el Mediterráneo entre julio y agosto, lo cual significa un treinta
por ciento más que durante el mismo periodo del año pasado. Esta ola de muertes
-mil quinientas anuales- ha coincidido con la intensificación de la política de
disuasión emprendida por los gobiernos europeos que por si fuera poco han
“confiado” la tarea de detenerlos a los guardacostas libios.
Gracias a dicha política, uno de cada treinta
adultos muere o desaparece -entre los niños el porcentaje se duplica- por lo
que el Mediterráneo se ha convertido en un inmenso cementerio y en una deshonra
para los países ribereños.
Ni siquiera entre quienes alardean de cristianos
parece estar de moda “dar de beber al sediento” o “dar posada al peregrino”
puesto que a su modo de ver las obras de misericordia dependen de la ideología.
Los italianos deberían cambiar su famoso Mare
Nostrum por Vergoña Nostra y los españoles a Don Quijote por Sancho
Panza.
Colonizadores
El gran problema de nuestros océanos estriba en que,
si toda la sal que contienen se extrajera y se distribuyera sobre todos los
continentes, los cubrirían con un manto de cientos de metros de altura con lo
que tendríamos billones de toneladas de agua potable pero ni un solo metro
cuadrado de tierra cultivable.
Sin embargo, la gran ventaja de nuestros océanos es
que tiene más agua que sal, y ahora sabemos cómo convertirla en potable a bajo
coste.
El Planeta Azul, es decir, el planeta del agua, gasta miles de
millones intentando descubrir si hay agua en Marte con la absurda pero muy
rentable disculpa de que tal vez dentro de mil años la humanidad se verá
obligada a trasladarse allí.
¿No resultaría más barato y más práctico hacer de
la Tierra un lugar mejor evitando que un muy lejano día tuviéramos que emigrar?
Admito que sería absurdo llevar agua a Sudán, Chad,
Níger, Malí o el sur de Argelia o Libia, pero sus habitantes son escasos
–apenas dos por kilómetro cuadrado- y la mayoría están deseando que se les
proporcione la oportunidad de trabajar y sacar adelante a sus familias.
Y dado que resultaría muy difícil llevar el agua a
los sedientos, ¿no sería más práctico llevar los sedientos a donde se encuentra
el agua?
En las fronteras africanas que separan la vida de
la muerte existen millones de hombres, mujeres y niños que tienen derecho a
intentar salvarse, por lo que seguirán viniendo en oleadas cada vez mayores
debido a que la sed no perdona.
Y quien lo dude que intente soportar tres días sin
beber.
¡Solo tres días!
O que dedique medio minuto de su tiempo a leer las
noticias que publica la prensa esta misma semana:
En Sudáfrica la sequía ha obligado a declarar el
estado de "desastre nacional". Ciudad del Cabo ha fijado un plan de
emergencia denominado 'Día Cero' por el cual habrá que limitar de forma extrema
el acceso al agua.
La guerra no es la única causa de desplazamientos
en Siria. La sequía que azota a los campos de cultivos genera el éxodo rural
hacia las ciudades y es una de las causas que impulsa el conflicto.
En Burkina Faso, Chad, Malí, Mauritania, Níger y
Senegal las hambrunas provocadas por las crisis hídricas son una constante.
California ha sido otra de las grandes afectadas
por los incendios durante todo el año. La gran cantidad de árboles muertos por
la sequía permiten que los incendios forestales se propaguen rápidamente. En
junio, el denominado 'Mendocino Complex' arrasó un total de 114.800 hectáreas
siendo el peor de su historia.
En Australia la escasez de precipitaciones afecta
al noventa y ocho por ciento del territorio de Nueva Gales del Sur. Los peces
luchan por sobrevivir y los animales huyen.
El norte de Europa también es víctima de las
sequías. La ola de calor y las escasas precipitaciones han provocado incendios
en el Círculo Polar Ártico. Suecia se ha visto obligada a solicitar ayuda
internacional por una oleada de fuegos.
