Belén Fernández
www.eldiario.es
/ 08/12/17
Hay que trabajar para desenmascarar los
intereses escondidos tras las políticas de desarrollo, para trasladar al Norte
las responsabilidades de los problemas del Sur que le corresponden, para
reforzar las soberanías de los pueblos sobre sus recursos, para poner en marcha
políticas públicas coherentes con los objetivos de desarrollo en
ambos hemisferios
En 2016, el Estado Español destinó 4.096
millones de dólares a Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD). Muchos, muchos euros
que, aun siendo
más del doble que el año anterior, suponen sólo el 0,33% de la RNB
(Renta Nacional Bruta) de ese mismo año 2016, bien lejos del famoso 0.7%
demandado por numerosos colectivos en defensa de los Derechos Humanos a nivel
internacional.
En aquellas campañas se exigía más dinero
de los gobiernos para solventar “los problemas del Sur”. El hambre, el SIDA, el
analfabetismo… Esas cosas tan de los “países pobres”. Es cierto que, si todos
los países de la Unión Europea, o si nos ponemos soñadoras, todos los Estados
occidentales, todo el Norte opulento, dedicara ese 0.7% a AOD, las ONG, los
Estados del Sur o quien sea que se pusiera a ello, contaría con cantidades más
que suculentas para invertir en desarrollo. Pero, aun así…, ¿sería suficiente?
Rotundamente, no. Y es que el problema del “desarrollo” no es una
cuestión de cuánto, sino de qué, cómo y por qué.
Qué, como punto de
partida para poner la lupa sobre el concepto
mismo de desarrollo, que será el que guíe la Inversión Oficial al
Desarrollo (sí, inversión y no ayuda). Quizá haya que revisar el discurso del
desarrollo lineal, a imagen y semejanza de un Norte que destruye, saquea y
empobrece a otras en su camino al éxito. Quizá. No obstante, a propósito de
este artículo y para no disertar sobre lo que no compete ahora mismo, nos
quedaremos con el concepto de desarrollo más compartido por todos y todas:
escuelas accesibles, sanidad pública de calidad, industria, empresas exitosas,
economías solventes y demás.
Cómo, para darnos
cuenta de que no todo vale. Que no es lo mismo enviar 500 toneladas de excedente
agrícola con valor de X montón de euros, que financiar la construcción de una
escuela en Chitipa bajo la coordinación de una organización local. No voy a
entrar a valorar lo bueno, malo o regular de cada opción. Simplemente, no es lo
mismo. El cómo importa, y mucho.
Y finalmente, por qué. No sólo un por qué, de hecho, si no varios. ¿Por qué
destinan los Estados del Norte esos dinerales a “ayudar” al Sur?,
¿filantropía?, ¿solidaridad simple y llana? ¿Por qué unos Estados ayudan a
unos, y otros a otros?, ¿quién decide el quién? Pero, sobre todo, el por qué
que debería hacer saltar todas nuestras alarmas: ¿por qué no funciona? ¿Por qué
tras más de sesenta años de cooperación internacional para el desarrollo (CID),
siguen sin haberse alcanzado los objetivos deseados?, ¿por qué hemos tenido que
pedir una prórroga y rediseñar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, ahora
transformados en Objetivos de Desarrollo Sostenible?
Más de seis décadas, y el Desarrollo, así
con mayúsculas, es aún un horizonte demasiado lejano. Ante semejante panorama,
veo más que necesario replantearse al asunto. Que los Estados y demás agentes
de CID atiendan a todas las que piden a gritos echar el freno, evaluar,
redirigir. A todas las que se han preguntado y se siguen preguntando: ¿¡qué
pasa!? ¿Estamos haciéndolo todo mal?, ¿hay que invertir de otra manera?, ¿son
el hambre y la pobreza realidades insolventables y debemos tirar la toalla?
Quizá, quizá toda la culpa sea de las ONG,
de las cooperantes, de los Ministros de Exteriores, o incluso de las
poblaciones del Sur. O, quizá, es que hay fuerzas empujando en la dirección
opuesta que impiden el avance. Quizá.
