El
auge del aymara, el idioma de las palabras alucinantes como Aruskipt’asiñanakasakipunirakispawa”
Javier Sinay
www.redaccion.com.ar / 220818
Un grupo de estudiantes pasa al frente a
dar una lección sobre hierbas medicinales y remedios naturales en un aula donde
se dictan clases de lengua aymara. Llevan consigo ramitas de ruda, de
chachacoma y de lampaya, y las muestran hablando en ese idioma, que fue de los
collas y de otros pueblos andinos que habitaron las tierras de Bolivia y Perú.
Pero como el idioma aymara es mucho más que palabras y sonidos, la clase
termina con una degustación de papas y ajíes. “La lengua sin la cultura no es lengua, y la cultura sin la lengua no
es cultura”, dice Sonia Siñani, la profesora, que viste una amplia pollera,
una mantilla clara y un sombrero al estilo tradicional de las cholas paceñas.
En El Alto, una populosa ciudad satélite
de La Paz, Siñani se toma tres autobuses y taxis compartidos para venir todos
los días a dar clases en tres turnos: mañana, tarde y noche. El aula está
adentro de la radio San Gabriel, que fue fundada por un
sacerdote en 1955 para evangelizar y alfabetizar a la población originaria, y
que desde 1986 da clases de aymara a distancia y también en presencia. “Aquí en
Bolivia, las 36 lenguas originarias han recuperado su importancia”, dice
Siñani. “Se trata de revalorizar nuestra cultura y de comunicarnos con los
hablantes aymaras de las provincias”.
El renacimiento de la lengua aymara viene
desde 2012, cuando Bolivia, reconvertido en un Estado Plurinacional, dictó su Ley General de Derechos y Políticas Lingüísticas.
Allí, entre otras cosas, se ordena “recuperar, vitalizar, revitalizar y
desarrollar los idiomas oficiales en riesgo de extinción, estableciendo
acciones para su uso en todas las instancias del Estado Plurinacional de
Bolivia”.
El aymara había sido declarado como un
idioma oficial de este país ya en 1977, pero en la actualidad los 360.000
funcionarios públicos deben aprenderlo (o alguna otra lengua originaria), son
traducidas las leyes y las disposiciones, y las escuelas enseñan esos idiomas
nativos junto al castellano y a los extranjeros (por eso, desde 2013 el
gobierno ha capacitado a unos 138.000 profesores de lenguas originarias). Pero
todavía no hay una academia de la lengua aymara y su escritura no ha sido
homologada. “Nos hace falta”, dice Siñani.
Todo esto ocurre en tiempos de
conglomeración lingüística, cuando idiomas colosales como el inglés, el chino
mandarín y el español avanzan por sobre los idiomas locales u originarios.
Según el Atlas UNESCO de las lenguas del mundo en peligro,
unos 3.000 idiomas están en riesgo de desaparecer, de un total de 7.000
existentes en el mundo. El 4% de los idiomas son hablados por el 96% de la
población mundial y, por otro lado, el 96% de las lenguas son utilizadas por el
4% de los habitantes. Hay más de 200 idiomas que tienen apenas 10 hablantes.
Tan temprano como en 1584, en un informe
titulado Anotaciones generales de la lengua Aymara, producido en el
III Concilio de Lima (una asamblea de la provincia eclesiástica del Perú acerca
de la cristianización de los indígenas), se lee: “Esta lengua aymara es copiosa
y de mucho artificio, y suave de pronunciar; y en frases y modos es tan
elegante y pulida como la quichua en el Cuzco, y en la copia de vocablos,
sinónimos, y circunlocuciones, mucho más abundante”.
El aymara es un idioma sufijante,
aglutinante y algebraico: a una raíz nominal o verbal se pueden sumar hasta 15
sufijos.
Por ejemplo,
“Aruskipt’asiñanakasakipunirakispawa” es una sola palabra que significa
“Tenemos que conversar, no más, siempre” o “Debemos comunicarnos, no más,
siempre”.
“Cuando hablas el idioma, ahí está toda la
cultura aglutinada: el llanto, la risa, las bromas”, dice Siñani. “Nuestros
ancestros vivían en comunión con la Madre Tierra y con el cosmos. Respetaban a
las plantas, a los animales, a las piedras sagradas, a los cerros y a las
deidades. Convivían: pareciera que cada objeto tenía vida para ellos. Pero con
la invasión de los españoles, todo eso se ha roto”.