Esa es una realidad indiscutible y ya he contado
cómo, a principios de mil novecientos y previniendo el holocausto, Theodor
Herzl supo elegir los lugares a los que enviar a sus correligionarios en
peligro, por lo que lo lógico, lo humano y lo decente sería aprovechar sus
enseñanzas, buscar los puntos que eligió -Kenia, Somalia, Egipto, Yemen,
Namibia, Jordania o el propio Israel- y llegar a acuerdos con sus autoridades
que resultasen beneficioso para todos.
Tendrían que convencerse de que no se les envían refugiados,
sino colonos dispuestos a trabajar y poner en valor nuevos territorios porque
los grandes países fueron construidos por colonizadores a los que impulsaba el
hambre y la desesperación.
Un inmenso número de ellos fueron españoles que de
igual modo llegaron hambrientos y asustados en barcos atestados, y como hoy en
día, esa hambre y esa desesperación proliferan, lo decente e inteligente sería
canalizarlas en la dirección apropiada.
Resultaría factible llegar a acuerdos con algunos
gobiernos con el fin de que arrendasen parte de sus territorios a condición de
no esquilmar sus recursos forestales, minerales o pesqueros.
Tan solo se les alquilaría la superficie costera
improductiva y al cabo de noventa años se les devolvería incluidas las
viviendas, las carreteras, los invernaderos, las plantas desaladoras, las
fábricas y las piscifactorías que se hubieran construido.
Cierto es que un proyecto de semejante envergadura
exigiría una inversión considerable, pero a la larga se convertiría en una inversión
productiva, mientras que el gasto diario de cuidar, mantener y proteger a
cuantos llegan y seguirán llegando día tras día y año tras año nunca se
recuperará.
Una vez firmados los acuerdos, los territorios
quedarían bajo la tutela de un Consejo de Administración presidido por un
delegado de las Naciones Unidas con leyes propias e independientes de las del
país arrendador.
Y si algunos opinan que carecemos de hombres justos
capaces de dictar leyes justas, será porque no confían en sí mismos y en ese
caso no valdría la pena defender con tanto ahínco su forma de vida.
Una de las primeras alegaciones que se esgrimen
contra esta idea se basa en el convencimiento de que no se pueden confiar en
los corruptos gobernantes africanos, a lo cual cabe responder que resulta
imaginable que un gobernante africano sea capaz de darle lecciones de
corrupción a un gobernante europeo.
Existen en el continente hombres y mujeres
intachables, y lo que se debería hacer es buscar a alguien sin tendencias
políticas que pudiera convertirse en líder, portavoz e interlocutor válido de
los refugiados ya que resulta absurdo intentar dialogar con quienes están a
punto de ahogarse o tienen los pies y las manos cortadas por las cuchillas de
las vallas metálicas.
En esos momentos, tan solo son desesperados que
luchan por su vida y lo que se necesita son personas equilibradas y sensatas
que sepan trasmitirle al resto del mundo las necesidades de su gente, y a su
gente lo que puede ofrecerles el resto del mundo.
La paz no se consigue a base de sangre y muerte,
sino a base de entendimiento.
Y quien crea que esas personas no existen, que
recuerde al sudafricano Nelson Mandela, al ghanés Kofi Annan o al
senegalés Sédar Senghor.
Incluso se podría recurrir, por sus raíces
africanas, al mismísimo expresidente norteamericano, Barack Obama.
La gran
utopía
Muchos de quienes lean las soluciones que aquí se
ofrecen para intentar contener de forma justa y humana el éxodo de refugiados,
considerarán que tan solo se trata de una utopía, pero tal vez les convendría
detenerse a pensar que la mayor utopía se centra en suponer que esa
invasión se detendrá por el simple hecho de que unos cuantos políticos de corto
recorrido se limiten a intercambiar vidas por votos.