Quizá sea imprescindible echar ese freno,
levantar la mirada del Sur y abrir los ojos para analizar la miríada de
conexiones o interferencias a nivel global, entre unos Estados y otros, entre
Estados y comunidades locales, entre comunidades y multinacionales, entre
multinacionales y… Entre Norte y Sur. En estas interferencias, profundas,
plurales y demasiado poco exploradas, se esconden las claves para entender el
fracaso de la CID.
Las palabras, cómo no, importan. Por eso
hablo aquí de interferencias y no simplemente de relaciones -internacionales-,
para poner el énfasis en la direccionalidad, para utilizar un concepto más realista,
despojado de ese aire de neutralidad que envuelve las Relaciones
Internacionales. Porque las RRII están muy lejos de ser neutras, tanto en
intereses como en efectos. Así podemos empezar a indagar y descubrir que estas
interferencias entre Norte y Sur – o más certeramente, del Norte hacia el Sur –
tienen efectos positivos, algunas, y negativos, muchas, sobre las poblaciones y
el medio al otro lado del mundo.
Aquí resulta muy útil utilizar los
términos desarrollados por David Llistar
en su libro Anticooperación, y hablar de “cooperación” cuando estas
interferencias tienen un efecto positivo en el Sur, y de “anticooperación”
cuando hacen más mal que bien. Este análisis nos permite poner en una balanza
todas las interacciones Norte – Sur, incluida la AOD – desgranada en todos los
pequeños mecanismos y acciones que conlleva-, y acompañada de las relaciones
financieras y comerciales, la inversión extranjera directa, los flujos y las
políticas migratorias, la exportación de residuos, la importación de materias
primas… En fin, todas las pequeñas y grandes interferencias políticas,
económicas, culturales y sociales que podemos encontrar si revisamos en
profundidad las “Relaciones Internacionales” entre el Norte y el Sur.
Entonces, con esta balanza bien cargada,
¿hacia qué lado creéis que va a oscilar? De un lado, la ayuda útil y
verdaderamente solidaria, sin intereses escondidos y que responde a necesidades
reales de las poblaciones del Sur. De otro lado, cositas como la reprimarización
del Sur y la consiguiente pérdida de su capacidad y autonomía productiva,
motivada por los acuerdos comerciales con potencias del Norte; la dinámica
económica y las políticas liberalizadoras de organismos como el FMI, el BM o la
OMC, donde los gobiernos del Sur se encuentran notablemente menos
representados; el neocolonialismo cultural embarcado en los medios de masas y
la industria cultural occidental… Y podríamos seguir con una larga lista, pero
creo que nos hacemos una idea.
Observando esta balanza, parece más fácil
entender por qué la CID no funciona. Por qué ni el dinero, ni los proyectos, ni
el tiempo y esfuerzo de tantísima gente está dando los frutos que esperamos,
que queremos. Rescatando el subtítulo de la obra de Llistar, porque “los
problemas del Sur no se resuelven con más ayuda internacional”, sino con un
cambio profundo en el Norte, en la estructura económica internacional y en las
dinámicas de poder globales. Lo cual, obviamente, no es tan fácil como
construir una escuela en Chitipa.
No quiero decir con esto que nos batamos
en retirada, abandonando al Sur a su suerte. “Dejarles en paz” ya no es una
opción, el daño está hecho y es nuestra responsabilidad (incluyéndonos a ti y a
mí en ese Norte culpable, aunque tengamos algo menos de carga que otros) ayudar
a repararlo. Por supuesto, en el corto plazo esos proyectos de ayuda útil y
verdaderamente solidaria son necesarios, pero si queremos que exista un futuro
donde no haya que hablar de hambre, hace falta trabajar también con la vista en
el largo plazo.
Trabajar para desenmascarar los intereses
escondidos tras las políticas de desarrollo, para trasladar al Norte las
responsabilidades de los problemas del Sur que le corresponden, para reforzar
las soberanías de los pueblos sobre sus recursos, para poner en marcha
políticas públicas coherentes
con los objetivos de desarrollo en ambos hemisferios. Trabajar, en
definitiva, sobre las causas y los orígenes de los problemas globales, en lugar
de seguir poniendo tiritas sobre las consecuencias hasta el fin de los tiempos,
sin detener jamás la hemorragia.