Siñani, que además de dar clases en el
aula también las da por radio, nació en la provincia de Los Andes, al oeste de
La Paz. Trabajó como maestra de escuela en los valles y en el altiplano por una
década antes de mudarse a El Alto, adonde ya vivían sus tres hijos. Llegó a la
radio para dar clases de alfabetización en castellano, pero terminó enseñando
aymara. Su padre, Juan, era un profesor de escuela, como ella. Su madre,
Valentina, en cambio, fue una campesina que sólo sabía hablar en aymara.
El aymara viaja a todo el mundo con los
migrantes. “Algunos ya no quieren hablarlo, pero es difícil que olviden su
identidad”, dice Siñani. “Pueden pensar: ‘Allá seré otro, pero cuando vuelva,
volveré a ser yo mismo’”.
En los primeros días de noviembre de 2016,
Fabiola Acarapi Álvarez, una estudiante de Ingeniería en Sistemas de la
Universidad Católica Boliviana que por entonces tenía 18 años, decidió crear
una app para aprender aymara. Estaba terminando su segundo curso de
Programación y se entusiasmaba haciendo aplicaciones básicas. Algunos de sus
amigos cursaban una materia de aymara en la universidad y no les resultaba
fácil, así que ella (que además aprendía inglés por su cuenta con Duolingo) les
dijo: “¿Por qué no buscan una aplicación?”. Pero no había ninguna demasiado buena.
“Me dije: ‘¿Por qué no hacerlo? Tengo las habilidades y el tiempo. Lo hago’. Y
lo hice”, cuenta ahora.
Usó Android Studio. Le llevó un mes.
Cuando la tuvo, se la pasó a sus amigos y ellos, a los suyos. Luego le agregó
más palabras, más frases y más verbos, y decidió invertir 29 dólares para
subirla a Play Store con el nombre de “Aprende Aymara”. En marzo de 2017 ya
tenía 5.000 descargas. Se expandió hacia Chile y Perú. Y un año y medio después
tiene 17.000 descargas, algunas desde sitios tan alejados como los Estados
Unidos y el Reino Unido. Ahora Acarapi Álvarez está desarrollando una nueva
versión para niños: su hermanita de 13 años es la tester principal.
Acarapi Álvarez es hija de un profesor de matemáticas
en colegios alejados de El Alto y de una vendedora de instrumentos musicales.
Todo lo hace sola, de modo independiente y gratis. “Dar un nivel básico de
aymara no debe ser monetizado”, dice. “No gano dinero, pero aprendo haciendo y
además logro un impacto social con chicos a los que les gusta el aymara. Estoy
enfocada a crear un impacto social, a ver soluciones con la tecnología”.
Su tío, que vive lejos de La Paz, y su
abuelo, que tiene 92 años y que nació a orillas del lago Titicaca, son sus dos
ayudantes principales y quienes ponen voz a las grabaciones de la app. “El
Ministerio de Educación ha editado muchos diccionarios, pero ¿por qué no
hacerlos en digital y públicos, abiertos a todo el mundo?”, dice.
Mucha gente le escribe. Hace poco, un
hombre le preguntó cómo se dice “guerrero” en aymara: quería llamar así a su
hijo.
De las lenguas autóctonas de Sudamérica,
el aymara es la tercera más extendida luego del quechua y el guaraní. Es
hablada también en Perú, en Chile y escasamente en Argentina, y se calcula que
es el primer idioma del 18% de los bolivianos, que son casi 2 millones de
personas, y que otro millón también lo conoce. En esta nueva edad dorada del
aymara, Álvaro García Linera (el vicepresidente de Evo Morales, el líder que
impulsó la creación del Estado Plurinacional en 2010) dijo que “en el futuro,
el que no sepa una lengua indígena estará perdido, será considerado un
ignorante”.
Si, como pensaba el filósofo y lingüista
Ludwig Wittgenstein, la experiencia de hablar un idioma conduce a una
percepción determinada del mundo, entonces el mundo no es el mismo para el
aymara que para el castellano. “El idioma aymara es de una riqueza muy dulce
para la comunicación y la conversación; mucho más que el castellano”, dice la
profesora Sonia Siñani. “En aymara te hablan muy ‘suavito’ y con sentimiento,
por eso es ameno y cariñoso”.