Se reparten a los emigrantes como si fueran la
cuota de basura que le corresponde, pero muy pronto la avalancha les desbordará
y se quedarán sin lugar donde acogerlos.
Cuando comprendan que el problema les supera se
retirarán con pensión vitalicia pasando el problema a su sucesor, que volverá a
hacer lo mismo.
Pero siempre será más fuerte quien lucha por su
vida y la de sus hijos, que quien lucha por una pensión vitalicia.
Puede que los racistas sigan considerándolo una
gran utopía, pero la mayor utopía de Adolf Hitler fue suponer que conseguiría
acabar con los judíos o cuantos no perteneciesen a una raza que consideraba
superior. Y acabó suicidándose.
Cuando José Manuel Soria -el
mismo José Manuel Soria que tuvo que dimitir como ministro porque mintió
públicamente al asegurar que no tenía nada que ver con Los Papeles de
Panamá- era alcalde de Las Palmas, un equipo de la empresa gubernamental Tragsa
fue a ofrecerle la posibilidad de construir una desaladora de presión natural
que proporcionaría toda el agua que pudiera necesitar una ciudad que estaba
sufriendo -tal como casi siempre sufre- una grave crisis de
abastecimiento.
Al concluir la reunión, el representante de la
empresa que comercializaba el agua -creo que recordar que se llamaba Camacho
aunque puedo estar equivocado- me invitó a comer al cercano hotel Santa
Catalina, donde me espetó con una demoledora sinceridad:
-Nunca permitiré que se construya una de tus
desaladoras.
-¿Y eso?
-Porque desalamos el agua a noventa pesetas metro
cúbico y la vendemos a ciento ochenta, es decir que ganamos noventa. Con tu
sistema el coste sería de treinta con lo cual legalmente tan solo nos
permitirían venderla a sesenta con lo que tan solo ganaríamos treinta. Si lo
aceptara acabaría de ascensorista.
Poco después, siendo ya presidente del Cabildo,
Soria compró a un precio escandaloso una desaladora de segunda mano desechada
por los israelíes.
Todo aquel que haya pasado por la autopista que une
aeropuerto con Las Palmas la recordará, puesto que era un enorme tubo oxidado
del largo de un campo de fútbol que se encontraba junto a la central eléctrica.
Se supone que funcionaba por el ya entonces obsoleto sistema de evaporación,
pero lo cierto es que jamás funcionó y acabó vendiéndose como chatarra.
Hace unos cinco años la Universidad de La Laguna
otorgó una Matrícula de honor cum laude al proyecto de fin de carrera de
dos ingenieros que habían diseñado una planta de presión natural que desalaría
agua para la isla de Tenerife a un precio 88% inferior al de cualquier otro
sistema.
El proyecto había sido supervisado por
el profesor de universidad Carlos Soler Liceras que había alcanzado
justa fama como experto en temas hidráulicos y por haber encontrado la mítica Fuente
Santa de la isla de La Palma, que llevaba trescientos años perdida a causa
de una erupción volcánica.
El trabajo se basaba en los estudios que Tragsa
y Acuamed habían hecho para abastecer el poniente de Almería.
También existe un proyecto similar para Gran
Canaria, pero todos ellos duermen en los cajones de ministros que probablemente
tienen cuentas corrientes en Panamá.
Me excuso por haber insistido en el tema, pero mi
intención es hacer comprender que el problema de la carencia de agua no es de
los técnicos, sino de los gobernantes, cualquiera que sea su ideología.
Los partidos políticos españoles tienes siglas muy
diferentes, pero un símbolo en común: €.
A ese respecto recuerdo que en una ocasión el ministerio
de Industria me pidió que impartiera una conferencia a los inventores españoles
y lo primero que les dije fue:
Cuando inventen algo no se pregunten a quién
beneficia; pregúntense a quién perjudica, porque del poder del perjudicado
dependerá que su invento prospere.
Si empresas como la antaño poderosísima Kodak,
los fabricantes de máquinas de escribir o tantos otros que acabaron en la ruina
hubieran sospechado la debacle que iban a significar los ordenadores o
internet, hubieran mandado cortar cientos de cabezas que empezaban a tener
ideas sumamente peligrosas.
La
tubería de Gadafi
Hace unos quince años el embajador de Libia en
Madrid me citó para preguntarme si se podía hacer una desaladora de presión
natural en su país debido a que en el sur se había descubierto un inmenso
acuífero, Gadafi se había gastado nueve mil millones de euros en construir un
acueducto que llevara esa agua a Trípoli, pero aún no había llegado ni una
gota. Al parecer el irascible coronel echaba chispas.
Cuando el embajador me enseñó el faraónico proyecto
comprendí que tal enfado resultaba lógico debido a que una empresa canadiense
había semienterrado, cientos de kilómetros de tuberías partiendo desde la costa
hacia el interior.
Las tuberías medían cuatro metros de diámetro y
eran de fibrocemento, por lo que al llegar al desierto de Aziza, donde se da la
mayor diferencia de temperatura del planeta -cincuenta grados a mediodía y seis
al amanecer- se cuartearon convirtiéndose en auténticos coladores.
Le señalé al embajador que, a mi modo de ver,
tenían que haber empezado desde el acuífero hacia la costa e ir llenando las
tuberías de agua con el fin de que resistiesen las diferencias de temperatura.
Al poco el embajador volvió a citarme para
comunicarme que el coronel me invitaba a ir a Trípoli, pero yo había escrito
una novela Matar a Gadafi por lo que consideré que si acudía a la cita
me fusilaría, no por haberle convertido en el villano de una novela, sino
porque fuera tan escandalosamente mala.
Ahí acabó una historia que me hizo comprender que
para conseguir enterrar bien una tubería de cuatro metros de diámetro y no se
cuartease con el sol del desierto jordano sería necesario abrir una zanja de
seis por seis, lo cual significaba un movimiento de tierras brutal.
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En un apartado anterior me he referido al proyecto
de desaladora aprovechando los cuatrocientos metros de desnivel entre Mar
Rojo-Mar Muerto y quiero aclarar que las patentes me las concedieron los
gobiernos de Jordania e Israel, que son los únicos que pueden hacerlo puesto
que ningún otro país tiene acceso directo al Mar Muerto.
(Cierto es que también debería habérsela solicitado
a Palestina, pero en aquel tiempo no disponían de un representante accesible.)
Al repasar los presupuestos advertimos que la mayor
parte del gasto se iba en tuberías por lo que decidimos sustituirlas por un
canal a cielo abierto, y fue entonces cuando un ingeniero del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas -Domingo Guinea- advirtió que cubriendo
ese canal con cristal amorfo parte del agua se convertiría en vapor y se
produciría una inmensa cantidad de energía aprovechable.
Pese a que se supone que soy medio-padre de
la criatura, se trata de una tecnología que me cuesta entender, pero me
enorgullece saber que algunas de mis ideas, a menudo absurdas, sirven para que
gente mucho más preparada que yo busque nuevos caminos.
Buen ejemplo de ello fueron José Román Wilhelmi
Ayza, José Ángel Sánchez Fernández y Juan Ignacio Pérez Díaz, quienes
desarrollaron un proyecto basado en esas ideas, por el que se conseguiría que
la curva eléctrica nacional se aplanase, lo cual ahorraría millones y rebajaría
el coste de las tarifas eléctricas.
Lo enviaron al ministerio de Industria del que
curiosamente en esos momentos era titular José Manuel Soria, y pese a que
estaba firmado por tres catedráticos de innegable prestigio y llevaba el sello
de la Universidad Politécnica de Madrid, también lo “archivaron”.
Los hombres nacen, crecen, mueren y se corrompen.
Los gobiernos nacen, crecen, se corrompen y mueren.
Aquel gobierno murió por una metástasis de
corrupción.
En el actual ya han comenzado a detectarse células
malignas.
El viejo de
la montaña
Hace unos ochocientos años, Hassan-i Sabbah, más
conocido por El Viejo de la Montaña fundó en Egipto una secta integrista
ismailí, pero al verse acosado construyó una fortaleza en la cima de una
montaña al sur del mar Caspio, se apoderó de plazas fuertes en Siria, Irán y
Palestina, llegó a constituir lo que podría considerarse un estado ismailí, e
inició una metódica labor de proselitismo en la que aquellos que realizaban
acciones armadas se denominaban a si mismo fedayines; es decir, “Los
que mueren por la causa”.
Se convirtieron en un ejército de fanáticos
especializados en el terror y el magnicidio a costa de inmolarse, hasta tal
punto de intentar asesinar al sultán Saladino durante el asedio a Jerusalén.
Reclutaban hombres jóvenes, los drogaban con hachís
y los instalaban un fabuloso palacio, rodeados de hermosas huríes, música,
bailes, manjares, piscinas y todo cuanto pudieran desear, lo que les obligaba a
creer que habían accedido al paraíso.
Al cabo de un tiempo les devolvían a la realidad y
les aseguraban que cuanto habían vivido era una pequeña muestra de lo que les
esperaba en caso de “morir por la causa”. Del término hashashin, o consumidor
de hachís, proviene la palabra asesino, que se vulgarizó designando
a cualquier homicida, pero que en su origen se refería a los miembros de la
secta ismailí.
Los seguidores de Hassan-i Sabbah derramaron ríos
de sangre hasta que un astuto visir reclutó hombres jóvenes que instaló en un
palacio en el que había hermosas huríes, música, bailes, manjares, piscinas y
todo cuanto pudieran desear...
Al cabo de un tiempo les dijo:
-Esto es lo que os proporcionaré durante un mes, de
verdad, nada de ilusorios placeres en el más allá, cada vez que asesinéis a un
“asesino”.
En poco tiempo acabó con el problema en su país y
alrededores.
Mil doscientos años después, Osama Bin-Laden se
inspiró en Hassan-i Sabbah -incluso en lo de viejo, el corte de la barba y el
hecho de esconderse en las montañas- a la hora de instaurar un reino de terror
que culminaría con el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York.
Hoy en día los modernos “visires” no ofrecen huríes
sino dinero a quienes asesinan a “asesinos”, con lo que se demuestra que
ningún problema es nuevo ni ninguna solución es nueva; lo único que cambia es
la ropa.
Cabe preguntarse si resulta moralmente aceptable,
del mismo modo que cabe preguntarse si resulta moralmente aceptable la pena de
muerte, pero cuando se descubre que esos fanáticos son capaces de ponerse al
volante de una furgoneta y matar inocentes en las Ramblas de Barcelona o el
Paseo de los Ingleses de Niza, la moralidad comienza a flaquear.
Geografía
del hambre
Josué de Castro, la máxima autoridad en la materia,
dejó escrito en su insuperable Geografía del Hambre:
Las consecuencias más graves del hambre crónica son
una notoria apatía y una tradicional indiferencia y falta de ambición. Dicho
estado, con su deficiencia en ciertas vitaminas, comienza por embotar el
apetito y cuando no se sufre hambre física a causa de la falta de alimentos el
ser humano pierde el mayor estímulo a la hora de luchar por su vida; la
necesidad de comer.
No obstante, se ha comprobado que a los pocos meses
de que esos seres desnutridos reciban una alimentación racional son capaces de
trabajar como el que más, y quienes menos creen en esa posibilidad de
recuperación son quienes nunca han tenido que recuperarse de un hambre crónica.
De nada sirve lo que sabes, si no sabes para qué
sirve lo que sabes.
Siempre he sido enemigo de quienes quieren saber
por el hecho de demostrar que saben, abarcando demasiados campos, jugando a ser
Leonardos da Vinci y opinando sobre todo lo opinable, pero uno de los
ingenieros que más me ayudó en mis comienzos trabajaba en Navantia, “sabía
para que servía lo que sabía”, por lo que una tarde me confesó que
sospechaba que los submarinos que su empresa estaba construyendo para la Armada
habían sido mal diseñados, pesaban demasiado y si se sumergían no volverían a
salir a flote.
Cuando le pregunté por qué no lo denunciaba me
replicó:
-Porque muchos con muchos galones se están
“forrando”. Si les digo a mis superiores que no saben lo que hacen me despiden
y tengo mujer e hijos que alimentar. El escándalo estallará por sí solo.
Tiempo después, durante una visita a las
instalaciones de la empresa gubernamental Indra, en Aranjuez, le comenté
con uno de sus altos ejecutivos el tema de los submarinos. Se limitó a sonreír
ladinamente y me condujo a un almacén en el que me enseñó una especie de anillo
de acero circular de unos cinco metros de diámetro y uno de alto, que por lo
visto debía formar parte del radar o del sonar y me señaló:
-Pues si ya pesan demasiado, imagínate cuando les
añadan estos trastos que al parecer tampoco están incluidos en los cálculos.
Cuando estalló el escándalo y salió a la luz que el
contrato inicial era de 1.755 millones de euros por los cuatro submarinos, pero
que en uno solo, ya se habían invertido 2.135 millones y no flotaría por lo que
se hacía necesario cortarlo por la mitad y alargarlo diez metros, la cúpula de
la empresa, varios funcionarios gubernamentales y altos mandos militares fueron
enviados a su casa, pero ninguno a la cárcel.
Cabe suponer que quien tenga que sumergirse en
semejante chapuza remendada lo hará acojonado y sin dejar de pensar en el
argentino Ara San Juan que desapareció con cuarenta y cuatro tripulantes
a bordo, puesto que los corruptos no entienden de banderas ni incluso cuando
las han besado jurando proteger a las tropas bajo su mando .
Los lectores comprenderán que no quiera dar los
nombres del ingeniero de Navantia ni del alto cargo de Indra.
De todo lo expuesto se deduce que nuestros
gobernantes se sienten mucho más atraídos por Panamá que por África, pero tal
vez, con suerte, alguno se detenga a pensar que con lo que cuesta uno solo de
esos inútiles y peligrosos ataúdes de acero podían construirse en las costas
africanas docenas de desaladoras de presión natural que calmaran la sed de
millones de infelices.
En éstos momentos, con nuevos ingenieros y
dirigentes, Navantia está en condiciones de fabricar y montar la mayor parte de
los elementos de esas desaladoras, lo cual no quitaría trabajo a sus obreros
sino que les proporcionaría uno mucho más satisfactorio y útil.
Del mismo modo, en lugar de vender bombas a los
saudíes para que destrocen a niños yemeníes, se debían construir desaladoras en
Yemen que sirvan para dar de beber y alimentar a esos mismos niños.
Y quien alegue que lo único que hago es intentar
beneficiarme económicamente debe saber que he dejado de pagar las patentes por
lo que cualquiera puede hacer mis desaladoras y eso significa que jamás recuperaré
mi dinero ni el que invirtió mi hermano.
Los buitres que llevan años esperando el momento en
que se lanzarán sobre la presa y ganarán millones que tendrán que compartir con
los políticos pero, pese a que se descojonen de risa, me quedará la
satisfacción de saber que jamás soborné a nadie, ni permití que nadie me
sobornara.
Triste
consuelo es ese, pero más vale un triste consuelo por haber sido decente que
una alegre felicitación por haber sido ladrón.